LUCAS 7

 

Jesús sana al siervo de un centurión (Mat. 8:5-13)

Lecciones enseñadas en este texto:

      1. La lección principal es que aunque muchos judíos no creían en Jesús, un militar romano de alto rango reconocía la autoridad de Jesús.

      2. Aunque muchos esclavos eran maltratados por sus amos, este hombre quería a su siervo y se preocupaba por él.

      3. Aunque la mayoría de los romanos eran odiados por los judíos, éste era apreciado y respetado por ellos.

      4. Aunque el centurión era rico, no abusó de sus riquezas, sino que usaba su dinero para edificar una sinagoga.

      5. Por esta causa los judíos decían que este romano era digno de ser bendecido por Cristo.

      6. Aunque no era lícito para un judío entrar en la casa de un gentil (Hech. 10:28) Jesús aceptó ir a la casa del centurión.

      7. Aunque el centurión era muy poderoso (centurión más o menos equivalía a “capitán”), a la vez era muy humilde.

      8. Este centurión entendía perfectamente lo que es la autoridad y la obediencia.

      9. Tenía fe excepcional en Cristo, una fe que Jesús alababa, porque creía que aun de lejos Jesús podía sanar a su siervo con nada más decir la palabra.

      10. ¿Qué otra lección o lecciones puede usted agregar? Todas estas lecciones producen fe (Rom. 10:17) y nos edifican.

       7:1  Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaúm.  2  Y el siervo de un centurión --“denota un oficial militar al mando de 50 o 100 hombres, según el tamaño de la legión de la que formara parte”  (Vine); el centurión romano era “Oficial del ejército romano (Hch. 21:32; 22:26), comandante de 100 soldados, más tarde, de una cantidad algo mayor (cp. 23:23)” (V-E). Eran la “espina dorsal” del ejército romano.  El Nuevo Testamento habla de algunos centuriones excepcionales: aparte del centurión mencionado en este texto, leemos de Cornelio (Hech. 10, 11) y de Julio, el centurión encargado de Pablo en su viaje a Roma. También digno de mencionarse fue aquel centurión encargado de la crucifixión de Jesús quien exclamó, “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mat. 27:54). El centurión de este texto amaba a su siervo, amaba a los judíos y apoyaba el culto al Dios verdadero.

      -- a quien éste quería mucho, estaba enfermo (paralítico, Mat. 8:6) y a punto de morir.  – Había amos crueles, pero también había amos  bondadosos. 1 Ped. 2:18 se refiere a las dos clases de amos. Cuando se toma en cuenta la posición social de los esclavos en aquel entonces, la simpatía de este centurión es admirable, porque algunos militares permiten que su experiencia en guerras, etc. les endurezcan el corazón y se preocupan poco por otros

      7:3  Cuando el centurión oyó hablar de Jesús (4:37; 6:17-19), le envió unos ancianos de los judíos, rogándole (no “mandándole” como un oficial romano, sino “rogándole” como hombre humilde) que viniese y sanase a su siervo. – El centurión rogaba por su siervo amado, y los judíos rogaban por el centurión. Según Mateo, el centurión mismo vino a Jesús rogándole por su siervo (“Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”, Mateo 8: 5).; según Lucas, los judíos le rogaban. En esto no hay conflicto alguno. Tanto el centurión como los judíos le rogaban, o el centurión le rogaba a través de los judíos como sus agentes. “Lo que uno hace por medio de otros lo hace por sí mismo, como Pilato ‘azotó a Jesús’ (esto es, hizo que lo azotaran, ATR)”. V. 4, “nos edificó una sinagoga”, ¿con sus propias manos?

      Los judíos estaban bajo el yugo de Roma, pero aquí está un romano de mucha autoridad rogando a un judío. Aunque muchos romanos despreciaban a los judíos este centurión era un bienhechor de ellos (compárese Hech.10:2. Cornelio, un centurión romano, “hacía muchas limosnas al pueblo” judío), y ahora este centurión romano pide un gran favor de estos judíos y mayormente de Jesús.

      7:4 Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud (muchos de los “ancianos” de los judíos eran enemigos de Jesús, pero no todos), diciéndole: Es digno de que le concedas esto;  5  porque ama a nuestra nación, y (él mismo) nos edificó una sinagoga. – De esta manera los judíos podían recompensar al centurión por su gran benevolencia hacia ellos.  ¿Por qué haría un oficial romano tal cosa para los judíos? Obviamente porque él había oído del Dios de Israel y creía en El. Probablemente su carácter bondadoso se podía atribuir a su fe en Dios. Este centurión nos recuerda de otro centurión llamado Cornelio quien adoraba a Dios (Hech. 10:1, 2). Este centurión, al igual que Cornelio (Hech. 10:2,22), tenía buenas cualidades: amaba a los judíos, amaba a su siervo y estaba muy preocupado por él, era hombre generoso y tenía mucha fe en Cristo.

      ¿Es correcto decir que alguno es “digno” de recibir las bendiciones de Jesús? Dice Hendriksen, comentarista calvinista de renombre, “Por bien intencionada que haya sido esta evaluación, huele a la doctrina de méritos humanos”. Pero ¿qué diremos de lo que Jesús dice en Luc. 10:7 y Pablo en 1 Tim. 5:18, que “el obrero es digno de su salario”? ¿No lo es? ¿Y qué diremos de lo que Jesús dice en Apoc. 3:4, “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” o Apoc. 19:7, 8, “han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.  8  Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”? ¿Todo esto “huele a la doctrina de méritos humanos”? ¿Es más sabio el Sr. Hendriksen que Jesús, el Espíritu Santo y el apóstol Pablo?

      ¿No debemos citar estos textos que hablan de algunos como “dignos”? ¿Los santos no son dignos? Jesús dice que sí. ¿Por qué tememos esta palabra puesto que es muy bíblica? Dios provee la salvación por medio de Cristo, pero esta salvación es condicional; es decir, para ser salvos tenemos que ser obedientes y fieles, siendo activos y llevando fruto para la gloria de Dios” y la Biblia enseña que los fieles son dignos. Prefiero creer lo que la Biblia dice sobre el tema.

      7:6  Y Jesús fue con ellos. – Mat. 8:7, “Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré”, aunque no era lícito que un judío entrara en la casa de un gentil (Hech. 10:28; Jn. 18:28). “Fue con ellos” aunque “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat. 15:24). ¿Pensaba entrar en la casa de un gentil? Si no, ¿para qué “ir” para sanarle? Durante Su ministerio personal Jesús comenzó a tumbar barreras.

      ¡Cuán accesible era Jesús a todos, tanto a los gentiles como a los judíos! Si Jesús hubiera sido motivado por sentimientos humanos (carnales), habría dicho, “¿qué tiene que ver eso de que les haya edificado una sinagoga? No iré porque los romanos son opresores del pueblo”.

      Compárese el caso de la mujer cananea (Mat. 15:21-28). “Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7, 8). No dijo, “Yo iré y trataré de sanarle”. La venida de Jesús al mundo no era ninguna clase de “experimento”. No vino para ver si podía vivir sin pecar, y no vino para ver si podía sanar enfermos, etc. Tuvo misión específica de principio a fin y la llevó a cabo.

      -- Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo;  7  por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; -- ¡Qué palabras más extrañas de labios de un elevado militar romano! El comportamiento de los militares romanos de alto rango era con dignidad y orgullo. Esperaban ser honrados y estimados por el pueblo, pero este militar dice, “no soy digno”. Precisamente por causa de su humildad y fe él era digno de recibir la bendición de Cristo. El que se humillare, será exaltado. Luc. 15:19, el hijo pródigo dijo lo mismo, “no soy digno”. También el publicano (Luc. 18:13).

       El v. 3 dice, “rogándole que viniese”, pero ahora envía a Cristo unos amigos para decirle que no entrara bajo su techo. Si Jesús estuviera aquí en la tierra, ¿nos sentiríamos dignos de que entrara bajo nuestro techo? ¿Diríamos “ni aun me tuve por digno de venir a ti”? Tomando en cuenta la hermosa invitación de Mat. 11:28-30 la respuesta debe ser que “sí”, pero con toda reverencia.

      Este centurión era muy excepcional. Imagínese un militar de alto rango pero a la vez tan humilde. Aunque él había edificado una sinagoga para los judíos, el no tuvo “más alto concepto de sí que el que debe tener” (Rom. 12:3). Si hubiera edificado 100 sinagogas, podría haber dicho la misma cosa, “no soy digno”. Aquí está un personaje muy excepcional, pues a pesar de su posición exaltada en el servicio militar, no se sentía digno de que un judío, un carpintero llamado Jesús de Nazaret, entrara bajo su techo. Reconocía que Jesús era muy superior a él. Lamentablemente la mayoría de los hombres (mayormente los elevados de este mundo, los ricos, los que ocupan puestos elevados en el gobierno, etc.) no comparten la humildad del centurión. El reconocía lo que todos deben reconocer: que nadie es digno (en el sentido de “merecer”) de recibir las bendiciones que trajo Jesús. Todos deben imitar al publicano de Luc. 18:13 (“Dios, sé propicio a mí, pecador”). Debemos recordar esto siempre que nos acerquemos a Dios.

