El Profeta Habacuc

(El Libro de Habacuc)

Las fechas dadas para el libro de Habacuc van desde el 625 a. de C. cuando Josías estaba culminando sus reformas en la tierra, hasta el 605 a. de C. cuando los babilonios ejecutaron la primera invasión de Judá. Aun durante los últimos años de Josías, hubo violencia y maldad en todas partes de Judá, justo bajo la superficie de los servicios rituales a Dios (ver Jer. 3:10). Entonces, cuando murió Josías y un rey malvado tomó su lugar, la maldad escondida se manifestó ampliamente de nuevo. Por tanto, el profeta Habacuc tenía muchas preguntas en su mente que le dejaban perplejo. Su libro es muy distinto al de todos los otros profetas que llegaron a la tierra trayendo un mensaje de Dios. Habacuc, por otra parte, representa al pueblo recto que fue dejado en la tierra, y va delante de Jehová con una interrogante a responder.

El Juicio de Dios Sobre Judá, el Pueblo Malvado de Dios, Hasta los Caldeos (1:1-2:3):

El mensaje del profeta es muy claro. Primero está el lamento y la genuina tristeza en el corazón de Habacuc cuando ve la maldad a su alrededor en la nación de Judá. Por tanto, su primera interrogante a Dios: «¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás?» ¿Cómo puede Dios ser indiferente al pecado en Judá? Hay perversión, violencia, y contienda por todas partes. ¿Dios el justo gobierna en los cielos?

¿Por qué? ¿Oh Dios, por qué?

Dios da Su respuesta: «No Soy indiferente: ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos (babilonios) para castigar a mi pueblo. Una nación cruel. Marcharán a través de la tierra y poseerán casas que no les pertenecen. Formidable y terrible. Llegarán con violencia. Los reyes y los príncipes no les significan nada. Se burlarán de ellos. Son hombres culpables que han hecho un dios de su poder.»

La respuesta de Dios hace surgir otra gran interrogante en la mente de Habacuc. Él está gozoso de saber que Jehová no es olvidadizo de la maldad de Judá, sino que Jehová es puro. ¿Cómo puede permitir que aquellos tan malvados como son los caldeos se traguen a aquellos que son más justos? Judá era malvada como bien lo sabía el profeta, pero no eran tan malvada como Babilonia. ¿Oh Señor, no será detenida Babilonia en parte alguna? ¿Continuará matando a las naciones?

Habacuc dice: «Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que el Señor me responderá.»

El Señor da Su respuesta en el capítulo 2. Le dice a Habacuc que escriba la visión de manera tal que todos puedan verla y sean advertidos a correr. El juicio en verdad llegará a esta malvada nación. Puede tardar y no llegar con la celeridad que el hombre piensa que debería ser - pero espéralo. Vendrá en verdad cuando Dios haya concluido su propósito. El alma que pecara esa morirá, «mas el justo por la fe vivirá.» Esta es una promesa gloriosa. Dios es justo en sus tratos con los justos y los injustos.

Judá Sólo

El Juicio de Dios Sobre los Caldeos, el Malvado Poder Mundano (2:4-20):

La descripción de Dios sobre los caldeos no sorprende. Los caldeos son arrogantes y soberbios.  Son malvados. Los caldeos estaban sembrando la semilla de su propia destrucción. Ese es siempre el camino de la maldad dondequiera que se halle. Judá había hecho que el juicio fuese inevitable por su propio pecado. Ahora la herramienta  a utilizar para ese juicio no era importante. Podría ser mediante una nación malvada, o una nación justa; mediante una nación grande o una pequeña - no importaba. Pero si esa nación conquistadora misma estaba sembrando semillas de maldad, entonces también estaba sembrando semillas de su propia destrucción.

Babilonia era la nación bajo consideración en este pequeño libro, pero los principios expresados son principios universales. Una nación permanecerá a medida que mantiene la decencia y justicia en sus tratos con sus ciudadanos, pero a medida que se hace cada ves más opresiva y malvada, se está construyendo cada vez más su propia destrucción desde dentro, haciéndose susceptible a los ataques desde dentro y desde fuera. Sólo en la rectitud y la justicia hay vida, sea en un individuo o en una nación.

Comenzando en 2:6, Dios pronuncia cinco ayes contra la malvada actitud destructiva que se hallaba en los babilonios. «¡Ay del que multiplicó lo que no era suyo! Una nación puede someter al mundo durante un tiempo, pero después los pueblos oprimidos se levantarán contra el que hace rapiña y tomarán botín. Es inevitable.

«Ay del que codicia injusta ganancia para su casa.» Ay de quién enriquece a su propia nación codiciando y tomando la riqueza de otra nación. La misma propiedad tomada así testificará contra la nación en el día del juicio.

«Ay del que edifica la ciudad con sangre.» ¿Las personas así capturadas se fatigarán defendiendo la ciudad? El Señor de los ejércitos vendrá en juicio y todo el mundo será llenado con el conocimiento de Su gloria.

«Ay del que da de beber a su prójimo de modo de ver la desnudez de su prójimo.» ¡Ahora es tu turno! !La vergüenza, el reproche, la destrucción que has infringido a otros se volverá contra ti!

«Ay del que se hace de ídolos y pone su confianza en ellos.» ¿De qué sirve un ídolo? Un hombre lo esculpió; es su propia creación; aun así pone su confianza en ellos. ¿Le puede guiar? ¡No tiene poder.  «Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra.»

Así que, Habacuc tuvo su respuesta. Dios está enterado de la maldad de Judá y piensa castigar a la nación. Para hacerlo piensa utilizar la violencia, la agresión y la avaricia de los babilonios, pero no ignorará la maldad de los babilonios. Los juzgará como juzgará toda maldad.

Oración Por la Compasión en Medio del Juicio (3:1-19):

El último capítulo del libro es una poderosa y poética descripción del poder de Dios que vino desde Temán, desde el monte Parán para encontrarse con Su pueblo. Lleno de poder y fulgor, separó a las naciones y dispersó las montañas. Jehová pasó y las montañas vieron a Jehová y temieron. El Señor marchó a través de la tierra y trilló a las naciones. ¿Por qué? ¿Fue sólo por Su ira? El profeta contesta diciendo: «Saliste para socorrer a tu pueblo, Para socorrer a tu ungido.» Dios castiga a los malvados para la salvación de Su pueblo. El siempre ha hecho lo que es bueno y mejor para Su pueblo.

Habacuc sabía que el juicio se acercaba, de modo que oró a Dios para que recordase la misericordia en su ira. Habacuc expresa su propia aprensión por el día venidero diciendo: «Escuché lo que el Señor dijo y me estremecí. Debo esperar por la invasión  y la calamidad que se acerca. No puedo hacer nada por evitarlo, o para quitarlo. Pero aunque no florezca la higuera, ni haya fruto en la viña; aunque no haya olivas, y aunque los campos no produzcan alimento, aun así me regocijaré en el Señor. Me alegraré en el Dios de mi salvación. Jehová, el Señor es mi fortaleza, y hace que me sienta como los pies de una cierva, y en las alturas me hace andar.» Esta es la fe que debemos tener.

Judá Sólo

Joacim (Eliaquim) — 11 años (hizo lo malo)

(2 Reyes 23:36-24:6; 2 Crón.  36:5-8)

Como mencionamos anteriormente, al remover a Joacaz del trono el Faraón Necao, puso a su hermano Eliaquim, el hijo de Josías en su lugar en Judá y cambió su nombre por el de Joaquín. Necao exigió un tributo enorme a Joaquín, quien tuvo que poner pesados impuestos sobre su pueblo para poder pagarlo. Joaquín era muy malvado. Todavía era el 609 a. de C.

Al comienzo del reinado de Joaquín, a Jeremías le fue mandado predicar en el atrio de la casa del Señor a aquellos que venían a adorar (Jer. 26). La esperanza de Dios era: «Quizá oigan, y se vuelvan cada uno de su mal camino, y me arrepentiré yo del mal que pienso hacerles por la maldad de sus obras.»

A Jeremías le fue dicho que proclamase,  Así dice Jehová:« Si no me oyereis para andar en mi ley, la cual puse ante vosotros, para atender a las palabras de mis siervos los profetas, que yo os envío desde temprano y sin cesar, a los cuales no habéis oído, yo pondré esta casa como Silo, y esta ciudad la pondré por maldición a todas las naciones de la tierra.»

