Filipenses 3


Resumen: Les exhorta a regocijarse, vers. 1, 4, y a guardarse de los maestros judaizantes, vers. 2,3. Para "tapar la boca" a éstos Pablo habla de las ventajas car­nales (en las que confiaban los ju­daizantes) de que él mismo podía jactarse, si en tales cosas hubiera virtud, vers. 4,5; pero  renunció  a todos  los beneficios de la carne, para disfru­tar de las bendiciones en Cristo, quien es más importante que todas las ventajas de nacimiento (linaje) y de oficio, vers. 7-11. Sin embargo, Pablo todavía no ha alcanzado la meta, sino que, olvidando lo pasado, y extendiéndose a lo que está delante, prosigue hacia el premio, vers. 12-14, y les ruega que hagan lo mismo, vers. 15,16. Esta exhortación se acentúa con dos pensamientos finales: (1)
 varios hermanos renunciaron al evangelio puro y son enemigos de la cruz de Cristo, vers. 18,19, y (2) debemos conducirnos como ciudadanos celestiales hasta que Cristo venga para transformar "el cuerpo de la humillación nuestra", a fin de que sea semejante a su cuerpo glorioso, vers. 20,21.

          3:1 -- "Por lo demás, hermanos". Al­gunos suponen que al escribir esto Pablo hacía como muchos predicadores que di­cen, "Ahora bien, para concluir", y en­tonces siguen predicando otra media hora. Lo dice otra vez en 4:8. Es cierto que Pablo usa esta expresión a veces hacia el final de sus cartas (2 Tes. 3:1; 2 Cor. 13:11; Efes. 6:10), pero no la usa exclusi­vamente para finalizar (véanse 1 Cor. 7:29; 1 Tes. 4:1).

          -- "gozaos en el Señor". No debemos en­contrar nuestro gozo en las cosas materia­les ni en el placer mundano, sino en Cristo y en su iglesia. El cristiano tiene el privilegio y el deber de regocijarse. El tiene más fuentes de felicidad que los del mundo y las fuentes de gozo del cristiano nunca fallan. La religión de Cristo no nos hace tristes; no produce depresión ni melancolía. Dicen algunos siquiatras que la religión de Cristo es una de las mayores causas de enfermedades mentales. Las re­ligiones falsas pueden causar tales enfer­medades pero ¡qué vil mentira del diablo si se dice esto acerca de la verdadera re­ligión de Cristo! El cristiano es el único que tiene perfecto equilibrio mental, porque él acomoda todas las cosas en su debido lugar -- estudios, trabajos, activi­dades sociales, etcétera -- y en medio de toda experiencia humana está contento, cosa que no puede decirse de los del mundo. El cristiano refleja en los ojos, en el rostro, en la palabra y en la conducta que Cristo mora en su corazón. Véanse 1:4; 4:4; Jn. 15:11; 16:20,22,24; Hech. 5:41; Sant. 1:3; y muchos otros pasajes.

          Pablo nunca estaba amargado. A pesar de todas las injusticias y persecuciones que sufría, siempre estaba gozoso "en el Señor". Podemos y debemos tener este mismo gozo, pero tiene que ser gozo "en el Señor". No hay gozo verdadero fuera del Señor. Por más que uno tenga la "felicidad" proporcionada por el dinero y posesiones, muchos amigos, poder, fama, y popularidad, no tendrá el gozo ver­dadero. Por el otro lado, el que está "en el Señor" siempre está gozoso aunque sea pobre, maltratado, enfermo y perseguido.

          Gozo "en el Señor" está bien rela­cionado con el conocimiento de la palabra de Dios. En este contexto el gozo está relacionado con la comprensión de la jus­ticia verdadera, y de la circuncisión ver­dadera y de cómo servir a Dios. "Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón" (Sal. 19:8).

          -- "A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro". Pablo era (es) un maestro muy eficaz, y todo maestro bueno sabe la necesidad de la repetición. "Porque por ahí andan mu­chos, de los cuales os dije muchas veces ..." (3:18). En el ver. 2 dice "guardaos" tres veces. "Por esto, yo no dejaré de recor­daros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente" (2 Ped. 1:12). Tal vez Pablo se refiera a esta misma carta, o a sus enseñanzas orales entre ellos, o posiblemente a otra carta que les hubiera escrito. El menciona una carta que escribió a los de Laodicea (Col. 4:16) que no está en el Nuevo Testamento. A al­gunos les gusta hablar de "libros perdidos" para implicar que la Biblia no está com­pleta. Pablo y los otros apóstoles predi­caron muchos sermones y sin duda escri­bieron varias cartas que no están en el Nuevo Testamento. Pero no nos falta ver­dad alguna. Lo que no tenemos es toda repetición de toda verdad revelada.

          Es verdad que hay mucha repetición en el Nuevo Testamento. Varias enseñanzas de Cristo fueron repetidas, mayormente en los libros de Mateo, Marcos y Lucas. También varias enseñanzas de Pablo se repiten en sus cartas. La palabra "Deuteronomio" significa "segunda ley", porque es, en gran parte, la repetición de la ley. Los libros de Crónicas repiten la historia encontrada en 2 Samuel; 1 y 2 Reyes repite la historia de los reinos de David, Salomón, Roboam y los reyes de Judá. Los sermones que predicamos deben ser siempre interesantes. Al repetir verdades bíblicas no debemos aburrir a los asistentes, pero al mismo tiempo, todos los oyentes deben estar sumamente in­teresados en la verdad por más que se repita. (¿Nos aburre nuestro(a) esposo(a) cuando nos dice repetidas veces "Te amo"?)

          ¿Por qué repetir? La audiencia casi nunca es la misma de un servicio al otro; algunos miembros faltan y habrá visi­tantes. Hay miembros nuevos que necesitan mucha confirmación y para esto deben oír las mismas verdades varias veces. También los jóvenes crecen rápi­damente y captan cada día mejor las grandes verdades bíblicas. Hay mujeres con niños que se distraen mucho; es muy difícil que ellas escuchen toda palabra del sermón. Por estas razones es bueno repe­tir las verdades bíblicas.

          Del descuido de temas importantes re­sulta la apostasía. La división actual en la hermandad fue causada en gran parte por el descuido del tema de la organización y obra de la iglesia. Hace cincuenta años casi no se oía nunca sermones sobre la so­ciedad misionera que causó división en la iglesia a fines del siglo pasado. Hoy en día hay muchos hermanos con "convicciones" débiles con respecto al uso de instrumen­tos de música en el culto (muchos her­manos liberales los aceptarían sin oposi­ción alguna).

          La verdad es que hay muchísimos temas que necesitan mucha repetición; por ejemplo, es necesario explicar y de­nunciar el calvinismo, el movimiento carismático, el supuesto reino milenario, el humanismo (por ejemplo, la evolución), y muchos otros errores. Lamentablemente hay hermanos que no saben "quién es quien y qué es que" en cuanto a los predicadores que profesan ser "conservadores". Fácilmente entran en las iglesias hermanos que enseñan errores gravísimos. Dice Pablo, "a mi no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro". Parece a veces que sí les es molesto a algunos hermanos predicar mucho sobre temas controversiales, problemas en la iglesia, varias "cuestiones", etcétera, y predican por muchos meses (tal vez por años) sin mencionarlos. De tal descuido resultan digresiones y apostasías.

          3:2 -- "Guardaos de los perros", "Cuidaos de los perros" (BAS; VHA). El tiempo del verbo "guardaos" o "cuidaos" es presente. Significa, pues, sed vigilantes continua­mente. Compárense Mar. 4:24; 8:15; Luc. 21:8; 2 Jn. 8.

          Al decir "perros" Pablo se refiere a los ju­daizantes. Estos profesaban ser cristianos. Aceptaban a Cristo como el Mesías y habían sido bautizados para el perdón de pecados. También aceptaron la verdad de que el evangelio es para los gentiles, pero decían que primeramente éstos tenían que ser judíos por medio de circuncidarse para poder ser cristianos. Según esto el evan­gelio no era suficiente. La cruz de Cristo no era adecuada para la salvación plena de los gentiles, y que para ellos se requería el evangelio más la circuncisión (Hech. 15:1-5; Gál. 2:1-5). De esta manera les robaban a los gentiles su libertad en Cristo.

          Por lo tanto, Pablo era su enemigo número uno, porque les resistió fuertemente: Gál. 2:5, "a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio per­maneciese con vosotros" (gentiles). Según la ley de Moisés, el perro era un animal inmundo (Lev. 11:27). La palabra "perro" era término de desprecio tanto entre gen­tiles como entre judíos.

