Capítulo 3

3:1 -- ¡Oh gálatas insensatos! -- "anoetos, no entendedor, no aplicar nous, la mente, Luc. 24:25;  Gá 3:1, 3, 'necios', significa carente de sentido, una indigna carencia de en­tendimiento" (Vine). Pablo les llama insen­satos porque después de comenzar "por el Espíritu" (es decir, obedecieron al evangelio puro) se dejaron llevar por un "evangelio" pervertido. Dejaron la gracia para someterse a la ley de Moisés. Habían escapado de la es­clavitud del paganismo (4:8, 9) y ahora se es­tán esclavizando otra vez. Ante estos falsos maestros Pablo ni por un momento accedió a someterse (2:5), pero los hermanos gálatas se sometían a ellos.

          "Recibisteis el Espíritu" y habéis llegado a ser "insensatos" y "necios". Estaban en un es­tupor espiritual y Pablo quería despertarlos. La doctrina falsa -- al igual que el vino -- en­torpece los sentidos. Pablo no dice que eran ignorantes o faltos de educación. La mayoría de los más educados son los más insensatos en cuanto a la doctrina de Cristo (1 Cor. 1:18-21). Los gálatas eran simplemente ovejas que no pensaban. Eran como "niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doc­trina" (Efes. 4:14). ¡Cuántos hermanos insen­satos -- hermanos que no estudian -- se dejan llevar por algún error doctrinal! Algunos son engañados por el calvinismo; algunos caen en el error de la centralización de los fondos de muchas iglesias en manos de los ancianos de alguna "iglesia patrocinadora" (o de alguna institución); otros aceptan errores conve­nientes con respecto al divorcio y segundas nupcias; y muchísimos hermanos caen en el error de emplear Rom. 14 para justificar una lista larga de errores doctrinales. El que no usa sus ojos para ver está en la misma condi­ción que el ciego y el que no usa sus oídos para oír está en la misma condición que el sordo.

          -- ¿quién os fascinó -- "ebaskanen, atraer mal sobre uno mediante fingida alabanza o el mal de ojo (vudú), extraviar mediante malas artes" (ATR). Los hermanos gálatas no fueron fascinados por medio del mal de ojo, sino por los judaizantes que les fascinó con un evangelio pervertido. Aceptaban la ley en lugar de la sangre de Cristo, lo imperfecto en lugar de lo perfecto, lo provisional en lugar de lo permanente. Estaban engañados como si hubieran caído bajo la maldición de encan­tadores. El engaño doctrinal no es menos peligroso que el engaño de artes mágicas. ¿Cuál es peor? Las dos cosas destruyen a sus víctimas. Todos deben entender que Satanás no solamente emplea a los que practican la magia (Hech. 19:19) para engañar (fascinar), sino también a los que enseñan falsas doctri­nas.

          -- para no obedecer a la verdad, -- 5:7. La obediencia a la verdad no termina con el bautismo. Es necesario seguir obedeciendo a la verdad toda la vida. (Cabe aquí la pregunta para los que enseñan la justificación por la fe sola: ¿Quién os fascinó para no obedecer al evangelio, Mar. 16:16; Hech. 2:38)?)

          -- a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? -- La predicación de Pablo y Bernabé presentó a Cristo como crucificado ante los ojos de los gálatas. Estos fieles men­sajeros hablaron mucho acerca de Jesús y los gálatas pudieron "verlo" colgado en la cruz de Calvario, pero pronto lo olvidaron.

3:2 -- Esto solo quiero saber de vosotros: -- No dice esto para pedir información sino para que ellos reflexionen y recuerden. Pablo les hace una serie de preguntas que ellos de­bieran haberse hecho a sí mismos.

          -- ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley (cuando fueron circuncidados), o por el oír con fe? (cuando obedecieron al evange­lio). Había una sola respuesta posible y en ella la cuestión quedó resuelta. Todos sabían que cuando se arrepintieron y fueron bauti­zados para el perdón de pecados, recibieron el don del Espíritu Santo (Hech. 2:38). Pedro dijo, "Varones, hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la pa­labra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros" (Hech. 15:8, 9). Puesto que ellos recibieron el Espíritu a través del evangelio, entonces les convenía permanecer en él.

3:3 -- ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comen­zado por el Espíritu, (el evangelio, 2 Cor. 3:6, 17) ahora vais a acabar por la carne? -- La palabra carne en este texto se refiere a las "ordenanzas acerca de la carne" de la ley de Moisés (Heb. 9:10; Gál. 6:13). Había muchísimas leyes acerca de cosas inmundas y muchísimos requisitos para la purificación del cuerpo. Los que comenzaron con el evangelio y luego acabaron con la circuncisión eran "de los que retroceden para perdición" (Heb. 10:38). En lugar de avanzar espiritualmente algunos de los hermanos gálatas retrocedían (Heb. 10:38).

3:4 -- ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? -- "Todos los que quieren vivir pia­dosamente en Cristo Jesús padecerán perse­cución" (2 Tim. 3:12). Los gálatas habían padecido. Léase el relato de Lucas de la obra de Pablo y Bernabé en Galacia (Hech. 13, 14). Si los hermanos gálatas aceptan el ju­daísmo, no recibirán la recompensa que Jesús promete a los que sufren por El (Mat. 5:10-12). Compárese 1 Cor. 15:12-19; si los corin­tios se apartaran de la esperanza de la resu­rrección, su sufrimiento habría sido en vano. Todos los que sufren por su religión la deben exa­minar cuidadosamente para no ser de los que padecen en vano. Los "testigos" sufren mu­cho. Ellos se glorían en la persecución que sufren, pero no hay esperanza de recom­pensa para los que niegan la Deidad de Cristo y rechazan su doctrina. Todo grupo religioso debe leer -- con temor y reverencia -- lo que Jesús dice en Mat. 7:21-23.