Cuando Jeremías terminó su profecía, los sacerdotes y los falsos profetas y todo el pueblo le echaron mano diciendo: «De cierto morirás.»

Los príncipes de Judá escucharon el alboroto, y vinieron de la casa del rey al templo para escuchar las acusaciones hechas contra Jeremías. También escucharon la defensa de Jeremías. Él dijo: «Jehová me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad, todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro Dios, y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca. Mas sabed de cierto que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad y sobre sus moradores.»

Los príncipes deliberaron con los sacerdotes y profetas sobre si Jeremías debía morir. Entonces algunos de los ancianos de Judá se levantaron y citaron el ejemplo de Miqueas el profeta que profetizó durante los días de Ezequías. Él profetizó que Sion sería hollada como un campo y que Jerusalén sería un montón de escombros, y aun así Ezequías y el pueblo de ese entonces no lo mataron. En lugar de ello, se arrepintieron y Dios cambió de decisión y no trajo el desastre predicho en ese entonces.»  ¿Haremos, pues, nosotros tan gran mal contra nuestras almas?» dijeron los ancianos.

Por tanto, Jeremías fue dejado. Pero otro profeta no fue tan afortunado. Un hombre llamado Urías profetizó durante este mismo tiempo, y él también, contra Jerusalén y Judá. Joacim y sus oficiales determinaron matarle, de modo que huyó a Egipto con temor. Joacim envió hombres a Egipto para traer a Urías de regreso, y cuando lo hicieron, fue muerto y sepultado entre el pueblo común.

A pesar de ello, en esta ocasión, el príncipe Ahicam el hijo de Safán no permitió que Jeremías fuese muerto.

La Primera Invasión: Comienzo de la Cautividad

(2 Reyes 23:34-24:6; 2 Crón.  36:4-8):

El tiempo se ha acercado para la caída de Judá. Por lo cual, los historiadores que registran la narración tanto en 2 Reyes como en 2 Crónicas meramente resumen las invasiones y la toma de los cautivos. Aprendemos más detalles de los profetas: Jeremías, Daniel, Ezequiel quienes vivieron en esos días. También hay registros babilónicos que han sido hallados y hablan de este mismo período. Trataremos de combinar la información en los resúmenes históricos, en los profetas, y en los registros babilónicos y presentarla tan claramente como sea posible.

Judá Sólo

Recuerde que la historia es más sencilla cuando involucraba sólo la historia del pueblo de Dios. En ese entonces, consideramos a las naciones sólo a la medida que ellas, a su vez, tocaban al pueblo de Dios. Si Judá todavía hubiera sido fiel a Dios, entonces la historia habría continuado igual hasta este punto. Dios podría proteger a Su pueblo contra cualquier enemigo - sin importar qué tan fuerte fuese este enemigo. Pero Judá no es fiel. Dios ha advertido y advertido, y ahora ha llegado el tiempo de que Judá sea castigado. Por tanto, la historia de otras naciones se hace totalmente entrelazada con la historia de Judá. No podemos entender la historia de Judá sin comprender un poco sobre lo que pasa en la escena mundial.

Primero, miremos todos los resúmenes que historiadores inspirados nos dan sobre el rey Joaquín.  Después de narrar que el Faraón Necao depuso a Joacaz y puso a Joaquín en el trono, y de decir que Joaquín tenía que pagar tributo a Necao, los historiadores nos cuentan que Joaquín era extremadamente malvado. Eso significa que podemos esperar que la predicha destrucción llegaría rápidamente.

De veras el siguiente hecho que se nos menciona es que Nabucodonosor, rey de Babilonia invadió la tierra. Joaquín le pagó tributo durante los siguientes tres años y después se rebeló. Como resultado de ello, las invasiones de los caldeos, sirios, moabitas, y amonitas atormentaron a Judá. En algún punto, el mismo Nabucodonosor encadenó a Joaquín con grillos y le llevó a Babilonia. Se tomaron utensilios del templo en ese entonces y los llevaron a Babilonia. La historia nos dice que todas estas cosas cayeron sobre Judá por mandato de Dios, debido a que la maldad en la tierra - la maldad que se había hecho demasiado excesiva para ser ignorada por Dios en los días del rey Manasés quien había llenado a Jerusalén con sangre inocente. Joaquín reinó un total de once años - años llenos de actos «detestables.»

Pronto examinaremos información adicional en los profetas que nos enseña sobre Joaquín. A continuación, sin embargo, observemos la escena mundial.  ¿Qué está pasando con Egipto y Babilonia para efectuar cambios en la lealtad requerida de Joaquín?

Nota Histórica — Babilonia Gana Control:

Las cosas continúan como eran hasta el 605, con Necao de Egipto en Carquemis, manteniendo el control de la ruta del Río Eufrates, y el joven reino de Babilonia cobrando más fuerza. Entonces el príncipe heredero de Babilonia, Nabucodonosor, lanzó un ataque inesperado contra las fuerzas de Necao en Carquemis. Él  los persiguió por todo el camino hasta la frontera de Egipto.

Nadie sabe qué otra cosa él podría haber hecho hasta este tiempo, ya que recibió palabra de que su padre había muerto. Tomando unos pocos hombres, Nabucodonosor cruzó el desierto de regreso a Babilonia (mire en su mapa) para tomar el trono de su padre. Dejó que su ejército pasase por los distintos gobiernos de Palestina, aceptando votos de lealtad de los pueblos. Joaquín  se sometió en ese entonces y llegó a ser en vasallo de Babilonia (2 Reyes 24:1).

Daniel: En el Primer Grupo de Cautivos

(Dan. 1:1-7):

Era costumbre tomar  algunos de los mejores y más inteligentes jóvenes de las naciones para sellar el voto de lealtad dado. Fue en este tiempo en que Daniel y sus amigos Sadrac, Mesac, y Abed-nego fueron llevados cautivos a Babilonia.

Daniel dice que fue tomado cautivo en el tercer año de Joaquín (Dan. 1:1-3) Aunque según todos los registros disponibles, Nabucodonosor no arribó a Judá hasta que derrotó a Necao en Carquemis en el cuarto años de Joaquín (Jer. 46:2). El cuarto año de Joaquín (605 a. de C.) fue el primer año de Nabucodonosor (Jer. 25:1). Probablemente Daniel se refiere al tiempo en que Nabucodonosor emprendió su expedición. Después derrotó a Necao al comienzo del cuarto año de Joaquín. Eso significa que Daniel y sus amigos fueron tomados en realidad en el cuarto año de Joaquín, aunque la campaña babilónica había comenzado en el tercer año de Joaquín.

Judá Sólo

En la campaña babilónica, la cual comenzó en el tercer año del rey Joaquín, los babilonios sitiaron la ciudad de Jerusalén. El Señor les entregó a Joaquín en sus manos, y los babilonios tomaron lo que quisieron. Exigieron tributo de Joaquín, tomaron artículos del templo mismo, y tomaron a los mejores de los jóvenes de la ciudad. Los artículos del templo de Jehová fueron puestos en los templos de los dioses babilónicos. Era el 606/605 a. de C. El cautiverio en Babilonia había comenzado.

Nabucodonosor ordenó a Aspenaz, el jefe de los eunucos, que seleccionase lo mejor de los jóvenes israelitas. Aquellos escogidos eran de la familia real y de la nobleza. Eran jóvenes sin defectos físicos, de buen parecer, y con aptitudes para toda clase de aprendizaje. Estos jóvenes fueron entrenados en todos los conocimientos de los caldeos para que algún día pudiesen servir en el palacio del rey. El entrenamiento había de durar tres años.

Entre los jóvenes escogidos, había cuatro amigos de Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Los babilonios les dieron nuevos nombres y comenzaron su entrenamiento. Daniel fue llamado Baltazar; Ananías fue llamado Sadrac; Misael fue llamado Mesac; y Azarías fue llamado Abed-nego.

¿Recuerda la profecía que Isaías le contó al Rey Ezequías cuando le mostró su riqueza a los invitados babilonios? Isaías le dijo: «He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo Jehová.  Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia» (2 Reyes 20:17-18). Todavía no todo ha sido llevado de Jerusalén, mas lo primero de los tesoros está en Babilonia, y la propia descendencia de Ezequías, la descendencia real, está sirviendo como jóvenes eunucos, siendo entrenados para servir en el palacio del rey. Las promesas de Dios se cumplen - ¡sea para bien o para mal!