          En la actualidad muchos tienen perros caseros, y en Los Estados Unidos gastan mucho dinero para alimentarlos y cuidar de su salud, como si fueran miembros de la familia (muchas veces son tratados mejor que los "otros miembros" de la familia). Es más difícil para los tales en­tender la fuerza de la palabra, pero había pocos términos que indicaban tanto des­precio. Los judíos siempre lo aplicaban a los gentiles. Por eso, Pablo escoge este tér­mino para hablar de los mismos hermanos judíos que querían imponer la circuncisión sobre hermanos gentiles. Los judaizantes eran perros de dos patas, malignos, contenciosos, descontentos que "ladraban" su mensaje torcido y falso para trastornar las iglesias gentiles. (Compárese los lobos de dos patas de Hech. 20:29).

          Nos conviene dar mucho énfasis al peli­gro de mezclar la ley de Moisés con el evan­gelio. Hay varias sectas que lo hacen: los Adventistas aplican (a su modo) la ley del séptimo día; la Iglesia Católica Romana y los Mormones tienen su sacerdocio espe­cial, basándose en la ley de Moisés; varias iglesias humanas usan instrumentos de música en el culto, basándose en la ley de Moisés (mayormente en los Salmos que forman parte de la ley de Moisés); tam­bién casi todas las iglesias humanas impo­nen el diezmo, que también viene de la ley de Moisés. Todos sacan de la ley de Moisés lo que les conviene y lo aplican a su modo en sus religiones "cristianas". Deben estudiar con cuidado este texto en el cual Pablo denuncia fuertemente a los que usan mal la ley de Moisés. Pablo usa­ba palabras cortantes cuando era nece­sario. El mensaje de verdad siempre corta corazones (véanse Hech. 5:33; 7:54, "aserrados en sus corazones" (BAS, mar­gen).

          -- "guardaos de los malos obreros", se re­fiere a los mismos. Pablo denuncia a los judaizantes con una denuncia triple para darle más fuerza. Los mismos son llama­dos "obreros fraudulentos" (2 Cor. 11:13). Los que predican el evangelio se llaman "obreros" (Mat. 9:38; 10:10; 2 Tim. 2:15). Los "obreros" denunciados por Pablo eran muy activos pero no hacían la obra de Dios, sino que formaban partidos, y se gloriaban en la carne de los hermanos gentiles (Gál. 6:13), es decir, se jactaban de cada gentil que podían circuncidar para agregarlo a su partido.

          -- "guardaos de los mutiladores del cuerpo", "guardaos de la concisión" (VM), katatomen, mutilación. Pablo se refiere a los que  practicaban lo que ellos mismos llamaban la "circuncisión", peritome, pero ya que no está en vigor la ley de la circun­cisión, la práctica era simplemente "mutilación". La palabra "mutilación" aparece en Lev. 21:5 ("ni se harán sajaduras en su carne", BAS).

          Para hablar de lo que ellos practicaban Pablo ni usa la palabra "circuncisión", porque la práctica de ellos no era digna de la palabra, sino que era ni más ni menos que la "mutilación" del cuerpo. Dice Pablo en Gál. 5:12 (al referirse a los ju­daizantes), "¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!"

          3:3 -- "Porque nosotros somos la circun­cisión", los cristianos, "linaje de Abraham" (Gál. 3:29), porque "no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en es­píritu, no en letra" (Rom. 2:28,29). (Véanse también Efes. 2:11; Col. 2:11; Gál. 5:6; 6:12,15). En la actualidad los cristianos son el pueblo escogido de Dios, el "Israel de Dios" (Gál. 6:16).

          Aun bajo la ley la circuncisión física no era suficiente. Varios textos hablan de la circuncisión del corazón (Lev. 26:41; Deut. 10:36; 30;6; Jer. 4:4; Ezeq.. 44:7); también la del oído (Jer. 6:10); y la de labios (Ex. 6:12,30). Por lo tanto, aun bajo la ley de Moisés la circuncisión verdadera, la que Dios quería, era muy semejante a la circuncisión espiritual enseñada por el Nuevo Testamento.

          -- "los que en espíritu servimos a Dios", "los que tributamos culto por el Espíritu de Dios" (VHA). El culto de la iglesia es guiado por el Espíritu. "¡Oh Gálatas in­sensatos! ... ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?" (Gál. 3:1-3). ¿Cómo comenzaron por el Espíritu? Por el evan­gelio. ¿Cómo quieren acabar "por la carne"? Volver a la ley de Moisés.

          Otro factor importante con respecto a adorar a Dios por el Espíritu es que adoremos "en espíritu y en verdad" sin preocuparnos tanto por lugares de reunión. Cristo enseña que no importa el lugar de reunión: "Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre ... los ver­daderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn. 4:20-24).

          Desde luego, es necesario tener algún sitio donde podamos reunirnos como iglesia, pero bien puede ser la casa de al­guna familia (Rom. 16:5; Col. 4:15; Filemón 2). La Biblia no pone énfasis al­guno en el lugar de reunión. El hecho de que alguna iglesia tenga edificio bien acomodado y costoso no es evidencia de que sea iglesia espiritual. Sin embargo, los cristianos de cualquier lugar, por pobres que sean, deben hacer lo posible para  proveer algún sitio adecuado para la ado­ración a Dios.

          -- "y nos gloriamos en Cristo Jesús, no te­niendo confianza en la carne" (1:26), como hacían los judaizantes: "quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne. Pero lejos esté de mí glo­riarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gál. 6:13,14). Dijo a los corin­tios (1 Cor. 2:2), "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Je­sucristo, y a éste crucificado".

          Hoy en día no existe el mismo pro­blema combatido por Pablo; no hay líderes religiosos que quieran obligar a la gente a circuncidarse para obtener la salvación, pero la palabra "carne" es pa­labra amplia, como Pablo explica en los versículos siguientes. Tiene que ver con todo aspecto de la religión externa (privilegios externos, Mat. 3:9; Jn. 8:33,34, etcétera). La "carne" no puede servir como base de justificación delante de Dios.

          Por lo tanto, podemos decir que el tener confianza en la "carne" abarca cualquier confianza que no sea la que está bien puesta en el evangelio de Cristo. La "carne" incluye todo aquello que está opuesto a Cristo y al Espíritu.

          Pero es importante recordar que "confiar en la carne" no significa "confiar en la obediencia". Pablo no menosprecia la sujeción al evangelio. "Confiar en la carne" no tiene nada que ver con la aceptación de Cristo y la obediencia a sus mandamientos. Muchos enseñan que cualquier acto como el bautizarse, tomar la cena, etcétera, es algo "externo" y no tiene nada que ver con la salvación. Es necesario entender cómo se usa la expre­sión "confiar en la carne" en el  texto y también en el contexto.

          3:4 -- "Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne". La Biblia de las Américas dice "aunque yo mismo podría confiar en la carne", pero la traducción li­teral es "aunque yo mismo teniendo con­fianza". Pablo afirma que no había virtud en las cosas de la carne, estas cosas que en seguida mencionará, en las cuales muchos hermanos judíos todavía confiaban.

          Pablo estaba altamente calificado para hablar de tales cosas externas, porque él las poseía en sumo grado. Nadie podía de­cir, "Pablo habla de tales cosas porque es envidioso, y si las tuviera él, no las criti­caría". La verdad es que Pablo superaba a muchos de sus contemporáneos. "En el judaísmo aventajaba a muchos de mis con­temporáneos en mi nación" (Gál. 1:14).

          Su argumento es que si tales ventajas hubieran servido como base de confianza, entonces él mismo podría haber confiado en ellas.

          -- "circuncidado al octavo día", como un judío verdadero de nacimiento (Luc. 2:22). Los ismaelitas se circuncidaban al año décimotercero, y los prosélitos al ju­daísmo a una edad madura.

          -- "del linaje de Israel", no era un prosélito, sino del linaje original, un des­cendiente verdadero de Israel (Jacob) quien recibió la bendición de Isaac, quien a su vez la recibió de su padre Abraham.

          -- "de la tribu de Benjamín", hijo menor de Jacob y, como José, hijo favorito. De esta tribu vino el primer rey de Israel (Saúl). Esta tribu quedó con la de Judá cuando las diez tribus se rebelaron contra el rey Roboam, bajo el mando de Jero­boam, para formar el reino del norte.

          -- "hebreo de hebreos", lo superlativo. Aunque nació en Tarso, lejos de Jerusalén, era de sangre pura. Sus padres
eran verdaderos hebreos y retenían las cualidades hebreas en el idioma y en las costumbres (en contraposición a los he­lenistas, "griegos", Hech. 6:1). De­mostraron su gran celo por la ley cuando enviaron a su hijo a Jerusalén para estu­diar a los pies del famoso Gamaliel. "Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, ins­truido a los pies de Gamaliel, estricta­mente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios" (Hech. 22:3).

