V. EL PODER DEL EVANGELIO PARA CAMBIAR A LA PERSONA

                        A. No he visto algún poder especial en el evangelio para cambiar la naturaleza del hombre. Cualquier sistema de creencia tiene poder para atraer y hacer cambiar un tanto al hombre.        

            Generalmente, cuando el hombre y la mujer afrontan una crisis, tienen necesidad de buscar apoyo en algo que les ofrezca una esperanza. Entonces, los que sufren estrechez económica en las manos de un dictador, piensan ver en el comunismo una solución a sus problemas, y se entregan a él incondicionalmente para mejorar su situación. El drogadicto, como el esclavo de cualquier otro vicio, cuando se cansa del vicio, y quiere librarse del tal, busca algo que lo ayude. Ve en la religión una esperanza. Se entrega a cualquier creencia religiosa, y luego proclama que Dios lo ha arrancado de la esclavitud del vicio. Todo grupo religioso cuenta con un gran número de personas que asqueadas y hastiadas de los vicios, han hallado en la religión un substituto agradable.

            El autor ahora presenta su quinta razón por qué no puede creer en la Biblia como libro infalible. ¿Cuál es? ¡Es que, según él, el evangelio no tiene ningún poder especial para cambiar la naturaleza del hombre! Le preguntamos, ¿qué quiere decir con la palabra "naturaleza"? Tiene varios sentidos, aun en las Escrituras (véase alguna concordancia). Cuando nos diga en cuál sentido usa la palabra "naturaleza", luego esperaremos que nos indique el texto o pasaje bíblico que reclama que el evangelio cambia la "naturaleza" del hombre en ese sentido.

            Ya que dice que el evangelio no tiene ningún poder especial para cambiar la naturaleza, deja la palabra "naturaleza" y pasa a darnos algunos casos de "cambios", ¡pero no menciona ni un caso de cambio de naturaleza! Dado que acusa a la Biblia de no tener ningún poder especial para cambiar la naturaleza del hombre, debió haber citado algunos casos de otros sistemas o creencias que sí cambian la naturaleza del hombre. Sutilmente dejó eso de naturaleza y citó cambios de otras clases. Tal es la "honestidad" (si no la ignorancia) del modernista en sus ataques contra la Biblia. Exige de la Biblia lo que no exige de sus otros sistemas y situaciones. El autor es hombre bien educado y capaz de mejor razonamiento. Debe saber que cambió de elementos en su línea de razonar y que al hacerlo dejó la lógica.

            El evangelio apela al corazón del hombre; cambia corazones (Ezeq. 18:31; Luc. 10:27; Heb. (:10). Limpia corazones y da buenas conciencias (1 Tim. 1:5). El que obedece al evangelio lo hace de corazón (Rom. 6:17), y el cambio resultante tiene que ver con el estado espiritual de la persona delante de Dios. Pasa de muerte a vida (Jn. 5:24); es llamado de las tinieblas a la luz (1 Ped. 2:9); no era del pueblo de Dios, pero ahora sí lo es (v. 10). Ya no está bajo la condenación de la muerte (Rom. 8:1; 6:23). No tiene alguna esperanza hueca, vana y muerta, sino una viva (1 Ped. 1:3-5). Si muere, no morirá eternamente (la segunda muerte) (Jn. 11:26; Apoc. 2:11; 20:6, 14). Por muchos años el autor predicaba estos preciosos pasajes y otros muchos semejantes. Tales son los cambios que el evangelio logra. ¿Reclama él lo mismo para "cualquier sistema"? ¡No se atreve!

            El habla de problemas de opresión social y de drogas. Aunque es cierto que el evangelio bien aplicado en la vida de los hombres les guía a eliminar tales problemas, el evangelio no tiene por fin en sí tales soluciones. Esos problemas vienen a consecuencia del pecado en el hombre, y eliminado el pecado, se eliminan los problemas. Pero en cuanto al comunismo, no elimina toda opresión y desigualdad social, piense lo que piense el desesperado. Y en cuanto a las drogas aunque hay varios sistemas que pueden motivar al drogadicto a dejar las drogas, no logran los cambios completos que el hombre necesita. Uno puede dejar las drogas y al mismo tiempo no estar libre de otros muchos problemas de los causados por el pecado en su vida. ¡El evangelio logra todos los cambios necesarios!