      Luc. 18:14, “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”; Mat. 18:4, “cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Este centurión fue bendecido porque se humilló delante de Jesús. Entre más grande nuestra fe en la grandeza de Cristo, más humildad producirá en nosotros.

      -- pero di la palabra, y mi siervo será sano. – Salmo 148:5, “Alaben el nombre de Jehová;  Porque él mandó, y fueron creados”. Gén. 1:3, “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (y así a través de los días de creación). Los judíos, amigos del centurión, rogaron a Jesús que él “viniese”, pero el centurión dice que no tiene que venir, “pero di la palabra” solamente. El no sólo creía en la autoridad de Jesús, sino también que Jesús podía sanar aun de lejos. El oficial del rey que quería que Jesús sanara a su hijo, “vino a él y le rogó que descendiese” para sanar a su hijo (Jn. 4: 46, 47), pero este centurión dijo que no era necesario que Jesús fuera a su casa. Dijo, “Señor, no te molestes”. Cuando él (el centurión) daba órdenes, no importaba de qué lugar las daba. Si estaba presente con los soldados o siervos, o si estaba lejos de ellos, sus órdenes habían de ser obedecidas. El reconocía la autoridad de Jesús. Sabía que El podía ejercerla de cerca o de lejos.

      Este texto enfatiza la gran fe del centurión, pero hay otra lección importantísima que no debe descuidarse: el poder, la autoridad, la majestad divina, etc. de Cristo fueron reconocidos por un extranjero que no había gozado todos los beneficios de los judíos como pueblo escogido de Dios. Sin tocar y sin ver al siervo del centurión moribundo Jesús lo sanó con su palabra omnipotente.

      7: 8  Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. – Este centurión entendía y creía en la obediencia. El entendía que sus superiores tenían el derecho de darle órdenes, esperando la obediencia, y que de la misma manera él tenía la autoridad para dar órdenes a sus inferiores y le deberían obedecer. El conocía la autoridad, y la reconocía en Cristo. El razonamiento del centurión honra grandemente a Cristo. Está diciendo que si él, con poder significativo pero limitado, debería ser obedecido, cuanto más el mandamiento de Cristo quien es muy superior a los oficiales romanos debería ser obedecido.

      En este caso no se trata de dar órdenes a otros hombres. Más bien tiene que ver con dar órdenes a una enfermedad. Este centurión creía que Jesús podía mandar enfermedades como él (el centurión) podía mandar soldados y siervos. Creía que las enfermedades obedecerían a Cristo como los soldados y siervos obedecían a él. Estaba seguro que Jesús podía mandar aun a la enfermedad de su siervo y que su orden sería obedecida; es decir, si Jesús dice a una enfermedad “vé”, la enfermedad “va”. Tenía mucha razón, pues Jesús podía mandar enfermedades, demonios, vientos y olas, y aun a los muertos.

      Este centurión excepcional no sólo tenía un concepto correcto de sí mismo, sino también tenía un concepto muy correcto de Jesús. En El veía autoridad, poder y majestad. Al mismo tiempo veía a un Señor poderoso que era accesible al pueblo; es decir, cualquier podía acercarse a El con sus peticiones, dudas e inquietudes. Jesús demostraba esto repetidas veces durante su vida aquí en la tierra.

      “Haz esto”. La gente que no obedece a Cristo (no obedece al evangelio) no tiene fe en Cristo. El centurión muestra claramente la relación entre la fe verdadera, la autoridad de Cristo y la sumisión a El. Bien sabía que Jesucristo tenía autoridad para mandar y que cuando El dice “haz esto”, es necesario obedecerle. Heb. 5:8, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;  9  y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.

      7:9  Al oír esto, Jesús se maravilló de él, – En esta ocasión “se maravilló” de la fe del centurión; en otra ocasión “se maravilló” de la incredulidad de los judíos (Mar. 6:6). Los evangélicos enseñan que la fe es don de Dios, pero si esto es cierto, ¿por qué dio tanta fe al centurión y no dio nada de fe a los de Nazaret? ¿Hace acepción de personas? Hech. 10:34, 35; Rom. 2:11. La fe no es un don milagroso. Más bien, “la fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Cada persona tiene que oír la palabra y creerla.

      -- y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. -- Compárese Mat. 15:28, otro caso de un gentil con fe grande (“Mujer, grande es tu fe”). Estos gentiles, privados de tantos privilegios gozados por los judíos, ascendieron arriba de sus limitaciones y tenían fe excepcional en Jesús.

      Estos relatos indican que Cristo buscaba la fe en la gente; también cuando venga la segunda vez, la buscará (Luc. 18:8). Algunos citan Efes. 2:8 para probar que Dios da fe a la gente. ¿Por qué, pues, dio tanta fe a este centurión romano y a la mujer cananea, pero no dio nada de fe a los judíos de Nazaret? (JWM). Algunos tenían (y tienen) “poca fe” (Mat. 6:30; 8:26; 14:31). Por eso, debemos decir, “Auméntanos la fe” (Luc. 17:5).

      “Ni aun en Israel he hallado tanta fe”. A los judíos les convenía tener mucha fe en Cristo, porque El era su Mesías, pero la fe del centurión hubiera sido maravillosa aun en los judíos. Era lógico y razonable pensar que Jesús debería haber dicho a muchos judíos, “Grande es tu fe”.  Lamentablemente, sin embargo, Jesús no encontraba tal fe entre ellos. Más bien, la encontró por lo menos en estos dos casos de gentiles. Lucas enfatiza mucho el tema de cómo Dios se preocupa por los samaritanos y gentiles y toma nota de ellos: 4:25-27; 10:33-37; 17:16; 24:47 y, desde luego, es Lucas quien relata en Hechos de los Apóstoles  la obra de evangelizarlos.

      El centurión tenía plena fe en la palabra de Cristo (“di la palabra, y mi siervo será sano”). Esto fue el gran problema con el pueblo de Israel, pues no creían la palabra de Cristo.

      En el relato de Mateo (8:11-13) Jesús agrega lo siguiente: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos (se refiere a la conversión de muchos gentiles);  12  mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.  13  Entonces Jesús dijo al centurión: Vé, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”.

      7:10  Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo. Dijo el centurión, “di la palabra”. ¿La dijo Jesús? Lucas no dice, pero lo que es obvio y muy cierto es que la voluntad de Jesús era de que el siervo sanara y sanó.

 

Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín

      Es muy importante no solamente leer estos relatos de las señales de Jesús, sino también meditar en cada frase y en cada palabra para darnos cuenta de los detalles del evento y de las lecciones valiosas que el texto contiene. En el v. 12 Lucas dice “he aquí” ( es como decir, poner atención a este informe) porque hablará de algo sorprendente, algo muy impresionante, acerca de Cristo.

      7:11  Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, (unos 30 kms. al sur de Capernaúm) e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. – ¿De qué grupo somos? ¿Discípulos o simplemente de la “gran multitud”?  Todos estos eran testigos oculares de los milagros de Jesús. Lucas y los otros que narran los eventos de la vida de Jesús frecuentemente dicen que estaba rodeado de una multitud de gente. Desde luego, muchos de ellos querían que Jesús les sanara a ellos o a sus seres queridos, pero también Mateo (7:28, 29) dice que la gente quedaba maravillada de su enseñanza porque no era como la de escribas y fariseos. Su enseñanza era única, porque El era Dios.

      7:12  Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, -- En el caso anterior, el siervo del centurión estaba a punto de morir, pero en este caso el hombre ya había muerto. Al llegar cerca de la ciudad, “llevaban a enterrar a un muerto”. Entre los judíos los lugares de sepultara estaban fuera de las ciudades. 

      Parece que la misión principal de Jesús en ir a esta ciudad era levantar a este muerto. Lo hizo como señal para probar que era el Hijo de Dios (Jn. 20:30, 31), pero también, como dice Hech. 10:38, “anduvo haciendo bienes” y como El dijo (Luc. 4:18), “Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón”.

      -- hijo único de su madre, la cual era viuda; -- “La muerte del único hijo de una viuda era la mayor desgracia que pudiera concebirse” (Easton). “La lamentación de una viuda por su hijo único es el colmo del dolor” (Plummer)  ATR. En el caso de esta viuda, la muerte de su único hijo probablemente era el fin de su sostenimiento y protección. Ya había perdido a su marido y ahora perdió a su único hijo. Cuando murió su marido, su hijo le podía consolar, pero ahora el hijo también muere y ¿quién le puede consolar? Hay mucho énfasis en la Biblia sobre la necesidad de ayudar a la viuda (por ejemplo, 1 Tim. 5; Sant. 1:27). También denuncia el abuso de la viuda de parte de líderes religiosos (Luc. 20:47).