          -- si es que realmente fue en vano. -- Hay optimismo en esta frase (Heb. 6:9; 10:39). Había esperanza para ellos. Tal vez su sufrimiento no fue en vano porque al leer esta carta tan poderosa -- tan lógica y dinámica -- seguramente algunos (posi­blemente muchos) de ellos reflexionaran y se afirmaran en la verdad del evangelio.

3:5 -- Aquel, pues, que os suministra el Es­píritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe? -- Hech. 14:3. ¿Por qué obró el Señor mi­lagros entre ustedes? ¿Para confirmar la ley de Moisés o para confirmar el evangelio? ¿Obró milagros el Señor a través de los ju­daizantes?

3:6 -- Así Abraham creyó a Dios, -- Pablo no dice que Abraham creyó "en" Dios sino que "creyó a Dios". No quiere decir que sola­mente en una ocasión le creyó, sino que llevó una vida de fe (una vida fiel y obediente, Heb. 11:8-19). Siempre creía lo que Dios le decía y le obedecía.

          ¿Qué le dijo Dios a Abraham? "Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue con­tado por justicia" (Gén. 15:5, 6). Ya le había dicho (Gén. 12:2, 3), "Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las fa­milias de la tierra". ¿Por qué hubiera sido difí­cil que Abraham creyera esa promesa? Porque Abraham y Sara no tuvieron hijos. "Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando glo­ria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia" (Rom. 4:19-22).

          Abraham es el nombre más grande entre los judíos y, sin duda, los judaizantes habla­ban constantemente de él para convencer a los gentiles que tenían que ser hijos de Abra­ham para ser salvos y que para ser hijos de Abraham tenían que ser circuncidados (Gén. 17:10). Por eso, Pablo habla de Abraham y explica cómo él fue justificado, para que to­dos -- tanto gentiles como judíos -- imitaran su ejemplo.

          -- y le fue contado por (para, eis) justicia. -- Este texto (Gén. 15:6) es citado otra vez por Pablo en Rom. 4:3. Este es uno de los textos predilectos de los calvinistas. Bajo la influen­cia del calvinismo nuestros traductores tra­ducen la palabra eis "por" o "como" (LBLA), pero significa para (compárense Mat. 26:28; Hech. 2:38, para remisión de pecados). Sig­nifica, pues, que la fe (fidelidad) de Abraham le fue contada para justicia (para ser acep­tado por Dios). Lo citan mucho los calvinistas para "probar" dos errores:

          1. Este texto es muy citado por los que en­señan la justificación por la fe sola, pero éstos no creen a Cristo. El dice, "El que creyere y fuere bautizado será salvo" (Mar. 16:16) y no lo creen. Desde luego, Dios no le mandó a Abraham que se bautizara, pero si lo hubiera requerido, in­mediatamente Abraham hubiera sido bautizado, pero los evangélicos no creen a Cristo sino a sus pastores que les dicen que con solamente creer en Cristo serán salvos. (Los que no creen a Cristo no creen en Cristo).

          Se argumenta que cuando Dios le prometió un hijo a Abraham él solamente creyó porque no había otra cosa que pudiera hacer y, por eso, con el simple acto de creer él obtuvo la salvación; entonces concluyen que los inconversos solamente tienen que creer y serán salvos de sus pecados. Lo que estos no toman en cuenta es que Abraham ya era hijo de Dios cuando Dios le hizo la promesa. El primer texto que habla de Abra­ham (Abram) es Gén. 11:26; entonces en Gén. 12:1-3 Dios llama a Abram, pero no le llamó para salvarle porque era hijo de Dios (no hubiera hecho promesas de esta clase a un incrédulo). En Betel edificó "altar a Je­hová, e invocó el nombre de Jehová" (ver. 8). Por eso, Gén. 15:6 (y los textos del Nuevo Testamento que lo citan) no tienen nada que ver con la conversión de un incrédulo; es decir, este texto no significa que con solamente creer uno se salva de sus pecados pasados.

          En cuanto al uso de este texto, la cita que más fuertemente refuta la doctrina de la justi­ficación por la fe sola es Sant. 2:23, porque dice que "se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado para justicia" "cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar" (ver. 21; Gén. 22:1-12; Heb. 11:17). De hecho el siguiente versículo es aun más dañino para la doctrina de la justificación por la fe sola: "Vosotros veis, pues, que el hom­bre es justificado por las obras, y no sola­mente por la fe" (ver. 24). Este texto explica el significado verdadero de la palabra creyó. Cuando Abraham creyó Abraham obedeció. El no sabía nada de una supuesta justifi­cación por la fe sola. Dice el bautista A. T. Robertson, "Santiago (2:23) cita el mismo pasaje como prueba de la obediencia de Abraham a Dios al ofrecer a Isaac (al comenzar a ofrecerlo). Pablo y Santiago es­tán considerando diferentes episodios de la vida de Abraham, y ambos están en lo cierto" (Imágenes verbales en el Nuevo Testamento). ¿Qué está diciendo Robertson? Quiere decir que Gén. 15 habla de la justificación de Abraham por la fe sola y que Gén. 22 no tiene nada que ver con la justificación y sola­mente es "prueba de la obediencia de Abra­ham", pero el Espíritu Santo no es inconse­cuente como lo son los calvinistas. Sant. 2:23 dice la misma cosa que Rom. 4:3 y Gál. 3:6. Los tres textos dicen exactamente lo que Moisés dice en Gén. 15:6, que Abraham tenía una fe obe­diente, que él era fiel y que, por eso, Dios lo aceptó y bendijo.