Para evitar la confusión hemos decidido presentar el estudio sobre las historias de Daniel y sus tres amigos en otro libro, el de los años del cautiverio, retorno y de los años del silencio (el intervalo entre los dos Testamentos). No olvide que hay eventos ocurriendo en las vidas de los cautivos que han sido llevados a Babilonia, como también eventos tormentosos que suceden en Judá y Jerusalén. En ese libro  regresaremos  en nuestra historia para acomodar las historias de Daniel en el lugar apropiado.

Tome un nuevo mapa:

Tome un nuevo mapa de las tierras bíblicas, y dibuje en el imperio babilónico. Cuando haya copiado el mapa mostrado, habrá dibujado el imperio como fue en su mayor extensión, y aún no estaba en todo su poderío en este punto de la historia, pero pronto lo será. Observe dónde el diminuto y enfermo reino de Judá se está desmoronando. Compare el mapa de Babilonia con el mapa de Asiria.  Babilonia nunca llegó a ser un reino tan grande como Asiria, debido a que fue un imperio de corta vida. Asiria permaneció durante unos cientos de años, mientras que Babilonia duró menos de cien años.

Jeremías Predice el Cautiverio y su Duración

(Jeremías 25:1-14):

Fue en el mismo año de la batalla de Carquemis que Jeremías advirtió al pueblo de nuevo sobre la destrucción pendiente, y les dijo la duración de su cautiverio. Fue en el cuarto año del rey Joaquín y en el primer año del rey Nabucodonosor de Babilonia. El tiempo era 606/605 a. de C.

Jeremías habló a todo el pueblo de Judá en Jerusalén: «Desde el año trece de Josías hijo de Amón, rey de Judá, hasta este día, que son veintitrés años, ha venido a mí palabra de Jehová, y he hablado desde temprano y sin cesar; pero no oísteis. Y envió Jehová a vosotros todos sus siervos los profetas, enviándoles desde temprano y sin cesar; pero no oísteis, ni inclinasteis vuestro oído para escuchar cuando decían: Volveos ahora de vuestro mal camino y de  la  maldad  de  vuestras

Judá Sólo

obras, y moraréis en la tierra que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre; y no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal. Pero no me habéis  oído, dice Jehová, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro. Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis oído mis palabras, he aquí enviaré y tomaré las tribus del norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua.  Y haré que desaparezca de entre ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz de desposado y la voz de desposada, ruido de molino y luz de lámpara. Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años.»

A estas alturas la destrucción y cautiverio de la tierra de Judá había sido predicha muchas veces, y también la promesa del retorno de un remanente había sido hecha muchas veces, pero esta es la primera vez que se ha hecho mención de un tiempo específico involucrado en la promesa. Jeremías dice que el pueblo de Judá servirá el rey de Babilonia setenta años. Aun en este tiempo, la severidad del servicio a ese rey dependía de las acciones del pueblo de Judá. La primera invasión de los babilonios llegó en el mismo año en que Jeremías hizo esta declaración. Joaquín se rindió, algunos cautivos fueron tomados, y algunos tesoros fueron sacados del templo. Si el pueblo se hubiese arrepentido, habrían podido servir al rey de Babilonia en su propia tierra y hubiesen podido evitar una tragedia adicional. Mientras estudia el período del cautiverio, esté alerta para ver el cumplimiento de esta profecía de Jeremías. Mire incluso el factor del tiempo.

Las profecías de Jeremías no se habían completado cuando habló del cautiverio de Judá. Continuó diciendo: «Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre. Y traeré sobre aquella tierra todas mis palabras que he hablado contra ella, con todo lo que está escrito en este libro, profetizado por Jeremías contra todas las naciones. Porque también ellas serán sojuzgadas por muchas naciones y grandes reyes; y yo les pagaré conforme a sus hechos, y conforme a la obra de sus manos.» Posteriormente, Jeremías incluso predice que los medos serán los instrumentos de Dios mediante los cuales castigará a Babilonia (Jer. 51:11). En el próximo libro de esta serie, veremos cómo se desarrolla la historia hasta que esta profecía se cumpla también.

El Ejemplo de los Recabitas (Jeremías 35:1-19):

El año exacto del reino de Joaquín en que pasó esta historia no es dado. Pero ya que el ejército de Nabucodonosor estaba cerca de Jerusalén (35:11), casi con certeza fue el cuarto año de Joaquín, el año de la primera invasión de Nabucodonosor.

Jehová dijo a Jeremías: «Ve a casa de los recabitas y habla con ellos, e introdúcelos en la casa de Jehová, en uno de los aposentos, y dales a beber vino.»

Como fue instruido, Jeremías fue a Jaazanías el hijo de Jeremías (no el profeta), y lo llevó a él, sus hermanos, sus hijos y toda la casa de los Recabitas y les trajo a la casa de Dios, en la cámara de los hijos de Hanán. Puso delante de ellos tazas y copas de vino, y dijo: «Bebed vino.»

Sin embargo, para sorpresa de Jeremías, replicaron: “No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos; ni edificaréis casa, ni sembraréis sementera, ni plantaréis viña, ni la retendréis; sino que moraréis en tiendas todos vuestros días, para que viváis muchos días sobre la faz de la tierra donde vosotros habitáis. Y nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Jonadab hijo de Recab en todas las cosas que nos mandó, de no beber vino en todos nuestros días, ni nosotros, ni nuestras mujeres, ni nuestros hijos ni nuestras hijas; y de no edificar casas para nuestra morada, y de no tener viña, ni heredad, ni sementera. Moramos, pues, en tiendas. La única razón por la que estamos en la ciudad de Jerusalén ahora es por temor al ejercito de los Caldeos”. 

Judá Sólo

Jehová trajo Su lección. Dijo a Jeremías que dijese a los hombres de Judá: “¿No prestaréis atención a las palabras que digo? Las palabras que habló Jonadab a sus hijos, las obedecen hasta el día de hoy. Pero yo os he hablado una y otra vez y vosotros no habéis escuchado. Como los hijos de Jonadab el Recabita han hecho como su padre les mandó, y vosotros no, os digo que traeré sobre Judá y los habitantes de Jerusalén todas las calamidades con las que les he amenazado”.

Jeremías también dijo a la casa de los recabitas,  “El Señor dice que por cuanto habéis obedecido a la voz de vuestro padre Jonadab el hijo de Recab, no faltará un varón que esté en mi presencia todos los días”. 

La historia de Jonadab el recabita da marcha atrás unos 250 años al tiempo cuando Jehú estaba destruyendo la casa de Acab.  Mientras Jehú se estaba dirigiendo hacia Samaria, se encontró con Jonadab y lo invitó a subirse en su carro para que viera  su celo por Jehová.  Jonadab ayudó a Jehú en repartir las vestimentas a los adoradores de Baal lo cual los marcó para la destrucción (2 Reyes 10:15-23). 

Jonadab dijo a sus hijos una vez que no bebieran vino, etc., y durante 250 años habían obedecido escrupulosamente su palabra.  Jehová deseaba que Sus hijos fueran así de obedientes. 

Joacim Quema el Rollo de Jeremías

(Jeremías 36:1-32):

En ese mismo año, el cuarto año de Joacim, Dios mandó a Jeremías que tomara un rollo y escribiera en él todas las palabras que Él había hablado contra Israel y Judá y contra todas las demás naciones.  Todos los mensajes que Jeremías había hablado desde el año décimo tercero (13) de Josías debían ser registrados.  Jeremías dictó las palabras y su escriba Baruc las escribió en el rollo. 

La porción escrita sería aproximadamente esa parte que resumimos en los primeros 20 capítulos.  Imagínese aquellas predicciones siendo hechas acerca del reino de la que usted era personalmente responsable, y luego piense en cómo cualquier persona inteligente debería haber respondido cuando escuchó lo que era leído. 

Dios dijo, “Quizás cuando el pueblo de Judá oiga acerca del desastre que planeo infligir sobre ellos, cada uno se vuelva de su mal camino; entonces perdonaré su maldad y su pecado”.  [¿Ve usted la misericordia de Dios?  Aún quería salvar a Su pueblo.