      Luc. 8:42, “tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo”;  9:38, “Y he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo”. La muerte del “único hijo” era causa de gran tristeza (Jer. 6:26, “ponte luto como por hijo único, llanto de amargura”; Zac. 12:10, “llorarán como se llora por hijo unigénito”).

      -- y había con ella mucha gente de la ciudad.  – Obviamente era viuda bien conocida y apreciada. Compárese Jn. 11:19, “y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano”. Había tres grupos de personas reunidas en ese lugar: discípulos, una gran multitud y ahora “mucha gente de la ciudad” que acompañaba a la viuda. Todos estos eran testigos oculares del milagro.

      7:13  Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, – La palabra compadecer, padecer con, (splanchnizomai), significa “ser movido en las entrañas de uno”. “En el idioma griego no hay otra palabra más fuerte que signifique piedad, simpatía y sentimiento que la que se utiliza” aquí y en otros textos para describir la compasión de Jesús (WB). Mat. 9:36, “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”; Mat. 14:14, “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos”; Mat. 15:32, “Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer”; Mat. 20:30, “ Y dos ciegos … clamaron, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!  … 32  Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga?  33  Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos.  34  Entonces Jesús, compadecido (movido a compasión, LBLA), les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron”. Jn. 11:33, “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió,  34  y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve.  35  Jesús lloró”. Mat. 8:17, “El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.

      Otra palabra semejante es sumpatheo, “sufrir con otro, ser afectado similarmente (castellano: simpatía), tener compasión de… Heb. 4:15, “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”.

      Si en verdad somos cristianos, debemos imitar a Cristo en ser misericordiosos, ser movidos “en las entrañas” para sufrir con los que sufren, sobre todo con los hermanos en la fe. Rom. 12:15, “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. Heb. 10:34, “Porque de los presos (por ejemplo, Hech. 4:3; 12:3; 16:23) también os compadecisteis”.

      -- y le dijo: No llores (8:52). -- Si decimos a una persona como Jesús dijo a esta viuda, “No llores”, ¿qué pensará? “¿Cómo dejaré de llorar?” Jesús se lo dijo porque El pensaba quitar la causa de su aflicción. Nosotros podemos decirlo si el difunto era cristiano, porque Pablo dice, “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). A la familia de la persona que muere en Cristo podemos decir con toda confianza, “No lloren”, porque como Cristo resucitó a este joven, El levantará a nuestros seres queridos en “aquel día”, pero ¿qué se puede decir a los afligidos cuando el ser querido que muriera no era cristiano? ¿Podemos decir, “No llores porque ahora está reposando con Cristo?” Debemos tener mucho cuidado de lo que decimos en tales casos. Podemos acompañar a los dolientes en su pesar y ofrecer cualquier ayuda posible, pero no nos toca ofrecer esperanza cuando no hay esperanza. Pablo habla de “los otros que no tienen esperanza”.

      Podemos tener verdadera (no fingida) compasión de la gente. Podemos llorar con ellos como Jesús lloró al entrar en la ciudad de Jerusalén. Luc. 19:41, “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella”. El no dijo que “había esperanza” para ella, pero sí tenía mucha compasión de ella y “lloró sobre ella”. Si mostramos verdadera compasión en tales momentos difíciles, muchas veces esto suaviza corazones duros para que estén más dispuestos a oír la palabra de Dios.

      7:14  Y acercándose, tocó el féretro -- camilla mortuoria, ATR; andas, WEV; “no se trataba de un ataúd… Se utilizaban canastos tejidos de mimbre para llevar el cuerpo a la tumba” (WB).

      -- y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, (esto nos recuerda que los jóvenes mueren también) a ti te digo, levántate. – Jesús se dirige a un muerto como si estuviera vivo. Dice “levántate” a un muerto como si estuviera simplemente dormido. Compárese Jn. 11:43, “¡Lázaro, ven fuera!” En el texto anterior (7:1-10) el centurión que Jesús tenía autoridad para mandar la enfermedad de su siervo; aquí muestra su autoridad para mandar a un muerto a levantarse y obedeció. Hech. 3:15, Cristo es el “Autor de la vida”.

      En muchos casos Jesús mostró misericordia cuando la gente se la pidió. En este caso El mismo tomó la iniciativa, y la viuda que no pidió nada recibió una gran bendición. Ella no pidió porque “¿qué se podía pedir? Aquel hombre estaba muerto… En relación con la fiebre (4:8), la lepra (5:12) y la parálisis (7:3) hubo siempre un rayo de esperanza, alguna razón para pedir ayuda, pero, sin duda, no la había cuando la muerte había ya ocurrido… Nos hace pensar en Luc. 8:49, “Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro” (GH).

      Compárense Luc. 8:54, “Muchacha, levántate” y Jn 11:43, “¡Lázaro, ven fuera!” Jesús habló a los muertos para resucitarlos. Jn. 5:28, “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;  29  y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”.

      7:15  Entonces se incorporó (lit., sentarse erguido, WEV, Hech. 9:40) el que había muerto, -- No oía la voz de los que lloraban y lamentaban su muerte, pero sí oyó la voz de Cristo y la obedeció.

      La Biblia registra la resurrección de varias personas: 1 Reyes 17:22, Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta; 2 Reyes 4:33, Eliseo resucita al hijo de la sunamita; Luc. 8:54, 55, la hija de Jairo; y Jn. 11:44, Lázaro; Hech. 9:40, Dorcas; Hech. 20:9, 10, Eutico.

      --  y comenzó a hablar. – El sentarse y  hablar demostraba que era restaurado a la vida normal. Luc. 8:55, “Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer”; estaba viva, podía comer; también Lázaro (Jn. 12:2). ¿De qué hablaba? 2 Cor. 12:2, “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.  3  Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe),  4  que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”. De esto es lógico concluir que las personas resucitadas por Cristo y los apóstoles no podían hablar de la experiencia más allá de la muerte.

      -- Y lo dio a su madre. -- ¡Qué “regalo” más precioso! Dios le dio su hijo cuando éste nació, y ahora otra vez cuando murió. Cuando Elías resucitó al niño de la viuda de Sarepta, “lo dio a su madre” (1 Reyes 17:33). Después de levantar al niño de la sunamita, Eliseo dijo, “Toma tu hijo”.  De Lázaro Jesús dijo, “Desatadle, y dejadle ir”, seguramente a los brazos de sus amadas hermanas tan afligidas. Para Cristo los lazos familiares son muy importantes.

      7:16  Y todos tuvieron miedo (el temor se apoderó de todos, LBLA), -- Obviamente fue obra de Dios. ¿Cuál sería la reacción de nosotros si de repente un ser querido fallecido volviera a vivir delante de nuestros ojos y comenzara a hablar y comer?

      --  y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; -- Era muy cierto lo que decían, pero no simplemente “un gran profeta”, sino EL gran profeta (Deut. 18:15-18; Hech. 3:22, 23), pero lamentablemente el pueblo judío no lo recibió (Jn. 1:11).

      --  y: Dios ha visitado a su pueblo.  – Rut 1:6,  “Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan”; 1 Sam. 2:21, “Y visitó Jehová a Ana, y ella concibió”; Luc. 1:68, “Bendito el Señor Dios de Israel,  Que ha visitado y redimido a su pueblo,  69  Y nos levantó un poderoso Salvador  En la casa de David su siervo”. En base a estos textos ¿qué significa la palabra “visitar” en Mat. 25:37 y Sant. 1:27? Obviamente significa visitar con ayuda.

      7:17  Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor.  – Los testigos mencionados en el v. 11, 12 llevaron las noticias. Se extendió su fama sin necesidad de radio, televisión, periódicos o el Internet. Noticias tan importantes se llevan por todas partes como si fueran llevadas por el viento. Pero ¿cuántos llegaron a ser sus verdaderos discípulos? Todos hemos pecado (Rom. 3:23) y, por eso, hemos muerto espiritualmente. ¿Cuántos quieren que Jesús les levante de la muerte espiritual? Efes. 2:1, 6. “Libertando los desdichados del sufrimiento, de la enfermedad, de la muerte misma, probaba que tenía el poder de libertarles del pecado, fuente de todos esos males” (B-S).

 

Los mensajeros de Juan (Mat. 11:2-19)

      7:18  Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. – Mat. 11: 2, “Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo”. Herodes le había encarcelado porque había reprendido los pecados del rey (Mat. 14:4). Este versículo nos deja un poco perplejo. Si los discípulos de Juan le contaron las nuevas de las obras maravillosas de Jesús, ¿por qué no resolvieron sus dudas? La respuesta de Jesús aclara la cuestión por conectar las buenas obras que El hacía a las profecías acerca del Mesías.

      -- Y llamó Juan a dos de sus discípulos,  19  y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? 20  Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, -- “El que había de venir” era otro nombre del Mesías, Gén. 49:10; Deut. 18:18, 19; Isa. 9:6; 11:1-5; 35:4-6; 53; Dan. 9:24-27.