            ¿Quién no sabe del poder que tiene la mente sobre la materia? Claro que hay sistemas que empleando la sicología logran cambios en las personas que buscan alguna clase de alivio, pero ninguno de éstos cambia el estado de uno delante de su Creador. Su cambio es transitorio, no permanente.

            Nótese que cualquier creencia tiene el poder para "convertir" a estas personas. Lo mismo "convierte" el sistema que dice que Dios, Cristo y el Espíritu Santo son tres personas, como el sistema que dice que el Padre, Cristo y el Espíritu Santo son una misma persona; lo mismo "convierte" el que dice que Cristo resucitó como el que dice que Cristo no resucitó; lo mismo "convierte" el que dice que el bautismo es una inmersión como el que practica el rociamiento; el que acepta a Cristo como el hijo de Dios como el que lo niega, etc., etc."

            El incrédulo, ya que deja la sabiduría divina (revelada en la Santa Biblia) no puede ayudarse sino con la pobre sabiduría humana, que en este caso le dice jugar con la palabra "convertir". El autor mismo la pone entre comillas, indicando así que la usa en un sentido fuera de lo usual. Le preguntamos: ¿En qué consiste su "conversión"? ¡Especifíquelo! Y también, ¿a qué convierten sus distintos sistemas? ¡Díganos! ¿En qué sentido usa la palabra "convertir"? Pero, el modernista no contesta preguntas; nada más las hace. No habla con claridad y exactitud; no lo puede hacer y al mismo tiempo establecer su afirmación. Su éxito depende de la sutileza y de las demás artimañas de la humana sabiduría.

            La Palabra de Dios convierte el alma (Sal. 19:7). Esta conversión es específica; tiene que ver con oír la Palabra de Dios y entender con el corazón, y volver al Señor, y ser sanado del pecado (es decir, tener el perdón de ellos (Hech. 3:19 y 2:37, 38). Cuando el cristiano cae en el pecado, y es convertido, es salvado del error, y no por el error (Sant. 5:20). La conversión de los gentiles (Hech. 15:3) no consistió en predicar "cualquier sistema", como por ejemplo los mencionados por el autor. El bien sabe que hay error en el mundo y que no toda doctrina es verdad. El sabe que no toda reclamación del hombre es digna de confianza o de creencia. Hay muchas cosas que él no cree; ¡no es crédulo! Pero en este párrafo él habla de sistemas contradictorios que convierten de igual manera y con efectos o resultados iguales. El sabe que está jugando con palabras. Pero, ¿qué más tiene la humana sabiduría, tan pobre como es?

            Es decir, que la eficacia del sistema para el vicioso (el que afronta problemas o simplemente busca algo nuevo) no consiste o estriba en lo fiel que el sistema sea a los dichos de la Biblia, sino en que le ofrece a la persona un "poder", algo nuevo, diferente, algo en que ocuparse y ser útil; algo que le ayuda a reponer lo perdido; algo que le ayuda a despojarse de ese complejo de culpa, de que ha sido malo; algo que le da fe. Sí, así es, y es por eso que hay tanta gente feliz en todo grupo religioso.

            En este párrafo el autor confunde cambios mentales logrados por el subjetivismo con la revelación de la Palabra de Dios que produce cambios de relación con Dios, de estado espiritual, y que da seguridad y esperanza basadas en lo que Dios ha prometido y no en la imaginación de uno mismo. Su "gente feliz en todo grupo religioso" es semejante al Agag alegre, que sentía una seguridad, una confianza y una esperanza que no eran reales, diciendo: "Ciertamente ya pasó la amargura de la muerte" (1 Sam. 15:32). Su sentido de "certeza" no estaba basado en la Palabra de Dios, sino solamente en su propia mente. La gente "convertida" y "cambiada" del autor va a ver, cuando ya sea tarde, que como en el caso de Agag (v. 33) su destino no va a concordarse con sus ideas y su sentido de satisfacción. Jesús habló de lo mismo en Mat. 7:21-23. El autor muchas veces citaba este texto cuando andaba sabiamente en la fe. Es grande el número de personas que anhelamos su retorno a la fe. Primero tendrá que humillarse delante de su Creador y Dios, y abandonar su amor por la humana sabiduría. Tendrá que dejar sus pensamientos y buscar a Jehová cuyos pensamientos son más altos que los del hombre y cuya Palabra que sale de Su boca no vuelve vacía (Isa 55:6-11). Pero el hombre que rehusa los pensamientos de Dios y se gloría en los propios suyos, puede llegar a múltiples conclusiones erróneas, aunque fuera tan sabio como Saulo de Tarso (Hech. 9:1; 26:9-11). El y otros pensaban que rendían servicio a Dios (Jn. 16:2), pero ¿por eso era cierto? El autor debe saber que las reclamaciones de hombres no establecen verdades.