Jeremías dijo a  Baruc, “Estoy confinado; yo no puedo ir al templo del Señor.  De manera que ve tú al templo en el día del ayuno y lee al pueblo el rollo de la palabra del Señor.  Léelo a todos los que vengan, y quizás escucharán”.  Se tomó tiempo para que el rollo fuera escrito.  A estas alturas era el noveno mes del décimo quinto año de Joacim.  Los primeros cautivos se habían ido ya por más de un año. 

Había sido proclamado un ayuno especial.  Este no era el ayuno mandado por la ley en conexión con el día de la expiación porque ese ayuno era en el mes séptimo – aproximadamente en octubre de nuestro año (Lev. 16:29-34).  Este estuvo en el noveno mes (diciembre). 

Baruc fue y leyó la ley como le había sido mandado.  Un hombre llamado Micaías oyó la lectura y dijo a los príncipes de Judá acerca de ella.  Ellos enviaron palabra a Baruc diciendo, “Trae el rollo del que haz leído al pueblo, y ven a nosotros”.  Baruc fue, y ellos dijeron, “Siéntate ahora, y léelo a nosotros”. 

Todos ellos se atemorizaron cuando oyeron las palabras.  Dijeron, “Debemos decirle al rey todas estas palabras”.  Pero temieron por la vida de Baruc, de manera que le preguntaron, “¿Cómo escribiste estás palabras?”  “¿Jeremías te las dictó?”  Baruc les aseguró que eso era cierto. 


Judá Sólo

Los príncipes dijeron, “Ve y escóndete, tú y Jeremías.  Que nadie sepa dónde están ustedes”.  De esta manera Baruc se fue, y los príncipes entraron a donde estaba el rey Joacim.  Pero antes de ir, tuvieron la precaución de esconder el rollo. 

Después que le dijeron al rey lo que habían oído, envió a Jehudí a ir y traer el rollo, y luego hizo que lo leyera en voz alta.  Era invierno, y  había un fuego ardiendo en el brasero.  Mientras Jehudí leía tres o cuatro planas del rollo, el rey cortó esa porción con su cortaplumas y la arrojó en el fuego.  El proceso continuó hasta que todo el rollo se consumió. 

Tres de los varones que habían traído la palabra acerca del rollo – Elnatán, Delaía y Gemarías – protestaron y le instaron al rey que no quemara el rollo.  Los otros, los asistentes de los reyes, no prestaron atención.  No tuvieron temor, ni rasgaron sus vestidos por lo que el rey hizo.  Joacim mandó que Baruc y Jeremías fueran arrestados, pero no pudieron encontrarlos.  El Señor los había escondido. 

Jehová mandó luego que fuera escrito otro rollo.  El Señor envió un mensaje directo acerca de Joacim diciendo, “El no tendrá a nadie que se siente en el trono de David; su cuerpo será echado y expuesto al calor del día y al frío de la noche.  Yo lo castigaré y a sus hijos y a sus servidores por su maldad; traeré sobre ellos, y sobre aquellos viviendo en Jerusalén, y sobre el pueblo de Judá todo el desastre que pronuncié contra ellos, porque no han escuchado”. 

Por tanto, Jeremías tomó un rollo nuevo y lo dio a Baruc, y le dictó las palabras que habían sido escritas antes; y muchas otras palabras fueron añadidas. 

Los Últimos Días de Joacim

(2 Reyes 24:1-6; Jer. 22:18-19):

Como notamos en el resumen que dan los historiadores inspirados acerca de Joacim, el texto dice que sirvió a Nabucodonosor tres años y luego se rebeló contra él (2 Reyes 24:1).  Esto coincide con el registro babilónico.  Fue en el 601 a. de C. que Nabucodonosor regresó para terminar su lucha en contra de Egipto.  En lugar de eso, Las fuerzas de Necao derrotaron con severidad a Babilonia.  El ejército de Nabucodonosor fue derrotado tan completamente que tuvo que irse a casa y pasar los siguientes dieciocho meses reconstruyendo sus fuerzas. 

Si nuestro registro del tiempo es correcto, probablemente la rebelión de Joacim estaba conectada con este episodio, probablemente cuando él vio a Babilonia derrotada.  Puesto que Nabucodonosor estaba ocupado en otra parte con otros asuntos, no regresó inmediatamente para obligar a Joacim a la sumisión. Sin embargo, la rebelión de Joacim ciertamente no mejoró sus circunstancias como rey, puesto que sufrió invasiones de todos lados – de los caldeos, los sirios, los moabitas, y los amonitas.  No hay información definida disponible sobre el tema, pero bien podría ser que Nabucodonosor estuvo promoviendo estas invasiones.  No obstante, el asunto fue ocasionado por el Señor para continuar el proceso de destrucción de Judá por sus pecados. 

En algún momento, Joacim fue atado con cadenas para ser llevado a Babilonia (2 Crón.  36:6).  No obstante, de todas las otras narraciones no hay evidencia de que en algún momento realmente fuera tomado cautivo.  Reinó durante once años en Jerusalén y murió antes de que el ejército de Nabucodonosor llegara de nuevo a la ciudad.  Debe de ser el caso que fue atado cuando los primeros hombres de Nabucodonosor entraron en Jerusalén demandando sumisión en el 605, o durante una de las últimas invasiones que empezaron alrededor del 601­/600.  Joacim debe de haber febrilmente hecho voto de lealtad para salvar su vida, y fue liberado para reinar un poco más tiempo.  El historiador inspirado no nos da suficiente información para saber todos los detalles. 

No son dados detalles acerca de la muerte de Joacim, pero Jeremías dijo:  “Con respecto a Joacim el hijo de Josías rey de Judá, no lo llorarán diciendo, ‘¡Ay, hermano mío!’ o ‘¡Ay, nuestro señor!’ o ‘¡Ay, su grandeza!’  Será sepultado como un asno, arrastrado y echado más  allá  de  las

Judá Sólo

puertas de Jerusalén” (Jer. 22:18-19).  Ya hemos notado otra profecía de Jeremías que decía, “Su cuerpo muerto será echado al calor del día, y al hielo de la noche” (Jer. 36:30).  Esto indica que Joacim fue muerto durante una de las escaramuzas con una las partes invasoras mencionadas anteriormente, y no le fue dada una sepultura apropiada. 

Nota Histórica — Babilonia vuelve de nuevo:

Nabucodonosor y su ejército se levantaron de nuevo contra Jerusalén a finales del 598 a. de
C.   De las crónicas babilónicas aprendemos que Nabucodonosor recolectó sus tropas cerca de tres meses antes de que Jerusalén fuera tomada a principios del 597 a. de C.  Algunos han dicho  que Nabucodonosor se dirigió hacia Jerusalén  para castigar a Joacim por su rebelión, pero que para el tiempo en que llegó a Jerusalén, Joacim había muerto, y Joaquín su hijo había tomado el trono.  Es muy probable que la muerte de Joacim fue la ocasión que Nabucodonosor tomó para descender y reafirmar su control sobre Judá. 

Joaquín (Conías) — 3 meses (malo)

(2 Reyes 24:8-15; 25:27-30; 2 Crón.  36:9-10)

Es fácil ver de los pocos versículos dedicados a la vida de Joaquín que no mucho se relata acerca de él.  Tenía solamente dieciocho años cuando siguió a su padre en el trono y reinó durante solamente tres meses y diez días.  Durante ese breve tiempo siguió en los caminos de su padre.  Aun el conocimiento de que Nabucodonosor estaba en camino, y el asedio mismo de Jerusalén, no hizo nada para traer una reformación de su carácter. 

Nota Cronológica:

2 Reyes 24:8 da la edad de Joaquín como de dieciocho años cuando llegó a ser rey.  2 Crónicas 36:9 la da como de ocho años.  Había otros reyes niños, de manera que sería posible que él tuviera solamente ocho años, y sus consejeros eran los que tomaban las decisiones.  Menciona específicamente a su madre rindiéndose al mismo tiempo que el joven rey se rendía, lo cual podría sugerir que ella estaba en una posición de consejera.  Pero dieciocho parece encaja mejor en la historia  porque son mencionadas sus esposas (2 Reyes 24:15), y es dicho que hizo “lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Reyes 24:9). 