      -- o esperaremos a otro? –  La respuesta de la mayoría de los judíos a esta pregunta fue la siguiente: “No lo es, y definitivamente esperaremos a otro”. Sin embargo, Juan preparó el camino para Jesús. Le bautizó y vio al Espíritu descender sobre El como paloma, oyó la voz del Padre que le proclamó como su Hijo aprobado. Entonces él mismo proclamó que Jesús era el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Al recordar todo esto es un poco sorprendente su pregunta. La Biblia no revela la razón por la cual la hizo, pero el lenguaje mismo indica que él había comenzado a tener dudas acerca de Jesús, porque aun pregunta, “¿o esperaremos a otro?” Si no tenía dudas acerca de Jesús, estas preguntas no tienen sentido.

      Algunos, queriendo defender a Juan y no aceptar que él tuviera dudas,  dicen que las dudas no eran de Juan sino de sus discípulos; es decir, creen que Juan los envió con esta pregunta para resolver las dudas de ellos, pero, como observa Lenski, esta explicación ataca la integridad de Juan, porque implica que Juan haría esta pregunta como si él quisiera la respuesta cuando en realidad él quería la respuesta para sus discípulos. Peor aun, ataca la integridad de Jesús quien dice, “Id, haced saber a Juan”, para apoyar el fingimiento como si Juan quisiera saber cuando solamente sus discípulos tenían dudas (desde luego, Jesús conocía perfectamente quién tenía y quién no tenía dudas).

      El ser inspirado por Dios como profeta no era garantía de que él entendiera la naturaleza espiritual del reino del cual hablaba. Es muy probable que él, al igual que los apóstoles y los demás, esperara que Cristo reinara aquí en la tierra. Este texto ilustra otra vez que la Biblia habla con toda franqueza de las flaquezas de sus más grandes héroes, y la explicación más razonable de esta pregunta es que Juan tenía dudas acerca de Jesús de Nazaret. Por lo menos quería tener su confianza reafirmada (ATR). Al volver a leer Mat. 3:10, “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”, tenemos que preguntar, ¿está mostrando algo de impaciencia ahora porque Jesús no había cortado el árbol corrupto? ¿No habría compartido el concepto de los otros judíos y aun de los apóstoles que el Mesías había de establecer un reino terrenal para llevar a cabo fuertes juicios? Y ¿dónde estaba ese reino? ¿Por qué no lo había establecido? Jesús enseñaba y hacía milagros, pero aparentemente no había hecho nada para establecer tal reino. Tal vez Juan compartiera la esperanza de muchos de los que acompañaban a Jesús de que El comenzara a reunir sus ejércitos para derrotar a los romanos.

      “Los árboles sin frutos todavía no han sido cortados; el grano no ha sido removido de la cáscara, ni ha visto él todavía el fuego que no se apaga. Probablemente él no vio ninguna tendencia hacia ninguno de estos resultados… De haberle sido a él permitido formar parte de la compañía del Salvador, recibir la influencia silenciosa de su ejemplo y su verdad, pedirle explicaciones y de oír sus razonamientos, podemos nosotros estar seguros de que su estado mental hubiera sido muy diferente. Pero no solamente no había tenido los privilegios del más humilde de los discípulos del Señor, sino que, por el contrario, lo habían dejado languidecer y sentir agitarse su espíritu en cruel encarcelamiento, el cual le había sido impuesto debido a su celo justo por la misma causa que había sido enviado a promover” (GRB).

      Sea lo que haya sido el caso de Juan debemos aprender que los hijos de Dios más fieles y fuertes pueden tener dudas y faltas (1 Cor. 10:12). El apóstol Pedro aprendió esto y lloró amargamente (Mat. 26:72; Gál. 2:11).

      ¿Cómo podría Juan dudar? Algunos, queriendo defender a Juan, suponen que Juan solamente quería que Jesús declarara más abiertamente que en realidad El era el Mesías para acabar con las dudas e inquietudes del pueblo acerca de su identidad (compárese Mat. 16:14), pero si eso hubiera sido su pensamiento o motivación, habría enviado discípulos a Jesús animándole a hacerlo, pero simplemente no fue así.

      Cuando Dios llamó a Moisés, éste le resistió con excusas (Ex. 3, 4), indicando su falta de fe en Dios (lo hizo otra vez en Núm. 20:12). Solamente con milagros se convenció Gedeón. La confianza que Elías tenía en Dios prácticamente desapareció y él se escondió en una cueva (1 Reyes 19:1-4). Jeremías denunció el día de su nacimiento (Jer. 20:7, 14-18). Job también. El ejemplo “clásico” de flaqueza en los grandes era Pedro quien, después de ser testigo de la transfiguración de Jesús y observar su vida y obras tan maravillosas, andando con El por más de tres años, lo negó con juramentos. En cuanto a Juan, sin duda el estar confinado en la cárcel tuvo algo que ver con su flaqueza, porque cuando él estaba predicando y bautizando a mucha gente, su fe era muy viva y fuerte (JWM).

      Sea lo haya sido el caso de Juan, aquí cabe una advertencia para nosotros. Recuérdese que Juan estaba encarcelado. Esto podría ser aun para los más fuertes una experiencia deprimente. Juan ya no estaba en el sol del desierto, sino que su vida había pasado por debajo de una nube obscura. La advertencia para nosotros es esta: tengamos cuidado de no perder la fe o caer en dudas cuando estamos afligidos y angustiados. Hay toda clase de experiencia que deprime y debilita.

      7:21  En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. 22  Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: -- Jesús no levantaba un ejército, no entrenaba a sus discípulos para la guerra contra los romanos, no recaudaba fondos para alguna revolución; más bien, había demostración de poder milagroso para aliviar las aflicciones humanas (HLB). Una demostración es mucho mejor que una mera explicación. Jesús habló de sus hechos que cumplieron la profecía de Isaías, para que Juan interpretara estos hechos para contestar su propia pregunta, pues ningún profeta había hecho lo que Jesús hizo. Por su propio poder y por su propia autoridad hizo estas señales; aun perdonó pecados por su propia autoridad (Mat. 9:6, “el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”). Jesús no contestó la pregunta de Juan con palabras, sino con hechos, hablando de las buenas obras que había de hacer “el Siervo de Jehová” (Isa. 42:6sig; 35:5,6; 61:1sig). No criticó a Juan por haber hecho esta pregunta. Más bien El simplemente apunta hacia las obras que según los profetas el Mesías haría. Jesús había hecho estas obras y ahora deja que Juan saque su propia conclusión para contestar su propia pregunta. La mejor respuesta a la pregunta de Juan era la obra de Jesús. Seguramente Juan conocía estas profecías y sacó la conclusión correcta.

      Debemos aprender esta lección. Para convencer a los que dudan, los argumentos más convincentes son los hechos. Nos conviene, pues, juntar todos los hechos del caso como evidencia en concreto y dejar que el que duda a sacar su propia conclusión (FLC).

      -- los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, -- Según Isa. 35:5-6, estas buenas obras serían cumplidas por el Mesías.

      -- los muertos son resucitados, -- V. 15, acabó de levantar al hijo de la viuda de Naín. Todo esto ocurrió “en esa misma hora” y probablemente al mencionar estos que fueron sanados, etc., Jesús podía apuntar hacia ellos; es decir, es como si El hubiera dicho, “Aquí mismo está mi respuesta, mírenlos”. ¿Pero qué tiene que ver esta respuesta con la pregunta de Juan? Las respuestas de Jesús casi siempre son muy indirectas. Me imagino que muchas veces al oír la respuesta de Jesús a sus preguntas los oyentes quedaron bien perplejos, frunciendo cejas y mirándose los unos a los otros y queriendo hacer otra pregunta para que Jesús aclarara su respuesta a la primera pregunta. ¿Por qué Jesús no contestó de forma más directa? Obviamente para hacernos pensar y razonar. El no nos trata como si fuéramos pajarillos con la boca abierta, sino como hombres creados a la imagen de Dios con la facultad mental como para entender asuntos de considerable importancia.

      Al meditar en estas obras de Jesús los sinceros deberían recordar lo que los profetas decían del Mesías (Isa. 35:5-6; 61:1, etc.) Si Jesús hacía lo que, según los profetas, el Mesías (el que había de venir) haría, entonces ¿cuál es la conclusión lógica (la inferencia necesaria) acerca de la persona de Jesús? Por lo tanto, Jesús mismo citó a Isaías 61:1, 2 cuando enseñó en la sinagoga de Nazaret: Lucas 4: “16  Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.  17  Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:  18  El Espíritu del Señor está sobre mí,  Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;  Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;  A pregonar libertad a los cautivos,  Y vista a los ciegos;  A poner en libertad a los oprimidos;  19  A predicar el año agradable del Señor. 20  Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.  21  Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”.

      --  y a los pobres es anunciado el evangelio; – Isa. 61:1, un punto culminante, ATR; una característica única y especial del Mesías. ¿Por qué se incluye la predicación a los pobres entre los milagros de Jesús? Se incluye y con buena razón, pues tiene mucho que ver con la identidad del verdadero Mesías. La literatura de varias naciones registra maravillas de varias clases (seguramente según 2 Tes. 2:9, “gran poder y señales y prodigios mentirosos”), pero es imposible fingir la simpatía por los desdichados y afligidos. La sincera preocupación por los pobres es una cualidad encontrada solamente entre los verdaderos discípulos de Jesús.

