Hagamos nuestra parte
Es urgente que las iglesias de habla hispana hagan todo lo posible por ayudar con el salario de los predicadores. En primer lugar es correcto (bíblico). También las congregaciones de habla inglesa necesitan convencerse de que estamos haciendo esto conforme a nuestras fuerzas. Si dejamos la impresión de que todo depende de ellas, habrá menos interés en la obra y menos confianza en nosotros. Nuestro deseo ferviente es que las iglesias de Estados Unidos continúen siempre con el mismo ánimo de evangelizar en otros países, y que este ánimo crezca. Todas las iglesias -- según su posibilidad financiera -- deben proveer salario para predicadores para que vayan a todos los países. Deben aumentar este esfuerzo cada vez más conforme a su crecimiento, pero las iglesias de habla hispana deben tener el mismo celo y la misma determinación.
Una cosa que se ha hecho y que se necesita publicar más ampliamente es que varias iglesias de habla hispana han hecho grandes esfuerzos y sacrificios para proveer sus propias casas de oración. Por lo menos han tomado la iniciativa, han dado todo cuanto podían y se han encargado de la mano de obra.
Otro factor en cuanto al asunto económico de muchas iglesias hispanas ha sido el servicio a los santos necesitados. Los fondos de la iglesia se han usado principalmente de esta manera y, por supuesto, es bíblico hacerlo.
Pero de algún modo, aunque sea poco, cada iglesia necesita tener comunión con los que predican el evangelio (pagar por lo menos una parte de su salario y ayudarles con gastos de viajar). Las iglesias que tanto nos han ayudado serían más animadas en la obra si se dieran cuenta de la participación de las iglesias hispanas.
Además, ésta es una bendición de Dios, un ejercicio de gracia, que toda iglesia necesita experimentar. Como los hermanos han aprendido a participar en los actos de culto (cantar, predicar, tomar la cena, orar y ofrendar), es necesario que aprendan que en el primer siglo la ofrenda fue usada también para el sostén del predicador (Fil. 4:14-18), a fin de que los miembros pudieran tener comunión en la proclamación de la palabra. De esta manera eran copartícipes de la obra de predicar. De esto resultará mucho crecimiento para ellos, una edificación especial. Si no tienen este privilegio, son privados de algo muy importante en su vida espiritual.
El compromiso de proveer una porción definida del salario del predicador tendría un efecto bueno sobre la iglesia y sobre la ofrenda. Sintiendo más obligación, sabiendo que el que predica el evangelio tiene que vivir del evangelio (1 Cor. 9:24), los hermanos serán más generosos al ofrendar. Darán con más ánimo, más sacrificio; sabrán que la obra depende de su buena voluntad de ofrendar con ánimo, con sacrificio y según haya propuesto en su corazón.
Una injusticia
Posiblemente se haya hecho una gran injusticia a los hermanos más pobres. Queremos perdonarles este "peso", esta "obligación". Tenemos "compasión" de ellos y no queremos que las iglesias más pobres estén cargadas con la obligación de ayudar al predicador. Tal vez hemos pensado que el hermano fulano, siendo pobre, no tiene que ofrendar nada. Apenas come; no puede cuidar bien de su familia, y no debe dar nada. Tal actitud ignora el propósito y naturaleza de la ofrenda. No considera que el ofrendar con sacrificio es un privilegio que el Señor nos concede. El dar es un ejercicio de gracia. Es un verdadero privilegio. Es comunión con Dios, con los hermanos pobres a quiénes ayudamos, y comunión con los predicadores que son ayudados por esta ofrenda. El hermano más pobre debe disfrutar de la bendición y la gracia de tener este compañerismo fraternal con los que predican. Si las iglesias más pobres -- por ser pobres y por tener poca ofrenda -- nunca contribuyen al salario de ningún predicador, se roban ellas mismas.
La carta de Pablo que refleja más gozo es la corta epístola a los filipenses, y esta es la iglesia que tenía (aparentemente) más comunión con él (15; 2:25; 4:14-18). Los corintios no ayudaron a Pablo y él les dice, "¿en qué habéis sido menos que las otras iglesias, sino en que yo mismo no os he sido carga? ¡Perdonadme este agravio!" (2 Cor. 12:13).
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