          -- "en cuanto a la ley, fariseo", "la más rigurosa secta de nuestra religión" (Hech. 26:5) en contraste con los "saduceos" (los materialistas o "modernistas" de aquellos tiempos) y los "herodianos" (que tenían ambiciones políticas). Jesús denunció fuertemente la hipocresía de los fariseos (Mat. 23), pero había fariseos sinceros como vemos en el caso de Pablo. "Los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas" (Hech. 23:8). Por eso, dijo Pablo "Varones, hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la resurrección de los muertos se me juzga" (Hech. 23:6).

          -- "en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia", la prueba o demostración de su celo. Pablo nunca rindió servicio mediocre a Dios, ni antes ni después de su conver­sión. Como fariseo era celoso, un par­tidario tenaz. Fue el instigador principal de la "persecución que hubo con motivo de Esteban" (Hech. 11:19; 7:58; 8:1--9:1). Otros fariseos creían que la iglesia de Cristo era una herejía, pero no poseían el celo de Pablo. Había consecuencia entre su creencia y su conducta; él creía que los cristianos eran enemigos de Dios y trataba de acabar con ellos (Hech. 9:1,2; 22;1-5; 26:9-15; 1 Cor. 15:9). En 1 Tim. 1:13-16 revela su propio concepto de su conducta en aquel entonces.

          Demostrar celo por Dios es digno de alabanza. Un buen ejemplo es Finees (Núm. 25:11-15). El ejemplo perfecto es Cristo (Jn. 2:17). Sin embargo, el celo por una causa falsa es inútil y mortal (Rom. 12:2). Así fue el celo de Saulo de Tarso. Gracias a Dios, fue convertido y demostró
el mismo celo por la causa de Cristo (2 Cor. 11:2).

          -- "en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible". Sabía y practicaba la ley (Gál. 1:14). Pablo no decía que él nunca había pecado (Rom. 3:9,10,23), sino que su vida anterior era bien conocida por los judíos (Hech. 26:4,5) y no podían acusarle de infracciones de la ley de Moisés. Pablo guardaba concienzudamente la ley de Moisés, y aun las tradiciones de los padres. Era ejemplar (sacó calificación perfecta) en la práctica del judaísmo.

          Era muy excepcional en que no violaba su conciencia (Hech. 23:1; 24:16). Era hombre muy sincero, muy dedicado a su religión. ¡Qué demostración más clara de que los más religiosos pueden estar equivo­cados! "Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas con­tra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice ... " (Hech. 26:9,10).

          Otra verdad obvia en este texto es que la ley de Moisés no podía "hacer perfectos a los que se acercan" a Dios por medio de ella (Heb. 10:1-4). Saulo de Tarso era un ejemplo bueno de esto también, porque si algún judío sincero pudiera haber logrado este propósito Saulo lo habría hecho.

          3:7 -- "Pero cuantas cosas eran para mí ganancia" como judío (las cosas mencionadas en los vers. 4-6), todas las cosas de distinción y honor: antepasados ilustres, educación especial, liderazgo en­tre los de la secta más estricta, y el gran respeto de sus contemporáneos. "En el ju­daísmo aventajaba a muchos de mis con­temporáneos" (Gál. 1:14), siendo "instruido a los pies de Gamaliel" (Hech. 22:3). Un futuro ilustre le aguardaba.

          -- "las he estimado como pérdida por amor de Cristo". Pablo emplea lenguaje de la contabilidad. El dice "he estimado" como pérdida estas cosas que para mí eran ganancia, y todavía por muchos se consideran ganancia. Pablo coloca todas estas cosas al lado del "debe" y no al del "haber" en su libro mayor. La misma pa­labra "pérdida", zemian, se usa en Hech. 27:10,21. Para salvar a la gente (marineros
y soldados), muchas cosas de la nave fueron arrojadas al mar. Hubo "pérdida", pero ésta se sufre con gozo al contemplar las vidas salvadas.

          A veces los empresarios invierten mucha capital en algo que no sirve, que no rinde. Lo hacen creyendo que es buena inver­sión, pero están equivocados. ¿Qué deben hacer? Simplemente reconocer que "perdieron". Tienen que apuntarlo en sus libros como "pérdida" y seguir adelante. Pablo equivocadamente invirtió mucho tiempo y energía en el judaísmo. Esperaba gran "ganancia", pero después encontró la ganancia verdadera en Cristo, en el evangelio (el tesoro, la perla de gran pre­cio de Mat. 13:44-46) y con todo gozo "estimó" todo lo que tenía como "pérdida".

          Todos somos "contadores". Cada día tenemos que decidir cómo considerar muchas cosas. La buena educación, la riqueza, el talento especial,  ¿es "ganancia" o es "pérdida"? Todo depende de cómo se utilicen. Tales cosas pueden ser gran ganancia si se dedican al Señor, o pueden hundir el alma en perdición. Muchas cosas que el mundo considera como gran "ganancia" en realidad son "pérdida"; "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" (Mat. 16:26). Al mismo tiempo hay experiencias difíciles para los cristianos que deben clasificarse como "ganancia" en lugar de "pérdida" porque dan ricos beneficios espirituales (Rom. 5:3-5; 2 Cor. 12:8-10; Sant. 1:2-4).

          3:8 -- "Y ciertamente, aun". Esta expre­sión indica mucho énfasis, y aun más en el griego donde hay cinco palabras (sí, cier­tamente, por tanto, por lo menos, aun). No es posible traducir libremente estas partículas; algo de la fuerza y convicción de Pablo se pierde en la traducción.

          -- "estimo (todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual he per­dido todo".

          Pablo sufrió la pérdida de todo: su em­pleo, su reputación, su seguridad física, sus amigos, y por último su vida, pero ahora habla de lo que ganó en Cristo. Jesús había dicho "De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, her­manos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna" (Mar. 10:29,30).

          Pablo dice que lo perdió todo para ga­nar "la excelencia del conocimiento de Cristo". El "conocimiento" que Pablo ganó no era meramente el conocimiento inte­lectual, sino el de la experiencia. No es so­lamente el conocimiento acerca de Cristo, sino el conocimiento íntimo que sólo se gana a través de vivir en comunión con El.

          -- "y lo tengo por basura", skubalon, "estiércol" (AVV; VNC), "lo que se arroja a los perros, escoria, excremento, basura, etcétera ... se tira como inútil y aun repug­nante al tacto y a la vista" (Jamieson, Fausset, Brown). ¡Cuántas cosas Pablo arro­jó al mar para salvar su barco espiritual! Heb. 10:32-34 habla de la pér­dida y del gran sufrimiento de los hermanos hebreos. La salvación se nos da de balde, pero cuesta todo.

          3:9 -- "Y ser hallado en él", 1:20,21; Gál. 3:27; Apoc. 14:13.

          -- "no teniendo mi propia justicia, que es por la ley". Pablo se refiere a la ley de Moisés. De ella habla en los vers. 5,6, "en cuanto a la ley ... en cuanto a la justicia que es en la ley". Es la ley que requirió la circuncisión. Los judaizantes decían, "Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés" (Hech. 15:5). Es importante que se entienda y que se recuerde que Pablo se refiere a la ley de Moisés, porque los evangélicos casi no pueden decir "ley" sin incluir la ley de Cristo.

          El gran deleite de los comentaristas y pastores evangélicos es condenar el "legalismo" y al hablar de "ley" (o "la ley") no les gusta distinguir entre la ley de Moisés y la ley de Cristo. Hablan de "ley" (o "la ley") como si hubiera solamente una
ley, y siempre hablan con tonos bien nega­tivos acerca de "ley" (o "la ley).

          Pablo habla claramente acerca de la ley de Moisés en su carta a los Romanos. Rom. 2 se dirige con toda claridad a los judíos. Al decir "tú" se dirige al judío (vers. 1,3, etc.). En el ver. 17, dice, "tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley". ¿En qué ley se apoyaba el judío? Rom. 3:1, "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circun­cisión?" ¿Quién no puede entender que Pablo está hablando de judíos literales y de la ley de ellos (la ley de Moisés)?

          Entonces, en Rom. 3:20 declara con todo énfasis que "por las obras de la ley ningún ser humano será justificado de­lante de él". La palabra "justificado" y las expresiones "ser justo" o "tener justicia" se refieren a la misma cosa: la salvación. En el ver. 21 dice, "aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios", es decir, el plan de Dios para justificar o salvar al hombre por medio de Jesucristo (el evan­gelio). Dios perdona al hombre que obe­dece al evangelio y le pronuncia "justo" o "justificado" porque ya no es culpable de pecado. El hombre justo es el hombre ab­suelto de culpa. Esta es la "justicia" de la cual Pablo habla en Fil. 3:9.

          Recuérdese, pues, que al decir "ley", Pablo no se refiere a la ley de Cristo (que es simplemente el evangelio o el Nuevo Testamento), sino a la de Moisés. Muchos hermanos en Cristo han caído en el error del calvinismo. Hasta la fecha este error amenaza el alma de muchos hermanos.