      ¿Cuántos grandes líderes mundiales se fijan en los pobres para servirles y ayudarles? Para muchos líderes de renombre los pobres no valen nada; son despreciados y hasta pisoteados. No había “evangelio” para los que no podían pagar (BWJ). Sólo valen para los propósitos egoístas de los grandes y famosos. No fue así con Jesús y no es así con verdaderos cristianos. Aquí está una marca de identidad del verdadero discípulo de Cristo: ama y sirve a los pobres.

      Los hechos tienen poder para convencer. Compárense Mat. 5:16; Jn. 13:34, 35; 1 Ped. 3:1-2, etc.

      7:23  y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí. – No convenía que Juan siguiera el ejemplo de los demás judíos que hallaron tropiezo en Cristo. La palabra skándalon significa lazo o trampa, es decir, ocasión de caer. Se usa de “cualquier cosa que suscite prejuicios, o que venga a ser un obstáculo para otros, o que les haga caer por el camino” (WEV). Por ejemplo, Mat. 13:21, “al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”; para algunos la aflicción o la persecución son ocasiones o causas de tropiezo. Jn. 11:9, “el que anda de día no tropieza”. Para los judíos Jesús era “piedra de tropieza”. Mat. 21:42, hablando de sí mismo, “Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras:  La piedra que desecharon los edificadores,  Ha venido a ser cabeza del ángulo”. Según ellos Jesús no reunía los requisitos para ser su Mesías y lo rechazaron. Más bien, tropezaron sobre El. Jesús de Nazaret no era la clase de Mesías que ellos esperaban y, por eso, tropezaron. “He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída” (Rom. 9:33).

      Los líderes de los judíos tropezaron al ver a Jesús comer con publicanos y “pecadores”; cuando “violaba” el día de reposo (sanando gente); cuando denunció sus tradiciones; cuando les llamaba hipócritas, Mat. 23; cuando rehusó darles una señal del cielo y también cuando rehusó ser su rey (Jn. 6:15). Todos estos tropiezos fueron causados por el concepto carnal y terrenal que los líderes de los judíos tenía de su Mesías.

      Posiblemente por no entender la naturaleza del reino de Cristo y por ser un poco impaciente había peligro de que Juan hallara ocasión de tropiezo en Jesús. Sin embargo, es muy probable que con la explicación de Jesús se borrara su duda.

      El profeta Isaías había predicho que el Mesías (Jesús) no sería deseado por el pueblo de Israel. Isa. 59, “2  Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.  3  Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. Nació en un pesebre. Fue criado en Nazaret, un pueblo despreciado (Jn. 1: 46). Sus apóstoles eran, por la mayor parte galileos, hombres humildes. Los discípulos de Jesús eran los “pequeños” del mundo (los insignificantes). 1 Cor. 1, “26  Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;  27  sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;  28  y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,  29  a fin de que nadie se jacte en su presencia”. Sobre todo la cruz de Cristo – su muerte para expiar los pecados del mundo – era tropiezo para ellos (1 Cor. 1:23).

 

Jesús elogia a Juan (Mat. 11:7-11)

      7:24  Cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a decir de Juan a la gente: -- En lugar de criticar a Juan por su pregunta que aparentemente indicaba duda, Jesús alaba a Juan.

      -- ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? – Tales cañas crecían en abundancia cerca del Jordán donde Juan bautizaba; alcanzaban tres o cuatro metros de altura y siendo muy frágiles se doblaban con el viento. Juan no era así; no era hombre débil, sin firmeza, variable, inconstante. No era hombre cambiable, vacilante, sin convicción, sin valor. No era doblado ni por el aplauso ni por el desagrado del pueblo. Si hubiera tenido ese carácter, habría elogiado al rey Herodes (compárese Hech. 12:22) en lugar de condenar su matrimonio adúltero. ¿Por qué estaba en la cárcel? En ese momento Juan estaba encarcelado por haber hecho lo que los escribas, fariseos y otros líderes judíos no se atrevían a hacer: reprender el pecado del rey. Juan no cedió a la opinión popular ni se comprometió con el pecado. Por ser todo lo opuesto a una “caña sacudida por el viento” él no solamente fue encarcelado, sino que también fue degollado.

      Herodes estimaba a Juan. “Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana” (Mar. 6:20); por eso, si Juan se hubiera aprovechado de ese aprecio que Herodes sentía por él, habría estado en el palacio en lugar de estar en la cárcel (JWM). Pero no era así. Juan no se podría comparar, pues, con una caña sacudida por el viento. Más bien debería ser comparado con un “árbol plantado junto a corrientes de aguas” (Sal. 1:3).

      La Biblia abunda de ejemplos de personajes que no eran como cañas sacudidas por el viento: (1) Noé no sabía nada de “diluvio”, pero construyó el arca porque tenía fuerte convicción que Dios cumpliría su palabra; (2) Abraham estaba a punto de matar a su único hijo porque Dios le mandó hacerlo; (3) “No había nadie de los de casa allí” pero José dijo, “¿cómo haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?”; (4) Satanás dijo, “todo lo que el hombre tiene dará por su vida”, pero no conoció a Job; (5) Caleb y Josué vieron los mismos gigantes que tanto asustaron a los otros diez espías, pero dijeron, “Si Jehová agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra”; (6) En lugar de arrodillarse delante del ídolo del rey, los tres jóvenes hebreos dijeron, “nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo  … y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses”; (7) Cuando los judíos amenazaron a Pedro y a Juan, éstos dijeron, “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”; (8) Cuando el profeta dijo a Pablo que sería encarcelado en Jerusalén y  los hermanos le rogaban que no fuera allá, él respondió, “¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”.

      Es indispensable que todo cristiano tenga convicción no de boca sino de acción, para no ser como cañas sacudidas por el viento, pero lamentablemente esto bien describe a muchos de los que profesan ser cristianos, miembros de la iglesia de Cristo: por ejemplo: (1) muchos no tienen convicción con respecto a la autonomía de cada congregación (Hech. 14:23; 20:28), sino que promueven la centralización de los fondos de muchas iglesias en alguna “iglesia patrocinadora” o en alguna institución para hacer obras benévolas y del evangelismo a nivel nacional o internacional; establecen escuelas para predicadores, clínicas, asilos para niños, etc. para promover el evangelio social; (2) muchos no tienen convicción con respecto a la naturaleza espiritual de la iglesia y tienen salones de recreo y toda clase de actividad social, convirtiendo la iglesia en club social; (3) algunos no tienen convicción sobre el bautismo, pues ahora se han unido a los evangélicos diciendo que no es necesario para el perdón de pecados; (4) entre muchos no hay convicción con respecto al uso de instrumentos de música en el culto de la iglesia, pues dicen que es cuestión de opinión; (5) algunos ya no hacen caso a lo que Pablo dice a Timoteo con respecto a la modestia de la mujer (1 Tim. 2:9), ni tampoco en cuanto al papel de la mujer en la iglesia (1 Tim. 2:12), porque creen que ella debe ocupar puestos de liderazgo; (6) muchos hermanos han encontrado explicaciones y rodeos para no observar lo que Jesús y los apóstoles enseñan sobre el divorcio y nuevas nupcias (Mat. 19:9; Rom. 7:2, 3); (7) algunos hermanos, queriendo armonizar la Biblia con la evolución, enseñan que  los seis días de la creación (Gén. 1) no eran días literales, sino largos períodos de millones de años; (8) increíblemente algunos hermanos enseñan que cuando Cristo estuvo en la tierra no usó ningún atributo divino, sino que simplemente actuaba como hombre, recibiendo poder del Espíritu Santo al igual que los apóstoles (esta doctrina es muy parecida a la de El Atalaya); (9) y para colmo de males muchos hermanos están mal representando lo que Pablo enseña en Rom. 14 para promover la llamada “unidad en la diversidad doctrinal” y esto abre las compuertas para toda clase de apostasía. Todo esto nos hace meditar seriamente en lo que Jesús dice en Luc. 18:8, “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”

      Hay hermanos que prefieren ser “centristas”. No quieren ponerse del lado de la verdad. Quieren ser neutrales. No les gusta la controversia. Algunos hermanos han dicho que quieren ser “bíblicos” pero no “polémicos”. Tales hermanos se engañan solos. No hay término medio entre la verdad y el error. Los que son “neutrales” aprueban el error, porque es imposible ser neutral o centrista y apoyar la verdad. Algunos hermanos dicen que ni son liberales ni conservadores, que ni son derechistas ni izquierdistas. Esto suena bien a los oídos de personas sin convicción, pero no suena bien a los oídos de Dios. Si nos preguntan “¿hermano, qué cree usted sobre la centralización, sobre el divorcio y segundas nupcias, sobre los días de la creación, sobre la Deidad de Cristo, sobre Rom. 14?” ¿cómo contestamos? Algunos levantan el dedo mojado al viento para saber de donde sopla, luego ponen espaldas al viento y se dejan llevar por el camino de menos resistencia. Todo es “pura opinión” para los que son doblados por el viento.