          Algunos dicen que Santiago 2:24 no se refiere a la justificación por Dios sino por los hombres, pero léase Gén. 22:5, "Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos y volveremos a vosotros". Abraham no fue justificado por los hombres porque éstos se quedaron con el asno y ni cuenta se daban de la gran demostración de la fe de Abraham, la fe que le justificó ante los ojos de Dios cuando ofreció a su hijo.

          Recuérdese que "el hombre no es justifi­cado por las obras de la ley" (2:16) sino por "la obediencia a la fe" (Rom. 1:5; 16:26). "Las obras de la ley" no equivalen a "la obediencia a la fe", pero lamentablemente para los calvinistas son la misma cosa. Por eso no creen a Cristo (Mar. 16:16) y no aceptan que el bautismo es para el perdón de pecados (Hech. 2:38). Para ellos los que obedecen para ser justificados son legalistas (hacen "las obras de la ley"), pero ¿qué dice 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 1:22; 4:17?

          2. También los calvinistas usan Gén. 16:5 (Rom. 4:3; Gál. 3:6) para "probar" que la jus­ticia personal de Jesús es contada o imputada al creyente, pero es muy evidente que estos textos dicen que la misma fe (fidelidad) de Abraham le fue contada para justicia. No hay ningún texto que enseñe ni implique que la justicia personal de Jesús sea imputada o contada al creyente. Este error fue inventado para sostener el error llamado "la perseve­rancia de los santos" (véase el estudio sobre la gracia, 2:21). Según la teoría calvinista de la imputación, Dios no le imputa al creyente sus pecados porque ya fueron imputados a Cristo y El los llevó a la cruz y por esta causa el santo no puede caer de la gracia. Véase 5:4, notas.

3:7 -- Sabed, por tanto, que los que son de fe, -- Los que son de fe no son los que simple­mente están convencidos de que la palabra de Dios es verdad, sino los que son movidos por su fe a obedecer y seguir a Dios.

          -- éstos son hijos de Abraham. -- 3:9, 29. No los circuncidados sino las personas que imitan a Abraham, creyendo a Dios y obede­ciéndole. En su carta a los romanos Pablo explica que Abraham fue justificado antes de ser circuncidado (Rom. 4:10), y que la circun­cisión era solamente la señal o "sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incir­cunciso" (ver. 11), para que pudiera ser padre no solamente de los circuncisos (judíos) sino también de los incircuncisos (gentiles) que "siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado" (ver. 12).

          ¿Era Abraham judío o gentil? Cuando Abraham fue justificado por fe (por creer a Dios y obedecerle) él no era judío sino gentil, como los hermanos gentiles de Galacia. El era tan incircunciso como ellos. Dios le justi­ficó cuando era incircunciso. Dios le llamó cuando era incircunciso. Dios le hizo la promesa cuando era incircunciso, para que -- a través de su simiente (Cristo) -- pudiera ser el padre de los incircuncisos.

          Juan el bautizador dijo a los judíos, "no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abra­ham aun de estas piedras" (Mat. 3:9). Cuando los judíos dijeron, "Linaje de Abraham so­mos, y jamás hemos sido esclavos de nadie" (Jn. 8:33), Jesús les dijo, "Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais" (ver. 39) y luego les dijo, "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vues­tro padre queréis hacer" (ver. 44).

          Por lo tanto, aunque los judaizantes pro­fesaban ser cristianos, en realidad eran "falsos hermanos" (2:4) que querían hacer los deseos del diablo, pervirtiendo el evangelio. No tenían el derecho, pues, de llamarse hijos de Abraham, porque no tenían nada en común con aquel gran hombre.

3:8 -- Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, di­ciendo: En ti serán benditas todas las na­ciones. -- El evangelio de Cristo (la buena nueva) fue predicado a Abraham. Dios le dijo que en su simiente serían bendecidas todas las naciones del mundo. "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó" (Juan 8:56). Abraham conoció a Cristo. El oyó, entendió y creyó el evange­lio. Se gozó que a través de su simiente (Cristo, 3:16) los gentiles serían salvos. Abra­ham creyó en la gracia. Creyó en el perdón. Creyó en la salvación de los gentiles por medio del evangelio.

          Abraham es un ejemplo principal de cómo creer a Dios, obedecerle y ser salvo. Dios le dijo que saliera de su tierra y su parentela y salió (Gén. 12). Le dijo que en su vejez él y Sara tendrían un hijo, y "El creyó en espe­ranza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia" (Rom. 4:18). Dios le mandó que ofreciera a su hijo, el heredero de la promesa, y lo ofre­ció (Gén. 22). El tenía verdadera fe en Dios. El creía que si matara a su hijo, Dios iba a levantarlo de los muertos (Heb. 11:19).

3:9 -- De modo que los de la fe (de fe, LBLA) son bendecidos con el creyente Abraham. -- Creyente, pisto, creyente o fiel. Hech. 16:1, "Timoteo, hijo de una mujer judía creyente"; Hech. 16:15, "Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor"; 1 Cor. 4:17, "Timoteo ... fiel en el Señor"; 2 Cor. 6:15, "¿O qué parte el creyente con el incrédulo?"; Efes. 1:1, "a los santos y fieles en Cristo Jesús"; Efes. 6:21, "Tíquico, hermano amado y fiel"; 1 Tim. 1:12, "me tuvo por fiel"; 1 Tim. 5:16, "Si algún creyente o al­guna creyente tiene viudas ..."; 2 Tim. 2:2 "esto encarga a hombres fieles", etcétera. Los creyentes son los fieles hijos de Dios. Creyente es sinónimo de cristiano (discípulo, santo).