          No había perfección bajo la ley de Moisés (Heb. 7:11; 8:7; 10:1), y fue quitada (Col. 2:14; Heb. 7:12). La ley no podía perfeccionar porque no proveía un salvador. Condenaba pero no podía salvar porque "la sangre de los toros y de los ma­chos cabríos no puede quitar los pecados" (Heb. 10:4). La ley sirvió como "ayo" para llevar a los judíos a Cristo (Gál. 3:24).

          La única manera de "salvarse" bajo la ley de Moisés era simplemente no "perderse", es decir, guardar la ley perfec­tamente sin pecar (Gál. 3:10, "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas"). Porque el judío, habiendo pecado, no tenía salvador. Observaba los sacrificios de la ley que apuntaban hacia Cristo, el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn. 1:29), y luego al venir Cristo, su sangre limpió sus pecados. Bajo la ley no había remisión de pecados, sino que "en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados" (Heb. 10:3), hasta que viniera el Perfecto Sacri­ficio, y entonces habría "remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto" (Heb. 9:15). Con esta breve expli­cación de la naturaleza y limitación de la ley, se puede entender por qué Pablo no podía ser salvo por la ley. El habla de "mi propia justicia, que es por la ley", porque desde el punto de vista del judaísmo, Pablo ya sostenía una relación correcta con Dios a través de su observación de la ley, pero Pablo reconocía claramente que esa "justicia" no valía nada. Era justicia "humana" (mía) pero no divina (de Dios). Pablo no quería esa clase de "justificación" porque no valía nada.

          -- "sino la que es por la fe de Cristo, la justicia de Dios por la fe". La Biblia de las Américas dice, "sino la que es por la fe en Cristo", pero el griego dice "de Cristo". Compárese "del conocimiento de Cristo" (no "del conocimiento en Cristo", ver. 8; y "la cruz de Cristo" (no "la cruz en Cristo"), ver. 18. En estos tres textos la palabra "Cristo" aparece sin el artículo y en el caso genitivo, christou. Pablo dijo que él quería ser hallado teniendo la justicia que "es por la fe de Cristo", es decir, "la justicia que es de Dios por la fe". Es de Cristo. Es de Dios. La única justicia verdadera es la jus­ticia que Dios provee por medio de Cristo.

          Podemos tener esta justicia o justifi­cación de Dios por medio del evangelio, que en este texto y en muchos otros se llama "la fe". Es la fe objetiva (el evangelio) de Cristo (Rom. 1:5; 16:26; Gál. 3:25; Judas 3). Los evangélicos casi siempre interpre­tan la palabra "fe" como "fe subjetiva" (la fe de la persona, o como ellos dicen, "aceptando a Jesucristo como su único Salvador"). En realidad en muchos textos la palabra "fe" significa la fe objetiva (la cosa creída), o sea, el evangelio. Además, la palabra "fe", aun cuando es fe subjetiva, significa en la mayoría de los textos "fiel" y "fidelidad" (equivale a obediencia) en lu­gar de pura aceptación mental o con­fianza. La "fe sola" se menciona una sola vez en las Escrituras (Sant. 2:24) y en ese texto se condena: "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe".

          La palabra "fe" sí significa "confianza", pero es confianza expresada en obediencia. La doctrina de "la salvación por la fe sola" contradice la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. Es una teología fundada so­bre la arena.

          La justicia que Pablo quería, pues, es la justicia que el evangelio hace posible. Es la justicia hallada en la religión de Cristo, en contraste con "la justicia que es por la ley" de Moisés. Rom. 3:27, "la ley de la fe" es el evangelio de Cristo; Gál. 3:23, "antes que viniese la fe" (el evangelio de Cristo); Gál. 3:25, "venida la fe (el evangelio), ya no es­tamos bajo ayo (la ley de Moisés)"; Judas 3, "la fe que ha sido una vez dada a los santos". La palabra "fe" en estos textos no se refiere a la fe subjetiva, la fe de la persona, sino a la cosa creída, el objeto de la fe subjetiva, es decir, el evangelio. Es la fe objetiva, la fe como un objeto, lo que debemos creer, lo que debemos defender (Judas 3). Esta fe "vino", y cuando vino, ya los judíos no seguían bajo la ley.

          Debemos agregar un detalle más. El comentario de Hendriksen es típico del modo de pensar de los "evangélicos". Dice, "la única justicia que tiene valor delante de Dios es la justicia de Cristo contada al pecador como don de Dios". Al decir esto los "evangélicos" quieren decir que la justicia personal de Jesús, la justicia que El tenía por haber llevado una vida perfecta, es contada o atribuida al creyente. De esta manera el hombre nunca tiene justicia propia sino solamente la de otro, la justicia personal de Cristo. La Biblia no enseña  esta doctrina. Pablo dice (Rom. 4:3) "Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia". ¿Qué fue con­tado? "Creyó" él mismo (él era fiel a Dios, ver. 12) "y le fue contado por justicia", es decir, la fe o fidelidad de Abraham a él mismo le fue contada para (eis) justicia (compárese Hech. 2:38).

          3:10 -- "a fin de conocerle". La palabra "conocer" no significa meramente el conocimiento intelectual. No habla Pablo de lo que sabía acerca de Cristo. El habla del conocimiento de la experiencia per­sonal. Se refiere al conocimiento de la comunión (participación) con Cristo para conformarse a El. Pablo tenía plena con­fianza en Cristo: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Tim. 1:12). Le conoció, y quería ampliar y enriquecer ese conocimiento, compar­tiendo cada vez más la vida de Cristo. Quería conocimiento al grado máximo.

          No menospreciamos en lo más mínimo el conocimiento intelectual, lo cual es indispensable al conocimiento en el sen­tido de la experiencia personal. "Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero" (1 Jn. 5:20). Ob­sérvese que "nos ha dado entendimiento" para poder "conocer" a Dios. Sin el en­tendimiento intelectual adecuado no es posible conocerle.

          "Y esta es la vida eterna: que te conoz­can a ti, el único Dios verdadero, y a Jesu­cristo, a quien ha enviado" (Jn. 17:3). Por lo tanto, Jesús y los apóstoles se dedicaron diligentemente a enseñar todo el consejo de Dios para que podamos conocer a Dios (tener comunión con El).

          Tener comunión con Dios significa par­ticipar de las cosas de Dios. En primer lu­gar, tenemos que estar en Cristo para par­ticipar con El de las cosas de Dios. ¿Cómo entramos en Cristo? ¿Cómo puede el hombre estar en Cristo? Contesta Pablo (Gál. 3:27), "porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos". Antes de obedecer al evange­lio no conocimos a Dios. "Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses" (Gál. 4:8). Pero ahora, hemos obedecido al evangelio, y sí conocemos a Dios ("conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios ..." Gál. 4:9).

          Al obedecer al evangelio, pues, entramos en Cristo, y tenemos comunión con El. Es­tamos en Dios y Dios está en nosotros (1 Jn. 2:24). El Espíritu Santo mora en nosotros porque somos guiados por su palabra. Antes de nuestra conversión el pecado moraba en nosotros (controlaba nuestra vida) pero ahora el Espíritu Santo mora en nosotros, es decir, controla y bendice nuestra vida, llevando en nosotros el "fruto del Espíritu" (Rom. 7:17; 8:9-14; Gál. 5:22,23).

          -- "y el poder de su resurrección". (Véase Efes. 1:17-20). Pablo quería conocer el poder de la resurrección. No es que a él le faltara información acerca de este poder. Recuérdese que la palabra "conocimiento" tiene que ver con la experiencia personal. Quería conocer por la experiencia per­sonal el poder transformador de la resu­rrección de Cristo.

          El tema central de la predicación de los apóstoles era la resurrección de Jesús (Hech. 2, el sermón de Pentecostés; 3:15; 4:10; 13:37; 17:31; 24:21; 26:6-8, 22,23). Pablo predicó la resurrección de Cristo como el cumplimiento de la esperanza de Israel, y la roca fundamental del evange­lio. Hay gran poder en este mensaje, pues convirtió a miles de judíos y paganos.

          En Rom. 1:4 dice Pablo que Jesucristo "fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resu­rrección de entre los muertos". En 1 Cor. 15:12-19 explica que sin la resurrección tanto la predicación como nuestra fe es en vano.