       7:25  Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están.  -- Tal ropa es emblema de riquezas, pero “Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre” (Mat. 3:4; 2 Reyes 1:8). Era hombre robusto, fuerte, que podía aguantar tribulación y oposición.

      7:26  Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? --  20:6; Mat. 21:26, “todos tienen a Juan por profeta”. “Y muchos venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad”, Juan 10:41. “Juan tenía todas las grandes cualidades de un verdadero profeta: ‘Una vigorosa convicción moral, integridad, fuerza de voluntad, un celo intrépido por la verdad y la rectitud’ (Bruce, ATR). Juan era el único profeta del cual otro profeta hablaba (Mal. 3:1).

      -- Sí, os digo, y más que profeta. – Otros profetas hablaban de la venida de Cristo, pero ningún otro profeta tenía el honor de anunciarla y luego preparar el camino para el Mesías.

      7:27  Este es de quien está escrito:  He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz,  El cual preparará tu camino delante de ti. -- Mal. 3:1. Era más que profeta y más que reformador, pues era el mismo precursor de Jehová (Cristo); Isa. 40:3, la profecía, “Preparad camino a Jehová”; Jn. 3:28, el cumplimiento, “No soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él”. ¡Qué honor más grande para Juan! 

      7:28  Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; -- Porque estaba íntimamente asociado con el Mesías. Era su precursor. Por eso, era mayor que los otros profetas, sacerdotes, reyes y otros grandes. Para Jesús los más grandes hombres del mundo no son los reyes, generales, ni mucho menos los más famosos artistas o deportistas.  Si alguien tuviera la más mínima duda acerca de la grandeza de Juan, seguramente este elogio debería haber borrado esa duda. Lo que Jesús dice en estos versículos “Puede casi ser considerada como el elogio funeral del Bautista, porque no mucho después Herodías logró su muerte” (Plummer, citado por ATR).

      Como Cristo alabó a Juan, también alabó al centurión (8:10, “ni aun en Israel he hallado tanta fe”); a la mujer cananea (15:28, “Oh mujer, grande es tu fe”) y a María (Mar. 14:8, “Esta ha hecho lo que podía”).

      --  pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. – Juan anunció que el reino se acercaba (Mat. 3:1), pero todavía no existió; por eso, Juan no estaba en el reino. La comparación aquí tiene que ver con privilegios. Los que están en el reino disfrutan grandes privilegios que aun los más grandes como Juan no disfrutaban.

      ¿Cuáles son algunas cosas que el cristiano más pequeño sabe que Juan no sabía? No sabía de la crucifixión, sepultura, y resurrección de Jesús. No sabía nada de los eventos del día de Pente­costés. Ignoraba los grandes eventos registrados en Hechos de los Apóstoles. No tuvo la dicha de leer las epístolas del Nuevo Testamento. Nunca participó de la cena del Señor. No gozaba de las  bendiciones es­pirituales que tenemos en Cristo; es decir, los más pequeños en el reino  disfrutamos de bendiciones y privilegios que no existían en el tiempo de Juan. ¡Cuán grande es, pues, la bendición de ser ciudadano en el reino de Cristo!

      De lo que Jesús dice aquí es lógico concluir que Juan no estaba en el reino, y si él no estaba en el reino nadie estaba en el reino en ese tiempo. Además, si Juan no estaba en el reino tuvo que ser porque aún no existió el reino. El ministerio del profeta ocurrió en los días finales del Antiguo Pacto, la ley de Moisés. El mismo había predicado que el reino “se acerca” (Mat. 3:2). ¿Por qué no fue posible que el reino se estableciera antes de morir Jesús? ¿Cuándo ascendió Jesús a su trono? Si el reino se estableció antes de morir Jesús, se estableció sin tener rey.                           

      7:29  Es probable que lo que se afirma aquí en los versículos 29, 30 es de Lucas, como un detalle de historia para enfatizar el éxito del ministerio de Juan. Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan.  – El pueblo común y aun los publicanos aceptaron el bautismo de Juan como la voluntad de Dios, pero los líderes religiosos lo rechazaron. ¿Qué aprendemos de esto en cuanto a la importancia del bautismo? Si el bautismo de Juan era “el consejo de Dios” cuánto más el bautismo mandado por nuestro Señor Jesucristo para todas las naciones (Mat. 28:19; Mar. 16:16). Los que fueron bautizados por Juan reconocían que su bautismo era del cielo y no de los hombres (Mat. 21:25).  Aprobaron su predicación sobre el arrepentimiento y el acercamiento del reino. “Justificar” a Dios significa afirmar o declarar que El tenía razón, que lo que hacía era correcto. Un comentarista calvinista (GRB) dice, “fueron bautizados como una declaración de la renovación de su mente, y como una prenda de una vida compatible con tal declaración”. ¿Por qué no citó Marcos 1:4 y Lucas 3:3, “el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados”? Los textos que dicen que el bautismo es “para perdón de pecados” son muy molestos para evangélicos.

      7:30  Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan. – Ellos sí llegaron al bautismo de Juan (Mat. 3:7), pero no se sometieron al bautismo, porque no querían confesar sus pecados y llevar frutos dignos del arrepentimiento. Debe observarse que Jesús enfatiza el bautismo como la prueba en cuanto a si los hombres justifican o rechazan los designios de Dios (JWM). Los millones que enseñan que el bautismo en agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no es para remisión de los pecados hacen peor que los “fariseos y los intérpretes de la ley” que desecharon “los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados” de Juan, porque el bautismo requerido por Cristo y los apóstoles no solamente es para la remisión de los pecados, sino también para recibir al Espíritu Santo.

      Los evangélicos simplemente no se atreven a citar Mar. 1:4; Luc. 3:3 y Hech. 2:38 que hablan del bautismo “para perdón de pecados” porque no aceptan que el bautismo es para perdón de pecados. Deben sentirse muy incómodos estando en la compañía de “los fariseos y los intérpretes de la ley” desechando los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados de acuerdo a estos textos. Los que rechazan el evangelio puro (incluyendo el bautismo en agua para el perdón de pecados) rechazan el propósito de Dios para ellos mismos; es decir, el daño hecho es, en primer lugar, contra ellos mismos. Sin embargo, también afecta a todos los ciegos que siguen a estos ciegos.

      Los evangélicos creen que si uno está bautizado para perdón de pecados, esto indica que cree en la “justicia propia” (que se está salvando por sus propias obras), que cree en la “regeneración bautismal” y que es más católico que cristiano. Tales acusaciones e insinuaciones bien ilustran la tragedia del calvinismo. Los “reformadores protestantes”, basándose en la teología calvinista, llevaban una campaña agresiva contra las obras de supererogación del catolicismo y cayeron en la trampa de la supuesta “salvación por la fe sola”. Hasta la fecha los “protestantes” no pueden ver la distinción entre las obras prescritas por el clero romano y los mandamientos de Cristo y el Espíritu Santo. Arrojan al bebé con el agua de baño.

      7:31  Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? – ¿Dónde buscar para ilustrarlo? Mar. 4:30; Lam. 2:13.

      7: 32  Semejantes son a los muchachos (caprichosos, inconstantes, volubles, inconsecuentes) sentados en la plaza, -- (“Aquí se reunían los ciudadanos, se sentaban los jueces, se arreglaban los negocios, y los mercados se establecían… y los muchachos se reunían para jugar”, JAB) que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no llorasteis. -- (por ejemplo, golpear el pecho, Luc. 18:13). – Los niños imitan a los adultos en todo. Es algo común ver a los niños jugando a iglesia (predicando, dirigiendo himnos, etc.). Primero tocaban flautas como si fuera fiesta de bodas, pero esto no les agradó a sus compañeros desagradables y malhumorados, ni tampoco cuando jugaban a funeral. Nada les complacía.

      Desde luego, Jesús no incluye en esta denuncia a todos de esa “generación”, porque en el texto paralelo (Lucas 7:29-35) leemos, “29 Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan.  30  Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan”. Por eso, parece que esta denuncia se dirige principalmente a los líderes religiosos de los judíos (escribas, fariseos, saduceos).

      7:33  Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, -- Luc. 1, “80 Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. Mat. 3, “4  Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; (como Elías, 2 Reyes 1:8) y su comida era langostas y miel silvestre”. Juan no solamente vivió aparte de la sociedad hasta que empezara su ministerio, sino que aun cuando comenzó a predicar, “salía a él Jerusalén, y toda Judea y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” (Mat. 3:5, 6); es decir, él no se mezclaba con la gente en las ciudades, sino que todos salieron “a él”. Juan no llevaba vida social, pues vivía como ermitaño. Por eso lo veían como fanático), y decís: Demonio tiene. –  (Jn. 7:20; 8:48-52; 10:20; este insulto equivalía decir “está loco”. Mat. 8, “27  Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros”. Había muy poca semejanza entre Juan y los endemoniados, pero algunos de éstos también vivían aparte de la sociedad (“ni moraba en casa”) y los tales tenían que comer lo que había en esos lugares desiertos.