Era demasiado tarde para salvar a Jerusalén.  Dios dijo a través de Jeremías, “Aun si Conías”, [otro nombre para Joaquín] fuera un anillo en mi mano derecha, aun de allí lo arrancaría. Te entregaré en manos de los que buscan tu vida, a aquellos que temes — a Nabucodonosor, rey de Babilonia y a los babilonios.  Te arrojaré a ti y a la madre que te dio a luz a otro país donde no nacisteis, y allí moriréis.  Nunca retornaran a la tierra a la que anhelan volver, ... Así dice el Señor:  ‘Inscribid a este hombre como sin hijos, hombre que no prosperará en sus días; porque ninguno de sus descendientes logrará sentarse sobre el trono de David ni gobernar de nuevo en Judá’” (Jer. 22:24-30). 

Nota acerca de la Línea de David — El Renuevo (Jer. 23:5 y Sigs.): 

La palabra de Dios a través de Jeremías es muy específica aquí de que ningún descendiente de  Joaquín jamás reinará en  Jerusalén.  Esa declaración es un golpe mortal a la doctrina enseñada hoy día por muchos grupos religiosos de que Jesús, un descendiente directo de Joaquín, retornará a la tierra y reinará en la ciudad física de Jerusalén.  Jeremías dice enfáticamente que esto no sucederá. 

A pesar de eso, solamente unos pocos versículos más tarde, en Jeremías 23:5-6, Jeremías predice un gobernante, un rey, que sería levantado de la casa de David.  Este sería un rey que reinaría sabiamente y practicaría lo que es justo y recto en la tierra.  En sus días Judá sería salvo e Israel viviría seguro.  El nombre de ese  gobernante sería  “El  Señor,  justicia  nuestra”. 

Judá Sólo

El simbolismo es aquello de un árbol que fue cortado (la casa de David), pero de ese árbol, un vástago (brote) o renuevo, crecería para ser Rey, el Señor, Justicia Nuestra. 

Cuando el ángel apareció a María le dijo que al niño que daría a luz le sería dado “el trono de David su padre; y reinaría sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendría fin” (Lucas 1: 32-33).  En el día de Pentecostés Pedro declaró que Jesús se levantó de los muertos y retornó al cielo para sentarse en el trono de David — para reinar en los cielos para siempre (Hechos 2:29-36). 

Los oficiales de Nabucodonosor  avanzaron hacia Jerusalén y le pusieron sitio.  Nabucodonosor mismo vino a la ciudad mientras sus oficiales la estaban asediando.  La ciudad no fue destruida en este tiempo porque Joaquín y todos sus oficiales se rindieron. 

Joaquín fue tomado prisionero.  Fueron sacados todos los tesoros del templo y del palacio, incluyendo todos los artículos de oro que Salomón había hecho para el templo.  Además, todos los jefes, los hombres de guerra, los herreros y los artesanos de la ciudad fueron llevados al exilio — un total de 10.000.  La madre del rey, sus esposas, sus oficiales, y los poderosos de la ciudad fueron llevados.  Una fuerza especial de 7.000 combatientes descritos como “fuertes y aptos para la guerra” y mil artesanos y herreros fueron llevados, ya fuera en adición a los ya mencionados, o quizás esta descripción es solamente un desglose de los 10.000 mencionados arriba.  Solamente los más pobres del pueblo fueron dejados en la tierra. 

El profeta Ezequiel estaba entre los cautivos.  Se describió a sí mismo como uno de los cautivos, y usualmente fecha los eventos en su libro por el año que era en los términos de la cautividad de Joaquín (véase Ezeq. 1:2; 8:1; 20:1; 40:1).  Miraremos a Ezequiel y su obra más de cerca más tarde, en el libro tratando directamente con el período de la cautividad y el retorno.  Ezequiel, como Daniel, estaba iniciando su obra en Babilonia mientras estos últimos eventos estaban sucediendo en Jerusalén.  Nos parece que será menos confuso en el estudio si terminamos los eventos en Jerusalén antes de ir a Babilonia para mirar los eventos que ocurren allí. 

Nota Histórica: 

De la comparación de los registros bíblicos y los babilónicos, podemos construir una cronología exacta de esta invasión. Según los registros babilónicos, el rey Nabucodonosor juntó sus tropas y partió para Judá en su séptimo año (598 a. de C.).  El rey Joaquín murió en Jerusalén más o menos al tiempo en que Nabucodonosor empezó a juntar sus tropas en Babilonia.  Estas fechas exactas son dadas en las crónicas babilónicas. 

La Biblia da la fecha como el año octavo de Nabucodonosor (2 Reyes 24:12), pero  no hay conflicto entre esta y la crónica babilónica, porque la Biblia también dice que los cautivos fueron llevados a  Babilonia “a la vuelta del año”, o como diríamos, al principio del nuevo año (2 Crón.  36:10).  Cerca de quince días después la ciudad de Jerusalén fue capturada, los cautivos fueron llevados.  El mes de Adar dio paso al mes de Nisán y un nuevo año había comenzado — el octavo año de Nabucodonosor. 

La Liberación de Joaquín de Prisión

(2 Reyes 25:27-30):

En el año treinta y siete de su exilio, Joaquín fue liberado de la prisión.  Un hombre llamado Evil-merodac había llegado al trono en Babilonia.  Excarceló a Joaquín en el día veintisiete del mes duodécimo.  Desde ese momento en adelante, a Joaquín le fue dado un lugar de alto honor por encima de los otros reyes cautivos.  Le cambió sus vestidos de prisión y comió en la mesa del rey regularmente. 

Joaquín fue uno de los judíos considerado como el heredero legítimo al trono.  Tal como Jeremías lo había predicho, nunca hubo otro hombre de sus descendientes para reinar sobre el trono en Jerusalén, pero Jesús nació como descendiente directo de Joaquín (Mat. 1:11-12). 

Judá Sólo

Sedequías (Matanías) — 11 años (malo)

(2 Reyes 24:17–25:7; 2 Crón.  36:10-21)

Nabucodonosor nombró a Matanías, tercer hijo de Josías y tío de Joaquín, como el sucesor de Joaquín.  Nabucodonosor cambió su nombre por el de Sedequías.  Sedequías tenía la misma madre como Joacaz quien fue destronado y deportado a Egipto por Necao (véase 2 Reyes 23:31; 24:18).  Sedequías era de veintiún años cuando empezó a reinar y reinó once años.  Fue un hombre muy malo.  Sedequías está catalogado como uno de los reyes, pero no fue más que un títere bajo Nabucodonosor. 

Visión de las Dos Cestas de Higos

(Jeremías 24:1-10):

Naturalmente, después que los cautivos fueron tomados de Jerusalén, los que quedaron se acongojaron por los que se perdieron.  Justo en ese momento, Dios habló nuevamente a Jeremías en una visión.  Dijo, “¿Qué ves, Jeremías?” 

Jeremías contestó, “Veo dos cestas de higos colocadas delante del templo del Señor.  Una está llena con higos muy buenos, recién madurados.  La otra está llena con higos malos, que de podridos no se pueden comer”. 

Luego dijo Dios:  “Las personas que han sido llevadas al exilio son como los higos buenos.  Los he enviado lejos de este lugar, pero mis ojos mirarán sobre ellos para su bien, y los traeré de regreso a esta tierra.  Los edificaré y no los derribaré.  Los plantaré y no los arrancaré.  Les daré un corazón para que me conozcan, para que sepan que yo soy el Señor.  Ellos serán mi pueblo, y Yo seré su Dios, porque ellos volverán a mí con todo su corazón”.  [¿Recuerda el pacto que Dios ha querido con Su pueblo todo el tiempo?

Dios continuó, “Pero como a los higos malos que de podridos no se pueden comer, de la misma manera haré con Sedequías rey de Judá, a sus oficiales, y a todos aquellos dejados en Jerusalén, al remanente que queda en la tierra o a los que vayan a Egipto.  Los haré que sean aborrecidos y una ofensa para todos los reinos de la tierra.  Serán un oprobio y un refrán, un objeto de burla y de maldición no importa dónde vayan.  Enviaré espada, hambre y pestilencia contra ellos hasta que sean exterminados de la tierra que les di a ellos y a sus padres”. 