          Para tener conocimiento o experiencia personal del poder de la resurrección, debemos ser crucificados, sepultados y re­sucitados con Cristo. La fe que viene por medio de oír el poderoso mensaje del evangelio nos mueve a crucificarnos en el arrepentimiento, o cambio de corazón, y luego en el bautismo  ser sepultados y re­sucitados (Rom. 6:3-6; Col. 2:12). En­tonces debemos demostrar el poder de la resurrección todos los días de nuestra vida nueva. La lucha diaria contra el diablo era severa para Pablo; por lo tanto, "golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado ... Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Cor. 9:27; 10:12). El poder que resucitó a Cristo nos ayuda a vencer al diablo, para no caer otra vez. Es el poder del evangelio (Rom. 1:16). Es poder dinámico, energía celestial. Con este poder podemos ser vencedores (Rom. 8:37). ¡Qué pensamiento glorioso! El poder que levantó a Cristo de los muertos está disponible  para ayudarnos a ganar la victoria final.

          -- "y la participación de sus padecimien­tos". Cuando el Señor explicó a Ananías la obra que Pablo llevaría a cabo, le dijo, "le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre" (Hech. 9:16). Saulo de Tarso, el perseguidor, se convierte en Pablo el perseguido. Los últimos ocho capítulos del libro de Hechos describen cómo Pablo participó de los padecimien­tos de Cristo. De estos sufrimientos él mismo habla en varios textos (por ejem­plo, 1 Cor. 4:11-13; 2 Cor. 11:24-28). El sufrimiento era el compañero constante de Pablo.

          Pero el no se quejaba, sino que se glo­riaba en sus tribulaciones (Rom. 5:3). "Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia" (Col. 1:24).

          -- "llegando a ser semejante a él en su muerte". Pablo fue crucificado con Cristo, es decir, hizo morir lo carnal en su vida (Gál. 2:20; Rom. 6:4-7; Col. 3:5, etcétera). Pero él quería asemejarse a Cristo en toda manera posible, aun en su muerte física. Quería caminar (vivir) con Cristo, sufrir con Cristo y, si fuera la voluntad de Dios, morir con Cristo. "Cada día muero" (1 Cor. 15:31); "llevando en el cuerpo siem­pre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida" (2 Cor. 4:10-12). La muerte casi siempre estaba a la puerta. Pablo duró mucho tiempo en Roma bajo la sombra de muerte.

          3:11 -- "si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos". Pablo no expresa duda, sino humildad (Vincent). El "llegar" es un proceso. "Llegamos" a la resurrección después de ser hallados en El, después de conocerle y después de participar de sus padecimientos.

          Desde luego, todos serán resucitados en aquel día (Jn. 5:28,29), pero Pablo está pensando en la consumación del proceso presentado en los vers. 9,10 (las grandes bendiciones de la redención, las que serán para los que "saldrán a resurrección de vida". "Porque si fuimos plantados junta­mente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección" (Rom. 6:5). Es necesario tener mucho cuidado con la enseñanza de los comentarios "evangélicos" sobre este texto. Por ejemplo, el comentario de John F. Walvoord ("Filipenses, Triunfo en Cristo") dice, "Pablo está anticipando aquí que habrá una resurrección especial de los justos que les extraerá, en un acto especial de Dios, del número total de los muertos. Naturalmente, esto tiene su apoyo en Apocalipsis 20 por el hecho de que los muertos malvados no son resucitados hasta el final del reinado milenario de Cristo, mientras que los muertos justos son resucitados antes ... Pablo tiene el arre­batamiento a la vista, el suceso descrito en 1a Tesalonicenses 4:13-18, que es una especial resurrección para aquellos que están 'en Cristo' ... La única cuestión que tenía en mente era si él estaría to­davía presente cuando tuviera lugar el arre­batamiento".

          Es increíble que hombres inteligentes aceptaran tales teorías tan antibíblicas. Habrá una sola resurrección, la resurrec­ción general al final del mundo, en "aquel día". No habrá dos resurrecciones, la primera de los justos, y la segunda la de los injustos mil años más tarde. La Biblia no habla de una "segunda resurrección". Dice Cristo claramente (Jn. 5:28,29), "vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación". Todos los que están en los sepulcros saldrán en la misma hora. No dice que los justos saldrán primero, y luego mil años después saldrán los injustos. ¿Pero no enseña esto Apoc. 20? De ninguna manera. Apoc. 20 no habla de la resurrección física. "Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resu­rrección" (vers. 5,6). ¿Quiénes tienen parte en la primera resurrección? Los vencedores (los del ver. 4, "las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su ima­gen". Estos son los mismos vencedores mencionados en Apoc. 2 y 3, y a través del libro. Al morir estos no van al olvido. Ocupan tronos (2:26,27; 3:21; 20:4) para reinar con Cristo. Es lenguaje de victoria y triunfo.

          La primera resurrección es espiritual. Es la exaltación de los que mueren por Cristo y así mueren en el Señor (14:13). "La se­gunda muerte no tiene potestad sobre és­tos" (20:6). Léase 2:11, "El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte". ¿Quién toma parte en la primera resu­rrección? El mismo libro de Apocalipsis contesta: "El que venciere". La segunda muerte no daña al que venciere; la segunda muerte no tiene potestad sobre los que tienen parte en la primera resurrección. Por lo tanto, "la primera resurrección" no tiene nada que ver con la resurrección física. No habrá dos resurrecciones corpo­rales, sino una sola.

          El "arrebatamiento" de 1 Tes. 4:13-17 no es el supuesto "rapto secreto" de los "evangélicos". Léase con cuidado el texto. Dice que cuando Cristo venga "los muer­tos en Cristo resucitarán primero" (ver. 16). ¿Y luego qué? ¿Mil años después re­sucitarán los injustos? No es una compara­ción entre la resurrección de los justos y la de los injustos. Dice Pablo, "los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor". Las dos cosas de las que habla Pablo en 1 Tes. 4:13-18 no son dos resurrecciones, sino la resurrec­ción de los cristianos muertos y el arrebatamiento de los cristianos vivos. Obsérvese que Pablo no dice, como dicen los milenarios que los arrebatados estarán por siete años en las nubes con Cristo (durante "la gran tribulación"), sino que "así estaremos siempre con el Señor".

          3:12 -- "No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto" en cuanto a "conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, etcétera". Pablo todavía estaba "corriendo" la carrera. Los vers. 12-14 alu­den a las carreras del anfiteatro. Dice "no que", para evitar algún concepto equivocado (compárense 4:11,17). Pablo tenía mucha confianza con respecto a su salvación; en este texto no está expre­sando ninguna duda.

          Pero él reconoció que aunque ya había corrido mucho, había peleado mucho y había ganado grandes victorias por Cristo, todavía no había llegado a la meta final para recibir el premio. Pablo, ahora en su vejez, habiendo servido fielmente por tan­tos años, habiendo sufrido muchas pri­siones en Jerusalén, en Cesarea y en Roma, todavía no había llegado al estado de no poder crecer más o de no necesitar trabajar más. No estaba libre del poder de las tentaciones carnales (1 Cor. 9:27). Y ¿quién jamás ha superado a Pablo en amor, celo, abnegación de sí mismo y de­voción verdadera a Cristo? Si era nece­sario que él hablara así, ¡cuánto más nosotros que ni hemos comenzado a sacri­ficarnos como él! Pablo sabía que estaba en el camino correcto (Jn. 14:6; Mat. 7:13,14; Hech. 24:14), pero nunca creía que él no podía caer (1 Cor. 9:27; 10:13). Siempre sirvió a Dios con limpia concien­cia (Hech. 23:1; 24:16; 2 Cor. 1:12). El nos enseña que debemos seguir corriendo de esta manera hasta el final de la carrera, que debemos seguir luchando hasta que termine la batalla. Si Pablo, quien era tan fiel y soportó tanto por el Señor, no podía "descansar", cuánto menos nosotros.

          La palabra "perfecto", como Pablo la usa aquí, denota aquella perfección absoluta de "los espíritus de los justos he­chos perfectos" (Heb. 12:23). Esto se rea­liza cuando la carrera se termina. En el ver. 15 se usa la palabra "perfección" en sentido de madurez.

          -- "sino que prosigo", continúo en la ca­rrera. Véase 1 Cor. 14:1, "seguid el amor"; y 1 Tim. 6:11, "sigue la justicia".

          -- "por ver si logro asir", katalabo, sig­nifica echarse sobre algo para agarrarlo con firmeza, posiblemente refiriéndose al acto de asir el poste que marca la termi­nación de la carrera, o sea la victoria. Con anhelo intenso Pablo quería realizar el gran objetivo de su vida. Heb. 12:1,2 nos exhorta a correr "con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe". Para lograr asir el premio se requiere la dedicación, la abnegación de sí, y el do­minio propio (1 Cor. 9:24-26).

          -- "aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús". Pablo fue asido por Cristo para una obra especial (Gál. 1:15,16; Hech. 9:1-19; 22:15,21; 26:15-18). Pablo se esforzaba grandemente por coo­perar con ese propósito del Señor quien tomó posesión de su vida (1:21; Gál. 2:20). En la historia bíblica se puede observar claramente que cuando algún hombre fue "asido" por Dios, la voluntad del hombre escogido y llamado estaba plenamente en juego. Véanse los casos de Moisés (Ex. 3:10; 4:10,11); de Jeremías (Jer. 1:4-10); de Juan el Bautista (Luc. 1:15-17); y de Pablo (Hech. 26:19; Gál. 1:15,16).