      Los que no querían aceptar el mensaje y bautismo de Juan, tenían que justificarse de alguna manera; por eso, atacaban su vida ascética y rústica, diciendo que estaba loco, que él no era digno de enseñar ni bautizar ni mucho menos reprender (Mat. 3:7) a estos hombres tan sabios y tan elevados. ¿Qué decía Jesús de Juan? ¿Que tenía demonio (que estaba loco)? Mat. 11, “11  De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”. ¿Qué decía Jesús de los escribas y fariseos? ¿Que eran muy sabios? Mat. 23: 19, “¡Necios y ciegos!”.

      7:34  Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino,

(Jesús no compartió la vida ascética de Juan. El asistía a los eventos sociales (Jn. 2:2), y comía con toda clase de gente (Luc. 7:36; 15:1, 2; Mat. 9:10), pero era acusación diabólica tildarle de “comilón”, que quiere decir “glotón”, y “bebedor de vino”, que quiere decir “borracho”) amigo de publicanos y de pecadores (con esto querían insultar a Jesús, pero en este caso decían la verdad, Luc. 15:2. Jesús, el Buen Médico, quería ser conocido como “amigo de publicanos y de pecadores”, Luc. 5:29-32.

      Los que no querían aceptar a Jesús como el Mesías (Jn. 5:40) tenían que menospreciarlo para justificar su rechazo de El. Según ellos, estos hombres – Juan y Jesús – no eran “dignos” de enseñar a los “exaltados” fariseos e intérpretes de la ley. Juan estaba loco y Jesús era hombre frívolo e irresponsable que no respetaba el buen decoro (“Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”, Luc. 7: 39).  Si alguno no quiere aceptar la verdad, cualquier excusa sirve (Luc. 14:15-20).

      7:35  Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos. -- por sus obras, sus resultados. Esta parábola indica que Dios había llamado a su pueblo tanto por el ministerio de Juan como por el ministerio de Jesús. Desde luego, había llamado a su pueblo por medio de los profetas a través de los siglos, pero el pueblo de Israel, como niños malcriados, consentidos y rebeldes, no respondían ni a uno ni a otro de los mensajeros de Dios.

      Había diferencia entre el ministerio de Juan y el de Jesús, porque el propósito de cada ministerio era único. El mensaje de Juan era muy sencillo y también limitado: “arrepentíos porque el reino se ha acercado”. Les dio ejemplos específicos de cómo arrepentirse (Luc. 3:10-14). Aparte de esto el único mensaje de Juan fue el mensaje de juicio (Mat. 3:10-12). En un sentido, pues, fue mensaje de “endecha”.

      Aunque Jesús predicó mucho sobre el arrepentimiento, su mensaje incluía muchas promesas de bendiciones y gozo para los que acepten el reino espiritual que El iba a establecer. Sus parábolas reflejan este gozo: p. ej., Luc. 15, el gozo del pastor que encontró la oveja perdida, el gozo de la mujer que encontró la moneda perdida, el gozo del padre cuando el hijo pródigo volvió, y el gozo en el cielo entre los ángeles de Dios cuando el pecador se arrepiente, como también las parábolas que hablaban de la fiesta de bodas. Había mucha solemnidad en la enseñanza de Jesús, pero también abundan las palabras de gozo y alegría. El sermón del monte comienza con bienaventuranzas (“bienaventurado” quiere decir “dichoso”), Mat. 5:1-12.

      Toda esta enseñanza fue la invitación del cielo ofrecida primeramente a los judíos, pero la rechazaron. “No queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40). Aparte de rechazar la invitación, mataron a Juan y después a Jesús mismo.

      Los predicadores (evangelistas) deben preocuparse por agradar a Dios y no a los hombres (Gál. 1:10), pero aunque quisieran agradar al pueblo (aun a los hermanos), por más capacitados que sean para predicar, no pueden agradar a todos. Si es hermano muy serio, le acusan de ser malhumorado. Si es alegre y optimista de espíritu, le acusan de ser frívolo. Debe estar resuelto, pues, a no fijarse en lo que la gente quiera, sino solamente en lo que agrade a Dios. De todos modos, la obra es de Dios y los resultados están en manos de Dios. Dios sabe lo que la gente necesita.

 

Jesús en el hogar de Simón el fariseo

 (Jesús perdonaba pecados)

      7:36  Uno de los fariseos (Simón, v. 40) rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó (se recostó, LBLA, margen) a la mesa. – Este “Simón” no ha de confundirse con “Simón el leproso” (Mat. 26:6) que también invitó a Jesús a una cena. Aunque en las dos cenas Jesús fue ungido con perfume, son dos casos distintos. La mujer que ungió a Jesús en la casa de Simón el leproso era María de Betania (Jn. 12:1-8). El nombre “Simón” era uno de los nombres más comunes entre los judíos (hay nueve en el Nuevo Testamento). Jesús no hizo acepción de personas. Comía con los publicanos y “pecadores” pero también con los fariseos (11:37; 14:1).

      7:37  Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, -- Lucas presenta a Jesús como el Amigo de publicanos y pecadores (5:29-32; 15:1-7). Jesús habla de ella como mujer perdonada (v. 47, 50), pero la mala reputación no se le quita en un día; recuérdese el caso de “Rahab la ramera”. Así era todavía según la opinión de Simón y probablemente los otros invitados.

      -- al saber que Jesús estaba (reclinado, LBLA, margen) a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro (vaso hecho de ese material) con perfume; -- Lo que ella hizo era premeditado, pues vino preparada para expresar su amor hacia Cristo. “Entró gracias a la curiosa costumbre de aquellos tiempos que permitían que los extraños entraran en una casa a una fiesta sin haber sido invitados, especialmente los mendigos para buscar una limosa” (ATR). “Muchos entraban y tomaban los asientos marginales, sin ser invitados y sin ser por ellos cuestionados. Hablaban con los que estaban a la mesa acerca de los temas o noticias del día, y nuestro anfitrión habló libremente con ellos” (Trench, Parables). “Esta misma costumbre con frecuencia sorprende y perturba a los viajeros, en el Oriente, en los días actuales” (GRB). Simón no le dice nada, mucho menos correrla.

      7:38  y estando detrás de él a sus pies, -- La costumbre era reclinarse sobre cojines o lechos bajos alrededor de la mesa, apoyándose sobre el codo izquierdo con el brazo derecho libre para comer. Las piernas estaban estiradas hacia atrás; por eso, era fácil de que la mujer estuviera “detrás de él a sus pies” descalzos, pues las sandalias que llevaba se dejaban afuera al entrar. Comúnmente un sirviente lavaba los pies del visitante, pero en esta oportunidad ese acto de hospitalidad se descuidó.

      -- llorando, – “No habla, pero sus lágrimas, etc. son más elocuentes que el habla, y son entendidas por Jesús” (HAWM). Sus lágrimas expresaban su arrepentimiento y también su gratitud hacia Cristo. Sin duda esto indica “tristeza según Dios” (2 Cor. 7, “10  Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación” porque ella estaba muy consciente de sus pecados y estaba muy arrepentida, pero Jesús describe sus acciones como muestra de amor; por eso, parece que sus lágrimas también expresaron gozo y gratitud.

      -- comenzó a regar (mojar; “humedecer” según Lacueva) con lágrimas sus pies, y los enjugaba (secaba, LBLA) con sus cabellos; – María de Betania hizo lo mismo (Jn. 12:3). La mujer judía no desataba la cabellera en público, pero esta mujer, tan llena de amor y gratitud, no tomaba en cuenta esa costumbre. “Al emplear su cabello en esa forma, ella literalmente puso lo que constituye la gloria de una mujer (1 Cor. 11:15) a los pies del Salvador” (GRB).

      --  y besaba (repetidas veces) sus pies, y los ungía con el perfume – no con aceite del oliva (como se usaba comúnmente), sino con perfume costoso y muy fragante. (Compárense Mat. 26:7; Mar. 14:3; Jn. 12:3).  Ella compartía el concepto de María de Betania de que Jesús merecía lo mejor. Esta mujer de Lucas 7 no derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús (compárese Mat. 26:7), sino solamente sobre sus pies.

      7:39  Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. – Cuando Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín, “todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” (Luc. 7:16), pero Simón pensaba que cuando Jesús permitió que una mujer pecadora le tocara, mostraba que no era profeta. Creía que un verdadero profeta conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca” y la rechazaría porque para los fariseos (los “separados”) tales personas eran inmundas.

      El Mesías sería el Profeta del cual Moisés había hablado (Deut. 18:15-18; Isa. 11:2-4).

      Los fariseos eran expertos en detectar el pecado de otros, pero no estaban conscientes de pecado alguno en su propia vida (Mat. 7:1-5; Luc. 16:15;18:9-14). Véase 7:29, 30, rechazaron el bautismo de Juan porque era “para perdón de los pecados”; éstos se justificaban a sí mismos y no tenían sentimiento alguno de culpa.