          "Los de fe" son todos los fieles de Dios desde el principio y hasta el fin del mundo. Dios tiene solamente un pueblo. Todos sus hijos son "los de fe". Hay un solo olivo, y de éste algunos se cortan y a éste otros se injer­tan. 144,000 es el número de los salvos desde el principio hasta el fin del mundo; este número representa las 12 tribus (los salvos bajo Antiguo Testamento) más los 12 após­toles (representando los salvos bajo el Nuevo Testamento) x 1000 (número simbólico). Hay un solo Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Antes de El no había salvador. Hay un solo plan de salvación: creer a Dios y obedecerle de corazón. En las tres dispensaciones ha habido diferentes requisitos pero los que creen a Dios le obedecen, sean lo que sean los mandamientos.       Todos son salvos por fe (por creer a Dios y obedecerle de corazón). Abraham, Moisés, David, Isaías, Daniel, los judíos y gentiles del primer siglo fueron salvos por creer a Dios y obedecerle de corazón.

3:10 -- Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues es­crito está: Maldito todo aquel que no per­maneciere en todas las cosas escritas en el li­bro de la ley, para hacerlas. -- Los que de­penden de las obras de la ley no son los que obedecen a la fe (Rom. 16:26; 1:5), sino son como el fariseo de Luc. 18:9-14; son los que confían en sí mismos como justos y dicen "Dios, te doy gracias por que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano". Los judaizantes dependían de la cir­cuncisión y el guardar la ley (Hech. 15:1, 5) para justificación (para ser salvo) y les dice Pablo, "Si ustedes dependen de las obras de la ley para ser salvos, tienen que cumplir to­das las cosas escritas en la ley sin pecar ni una sola vez. Tienen que obedecer y practicar todo mandamiento (aun el más pequeño), toda ordenanza, todo acto de purificación (había muchísimas) sin cometer una sola falta. Si cometen una sola falta -- cualquier infracción o transgresión -- están bajo maldición".

          Los judaizantes no guardaban toda la ley (6:13); por eso, estaban bajo maldición. ¿Qué, pues, sería la condición espiritual de los hermanos gentiles que se convencieron que debían depender de las obras de la ley? También estuvieron bajo maldición. En­tonces, ¿les habían traído una bendición los judaizantes?

          3:11 -- Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; -- Esta cita de Habacuc (2:4) fue escrita cuando estaba en vigor la ley de Moisés. Aun durante ese tiempo Dios dijo que "El justo por la fe vivirá". Los sectarios abusan de Habacuc 2:4 como abusan de Gén. 15:6, diciendo que "El justo por la fe (sola) vivirá", pero la palabra "fe" bien puede tra­ducirse "fidelidad" (véase LBLA, margen). El profeta se queja porque Dios permitió que el pueblo oprimiera a los justos y Dios le dijo que los infieles serían castigados (que los caldeos vendrían para castigarles). Entonces el profeta se queja de que Dios empleara a otra nación más malvada que Judá para cas­tigar al pueblo de Dios, y el Señor le dice que los caldeos también serán castigados. La con­clusión es que todos los inicuos y malvados serán castigados y que "el justo por su fe vivirá", es decir, los fieles serán bendecidos por Dios. El profeta entendió esto y quedó muy contento (léase la conclusión del libro).

          El "justo" no es el que solamente cree, sino el que "hace justicia" (1 Jn. 3:7, "el que hace justicia es justo").  Aunque los israelitas apostataron de Dios siempre había un rema­nente. Dios siempre tenía sus 7000 que no se hincaban delante de los baales (1 Reyes 19:18). Recuérdese Heb. 11; este capítulo nombra muchos fieles y concluye (vers. 32-40) diciendo, "El tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, etcétera" y luego habla de muchos actos heroicos de fe y devoción de un gran número de siervos de Dios. Todos es­tos eran verdaderos hijos de Abraham, no solamente en lo físico sino también (y de más importancia) en lo espiritual.    La palabra "vivir" significa tener vida es­piritual, gozar del perdón y paz de Dios y tener comunión con El.

3:12 -- y la ley no es de fe, -- no es como el evangelio de Jesucristo, el Salvador, sino que exige la obediencia perfecta.

          -- sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. -- Lev. 18:5. Básicamente la ley de Moisés requirió la obediencia, y castigó la deso­bediencia. Por eso, los judíos y judaizantes que dependían de la ley para justificación solamente pensaban en los requisitos de la ley y se sentían justificados por su obediencia, pero se engañaban solos porque para ser jus­tificados por la ley tenían que guardarla per­fectamente, sin pecar nunca. Pablo se refiere a esto en Rom. 4:4, "Pero al que obra (obedece perfectamente la ley de Moisés, sin pecar), no le cuenta el salario como gracia, sino como deuda" (su justificación sería como deuda, algo merecido). Sin embargo, "todos pecaron, y están destituidos de la glo­ria de Dios" (Rom. 3:23) y, por eso, no había ninguna esperanza de justificación por la ley.

          En esta carta (3:19 - 4:5) Pablo explica el propósito de la ley. Era necesaria para refre­nar el pecado y sirvió como ayo para llevarles a Cristo. La ley, los profetas y los salmos apuntaban a los israelitas fieles hacia Cristo para que obtuvieran la salvación que tanto anhelaban. Estos entendían que la ley -- con tantos mandamientos, estatutos, ordenanzas, etcétera -- no era un fin en sí misma, sino el medio de acercarse a Dios, para adorarle y servirle con toda humildad y para obtener su misericordia y perdón. Estos querían y bus­caban al Salvador. Para los humildes y sin­ceros la ley era santa, y el mandamiento santo, justo y bueno (Rom. 7:12) porque les hizo ver su necesidad de la gracia de Dios. Sin embargo, los orgullosos (por ejemplo, los judaizantes) entendían mal el propósito de la ley y la usaban como un código de man­damientos y prohibiciones que guardar para merecer la justificación. "Os justificáis a vosotros mismos ... unos que confiaban en sí mismos como justos" (Luc. 16:15; 18:9). Estos no tomaron en cuenta sus pecados y la necesi­dad de obtener el perdón de Dios..