          Dios quiere tomar posesión de la vida de nosotros también. Quiere producir "así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil.. 2:13) por medio de su pa­labra (1 Tes. 2:13). Pero no lo hará sin la voluntad nuestra.

          3:13 -- "Hermanos, yo mismo no pre­tendo haberlo ya alcanzado". En los vers. 9,10 Pablo explicó claramente lo que quería alcanzar. El estaba "en Cristo", tenía la justicia "que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe", conocía al Señor, y había participado ex­tensamente en sus padecimientos, pero no había terminado la carrera. No había al­canzado la meta. No era perfecto en el sentido de estar totalmente sin pecado.

          -- "pero una cosa hago", una expresión que pone énfasis en el pensamiento presentado. Compárense Jn. 9:25 ("una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo"); Luc. 10:42 ("una sola cosa es nece­saria"); Sal. 37:4 ("una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré"). Pablo estaba re­suelto -- tenía singularidad de propósito -- a terminar la carrera para alcanzar la meta y recibir el premio. Véanse también Mat. 6:22, "si tu ojo es sencillo (singular)"; 2 Cor. 11:3 "la sincera fidelidad (singularidad) a Cristo"; Efes. 6:5 "con sencillez (singularidad) de corazón".

          -- "olvidando ciertamente lo que queda atrás", "olvidando", tiempo presente y con­tinuo. Es probable que en este contexto se refiere a las ventajas que tenía en el ju­daísmo (vers. 4-6), pero bien puede abar­car cualquier cosa en la vida pasada que pudiera impedirle en la carrera, sean des­alientos, persecuciones, o triunfos. Pablo olvidó todo aquello en que él pudiera haber reposado y todo aquello que le pudiera haber desanimado o distraído. No le convenía permitir que lo enorme de su crimen de haber perseguido a Cristo le oprimiera demasiado (1 Tim. 1:13), ni tampoco que la grandeza de su servicio pasado, los grandes éxitos, los severos sacrificios, las revelaciones que recibía (2 Cor. 11:24-28; 12:7) lo enaltecieran.

          Estaba resuelto a no dejar que nada le distrajera. No es posible correr hacia ade­lante si miramos hacia atrás. "El mirar atrás resultará por cierto en ir atrás (Luc. 9:62). Así la mujer de Lot (Lucas 17:32). Si al remar contra la corriente dejamos de manejar los remos, somos llevados para atrás ... "Di a los hijos de Israel que marchen adelante" (Exodo 14:15)" (Jamieson, Fausset, Brown).

          No podemos vivir en el pasado. La meta es futura. El premio es futuro y todavía no está en nuestro poder. Te­nemos que dejar que el pasado sea pasado. El momento de abandonar la cruz y llevar la corona todavía no ha llegado. Los trabajos del tiempo pasado no cumplen con las obligaciones presentes y futuras. Este texto combate la indiferencia que se engendra cuando uno cree que ya hizo "su parte". Cada día, cada momento, debemos aprovechar el tiempo presente (Efes. 5:16). Es indispensable que se olvi­den cosas que nos puedan desanimar, como también las cosas que nos puedan hacer demasiado "satisfechos" con nuestra vida y servicio a Dios.

          -- "extendiéndome a lo que está delante". El que corre en el estadio se ve inclinán­dose hacia la meta, literalmente incli­nando su cuerpo "a lo que está delante". Significa gran empeño.

          3:14 -- "prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús", "sigo corriendo presuroso" (VM). La "meta" se refiere al "blanco", el obje­tivo que alcanza el que corre; el "premio" es la recompensa dada por el Autor y Consumador de la carrera al victorioso es "la corona de justicia" (1 Cor. 9:24; 2 Tim. 4:8), "la corona de la vida" (Apoc. 2:10), "la corona incorruptible de gloria" (1 Ped. 5:4).

          Con respecto a esta carrera nos exhorta Pablo (1 Cor. 9:24), "Corred de tal manera que lo obtengáis". La meta final es la reu­nión con Jesús, sea cuando uno muera (1:23), o en la "manifestación" de Jesús (Tito 2:13).

          La palabra "supremo", ano, significa "de lo alto, celestial"; "soberana vocación de Dios" (AVV); "vocación celestial" (VHA). Literalmente dice, "la vocación de arriba". Compárense Gál. 4:26; Col. 3:1; Hebreos 3:1, "llamamiento celestial". Los jueces se sentaban en un lugar muy elevado del atrio para poder ver claramente toda la actividad y así juzgar con equidad. A esta carrera Dios, desde "lo alto", nos ha lla­mado; si corremos legítimamente (2 Tim. 2:5) hasta el fin, nos premiará.

          La actitud de Pablo se explica en parte en Rom. 1:14, "A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor"; en 1 Cor. 9:16, "Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!"; y en 1 Cor. 9:19, "Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número".

          3:15 -- "Así que, todos los que somos perfectos". En 3:12 Pablo dice "ni que ya sea perfecto". No era perfecto en el sen­tido absoluto de vivir sin pecar. Pero en el ver. 15 la usa para indicar la madurez. Se refiere a los que están desarrollados es­piritualmente, los que son maduros y ca­pacitados para discernir entre el bien y el mal (Heb. 5:14). En 1 Cor. 2:6; 3:1 es ob­vio que las palabras "madurez" y "espirituales" son sinónimos, como lo son "perfectos" y "completos" (Col. 4:12). Los perfectos (maduros) ya no son "niños" (1 Cor. 14:20; Efes. 4:13). Nuestro amor debe ser perfecto como el amor del Padre (Mat. 5:48); es decir, debemos imitar a Dios en amar a todos, y no solamente a los que nos aman (Mat. 5:44-47). Si amamos solamente a los que nos aman nuestro amor no es perfecto (completo). Pablo nos exhorta a perfeccionar la santidad en el temor de Dios (2 Cor. 7:1). La fe se per­fecciona por las obras (Sant. 2:22). San­tiago nos exhorta a tener gozo cuando nos hallemos en diversas pruebas y a ser per­fectos en el sufrimiento: "Mas tenga la pa­ciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (Sant. 1:2-4).

          No digamos, pues, que "nadie es per­fecto". Fuera mejor explicar los usos bíbli­cos de la palabra. Los cristianos maduros sí son perfectos.

          -- "esto mismo sintamos;" "tengamos esta misma actitud" (BAS), que todos ten­gan la misma actitud de Pablo expresada en los vers. 7-14, reconociendo que debe­mos olvidar lo que queda atrás (aunque sean grandes ventajas como las de Pablo), que todavía no hemos alcanzado la meta, y que debemos esforzarnos por llegar. Los que "somos perfectos" (maduros) no debemos pensar que somos "perfectos" en el sentido de haber vencido todo pecado y de estar fuera de todo peligro, 1 Cor. 9:27; 10:12. El premio es ganado solamente por los que corren hasta el final de la carrera.

          -- "y si otra cosa sentís", "y si en algo tenéis una actitud distinta" (BAS), "y si en algo sentís de distinto modo" (VHA). ¿Qué actitud tenía Pablo? "Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio" (BAS). Si los maduros tienen esta actitud, ¿quiénes tienen otra actitud? Obviamente los inmaturos.

          -- "esto también os lo revelará Dios". En­tonces ¿qué les revelará Dios a éstos? Dios no les revela nada aparte de su pa­labra. Muchos -- y hasta hermanos en Cristo -- aceptan el error calvinista de que el Espíritu Santo iluminará al cristiano en alguna forma aparte de la palabra, pero si fuera así, ¿por qué reveló las Escrituras?

          Tal vez esta frase indique que con el tiempo los hermanos inmaturos pero sin­ceros entenderán mejor la revelación de Dios para ser maduros, pero si se refiere a hermanos carnales, obstinados, y no arre­pentidos, entonces "eso también os lo re­velará Dios" en el Día Final.

          De una cosa podemos estar muy se­guros: Pablo no promete una revelación especial y única a los que tienen actitud im­propia (a los que creen que ya son perfectos o que no quieren perfeccionarse). Dios no revelará nada a los que no aceptan hu­mildemente lo que ha revelado a través de los apóstoles. Dijo Jesús (Jn. 7:17), "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta"; es decir, todo depende de la actitud de los oyentes. Dice Pablo (Efes. 3:3,4) "que por re­velación me fue declarado el misterio ... leyendo lo cual podéis entender ..." El en­tendimiento nuestro depende de una actitud correcta y el estudio diligente de la palabra. Si tenemos un fuerte deseo de saber la voluntad de Dios, y si somos fieles a lo que ya hemos entendido, y si no tenemos el deseo de hacer otra cosa aparte de la vo­luntad de Dios, sin duda El nos ayuda a entenderla. "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada" (Sant. 1:5). Esta es la sabiduría que desciende de lo alto (Sant. 3:15).