            B. El producto del ambiente. El hombre es el producto de su ambiente. La persona que es simpática por naturaleza, seguirá siendo simpática en la iglesia. En cambio, el que ha sido malhumorado desde niño, seguirá siendo un malhumorado en la iglesia. El que aprendió la honestidad y la sinceridad desde niño, será sincero y honesto en la iglesia. Pero el que fue forjado en la deshonestidad, seguirá siendo deshonesto y mañoso aunque esté en la iglesia. El que es servicial en la iglesia, lo era antes de "obedecer al evangelio". Y el que desde niño ha sido raquítico, seguirá en dicha filosofía aunque se "convierta al evangelio". El que está arraigado en la discriminación racial desde niño, aunque sea "cristiano" practicará la discriminación racial (¿Evidencia? Según el Nuevo Testamento aun apóstoles de Cristo fueron culpables de esto, como lo fueron los gentiles y los judíos, aun estando en la misma congregación; hay muchas iglesias de Cristo que no han podido aceptar que los "cristianos" negros tomen la cena del Señor con ellas; niños mexicanos y negros no se aceptan en los orfanatorios de las iglesias de Cristo para niños de habla inglesa, "blancos"; los predicadores negros y mexicanos, aunque vivan en la misma ciudad, no reciben el salario que recibe el predicador "gringo" o "blanco"; etc., etc.). Así que, ¿dónde está el poder reformador del evangelio?

            El párrafo anterior es una gran mezcla de falsedad, confusión y contradicción. Además, por medio de su manera de expresarse, el autor deja ver su propia culpabilidad en el asunto de la discriminación y prejuicio racial. Pero no hemos de inculparle demasiado, porque ¡desde la niñez él ha sido así, habiendo sido forjado así como producto del ambiente!

            Antes escribía el autor acerca de cómo muchos sistemas y creencias cambian y convierten personas, y ahora su argumentación es de que nadie cambia; tiene que ser según su carácter producido por el ambiente desde su infancia.

            Luego se contradice, hablando acerca del niño que aprende la honestidad y la sinceridad. ¿Cómo aprender? Si el ambiente determina el carácter de uno, no puede aprender a ser diferente. Pero si puede aprender a ser diferente, no es producto del ambiente. Luego, en la frase siguiente tiene a otro "forjado" en la deshonestidad. Si uno puede aprender la honestidad ¿por qué no lo puede otro? Si el niño lo puede aprender, ¿por qué no lo puede el adulto?

            El modernista siempre procura echar toda la culpa que tiene, a causa de sus pecados y defectos, a otros o a otras cosas. Si alguien es deshonesto o raquítico, no es culpa de él; ¡la culpa es del ambiente! Si alguien tiene prejuicio racial, como el autor, no es culpa de él, pues es producto de su ambiente. No teniendo culpa, no tiene responsabilidad por su carácter; ¡qué conveniente! ¡Con razón conviene no creer en Dios, no temer a Dios!

            El autor escribe pura falsedad al afirmar que "el obedecer al evangelio" no logra grandes cambios en la persona. No solamente la Biblia, sino también la observación común, afirman lo contrario. La iglesia de Dios en Corinto contaba con miembros que antes habían sido homosexuales, avaros, ladrones y otras cosas semejantes. ¡Pero fueron cambiados por el evangelio! (1 Cor. 6:9-11). "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo" (2 Tim. 2:19). ¡No puede! dice el autor, pues tiene que seguir víctima de su ambiente y según fue forjado desde la niñez. ¿Cómo se explica, pues, que ha habido grandes cambios en los hombres en todas las épocas, como lo fue en el caso de Saulo de Tarso? (Gál. 1:23; Hech. 9:21). Hay predicadores del evangelio, como otros cristianos, que antes eran traficantes de drogas y borrachos. ¿Qué hicieron por medio del evangelio? Hicieron morir lo terrenal en ellos (col. 3:5-17). ¡Qué grandes cambios! Muchos han dejado de andar como antes andaban (Efes. 4:17-19) porque aprendieron a Cristo (v. 20, 21). Se despojaron del viejo hombre y se vistieron del nuevo y así lograron dejar los vicios atrás (v. 22-32). Les basta haber vivido en la lascivia, la concupiscencia y la disipación (1 Ped. 4:3) y los cambios en sus vidas han sido tan grandes que ahora parece al mundo incrédulo cosa extraña que no corran con él en el desenfreno de disolución (v. 4).