3:13 -- Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), -- Isa. 53:6, 10; 2 Cor. 5:21; 1 Ped. 2:24; Tito 2:14. Los israelitas no crucifi­caban a los criminales, sino que los apedrea­ban, pero después de apedrearlos los colga­ban sobre un madero (Deut. 21:21-22). "No dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado" (ver. 23). Pablo emplea la palabra madero para identificar la crucifixión de Jesús con la maldición pronunciada en Deut. 21:23 (véase Hech. 13:29; Pedro hace lo mismo, Hech. 5:30; 10:39; 1 Ped. 2:24).

3:14 -- para que en Cristo Jesús (2:14, 17; 3:14, 28; 5:6) la bendición de Abraham al­canzase a los gentiles (todas las naciones). -- Gén. 12:3; 13:15; 17:8. Esto fue el propósito de Dios al dejar que Cristo fuera hecho maldición por nosotros.

          -- a fin de que por la fe -- Pablo usa la ex­presión "la fe" (con artículo definido) en este versículo y también en los vers. 23, 25, 26 para hablar del evangelio de Cristo. Es la fe objetiva, el objeto de la fe. Véase Judas 3.

          -- recibiésemos la promesa del Espíritu. -- La promesa hecha a Abraham fue "la promesa del Espíritu" (la promesa de sal­vación para todos los que creen a Cristo y le obedecen).

3:15 -- Hermanos, hablo en términos hu­manos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade (condiciones, LBLA). -- Es acto criminal cambiar el testamento ya ratificado. Este es un argumento sencillo y claro, pero también poderoso y convincente.

3:16 -- Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. -- Así, pues, Dios ratificó o confirmó su pacto con Abraham y con su simiente, pero no dijo simientes (para hablar de todos los descendientes físicos de Abraham), sino a Abraham y su simiente espiritual, la cabeza de la cual es Cristo. Por lo tanto, la con­clusión lógica es que las promesas hechas a Abraham no fueron cumplidas hasta llegar Cristo (3:7, 29).

          Es cierto que la palabra simiente es un sus­tantivo colectivo y puede ser plural, pero también puede ser singular y los oponentes de Pablo no lo hubieran negado y, por eso, no negarían que la palabra podría aplicarse a Cristo.

          Este texto es otro de los que prueban la inspiración verbal. Muchos creen que el Es­píritu Santo solamente reveló pensamientos a los escritores y que ellos en sus propias pa­labras expresaron esos pensamientos, pero aquí vemos un argumento basado no sola­mente en una sola palabra sino en el número de una sola palabra. Compárese Mat. 22:32; el argumento de Jesús se basa en el tiempo del verbo. La inspiración era verbal.

3:17 --  Esto, pues, digo: El pacto previa­mente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años des­pués, no lo abroga, para invalidar la promesa. -- Este pacto, pues, que fue ratifi­cado antes de llegar la ley todavía está en vigor y no podía ser invalidado por la llegada de la ley, porque como todos saben, la ley vino cuatrocientos treinta años después de que la promesa fue confirmada. Al decir "cuatrocientos treinta años" Pablo cita la Ver­sión Septuaginta, la versión griega de las Es­crituras hebreas, la versión que se usaba uni­versalmente; el argumento de Pablo no fue afectado por el tiempo exacto y el punto im­portante es que todos sabían que la ley vino mucho años después de la promesa.

          Los oponentes de Pablo (los que predica­ban el evangelio pervertido, 1:7-9) hacían que la ley compitiera con la promesa y aun daban más importancia a la ley que a la promesa, pues enseñaban que para que los gentiles recibieran la promesa tenían que guardar la ley. El argumento de Pablo es que la promesa tenía prioridad.

3:18 -- Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa. -- Aquí Pablo explica la relación entre la ley y la promesa. La promesa hecha a la simiente de Abraham llegó a ser su herencia, pero heren­cias no proceden de dos partes (por la ley y por la promesa) sino solamente de una (de la promesa a Abraham). Si la herencia hubiera sido por la ley, entonces cuando ésta fue abolida, la herencia también hubiera sido abolida.

3:19 -- Entonces, ¿para qué sirve la ley? -- En los siguientes versículos    Pablo demuestra que la ley era inferior a la promesa, pero ¿cuál fue su propósito?

          -- Fue añadida -- La palabra traducida añadida no significa añadida para completar sino puesto al lado de, es decir, la ley fue dada adicional e independientemente. La ley no fue añadida como un cuarto es agregado a una casa (y llega a ser parte de la casa), sino que fue puesta al lado de la promesa como una casa remolque se estaciona al lado de la residencia.

          -- a causa de las transgresiones, -- 1 Tim. 1:5-11. La ley llegó muchos años después de la promesa y no fue dada para que Israel gozara de la promesa hecha por Dios a Abra­ham (es decir, no fue dada para vivificar o justificar, ver. 21) -- ni mucho menos fue dada para invalidarla --  sino (1) para que el pueblo reconociera que eran pecadores (Rom. 3:20; 4:15; 5:13, 20; 7:7, 13), y (2) que necesitaban del evangelio (el perdón); (3) la ley fue dada para refrenar el pecado porque prescribió el castigo para los transgresores; y (4) fue dada como "la pared intermedia de separación" para apartar y proteger a los judíos de las contaminaciones de los paganos. Véase tam­bién el ver. 24.