          A. T. Robertson dice sobre esta frase: "y si otra cosa sentís ... Es decir, si ustedes creen que son absolutamente perfectos, esto también os lo revelará Dios. El en­trega a los tales en manos de Dios. ¿Qué más puede hacer con ellos?" R. C. H. Lenski está de acuerdo de que no se refiere a una "revelación inmediata", pero no está de acuerdo con la explicación de Robertson, sino que cree que se refiere a puntos menores que serán aclarados con más estudio. David Lipscomb cita Juan 7:17 y dice que "Un deseo sincero de saber y hacer su voluntad ... guiará hacia la plenitud de la verdad divina". The Living Word Commentary dice: "esto también os lo revelará Dios. Pablo no indica cómo esta iluminación reveladora será realizada. Ultimamente, por supuesto, ellos verán el error de su posición en el Ultimo Día. Puede ser que el partido 'perfecto' en Filipos reclama revelación especial y que Pablo habla con sarcasmo. La frase 'eso también a vosotros' sostiene tal posibilidad".

          Obviamente el texto es difícil, pero lo importante es que no se enseñe nada al res­pecto que contradiga la verdad. No habrá revelación especial para los tales.

          3:16 -- "Pero en aquello a que hemos lle­gado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa", "Sin embargo, conti­nuemos viviendo según la misma norma que hemos alcanzado" (BAS). Este texto se ha empleado mal para enseñar que cada cristiano está bien con el conocimiento que tenga; por ejemplo, si algún hermano cree que está bien usar ins­trumentos de música en el culto, o si otro hermano cree que está bien que haya iglesias patrocinadoras e instituciones igle­sias de Cristo, no debe haber problema, porque los demás hermanos deben acep­tar a los tales porque "ellos predican y practican de acuerdo al nivel de 'aquello a que han llegado' y todos deben seguir unidos". Tal "explicación" es absurda y es obviamente una perversión de lo que Pablo dice. No concuerda nada con el contexto.  Pablo no defiende ni en este texto ni en otro tales prácticas sectarias.

          Tampoco enseña Pablo que la ignoran­cia justifica la práctica de tales errores. Di­cen algunos hermanos que el que ha obe­decido al evangelio y lleva una vida "fiel" no será separado de Dios aunque prac­tique estos errores con tal que lo haga por ignorancia. Citan 1 Juan 1:7 ("si andamos en luz, como él está en luz, tenemos co­munión unos con otros, y la sangre de Je­sucristo su Hijo nos limpia de todo pecado") para probar que habrá "limpieza continua", porque Dios no les carga  a los tales su pecado de ignorancia o de debili­dad. 1 Juan 1:7 no enseña tal doctrina.

          Pero léase 1 Cor. 4:3,4. "Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor". ¿Somos justificados por ser sinceros? Claro que no. Léanse tam­bién Prov. 16:2, 25.

          En la carta a los filipenses Pablo dice que los hermanos judaizantes eran "perros ... malos obreros ... mutiladores del cuerpo" (3:2). ¿Justifica Pablo en el ver. 16 a los que siguieron por ignorancia a estos falsos hermanos mencionados en el mismo capítulo? También en el mismo capítulo (3:18) les llama "enemigos de la cruz de Cristo". Pero entre los vers. 2 y 18 ¿enseña que los que siguen por ignorancia a estos falsos están perfectamente bien porque practican aquello que hasta esa fecha habían entendido?

          Pablo dice simplemente que todos debemos continuar (perseverar) en la verdad ("asidos de la palabra", 2:16) que hemos aprendido, y, como hermanos maduros y fieles, debemos seguir unidos en esa verdad divina. No hemos alcanzado la perfección absoluta (3:12-14), pero sí somos maduros y debemos esforzarnos con toda diligencia para obtener el pre­mio. El pensamiento principal y sencillo es que debemos perseverar en el mismo camino que nos ha traído hasta aquí. Nos ha traído a esta medida de perfección y nos llevará hasta el final de la carrera. Los hermanos liberales han olvidado esta ex­hortación. Si todos hubieran perseverado en el camino seguro, siguiendo el patrón bíblico, el crecimiento de la iglesia habría sido incalculable. Pero muchos hermanos estaban descontentos con las "sendas an­tiguas" y dijeron, "No andaremos" ya en ellas. Querían ser como las "naciones" vecinas (grupos sectarios); véase 1 Sam. 8:5. Dejaron la base y los principios que nos habían traído tanto crecimiento y fuerza. Todo cristiano debe tomar muy en serio esta exhortación de Pablo. Examínese su vida. Que todos digamos, como dijo Samuel: "Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1 Sam. 7:12) y a la vez preguntar, "Si seguimos por el mismo rumbo, ¿no nos llevará con seguridad hasta su trono?" Si seguimos en el camino original, El dirá: "No te desampararé, ni te dejaré" (Heb. 13:5).

          -- "misma regla", kanoni, "canon" (una vara o caña derecha usada para medir), 2 Cor. 10:13; Gál. 6:16. Muchos renuncian a lo que ellos llaman el "legalismo". Se nos dice que debemos seguir el "espíritu" y no la "letra", que no estamos bajo ley sino bajo gracia. Tuercen 2 Cor. 3:6 ("porque la letra mata, mas el espíritu vivifica") texto en el cual Pablo identifica la religión de Moisés como "letra" que mata (condena pero no tenía salvador) y el evangelio como el "espíritu" que da vida. Pero los maestros falsos enseñan hoy en día que el seguir el "espíritu" significa en­señar y hacer religiosamente como a ellos les convenga. Los que enseñan que no es­tamos bajo ley ignoran voluntariamente tales textos como Rom. 3:27, "la ley de la fe"; 8:2, "ley del Espíritu"; Sant. 1:25, "perfecta ley de libertad"; y Gál. 6:2 "la ley de Cristo".

          Si todos los cristianos seguimos esta misma regla, cumpliremos al mismo tiempo con la última parte del versículo: "sintamos una misma cosa".

          3:17 -- "sed imitadores de mí", 4:9; 1 Cor. 4:16; 11:1; 1 Tes. 1:6. No hay nada de soberbia en esta exhortación, sino una humilde confianza, porque Pablo sabía que él seguía a Cristo. Andaba en el camino correcto. Es guía fiel para nosotros. Si imitamos a Pablo, como él imitó a Cristo, nunca dejaremos el camino correcto y perseveraremos hasta el fin. Todo el mundo es imitador. Parece ser ins­tintivo imitar a otros. Desde nacer imi­tamos a otros. Es cuestión, pues, de es­coger a quién imitar. Siempre estamos rodeados de malos ejemplos, falsos maes­tros y guías ciegos. De estos Pablo habla en seguida (vers. 18,19). En 1 Cor 10:6 Pablo dice que los judíos eran "ejemplos" que no debemos imitar, pero también hay buenos ejemplos. Hay dos clases de ejem­plos: debemos seguir a los espirituales y no seguir a los carnales.

          -- "mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros". "Mirad", skopeo, de la misma raíz viene la palabra skopos, un vigilante, un atalaya. En Rom. 16:17 dice "mirar" para evitar. Aquí dice "mirar" para imitar. Por ejemplo, en esta misma carta, el ejemplo de Timoteo (2:19-23) y Epafrodito (2:25-30). "Mirad" a ellos para seguirlos (en 1 Cor. 16:15,16 dice "os sujetéis" a los tales). Debemos seguir a Cristo, seguir a Pablo como él siguió a Cristo, y también debemos imitar a los hermanos fieles. Véase 2 Cor. 8:1-5; los corintios deberían imitar el ejemplo de los macedonios, como también esperaba que los de Macedonia imitaran a Acaya (los corintios, 9:2). Lo mismo 1 Tes. 1:7, "habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya". Heb. 11 es un capítulo de ejemplos de hombres y mu­jeres de fe (fieles) a quiénes debemos seguir.

          3:18 -- "Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo". En este texto Pablo expresa una emoción profunda. El que se ocupa sinceramente en la obra de salvar almas y confirmarlas en la fe también se preocupa por ellas, y se siente muy afligido al ver la destrucción de almas cau­sada por los enemigos de la cruz.