Dios le estaba diciendo a Jeremías que estaba condolido por el grupo malo.  Dios había hecho que lo mejor del pueblo fuera llevado cautivo para que Él pudiera salvarles de la destrucción y traerlos de regreso como un remanente.  Se acongoja por aquellos dejados en la tierra porque la tragedia aún está por delante para ellos.  ¡No son dignos de salvación! 

Mensaje de Jeremías a los Cautivos

(Jeremías 29:1-32):

Después que los babilonios habían llevado al destierro a Joaquín (Jeconías), a la reina madre, a los eunucos, a los príncipes de Judá, y a los artesanos de la tierra, Jeremías les escribió una carta y la envió por mano de Elasa, hijo de Safán, y de Gemarías, hijo de Hilcías, a quienes Sedequías estaba enviando a Nabucodonosor para algún asunto.  Ellos debían entregar la carta de Jeremías a los cautivos. 

El Safán e Hilcías que son mencionados a menudo en el libro de Jeremías son los hombres que servían bajo el rey Josías — Safán el escriba e Hilcías el sacerdote que encontraron el libro de la ley en el templo y lo leyeron al joven rey.  Eran hombres muy buenos y parece que estos hijos también eran buenos hombres, aunque también es mencionado un hijo malo de Safán (Jaazanías — Ezeq. 8:11).   

Judá Sólo

La carta decía: 

Así dice el Señor:  Edificad casas y habitadlas.  Plantad huertos y comed de su fruto.  Cásense y tengan hijos e  hijas, y luego tomen esposas para sus hijos, y maridos para sus hijas, y  multiplíquense.  No permitan que su número disminuya. 

Busquen la paz de la ciudad a la cual han sido llevados.  Oren al Señor por esto, porque si la ciudad goza de paz, ustedes tendrán paz. 

No escuchen a los falsos profetas entre ustedes.  Profetizan falsamente en mi nombre, pero yo no los he enviado, dice el Señor. 

Jehová dice, “Después que se hayan cumplido setenta años para Babilonia, Yo los visitaré y haré que ustedes regresen a este lugar.  Porque tengo planes de paz para ustedes y no lo malo.  Si ustedes me invocan y me buscan, estaré disponible y vendré y traeré a un fin vuestra cautividad.  Os reuniré de entre las naciones, y os traeré de regreso al lugar del cual hice que fueran llevados”. 

Nota Cronológica: 

Jeremías dio primero la figura de setenta años para la duración de la cautividad justo después que los cautivos fueron llevados en el 605 a. de C. (véase  Jer. 25:1, 11-12).  Ahora, después que el segundo grupo fue tomado en el 597 a. de C., la figura de los setenta años es dada de nuevo como la duración de la cautividad.  Finalmente, después que la ciudad de Jerusalén fue destruida en el 586 a. de C., los historiadores registran que la tierra estuvo desolada hasta que los setenta años fueron completados (2 Crón.  36:21). 

Aun cuando es dada la figura de tres tiempos diferentes, esta es contada desde los días cuando los primeros cautivos fueron llevados hasta que los primeros cautivos retornaron (605 hasta el 536/5 a. de C.).  Parece que la figura de los setenta años se refería a la duración del tiempo en que Babilonia permanecería en el poder como la fuerza captora.  Nabucodonosor empezó su reinado en el mismo año que Daniel y otros fueron tomados cautivos.  Tan pronto como Babilonia fue capturada por los medos y los persas, el nuevo gobernante dio el decreto permitiendo al pueblo cautivo regresar a casa — de esta manera, el fin de la cautividad. 

La Promesa de un Mejor Día; un Nuevo Pacto (Jeremías 30–31):

A estas alturas la cautividad había llegado a ser una horrible realidad para el pueblo de Dios.  Era claro que Jehová estaba haciendo lo que había dicho que haría.  El castigo había empezado.  Ahora Dios vio la necesidad de consolar a Su pueblo, de decirles que serían liberados.  De esta manera, Dios les dice a los captores de Judá, “Quebraré el  yugo de su cerviz”.  Dijo que su pueblo le serviría (30:8-9). 

No obstante, esta liberación no ocurriría hasta que el castigo fue llevado a cabo, porque los pecados de Judá eran muchos.  A pesar de todo, llegaría el día cuando el Señor traería a Su pueblo a casa, y serían Su pueblo, y Él sería su Dios (30:11-17, 22). 

En el día de la restauración, el Señor promete que hará un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.  No sería como el pacto que hizo con ellos cuando fueron sacados de Egipto (véase Éxodo 19–24).  Ellos habían violado el pacto.  Con Su nuevo pacto, Jehová pondría Su ley en las partes más internas de Su pueblo, y escribiría Su ley en sus corazones, y Él sería su Dios, y ellos serían Su pueblo.  Nadie mas en el reino de Dios tendría que enseñar al otro “conoce al Señor”, porque todos conocerían al Señor.  Y el Señor dijo, “Perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado” (31:31-34). 

Conflicto Entre Jeremías y Hananías

(Jeremías 27:1–28:17):

En ninguna otra parte vemos el conflicto entre los profetas de Dios y los falsos profetas tan vívidamente como lo vemos en el libro de Jeremías. 


Judá Sólo

Dios le dijo a Jeremías que hiciera coyundas y yugos y se los pusiera el cuello.  Luego fue a decirle a Judá y a todos los vecinos a su alrededor que Dios había colocado el yugo de Babilonia sobre ellos, y que si se sometían, podrían permanecer en su propia tierra y prosperar. 

¿Ve usted la prolongada misericordia de Dios, aun para este remanente impío que quedó en la tierra?  Dios ya le ha dicho a Jeremías qué le ocurrirá a este grupo, porque Dios podía prever su continuada rebelión, pero Dios aún les da una oportunidad para que aminoren el castigo delante de ellos. 

Jeremías va delante del pueblo con su yugo alrededor de su cuello, y dio a cada uno el mensaje de Dios.  Les dijo que Dios había dado al rey de Babilonia el poder aun sobre las bestias del campo y las aves del cielo.  “Ahora, por favor sométanse a él.  Si ustedes se someten se les permitirá quedarse en la tierra y prosperar, pero si  no se someten, Dios castigará la nación con espada, hambre y pestilencia.  ¿Por qué escuchan a los falsos profetas que les dicen que se rebelen?  ¿Por qué harán que su ciudad sea destruida? 

Jeremías llevó su mensaje a toda clase de personas – al hombre común, al rey, y a los sacerdotes.  Los falsos profetas estaban diciendo que no más tesoros debían ser tomados de la ciudad, pero Jeremías dijo a los sacerdotes que si no se sometían, todo tesoro que quedaba en la ciudad sería llevado a Babilonia y “allí quedarán hasta el día en que yo los visite, entonces los traeré y los restituiré a este lugar”. 

Un falso profeta, Hananías, escuchó el mensaje de Jeremías.  Vino ante el pueblo y dijo, “Esto es lo que Dios realmente dice:  ‘He quebrado el yugo del rey de Babilonia.  Dentro de dos años todos los utensilios que han sido tomados de la casa del Señor serán retornados.  Joaquín y todos los otros exiliados que han sido llevados a Babilonia retornarán a Judá”. 

Jeremías contestó, “¡Amén!  ¡Así lo haga el Señor!  ¡Pueda el Señor cumplir todo lo que usted ha dicho!  Pero desde los primeros tiempos, la forma en que uno reconoce a un profeta de Dios es por si su palabra se vuelve verdad”. 

Hananías caminó hasta Jeremías y rompió el yugo de su cuello y repitió su  profecía de que dentro de dos años se terminaría la cautividad. 

Jehová habló luego a Jeremías diciendo, “Dile a Hananías que el yugo de madera será reemplazado por un yugo de hierro porque Yo he puesto el yugo del rey de Babilonia sobre los cuellos de todas estas naciones, y le servirán”. 

Jeremías dijo a Ananías, “El Señor no te ha enviado.  Profetizas mentiras.  Por tanto, el Señor dice que morirás este año porque has hablado rebelión contra Jehová”. 

¡Dos meses después Hananías murió! 

La Caída de Jerusalén

(2 Reyes 24:20b–25:21; 2 Crón.  36:13-21):

Sedequías sirvió al rey Nabucodonosor durante nueve años y luego se rebeló, dependiendo, como era costumbre, de los egipcios para que le ayudaran.  El ejército babilónico pronto estaba asediando a Jerusalén.  Esto fue en el año noveno y décimo mes de Sedequías (Jer. 39:1). 