          Algunos han sugerido que la ley promovió el pecado, es decir, que al saber la gente que algo estaba prohibido tenían deseos de ha­cerlo. (Por ejemplo, la mamá se despide de los niños diciéndoles que no se metan frijoles en las narices y aunque los niños nunca hu­bieran pensado de hacer tal cosa, lo hacen simplemente porque les fue prohibido). Pablo refuta esta idea al decir (Rom. 7:12) que "la ley a la verdad es santa, y el man­damiento santo, justo y bueno"; por eso, no promueve el pecado. Después de decir que la ley es buena, él pregunta, "¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera", (Rom. 7:13) sino que el pecado (Satanás) se aprovechó de la presen­cia de la ley y le tentó y llevó a pecar.

          -- hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; -- Había de durar hasta el cumplimiento de la promesa (la llegada de Cristo).

          -- y fue ordenada por medio de ángeles en (por) mano de un mediador. -- La promesa de Dios a Abraham que tenía que ver con el evangelio de Jesucristo vino directa­mente de Dios, pero la ley no fue dada direc­tamente por Dios al pueblo sino que vino a través de Moisés, un mediador (Deut. 5:5) y por la intervención de ángeles (Deut. 33:2; Heb. 2:2).

3:20 -- Y el mediador no le es de uno solo; pero Dios es uno. -- La palabra mediador im­plica un pacto o contrato entre dos partes, pero tal contrato tiene requisitos y si éstos no se cumplen, el contrato queda invalidado. Así fue la ley. Los israelitas "invalidaron mi pacto" (Jer. 31:31-34) y, por eso, fue cancelado. Sin embargo, la promesa (vers. 14, 16, 17, 18, 19, 21, 22, 29) depende solamente de Dios. El la dio y la cumplió. Lo que los israelitas u otros hubieran hecho no podía evitar que Dios cumpliera la promesa porque El -- y solamente El -- estaba y está involucrado en su cumplimiento.

          Se usa la palabra pacto como un acuerdo o convenio, pero el pacto con Abraham era como el pacto de Gén. 9:9 y significaba promesa. Esto es obvio en este capítulo porque la palabra pacto en el ver. 17 significa la promesa (vers. 16, 17, 18).

          El punto principal es, pues, que para de­mostrar la naturaleza provisional de la ley de Moisés, Pablo les explica que la ley fue dada a través de un mediador, indicando que era un contrato entre dos partes y que había condiciones o requisitos. Para seguir en vigor ambas partes tenían que cumplir los requisi­tos. Obviamente, pues, no fue un arreglo ab­soluto sino condicional. Por eso, la ley de Moisés podía ser abolida,         pero el pacto hecho con Abraham era pacto de otra naturaleza. Era una promesa incondicional. No había condiciones ni requisitos y dependía única­mente de Dios. La promesa (en la cual está el evangelio) ofrece salvación a todos (3:13, 14, 26-27).

          Desde luego las bendiciones del evangelio son condicionales (2 Tes. 1:7-9), pero aunque la ley se canceló debido a que una de las partes falló y no cumplió (Jer. 31:31-34; Heb. 8:6-13), la promesa no podía y no puede ser invalidada porque fue hecha por Dios y no había otra parte. El no invalidará su propia palabra (promesa). El hombre puede fallar en su cumplimiento de las condiciones del evangelio pero Dios no puede fallar (2 Tim. 2:13) y su oferta de salvación a todos los hombres hasta el fin del mundo se basa en su palabra irrevocable.

3:21 -- ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; -- ¡Imposible! la promesa es de Dios y la ley es de Dios. Dios no obra en contra de sí mismo. Tanto la ley como la promesa estuvieron en el propósito de Dios de dar vida espiritual a los hombres. La ley no fue un impedimento sino una ayuda necesaria en el plan de Dios para que se cumpliera la promesa. No había rivalidad entre la ley y la promesa.

          -- porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. -- La ley no poseía el poder para dar vida es­piritual al hombre (Rom. 7:24, 25; 2 Cor. 3:6); por eso, obviamente esto no fue el propósito de la ley. La ley no estuvo contra la promesa. Fue una ley buena pero no podía dar vida espiritual; solamente podía hacer que el hombre viera su necesidad del evan­gelio.

          Pero alguien preguntará, si la ley trae maldición, ¿no es antagónica a las promesas que traen bendiciones? Que nadie piense que Dios puede actuar de manera tan contraria. Hay dos maneras en las cuales la ley pudiera ser antagónica al evangelio: (1) si la justicia se pudiera obtener por medio de la ley, hu­biera sido rival del evangelio, pero no es rival. (2) Si la ley hubiera destruido a los hombres a pesar del evangelio, hubiera sido contradicto­ria al evangelio (McGarvey).

3:22 -- Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. -- Rom. 11:32, "Dios sujetó a todos en desobe­diencia, para tener misericordia de todos". La ley encerró a los hombres como prisioneros, condenados por sus pecados, para que la jus­tificación por el evangelio se ofreciera a los que creen. Así es que en lugar de ser an­tagónica al evangelio la ley recalcó y reveló la bendición del evangelio (McGarvey).

3:23 -- Pero antes que viniese la fe, -- 3:14, 23, 25, 26. La palabra fe en este texto no significa la creencia de uno, sino el evangelio, la re­ligión histórica de Cristo (véase el ver. 24, no­tas). Se presenta el contraste entre "la ley" y "la fe".

          -- estábamos confinados bajo la ley, ence­rrados para aquella fe que iba a ser revelada. -- Todos habían pecado, habían perdido su libertad y, por eso, necesitaban de liberación. La ley no solamente encerró a los israelitas sino también sirvió como guardia de ellos. La ley los tenía encerrados y confinados como "En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad" (2 Cor. 11:32). Estando en la cárcel los israelitas gemían, buscando libertad. "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (Rom. 7:24, 25). "Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos" (Rom. 11:32).