            Pero dice el autor que aun los mismos apóstoles fueron culpables de discriminación racial. Le pedimos que por favor nos cite algún caso de esto en que Dios lo hubiera aprobado. Claro es que la Biblia revela muchas faltas de personas que profesaban seguir a Dios, pero no aprueba ningún mal en nadie en ningún caso, sino que reprende a toda persona culpable.

            Sus referencias a "gringos" y a "blancos" no merecen contestación.

            El poder para cambiar está en la persona. La persona es la que decide si quiere o no hacer cambios fundamentales en su vida, en su persona. No es cuestión de que el evangelio misteriosa o divinamente la cambie; es cuestión de que la persona quiera. Todo depende de la crisis en o deseo de su vida y del vacío que traiga y quiera llenar.

            En el párrafo anterior el autor afirma que uno es producto de su ambiente, siendo de adulto lo que era en la niñez (¡cosa rara, pues el autor desde la niñez era creyente sincero en Dios y honraba a su Creador en palabra y en hecho -- véase la primera frase de su carta abierta, pág. 1 -- pero ahora no sigue siéndolo! ¡No es producto de su ambiente!) Ahora en este párrafo se contradice abiertamente, afirmando que uno no es producto de su ambiente, sino que puede hacer "cambios fundamentales" a pesar de su pesado y su ambiente previo.

            No obstante, comenzó esta sección (la quinta) de su carta abierta, hablando de "cambiar la naturaleza del hombre". Dice que el evangelio no tiene ningún poder especial para cambiar la naturaleza del hombre. En seguida deja la palabra "naturaleza". Ahora habla de "cambios fundamentales en su vida, en su persona". ¿Por qué no habla de "cambios de naturaleza"? Le preguntamos: ¿Está afirmando usted que la persona puede cambiar su naturaleza con tal que "quiera"?

            En toda esta discusión el autor ignora la verdadera cuestión. La Biblia no afirma que el evangelio cambie la naturaleza del hombre. Es cierto (y citamos varios textos para probarlo) que el evangelio logra grandes cambios en la conducta del hombre (¿seguía Saulo de Tarso persiguiendo la iglesia después de convertido a Cristo? Gál. 1:23. El autor tendría que decir que sí, según sus afirmaciones). Pero el verdadero propósito del evangelio es cambiar el estado del hombre, cosa que no puede hacer ningún sistema humano. El pecador por el evangelio es cambiado a hombre justo; es decir, delante de Dios ya es justo porque ha sido perdonado; ya no se le inculpa de pecado (Rom. 4:7, 8). Esto no depende solamente de que la persona lo quiera, según afirma el autor, sino de Dios quien perdona por Jesucristo (Rom. 9:16). Ni aun en los asuntos de los hombres depende el cambio de estado solamente del querer de la persona. Por ejemplo, ¿puede el homicida convicto cambiar su estado, y salir de la prisión, meramente porque así quiera? ¡Claro que no! Puede arrepentirse, puede resolver no volver a matar y en todo sentido ser preso ejemplar, pero sigue siendo un convicto encarcelado a pesar de sus deseos. Su estado no cambia hasta que pague por su delito, por su crimen.

            De nuevo vemos que el autor representa mal a la Biblia, al decir, "No es cuestión de que el evangelio misteriosa o divinamente la cambie..." La Biblia no afirma que cambia la naturaleza del hombre, y mucho menos misteriosamente. Afirma que cambia el estado y la condición del hombre, y que esto resulta del perdón de los pecados que Dios en Su misericordia da por el evangelio. "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Ped. 2:9, 10). Con solamente querer, el hombre no alcanza la misericordia de Dios (Rom. 9:16; Prov. 28:13 y Rom. 4:7, 8).

            La persona se reforma cuando cree ver en un sistema algo íntimo, algo importante, algún beneficio para sí. Este principio se aplica igualmente a cualquier sistema, sea político, religioso o filosófico. El "atrayente reformador", entonces, no es factor exclusivo del evangelio.