      7:40  Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro. – “Respondiendo”, no da respuesta a lo que Simón “dijera”, pues según el texto no dijo nada, sino a lo que “dijo para sí”, es decir, sus pensamientos. Jesucristo conocía los pensamientos del hombre (Mat. 9:4; Jn. 2:24, 25). Con esto probaba que era Profeta, pues podía discernir los pensamientos del corazón; por eso, era Dios omnisciente.

      7:41  Un acreedor (prestamista, LBLA) tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios (el denario era el salario diario de un jornalero, Mat. 20:2; compárese Luc. 10:35), y el otro cincuenta;  42  y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó (generosamente, LBLA)  a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más? – “Éste es el meollo de la parábola, la actitud de los dos deudores hacia el prestamista, que los perdonó a ambos” (Plummer, ATR). Con esta pregunta Jesús obliga a Simón a juzgar a sí  mismo, porque Jesús no tiene en mente solamente los dos deudores de la parábola, sino también y especialmente los dos deudores actuales, Simón y la mujer. Según Simón él sería como aquel siervo que debió muy poco (50 denarios) y la mujer sería como aquel siervo que debió mucho (500 denarios). Según la respuesta de Simón a la pregunta de Jesús, la mujer amaría más que él, y esto era precisamente el punto de Jesús. Los versículos 44-47 lo confirman.

      7:43  Respondiendo Simón, dijo: Pienso (supongo; probablemente dicho con actitud de indiferencia) que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. – Con su respuesta Simón se condenó a sí mismo. Compárese 2 Sam. 12:1-7, con su respuesta David se condenó a sí mismo.

      7:44  Y vuelto a la mujer, (que sepamos no lo había hecho antes) dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? -- Jesús invita a Simón a mirarla para aprender una lección de ella al observar el contraste entre la conducta de ella y la de él.

      -- Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.  45  No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.  46  No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. – Simón había sido defectuoso en tres cosas claves: agua, beso, aceite.  “Enseguida el Maestro revela ante todos el mezquino tratamiento que ha recibido de su anfitrión. Este había omitido todas las acostumbradas evidencias de hospitalidad… Simón no había proporcionado agua para lavar los pies de Jesús (Gén. 18:4; Jue. 19:21), no le había dado la bienvenida con un beso (Gn. 29:13; 45: 15; Ex. 18:7) y no había ungido la cabeza de su invitado, ni siquiera con aceite de oliva barato (Sal. 23:5; 141:5). La recepción había sido fría, con aires de superioridad, descortés. El Maestro muestra que en los tres aspectos ha recibido un tratamiento muy distinto de la mujer arrepentida. En vez de agua para los pies de Jesús, esta mujer ha proporcionado lágrimas, indicativas de arrepentimiento. En vez de un beso en la mejilla, ella le ha dado muchos besos fervientes a los pies, símbolos de gratitud. ¡En vez de aceite de oliva barato para la cabeza, ha derramado un perfume precioso y fragante en sus pies! … Lo que hace es esto: invierte los papeles. Simón se consideraba justo, perdonado (si es que alguna vez sintió la necesidad de perdón) y miraba a la mujer como pecadora sin perdón. Jesús muestra que por su falta de amor es Simón quien da muestras de no haber sido perdonado … mientras que la mujer se regocija en la libertad de culpa que ha recibido como un don de la gracia de Dios” (GH).

      “La agradecida mujer había hecho por compensar la deficiencia de Simón. Por falta de agua, ella había dado sus lágrimas; en lugar de la toalla, su cabello; a la ausencia del beso de salutación en la mejilla, ella había depositado muchísimos besos de tierna gratitud en sus pies; en lugar del mero aceite para su cabeza, ella había derramado pródigamente un ungüento muy costoso en sus pies” (GRB).

      7:47  Por lo cual te digo -- expresión enfática; iba a decirle algo que él debería aprender, que esta mujer no era, como él creía, una mujer que persistía en una vida mala, sino una mujer humilde y arrepentida que había reconocido que en Cristo ella podía obtener el perdón de sus pecados y, por eso, vino a la casa de Simón para mostrar estos actos de amor y gratitud.

      -- que sus muchos pecados le son perdonados, (han sido perdonados, LBLA, porque el verbo en el griego está en el tiempo perfecto) porque (pues que, VM; pues, FL, RVR77, margen) amó mucho; -- Sus muchos pecados han sido perdonados; esto es cierto puesto que ella ha manifestado el amor de una manera exaltada (HAWM). Sus expresiones de amor eran la prueba de que había sido perdonada. Tenía muchos pecados y, por eso, muestra mucho amor. Dicho de otro modo, el mucho amor que está mostrando indica que ella está consciente de haber sido perdonada de sus muchos pecados.

      El amor expresado por esta mujer no era la causa sino el resultado del perdón. 1 Jn. 4, “19  Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Es lo que esta parábola enseña claramente. Jesús pregunta, “¿cuál de ellos (los dos siervos perdonados) le amará más?” Primero, fueron perdonados; entonces, amaban. Jesús no dice, “Tu amor te ha salvado”, sino que “Tu fe te ha salvado” (v. 50). Si se trata de probar que ella fue perdonada porque amaba mucho, se destruye el pensamiento de la parábola.

      Los que predicamos el evangelio puro (el plan de salvación según la Biblia) siempre enfatizamos que el hombre no se salva por la fe sola, sino que es necesario obedecer al evangelio. De otro modo la fe no salva; más bien sería una fe muerta (Sant. 2:24-26). Sin embargo, en esta parábola Jesús enfatiza que los que están conscientes de sus pecados y con corazón contrito se arrepienten de ellos y reciben el perdón de Dios aman mucho. Ellos expresarán su amor y gratitud profusamente. Los que no son perdonados de sus muchos pecados aman poco (en verdad, no aman nada).

      -- mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. – Hay contraste aquí entre esta mujer que había sido perdonada de muchos pecados – y que, por eso, amaba mucho -- con Simón el fariseo que no estaba consciente de sus pecados, no se había arrepentido de ellos, no había sido perdonado de ellos y por esta razón no amaba a Cristo. Este es el único punto en esta parábola.

      Esta mujer conocía a Cristo, su enseñanza y sus obras. Ella había escuchado la gran invitación, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28), y la había aceptado. Estaba consciente de sus pecados y tenía plena fe en Cristo como Salvador. Jesús le había llevado al arrepentimiento y le había convencido que si ella viniera a El, es decir, si creyera en El como el Hijo de Dios y se arrepintiera de sus pecados, recibiría el perdón de sus pecados. Ella tenía esta fe y esta fe le salvó (v. 50).

      Recordemos que durante su ministerio personal en la tierra Jesús perdonaba a varias personas de acuerdo a la voluntad de El. Mar. 2:1-5 habla de los que descubrieron el techo de una casa y “bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”. Luc. 23:41-43 relata la salvación del ladrón en la cruz. La conversión de la gente que vivía antes del día de Pentecostés no es ejemplo para nosotros. Jesús dio la gran comisión a los apóstoles (Mat. 28:19; Mar. 16:15, 16) y desde entonces todos tienen que obedecer al evangelio según los términos expresados por Jesús y los apóstoles (véanse Hech. 2:37, 38; 8:12, 35-39; 9:18; 10:48; 16:15, 33,34; 18:8).

      Sin embargo, la lección de esta parábola tiene que ver con el amor expresado por los que ya son perdonados.

      7:48  Y a ella le dijo: Tus pecados te son (han sido, LBLA) perdonados. – Aunque Simón la menospreciara y dijera “para sí” que ella era mujer pecadora e indigna de tocar a Cristo, en realidad sus pecados “quedaron” perdonados. Jesús confirma a la mujer que sus pecados han sido perdonados, pero también lo dice para mostrar a Simón y a los otros invitados que El perdonaba pecados.

      7:49  Y los que estaban juntamente sentados (reclinados, LBLA, margen) a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?  -- Luc. 5, “21  Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Dicen, “también”, porque había sanado con sólo una palabra al siervo del centurión, resucitado al hijo de la viuda, y había dado a Juan prueba de que El era el que había de venir. Ahora hace “también” lo que solamente Dios puede hacer: perdonar pecados. Mar. 2:10, “el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”. ¿Cómo pueden algunos de nuestros propios hermanos enseñar la mentira de que aquí en la tierra Jesucristo nunca mostró ningún atributo divino, que solamente usó atributos humanos? Esta es falsa doctrina. Es herejía porque niega la Deidad de Cristo. Como la gente bien decía (Mar. 2:7), “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Nadie. Por eso Cristo es Dios.

      7:50  Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz. – Jesús dijo esto varias veces: Mat. 9:22, “Ten ánimo, hija;  tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora”; Mar. 10:52, “Tu fe te ha salvado”. Salmo 107:20, “Envió su palabra, y los sanó”.

 

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