3:24 -- De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. -- Ahora Pablo cambia de figura, hablando del peda­gogo (paidagögos), el esclavo de confianza empleado en los hogares de los griegos y ro­manos ricos para encargarse de los mucha­chos entre seis y dieciséis años de edad. Ac­tuó de guardián, cuidando de ellos, disci­plinándoles, siendo responsable por su bien moral y físico. Su trabajo era vigilarlos en el hogar y les llevaban a la escuela, pero el ayo (el esclavo) no era superior al maestro.

          El servicio del ayo (guardián) era muy im­portante, como también el servicio de la ley de Moisés era importantísimo. No conviene hablar de manera negativa de esta ley. Re­cuérdese que "la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Rom. 7:12). Otra figura que se puede usar es la del vestido de boda que tiene su uso especial, su propósito especial, pero después de la boda no es vestido apropiado para otra ocasión.

          3:25 -- Pero venida la fe, (3:14, 23, 26) -- ¿Qué vino? ¿la creencia de alguno? ¿de quién? Muchos evangélicos (por ejemplo, Hendriksen) entienden la palabra fe en este texto como la creencia y no pueden o no quieren aceptar el significado lógico y razo­nable de su uso para hablar del evangelio. Básicamente esta palabra se refiere a la venida histórica de Cristo para llevar a cabo su obra redentora. La palabra más común que describe la misión de Cristo es la palabra evangelio. Por lo tanto, Pablo se refiere a la fe objetiva, el evangelio. En Gál. 1:23 él dice, "predica la fe que en otro tiempo asolaba". ¿Pablo predicaba la fe de alguno? ¿la fe de quién? Judas (ver 3) dice "contendáis ardien­temente por la fe que ha sido una vez dada a los santos". ¿Contender por la fe de quién? ¿la fe de quién fue dada a los santos? En es­tos textos el hablar de la fe subjetiva (la fe nuestra) no tiene sentido.

          -- ya no estamos bajo ayo, -- No hay en toda la Biblia una frase más sencilla y más clara que esta: "ya no estamos bajo ayo", es decir, bajo la ley de Moisés. ¿Quién no puede entender esta frase? El pedagogo llevó a los israelitas a Cristo y entonces fue despedido ya que estaban en la escuela del Maestro Ver­dadero. Los comentaristas Bonnet y Schroeder dicen, "Este ministerio de la ley, para llevar los hombres a Cristo, jamás ha ce­sado, pues si Pablo agrega: no estamos ya bajo ese pedagogo, está hablando de aquellos para quienes verdaderamente ha venido la fe", pero la ley de Moisés nunca fue ayo para los gentiles. (En la misma página estos autores reconocen esta verdad, porque al hablar de judíos y paganos dicen, "de modo que ni los unos ni los otros están ya bajo el pedagogo").

          Volviendo a la figura anterior -- la de cár­cel -- al venir la fe, los judíos que por la ley fueron condenados y que gemían buscando la libertad, fueron liberados. Jesús abrió las puertas de la cárcel. "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn. 8:32).

          Muchos leen Rom. 6:14 ("no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia") y concluyen que el cristiano no está bajo ninguna ley, que no está bajo ley en ningún sentido pero, desde luego, Cristo tiene una ley y sus discípulos es­tán bajo esa ley (1 Cor. 9:21), pero es "la ley de la fe", o sea, del evangelio (Rom. 3:27); es "la ley del Espíritu de vida en Cristo" que "me ha librado de la ley del pecado y de la muerte" (Rom. 8:2); es "la perfecta ley de li­bertad" (Sant. 1:25; 2:12). Sin ley no hay li­bertad sino esclavitud, porque sin ley los hombres se entregan a las formas más de­pravadas de vida, pero la ley de Cristo da perfecta libertad de la culpa del pecado (Hech. 2:38), del dominio del pecado (Rom. 6:12), y algún día Cristo dará a sus discípulos libertad de la presencia del pecado. Si no hubiera ley alguna, no habría pecado, porque el pecado es la transgresión de la ley (1 Jn. 3:4).

          Por lo tanto, estamos bajo la ley de Cristo y debemos obedecerla pero, al obedecerla lo mejor que podamos, simplemente de­mostramos que amamos a Dios de todo corazón (Mat. 22:37) y que nuestra fe no es una fe muerta sino una fe viva (Sant. 2:24-26). De esa manera aunque seguramente so­mos salvos por la gracia, también somos justi­ficados por obrar justicia (lo que Cristo re­quiere de sus discípulos, Hech. 10:35; Gál. 5:6; Efes. 2:10; Tito 3:1, 8; Sant. 2:24).

3:26 -- pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; -- Todos, tanto gentiles como judíos, no son hijos de Dios por obedecer la ley de Moisés (el ayo que ya fue despedido), sino por la fe (el evangelio). El judío ha lle­gado a la madurez para disfrutar de sus dere­chos y privilegios en la casa del Padre. "Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rom. 8:4).

3:27 -- porque todos los que habéis sido bau­tizados en Cristo, -- La palabra en es eis. No significa "en referencia a Cristo" (como dice el bautista A. T. Robertson). Dice Vincent, "Not in relation to Christ (Meyer), but into spiritual union and communion with him. Comp. Rom. 6:3; 1 Cor. 12:12, 13, 27. Paul here conceives baptism, not as a mere sym­bolical transaction, but as an act in which be­lievers are put into mystical union with the crucified and risen Lord. Comp. Rom. 6:3-11." (Traducción: "No en relación a Cristo (Meyer), sino en ("into" significa entrar en) unión y comunión espirituales con él. Com­párese Rom. 6:3; 1 Cor. 12:12, 13, 27. Pablo aquí considera el bautismo, no como un mero acto simbólico, sino como un acto en el cual los creyentes se introducen a una unión mís­tica con el crucificado y resucitado Señor. Compárese Rom. 6:3-11)".