            ¡El evangelio no reclama ser algún "atrayente reformador exclusivo"! La reforma de la vida viene a consecuencia de la conversión a Cristo, y ¡no es la conversión misma! Después de argumentar el apóstol Pablo sobre el propósito del evangelio, en los primeros capítulos de Romanos, comienza el capítulo doce con la frase, "así que". Luego describe la consecuencia lógica de la conversión a Cristo, que es la reformación de la vida.

            La cuestión no es de reforma. Uno solo, o con la ayuda de múltiples sistemas humanos, puede lograr cambios de proceder en su vida personal. Pero no logra cambio de estado con Dios ningún sistema subjetivo. ¿Cómo puede el hombre ser reconciliado con Dios? ¡Esa es la cuestión! La respuesta la hallamos solamente en el evangelio. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5:17-21).

            El autor pone palabras en la boca de Dios. Si uno quiere saber cuál plan tenía y tiene Dios para el hombre, puede irse a la Palabra de Dios y Dios mismo se lo revelará. "Quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad". Dios no quiere "que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento". "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". (1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9; Apoc. 22:17). Estos y otros muchos pasajes bíblicos hablan explícitamente de la voluntad de Dios para con Sus criaturas.

            Dios no salvó "únicamente un pequeño núcleo" en el tiempo del diluvio; ¡salvó a todos los que quisieron ser salvos! Noé les había predicado por largo tiempo (2 Ped. 2:5; Gén. 6:3), pero eran impíos que no quisieron nada del amor salvador de Dios. Si el hombre se pierde, ¡no es culpa de Dios! ¡Cómo quiere el modernista inculpar a Dios para no admitir él nada de culpa en su impiedad!

            Los que pelean contra el plan de Dios en el evangelio, el cual es la potencia de Dios para salvación a todo creyente (Rom. 1:16), tienen que sufrir las consecuencias de su propia necedad. El castigo eterno es tan razonable y consecuente como la dicha eterna, ya que el hombre ha sido creado con libre voluntad y que Dios en Su gran amor ha hecho posible para todos Su salvación eterna.

            El autor ha hecho hincapié en el punto de haber Dios creado al hombre para Su propio placer. Pero en esto ignora por completo el hecho de Dios ha hecho mucho para el placer y la dicha del hombre. En este mismo momento el incrédulo está recibiendo la vida, el resuello, las sazones, y otras numerosas bendiciones de Dios para el bien del hombre mismo (Hech. 14:17; 17:25-28; Mat. 6:25-34; Dan. 5:23). Además de esto, en la eternidad una gran multitud de gente, de todas las naciones, gozará de dicha inefable en el cielo. ¿Es todo esto para la satisfacción de Dios solamente?

            El autor se hunde en sus imaginadas inconsecuencias y contradicciones bíblicas, y rehusa ver el verdadero diseño de la Biblia, la cual nos dice que Dios ha hecho provisión para toda necesidad y todo anhelo del hombre.

                        C. Dios entonces se propuso aislar a un grupo que le fuera fiel. Escogió a Abraham como base. Formó la nación hebrea. Le dio leyes para disciplinarla y mantenerla apartada de las demás naciones y de la corrupción. Tampoco este plan tuvo éxito. Israel violó incansablemente las leyes de Dios. Se dividió, se hizo la guerra entre sí, y finalmente fue derrotado.

            Dios entonces, decidió quitarle el reino a Israel y dárselo a otro pueblo que fuera digno de él (Mateo 21:43). Estableció su iglesia. Le dio leyes para mantenerla limpia, pura; libre de las doctrinas y prácticas perversas. Pero apenas existió unos 20 años cuando empezó el desorden. Congregación tras congregación fue contaminada hasta que la iglesia se apostató, abandonando nombre, doctrina, organización, práctica y misión.

            La historia revela conclusivamente que todo intento de Dios a tener un grupo fiel, a pesar de las medidas que se tomó, fracasó rotundamente. Y uno se pregunta, si Dios sabía de antemano (recordemos que Dios todo lo sabe) que fracasaría vez tras vez, ¿para qué dar estos pasos? ¿Para qué experimentar tanto?

                        Esta tercera ilustración de su premisa tampoco la ilustra. Nótese que el autor deja la impresión de que la formación de la nación judaica era para que existiera un grupo de fieles que no se le apartaría. (¿Citó algún pasaje bíblico para respaldar su aserción? ¡No!) Deja la impresión de que la formación de la nación hebrea era un fin en sí. Ahora que dicha nación pecó y se apartó de Dios, se concluye que ¡Dios fracasó! Tal cuadro no es nada bíblico. Ya que el autor por muchos años enseñaba la Biblia con fe, es difícil comprender por qué representaría tan mal a la Biblia.