En Babilonia, Ezequiel fue informado por Jehová de que el ejército de Babilonia estaba acercándose a Jerusalén.  Dios dijo, “Hijo de hombre, escribe la fecha del día, del día de hoy. Este mismo día el rey de Babilonia ha avanzado contra Jerusalén” (Ezez. 24:1-2). 

Jeremías y la Caída de Jerusalén:

Como ya hemos visto, hay una abundancia de información en Jeremías con respecto a la historia de Judá y sus últimos días.  Veremos que esto también es verdad aun durante el sitio de la misma Jerusalén. 

Judá Sólo

Jeremías fue amenazado de muerte (26:8); fue encarcelado en diferentes ocasiones (20:1-6; 32:2-3; 37:16; 38:4-13).  Los ánimos del pueblo se exaltaron mucho especialmente durante el sitio de Jerusalén mientras Jeremías predicaba:  “El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre y de pestilencia; pero el que salga y se entregue a los caldeos que os sitian, vivirá, ... Porque Dios  ha puesto su rostro contra esta ciudad para mal, y no para bien ... Será entregada en manos del rey de Babilonia, quien le prenderá fuego” (21:9-10). 

Sedequías era un rey débil.  Ocasionalmente tuvo un leve interés en lo que Dios había pensado hacer.  Envió a Pasur el sacerdote donde Jeremías para inquirir de Jehová.  Sedequías le recordó las historias de la maravillosa liberación que Dios había forjado en los días de Asa contra Zera etíope (2 Crón.  14:9-15) y en los días de Ezequías contra Senaquerib el asirio (2 Rey. 18:13–19:37).  El deseo desesperado de Sedequías era:  “Tal vez el Señor haga con nosotros conforme a todas sus maravillas, de manera que el rey de Babilonia se retire de nosotros” (Jer. 21:2).  En lugar de eso Dios dijo, “No.  En lugar de eso haré que sus armas de guerra se vuelvan ineficaces, y Yo pelearé del lado de los caldeos” (Jer. 21:3-7). 

Al principio del sitio, antes de que Jeremías fuera encarcelado, un ejército egipcio vino para pelear contra los caldeos.  Esto levantó la esperanza en Jerusalén de que el sitio se terminaría, porque, cuando los caldeos oyeron del acercamiento del ejército egipcio, se retiraron de Jerusalén (Jer. 37:5). 

Sin embargo, Dios dijo a través de Jeremías:  “Así diréis al rey de Judá, que os envió a mí para consultarme: ‘He aquí, el ejército de Faraón que salió en vuestra ayuda, volverá a su tierra de Egipto. Y volverán los caldeos y pelearán contra esta ciudad, la capturarán y le prenderán fuego.  No os engañéis, diciendo: Ciertamente los caldeos se apartarán de nosotros, porque no se apartarán.  Pues aunque hubierais derrotado a todo el ejército de los caldeos que peleaba contra vosotros, y sólo quedaran heridos entre ellos, se levantarían cada uno en su tienda, y prenderían fuego a esta ciudad” (Jer. 37:6-10). 

En medio del sitio, Dios dijo a Sedequías que él vería los ojos de Nabucodonosor con sus ojos y le hablaría cara a cara y que sería llevado a Babilonia donde moriría en paz (Jer. 32:4; 34:1-7).  Cerca de este mismo tiempo, Dios dijo a Ezequiel en Babilonia que el príncipe en Jerusalén (Sedequías) sería traído a Babilonia, pero que no “vería” la tierra, y que moriría allí (Ezeq. 12:13). 

Más tarde, en una conversación secreta con Jeremías, Sedequías fue instado a rendirse al rey de Babilonia.  Jeremías dijo, “Así dice el Señor, ‘Si te rindes al rey de Babilonia, entonces vivirás, y esta ciudad no será incendiada, y vivirás, tú y tu casa. Pero si no te rindes, esta ciudad será entregada en manos de los caldeos; ellos la incendiarán y tú no escaparás de su mano” (Jer. 38:17-18). 

Sedequías tuvo miedo de tomar el consejo de Jeremías.  ¿Ve usted cómo él aún pudo haber alivianado la calamidad sobre su ciudad?  ¡Nos maravillamos de cómo estos hombres rehusaron escuchar la palabra del Señor! 

Jeremías en la Cisterna (Jeremías 38:1-28):

Aún durante el sitio, Jeremías le suplicaba al pueblo:  “El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia, pero el que se pase a los caldeos, vivirá otro día”.  Esto enfureció a algunos de los líderes, y le pidieron a Sedequías que matara a Jeremías, porque sus palabras debilitaban la resolución del pueblo. 

Sedequías les dio permiso de hacer como quisieran, y arrojaron a Jeremías en la cisterna de Malaquías.  Bajaron a Jeremías en la cisterna con cuerdas.  No había agua en la cisterna, pero el fondo era un pantano, un lodazal, y Jeremías se hundió en el lodo – ¡de seguro una experiencia aterradora! 


Judá Sólo

Ebed-melec, un eunuco etíope en la casa del rey, oyó lo que le habían hecho a Jeremías, y vino al rey y le dijo, “Mi señor el rey, estos hombres han hecho mal al poner a Jeremías en la cisterna.  Ciertamente morirá porque no hay más pan”. 

Por consiguiente, Sedequías mandó a Ebed-melec que tomara treinta hombres y fuera a rescatar a Jeremías.  Ebed-melec fue prontamente con los hombres y consiguió ropas raídas y trapos viejos de la casa del rey.  Bajaron los harapos a Jeremías, y Ebed-melec dijo, “Ponte estas ropas raídas y trapos bajo tus brazos, debajo de las sogas”.  Jeremías así lo hizo, y fue subido de la cisterna.  Durante el resto del sitio, Jeremías fue alojado en el patio de la guardia. 

¿Ve usted cuán débil era el gobernante Sedequías?  Estaba temeroso de escuchar a Jeremías y de rendirse al rey de Babilonia, pero cedería a cualquier demanda que hicieran sus oficiales.  Si algunos querían a Jeremías muerto, les daría el permiso de hacerlo.  Si otro venía y le decía que Jeremías debía ser rescatado, le daría permiso de hacerlo. 

Sedequías quería saber realmente qué iba a pasar.  Jeremías dijo, “¿Me matarás si te lo digo?”  Sedequías le juró secretamente por Jehová que no lo haría.  Jeremías le dijo, aún aquí en este último minuto, que si se rendía al rey de Babilonia que viviría, y Jerusalén no sería quemada. 

Sin embargo, Sedequías estaba temeroso y no haría como el Señor le habló a través de Jeremías. 

Era demasiado tarde para que la cautividad del pueblo se evitara, pero si la ciudad misma podía ser perdonada, tendrían un hogar al cual volver.    

El Sitio Continúa:

Los babilonios hicieron una brecha en la ciudad a los nueve días del mes cuarto del año undécimo de Sedequías.  Los príncipes del rey de Babilonia entraron en la ciudad y se sentaron en la puerta central.  En lugar de someterse a Nabucodonosor como Jeremías había dicho, Sedequías huyó con los hombres de guerra, dirigiéndose hacia el río Jordán.  Los caldeos los persiguieron y alcanzaron  en los llanos de Jericó.  Sedequías fue llevado a Ribla donde Nabucodonosor quien dictó sentencia contra él.  Mató a los hijos de Sedequías mientras Sedequías observaba, y luego le hizo sacar los ojos a Sedequías.  Luego fue atado con grillos y llevado a Babilonia (Jer. 39; 2 Reyes 25:1-7). 

De esta manera, ambas profecías fueron cumplidas.  Jeremías había dicho a Sedequías que vería al rey de Babilonia, y Ezequiel le había dicho que sería llevado a Babilonia, pero que no la “vería”. 

Muchas personas fueron asesinadas.  Muchos fueron llevados a la cautividad.  Todos los vasos del templo, y los tesoros del templo y del rey, y sus príncipes fueron llevados a Babilonia.  El templo fue quemado; el palacio y toda casa importante en la ciudad fue quemada; el muro de la ciudad fue derribado y destruido.  Las columnas  de bronce, el altar de bronce, y todos los objetos movibles de bronce  fueron partidos en pedazos para que pudieran ser llevados a Babilonia.  Solamente los más pobres del pueblo que no tenían nada fueron dejados (Jer. 39; 2 Reyes 25:8-17). 