          Por lo tanto, si alguno insiste en que "la fe" del ver. 26 significa la fe subjetiva (la creencia misma), entonces el ver. 27 refuta la idea de salvación por fe sola, porque solamente "los que habéis sido bautizados en Cristo" están revestidos de Cristo (son cristianos, se identi­fican con El).

          Desde luego, Pablo no enseña aquí que el bautismo solo nos pone en Cristo, porque muchos textos enseñan la necesidad de otros actos de obediencia: oír (Rom. 10:17), creer (Jn. 3:16), arrepentirse (Hech. 11:18), y con­fesar la Deidad de Cristo antes de ser bauti­zado (Rom. 10:9, 10) y entonces "el bautismo ... nos salva" (1 Ped. 3:21). No es el propósito de Pablo especificar el bautismo como el único requisito, sino el acto final de la obe­diencia que nos añade a Cristo (Hech. 11:24).

          La Biblia no dice que el bautismo es un "signo externo" de la gracia interna. Tampoco es un sacramento. Nos conviene dejar todos los conceptos errados y aceptar el significado bíblico de este mandamiento.

          -- de Cristo estáis revestidos. -- El bautismo no es un rito mágico para hacernos santos, sino que en este acto nos unimos con Cristo, con su muerte, sepultura y resurrec­ción (Rom. 6:4, 5; Col. 2:12). Al morir al pecado en el arrepentimiento nos unimos a la muerte de Cristo, porque "nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado" (Rom. 6:6, 7). (Véase el estudio amplio de este tema en Gál. 5:13-26).

          El vestido (uniforme) identifica al policía o la enfermera; ahora nuestra vida es como uniforme que nos identifica como cristianos. Rom. 13:14; Efes. 4:22-24; 6:11; Col. 3:12, 14; 1 Tes. 5:8; Apoc. 19:8. Resucitados con Cristo andamos en vida nueva. Ahora no se verá el viejo hombre -- la vida pasada, nuestro carác­ter anterior que fue controlado por la carne -- sino ahora se verá la hermosura de Cristo en nosotros. Debemos tener la mente de Cristo (Fil. 2:1-5).

          En cuanto a esta transformación, Pablo es­taba preocupado por los gálatas. "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros" (Gál. 4:19; Rom. 8:29; 2 Cor. 3:18; 2 Ped. 1:4).

3:28 -- Ya no hay judío ni griego; -- El propósito principal de esta carta fue combatir la enseñanza de que el griego (gentil) tuvo que hacerse judío (circuncidarse y guardar la ley) porque solamente el judío es acepto a Dios. Este texto significa que los hermanos gentiles deberían dejar la idea de ser circun­cidados para hacerse judíos, porque en Cristo no hay distinción alguna entre judíos y gen­tiles, que en Cristo esta distinción perdió su validez y que ahora hay igualdad y debe haber unidad. Dice Pablo (Efes. 2:14-16) que Cristo quitó la "pared intermedia de sepa­ración" (la ley de Moisés) y que ahora todos son reconciliados en un solo cuerpo (que es la iglesia, Efes. 1:22, 23; 4:4).

          -- no hay esclavo ni libre; -- Dice Barclay que había unos sesenta millones de esclavos en el imperio en esos días y que muchos de los miembros de la iglesia eran esclavos. Para muchos amos el esclavo era simplemente una herramienta viva, pero en Cristo se borra la distinción entre esclavo y libre (como también entre esclavo y amo), el punto principal siendo que la promesa a Abraham incluye a todos.

          -- no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". -- Para muchos griegos y también judíos la mujer era en todo sentido inferior al hombre. Se dice que algunos judíos daban gracias a Dios que no habían nacido ni gentil, ni esclavo ni mu­jer. La Biblia -- y mayormente el Nuevo Tes­tamento -- eleva a la mujer a una posición de dignidad y honor.

          Este texto ha llegado a ser el banderín de las feministas para exigir los derechos que según ellas les pertenecen. No perseveran en la doctrina de Cristo (2 Jn. 9) al decir que si no hay distinción entre varón y mujer, entonces la mujer puede predicar. El papel de la mujer en la iglesia se presenta en 1 Cor. 11:3; 14:33-35; 1 Tim. 2:11, 12, pero en este texto (Gál. 3:28) el único punto es que la promesa hecha por Dios a Abraham (la promesa de la salvación en Cristo), es para todos, sin excepción al­guna, y que Dios no hace acepción de per­sonas (Hech. 10:34, 35; Rom. 2:11).

          Este versículo proclama que toda distin­ción -- racial, económica, sexual, etc. -- queda borrada en Cristo. El vínculo de amor puede soportar toda distinción de esta clase. El Señor no estableció una iglesia para los judíos y otra para los gentiles, una para los amos y otra para los esclavos, una para los de una raza y otra para los de otra raza, etcétera. Hay un solo cuerpo, Efes. 4:4.

3:29 -- Y si vosotros (gentiles) sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa. -- Los hermanos gentiles no tienen que ser circuncidados y guardar la ley de Moisés (Hech. 15:5) para ser hijos de Abraham y herederos de la promesa, sino simplemente estar en Cristo. Al bautizarse en Cristo (ver. 27) llegan a ser hijos de Abraham y herederos según la promesa y no tienen que hacer algo más, algo adicional, para ser participantes de esa gran bendición

* * * * * * * * * *

 

Al Estudio Anterior: Gálatas - Capítulo 2
Comentarios Index
Al Siguiente Estudio: Gálatas - Capítulo 4