            La formación de la nación hebrea fue parte del plan de Dios concebido en Su mente desde antes de la fundación del mundo (Efes. 3:10, 11; Rom. 16:25, 26). Aun en el Huerto de Edén Dios dio la promesa de salvación para el hombre pecador (Gén. 3:15). Según este plan y promesa, era necesario que el Mesías naciera de alguna nación preparada y diseñada por Dios (Gén. 12:2, 3; 22:18; Gál. 3:8, 16; Hech. 3:25). Los profetas profetizaban acerca de ello (Gén. 49:10, Isa. 2:1-3; Miq. 4:1-5). Aun Dios por Su profeta Moisés advertía de cómo los muchos de dicha nación se apartarían de El (Deut. 28-32).

            El plan de Dios no fracasó. Es absurdo implicar que Dios planeó para que todo descendiente de Abraham le fuera fiel, sin excepción alguna. Dios nunca esperaba tal cosa, pero sí sabía que siempre habría un remanente fiel. Léase Rom. 9:6-9 y se verá que el autor implica la misma conclusión falsa que sugerían los judíos incrédulos del tiempo de Pablo. (Este es el problema del autor, como también lo era de aquellos; o sea, la incredulidad). Nuestra respuesta al autor es la misma que presentó el apóstol Pablo. ¡El plan de Dios fue un éxito rotundo, y la existencia de la iglesia hoy en día es la prueba de ello!

            La iglesia es la culminación de todo el plan eterno de Dios (Efes. 1:10, 22, 23; 2:10; 3:8-12). Este plan fue perfecto, exhibiendo la multiforme sabiduría de Dios y las riquezas inescrutables de El. Uno tiene que ignorar docenas de pasajes bíblicos para afirmar que Su plan fracasó. El tema de victoria, y no de fracaso, brota de repetidos pasajes de la Biblia, y ése es el tema principal del último libro de ella. Nunca dijo Dios que cada uno de Su pueblo sería fiel hasta el fin. Al contrario dijo: "muchos son llamados, mas pocos escogidos" (Mat. 20:16). El autor sencillamente representa mal a los hechos del caso, sean lo que sean sus motivos para hacerlo. Según el autor, Dios sí fracasó muchas veces; pero según la Biblia Su plan eterno se llevó a cabo según fue planeado desde la eternidad, y Dios se ríe de Sus contrincantes. ¡Le conviene mucho al autor contemplar con cuidado el segundo Salmo!

            ¿Apostató la iglesia? Dice el autor que sí, pero la Biblia no lo dice. ¿Se ha convertido él en mormón (pues así afirman ellos respecto a la iglesia)? Sí, vino una apostasía, ¡la que Dios mismo predijo! (Hech. 20:29, 30; 2 Tes. 2:3; 1 Tim. 4:1; 2 Tim. 4:3, 4). Pero no apostató la iglesia; "algunos" apostataron. Cristo es la Cabeza de Su iglesia; tiene un cuerpo, un reino, un rebaño. Es compuesta Su iglesia de hombres de todas las naciones y épocas (Apoc. 5:9, 10; 7:9; 21:24; Mat. 8:11). Los va a salvar eternamente (Efes. 5:25). El autor ignora por completo la verdad declarada en Rom. 11:5.

            Dice que "la historia revela..." Preguntamos, ¿cuál historia? Una historia fiel a los hechos del caso no revela cosa semejante. El autor revela su ignorancia abismal del plan de Dios y de Su iglesia, "la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (Efes. 1:23).

            Repetidamente vemos al autor acusando a Dios de los fracasos de los hombres. Así ha hecho el hombre desde el principio, pues quiere deshacerse de toda responsabilidad por medio de pasar la culpa a otros (Gén. 3:12, 13). El hombre se contenta al engañarse a sí mismo, pero Dios no puede ser burlado (Gál. 6:7).

            No, nuestro hermano caído, Dios no ha experimentado. Dios, que hizo al hombre a Su propia imagen, y que sabía que usaría su facultad de libre voluntad para pecar y caer bajo condenación, concibió el Gran Plan de Redención en Cristo Jesús para rescatarle (1 Ped. 1:18-25). ¡Llevó Su plan a cabo con toda perfección! Su iglesia es ese pueblo redimido.

 

 

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