Nabucodonosor había dado mandato con respecto a Jeremías:  “Tómalo y vela por él, y no le hagas daño alguno; sino que harás con él conforme a lo que él mismo te diga”.  A Jeremías le fue dada la opción de ir a Babilonia como un hombre la cautividad homenajeado, o quedarse en Judá.  Él decidió quedarse (Jer. 39:11-14; 40:1-6). 

De esta manera, Jerusalén ha caído.  Judá ya no existe más.  Podemos llorar con Jeremías a medida que contemplamos a Jerusalén quemada y destrozada, un montón de escombros vacíos sin sonido pero el viento soplando a través de sus calles vacías y el lamento solitario de un ave.  

Judá Sólo

Jeremías escribe:  “Cómo yace solitaria la ciudad de tanta gente! Se ha vuelto como una viuda la grande entre las naciones; la princesa entre las provincias se ha convertido en tributaria.   Amargamente llora en la noche, y las lágrimas corren por sus mejillas” (Lam. 1:1-2a).  El libro de Lamentaciones es la expresión poética de Jeremías de la condolencia por Jerusalén. 

El cronista declara que la cautivad de Judá fue a causa de su pecado.  Cometió todas las abominaciones de las naciones.  Su pueblo contaminó la casa del Señor que Él santificó en Jerusalén.  Ignoraron completamente a Sus profetas, se burlaron y los ridiculizaron, hasta que la ira de Dios se levantó contra Su pueblo, ya no hubo remedio (2 Crón.  36:14-16).  ¡Qué pensamiento tan espantoso y horrible — que los hombres pequen hasta el punto de no retorno , donde la ira es inevitable!  ¡Tengamos cuidado! 

Gedalías es Nombrado Gobernador

(2 Reyes 25:22-26;  Jeremías 40:5–44:30):

Gedalías era el hijo de Ahicam, el nieto de Safán quien sirvió en los días del rey Josías (2 Reyes 22:14; Jer. 26:24).  Fue nombrado gobernador por Nabucodonosor, el gobernador del pueblo dejado en Judá.  Estableció su sede en la ciudad de Mizpa ya que Jerusalén era un montón de escombros.

Cuando los babilonios se fueron, los capitanes judíos de las fuerzas que estaban en los campos retornaron  [en otras palabras, los oficiales judíos que habían huido de Jerusalén, casi seguramente antes del sitio].  Se encontraron con que Nabucodonosor había hecho gobernador a Gedalías.  Fueron donde él, y les habló diciendo, “Sirvan al rey del Babilonia y les irá bien.  Yo me quedaré en Mizpa para estar delante de los caldeos, pero ustedes vayan a los campos y recojan su vino, sus frutos de verano, y su aceite, y vivan en las ciudades que han tomado”.  Uno de los capitanes era un hombre llamado Ismael. 

Otros oficiales y gente regresaron pronto de entre los moabitas, amonitas, y edomitas, donde habían estado escondidos de los babilonios.  Aunque hubo tal devastación en la tierra, las cosas parecían estar retornando a la normalidad para este pequeñísimo grupo. 

Después de un tiempo, algunos del último grupo de oficiales fueron donde Gedalías y le dijeron, “¿Sabes que Baalis, rey de los hijos de Amón, ha enviado a Ismael, hijo de Netanías, para matarte? Pero Gedalías no les creyó”. 

Estos últimos oficiales eran dirigidos por un hombre llamado Johanán.  Regresó donde Gedalías en secreto y le pidió que lo dejara matar a Ismael, pero Gedalías nuevamente rehusó creerle.  Le dijo, “Estás hablando falsamente de Ismael”. 

No más de dos meses después que Gedalías llegó a ser gobernador, Ismael se levantó y lo mató, a sus asistentes, y a los caldeos que Nabucodonosor había dejado allí.  También mató traicioneramente a setenta de los ochenta hombres en su camino a adorar.  Llenó una cisterna con los muertos.  Luego reunió a todas las hijas del rey y a todo el pueblo en Mizpa con los caldeos que estaban consignados al cuidado de Gedalías, y se dirigió hacia la tierra de Amón. 

Johanán oyó lo que estaba pasando, de manera que reunió a los hombres y fue a pelear contra Ismael.  Los cautivos fueron recuperados, pero Ismael y ocho de sus hombres escaparon. 

Johanán, sus hombres, y los cautivos de trasladaron a un lugar cerca de Belén, para huir a Egipto.  Tenían miedo de quedarse en la tierra porque temían que los caldeos se vengaran por la muerte del gobernador que habían nombrado. 

Todos los capitanes vinieron donde Jeremías y le dijeron, “Escucha nuestra súplica y ora a Jehová por nosotros para que Él nos muestre el camino por donde debemos ir, y las cosas que debemos hacer”.  Jeremías estuvo de acuerdo en orarle a Dios, y ellos le juraron solemnemente que cualquier cosa que  Dios dijera, obedecerían la voz del  Señor.  Eso sonó realmente bien. 


Judá Sólo

Diez días después, Dios dio Su respuesta a Jeremías, y Jeremías llamó al pueblo para que escuchara el mensaje de Dios: 

Si os quedáis en esta tierra, entonces os edificaré y no os derribaré, os plantaré y no os arrancaré, porque estoy arrepentido del mal que os he hecho.  No temáis al rey de Babilonia, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. 

Sin embargo, si no me obedecen y no se quedan en esta tierra, les aseguro que la espada y el hambre los seguirán hasta Egipto, y allí morirán. Nadie escapará del desastre que les enviaré allí.  Así como mi ira ha sido derramada sobre Jerusalén, así mi irá será derramada sobre vosotros en Egipto.  Ustedes serán objeto de maldiciones y horror, de condenación y reproche; nunca verán de nuevo este lugar. 

Pero cuando el pueblo escuchó el mensaje, dijeron:  “¡No!  Iremos a la tierra de Egipto”.  Jeremías le suplicó al pueblo que escucharan a Dios.  Les advirtió que sería un error fatal si desobedecían a Dios e iban a Egipto. 

Pero los líderes del pueblo, incluyendo a Johanán, dijeron, “Estás mintiendo.  El Señor nuestro Dios no te ha enviado.  Baruc [el escriba de Jeremías] te ha enviado contra nosotros para entregarnos en manos de los caldeos”.  De manera que tomaron a todo el pueblo y se fueron a Egipto.  Coaccionaron a Jeremías y a Baruc para que fueran con ellos. 

La Biblia no nos dice el final de Jeremías, pero aparentemente murió en Egipto.  Allí continuó testificando a su pueblo que no debían adorar ídolos, pero ellos dijeron, “No escucharemos lo que tú dices es la palabra del Señor.  Vamos a hacer lo que nos agrade.  Nada nos ha salido bien desde que dejamos de adorar a los ídolos, de manera que vamos a adorarlos nuevamente” – porque habían prometido adorar a la reina del cielo. 

Dios les dijo a través de Jeremías que serían cortados completamente.  Cuan triste es pensar en Jeremías viendo a su pueblo adorar sus ídolos hasta el día en que murió. 

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¡Que triste!  Todo el pueblo de Dios ha sido llevado a la cautividad.  Las únicas personas dejadas en la tierra son las que fueron traídas por el rey de Asiria más de cien años antes.  Se habían mezclado con los israelitas más pobres que habían sido dejados en ese tiempo.  Hay aún muy pocos de los pueblos vecinos dejados en sus territorios, aun cuando ellos están bajo el control del rey de Babilonia.  Por tanto, hay unos pocos moabitas, amonitas, edomitas, filisteos, y fenicios que se quedaron — sin embargo, no tenían poder.  ¡Pero el pueblo de Dios se fue!  La hermosa tierra prometida es dejada desolada.  ¿Por qué?  ¿Es culpa de Dios?  Lea el pequeño libro de Lamentaciones de nuevo y apesadúmbrese con Jeremías por la tierra. 

¡Cómo yace solitaria la ciudad de tanta gente!

Se ha vuelto como una viuda la grande entre las naciones; ...

No hay quien la consuele entre todos sus amantes.

Todos sus amigos la han traicionado,

se le han convertido en enemigos ...

porque el Señor la ha afligido por la multitud de sus transgresiones ...

 

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