          Pablo escribió a los corintios "con muchas lágrimas" (2 Cor. 2:4), porque había pecado entre ellos y no lo habían corregido (1 Cor. 5:1,2). El predicaba y trabajaba entre los efesios "con muchas lágrimas" (Hech. 20:19,31). No era indiferente hacia su condición espiritual. Habiendo hablado de muchos sufrimien­tos dice (2 Cor. 11:28), "y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias". ¡He aquí la concordancia entre el denun­ciar fuertemente a los falsos y al mismo tiempo el derramar lágrimas por causa de ellos! Debemos estar muy preocupados por enseñar y defender la verdad contra el error, y al mismo tiempo estar preocupados por las almas que son vícti­mas del error. Pablo tenía la mente de Cristo. ¿Exponía el error? Sí. ¿Denunciaba el pecado? Sí. ¿Aborrecía al pecador y al falso maestro? No.

          Pablo es un ejemplo muy bueno para todo evangelista. Expresó una profunda preocupación por las almas perdidas. "Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne" (Rom. 9:1-3). ¿Cuántos predicadores hablan así de los perdidos? "Hermanos, ciertamente el an­helo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación" (Rom. 10:1). ¿Cuántos evangelistas sienten el dolor ex­presado por Pablo en Gál. 4:19? ("Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros".) Al leer de las lágrimas de Pablo debemos reflexionar seriamente so­bre nuestro ministerio. ¿Tenemos miedo de ser emocionales con respecto a la obra del Señor? ¿Tenemos temor de que nos llamen pentecostales si lloramos o si predicamos o enseñamos con emoción? Hay gran peligro de que el evangelio que predicamos no penetre bien en lo más profundo de nuestros propios corazones. Un evangelio que solamente sale de la boca no lleva el peso que debe llevar.

          Timoteo es elogiado por Pablo en esta carta: "a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros" (2:20). En 2 Tim. 1:4 Pablo dice, "deseando verte, al acordarme de tus lá­grimas". Timoteo era imitador de Pablo en muchas maneras. Pablo y Timoteo con­virtieron y confirmaron a muchos porque no tuvieron vergüenza de derramar lágri­mas al predicar, enseñar y meditar sobre la salvación de la gente.

          -- "enemigos de la cruz". Los judaizantes negaban la eficacia de la cruz sola (es de­cir, la cruz aparte de la circuncisión y la guarda de la ley de Moisés) para salvar. Los libertinos la menospreciaban, rehu­sando controlar sus apetitos carnales y sujetarse a Cristo. Muchos son enemigos de la cruz porque para ellos es un tropiezo (Gál. 5:11), como lo era para los ju­daizantes. Siempre hay quienes no desean "padecer persecución a causa de la cruz de Cristo" (Gál. 6:12). Pero todo cristiano verdadero dirá con Pablo, "lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo" (Gál. 6:14).

          ¿No tenía miedo Pablo de hablar tanto de los falsos en la iglesia? ¿No había peli­gro de que los de afuera concluyeran que tanta falsedad en la iglesia era prueba de que no valía? Pregúntese la misma cosa con respecto al dinero. ¿No hay billetes falsos? ¡Circulan millones en billetes fal­sos! ¿No debemos, por eso, dejar de usar dinero? No conozco a nadie que quiera hacerlo. Seguimos usando el dinero ge­nuino, y al mismo tiempo seguimos tratando de descubrir y acabar con todo el dinero falso.

          Hay muchos enemigos de la cruz de Cristo: el catolicismo, el calvinismo, el milenarismo, el humanismo (y su funda­mento básico, la evolución), el modernismo, el sectarismo de toda clase, el liberalismo en la iglesia, etcétera. Los enemigos de las Escrituras son enemigos de la cruz de Cristo: la Iglesia Católica Romana, los "testigos", los mormones, los traductores y publicadores de versiones que niegan la Deidad de Cristo, enseñan el calvinismo, etcétera.

Los enemigos de la enseñanza de Cristo y sus apóstoles son enemigos de la cruz de Cristo: Hech. 2:42; 1 Cor. 4:16,17; 1 Jn. 4:6; 2 Jn. 9,10. Los enemigos de la iglesia verdadera de Cristo son enemigos de la cruz de Cristo. En fin, la "cruz" es el corazón del evangelio que abarca todo el plan de Dios para la redención del hom­bre. Los que cambian el evangelio se opo­nen  a la cruz de Cristo.

          Además,  los que llevan vidas carnales (aunque sean miembros de la iglesia) son enemigos de la cruz. Los carnales son los que no dan evidencia de un cambio de corazón, del nuevo nacimiento, de haber crucificado el viejo hombre con sus deseos y pasiones. Aunque escuchen sermones cada semana, no quieren dejar sus vicios, celos, envidias, amarguras, etcétera. Pre­fieren vivir carnalmente. De hecho, los enemigos de la cruz más amenazantes no son los de afuera sino los mismos miem­bros de la iglesia que siguen carnales, mundanos, indiferentes y rebeldes.


                   3:19 -- "el fin de los cuales será perdi­ción", apoleia, no aniquilación, no extin­ción, sino castigo. "apoleia, relacionado con apollumi, ver perder(se), No. 1, y que indica lo mismo que el verbo una pérdida de bienestar, no de ser" (Vine).

          -- "cuyo dios es el vientre", dominados por sus apetitos y pasiones carnales. No quieren practicar el dominio propio, ni sujetarse a la sana doctrina. Rom. 16:17 habla de los que "causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina" pura y el ver. 18 dice que "tales personas no sir­ven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los in­genuos". Por lo tanto no debemos pensar que estos maestros "cuyo dios es el vien­tre" sean inconversos; son hermanos fal­sos.

          -- "cuya gloria es su vergüenza". "¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan" (Jer. 6:15). Deben querer escon­der su vergüenza, es decir, su práctica ver­gonzosa, pero al contrario se glorían en ella. "Habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican" (Rom. 1:32). Véanse también Apoc. 3:18; 16:15.

          -- "que sólo piensan en lo terrenal", lo carnal. Pensar se refiere a su propósito, su intento. Compárese Rom. 8:4,5.

          3:20 -- "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos". Literalmente, nuestra comunidad, nuestra patria. Somos gober­nados por leyes celestiales. El cielo es nuestro verdadero hogar. Nuestros intere­ses principales están arriba. Nuestros nombres están escritos allí (4:3). Nuestras oraciones ascienden al cielo. Nuestros tesoros están depositados en el banco ce­lestial (Mat. 6:19,20), y por lo tanto, nues­tro corazón está allí también. Nuestra es­peranza, el ancla del alma (Heb. 6:18,19), está en el cielo. Nuestra madre es "Jerusalén de arriba" (Gál. 4:26).     Aquí en este mundo somos peregrinos y ex­tranjeros (Heb. 13:14; 1 Ped. 2:11). Véase Fil. 1:27, notas; Juan 18:36; Efes. 1:3. Los demás ("cuyo dios es el vientre") no tienen ciudad celestial; solamente viven para el tiempo presente.

          -- "esperamos", "anhelo ardiente", Rom. 8:19; "gemimos ... esperando", Rom. 8:23. Véanse también 1 Cor. 1:7; Gál. 5:5; Heb. 9:28. "Esperamos (con anhelo intenso) al Salvador". Algunos hacen burla de esta bendita promesa (2 Ped. 3:4), pero para el cristiano es el ancla del alma (Heb. 6:19), el consuelo vital (1 Tes. 4:13-18) que lo sostiene. Cristo prometió volver (Juan 14:1-3); los ángeles dijeron que "vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hech. 1:11). El libro final de la Biblia (Apocalipsis) principia y termina con esta promesa: 1:7, "He aquí viene con las nubes, y todo ojo le verá" y 22:20, "Ciertamente vengo en breve".

          3:21 -- "transformará", como se explica en detalle en 1 Cor. 15:35-44, 50-54. Lo corruptible tiene que ser vestido de inco­rrupción y lo mortal de inmortalidad.

          -- "cuerpo de la humillación nuestra", "el cuerpo de nuestro estado de humillación" (BAS). Se llama así porque se corrompe, se deshace (2 Cor. 4:16; 5:1).

          -- "semejante al cuerpo de su gloria", 1 Jn. 3:3.

          Este capítulo maravilloso presenta a Pablo como quien observa su propia carrera en el atrio de la vida desde el prin­cipio hasta el fin. Para participar en ella se tiene que deshacer de todos los lazos mundanos, aun de los religiosos, que no concuerdan con la verdad en Cristo, re­putando todas las cosas como pérdida para ganar a Cristo, el premio. Es preciso proseguir adelante, nunca mirando hacia atrás, hasta el fin, hasta terminar la ca­rrera. Se describe el premio como la "manifestación" de Jesús y la "transformación" de nuestro cuerpo. Con razón nos dice Heb. 12:1,2, "despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y con­sumador de la fe". "Pablo se representa a sí mismo como quien toma parte en una carrera; forzando cada nervio y em­pleando hasta la última gota de sus fuerzas, como un corredor, con las venas hinchadas, por no dejar de llegar a la meta" (Halley).


 

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