El “silencio” de las Escrituras ¿permisivo o prohibitivo?
Esta es una cuestión que ha desatado la controversia, desde los albores de la
humanidad, cuando el hombre se ha visto enfrentado al “silencio” de la palabra
de Dios.
El silencio de las Escrituras ¿es permisivo o es prohibitivo? ¿Permite el silencio de las Escrituras hacer
todo lo que Dios no ha prohibido? ¿Hemos de respetar o ignorar el silencio de las Escrituras? La
respuesta a estas preguntas determinará nuestro destino eterno. Hemos de
responder sabiamente para agradar a Dios y alcanzar la vida eterna. Por
supuesto la misma Escritura nos ayuda a responder estas preguntas.
El silencio bíblico parece no importar al religioso promedio que está
habituado a proceder de acuerdo al reglamento interno de su denominación y a la
tradición religiosa que le rodea. No obstante, para quienes respetan a la
Biblia como la palabra de Dios (2 Tim. 3:16-17) la cuestión del silencio
Escritural es crucial y determinante.
Desde ya podemos afirmar, sin temor a equivocarnos: “Lo
que no ha sido bíblicamente permitido está prohibido”. ¿Por qué? Porque
Dios permite lo que ha revelado, lo que está descrito en su ley. Ninguno de
nosotros ha de esperar que Dios permita lo que no está libremente permitido o
descrito y es contrario a su palabra.
“No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat.
7:21). “¿Por qué me llamáis,
Señor, Señor, y no hacéis lo
que yo digo?” (Luc.
6:46).
Para entrar al reino de los cielos es preciso quedarnos dentro de la
voluntad del Padre celestial, dicha voluntad nos ha sido revelada a través de
Jesucristo (Heb. 1:1-2). Nadie puede llamar legítimamente a Cristo “Señor” y a
la vez desobedecerle yendo más allá de lo que él ha ordenado con la excusa: “Cristo
no lo ha prohibido explícitamente”.
A la luz de las Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el
silencio de las Escrituras ha sido siempre prohibitivo.
Jamás quien traspasó la palabra de Dios, para hacer lo que Dios no había
ordenado, fue bendecido.
Jamás Dios aprobó que el hombre participara de cualquier práctica religiosa
que no era revelada por su palabra.
La Evidencia Del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento contiene una serie de ejemplos que ilustran lo prohibitivo
del silencio de las Sagradas Escrituras.
He aquí algunos ejemplos a considerar:
La desobediencia de Caín
La diferencia entre Caín y Abel (los hijos de Adán y Eva) fue la reacción que
ambos tuvieron ante la palabra de Jehová. Uno de ellos respetó la palabra de
Dios, el otro la traspasó yendo más allá de lo que Dios había prescrito.
Abel ofreció de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas (Gen.
4:4). Caín ofreció el producto del campo, el fruto de la tierra (Gen. 4:3).
El proceder de Abel fue “por la fe” (Heb. 11:4) que viene por “oír la
palabra de Dios” (Rom. 10:17). La fe nunca viene por rehusar oír
lo que Dios ha dicho, la fe es producida en el corazón del hombre cuando
éste presta atención a lo que Dios ha revelado.
El proceder de Caín fue una inclinación humana, una acción de la sabiduría
terrenal, por lo tanto el Señor rechazó la ofrenda de Caín. ¿Por qué Dios hizo
algo así? Porque Caín no procedió “por la fe” sino que actuó de su propia
inventiva haciendo lo que Dios no había dicho al no
respetar el silencio de la palabra de Dios.
Lamentablemente, el carácter de Caín sobrevive en muchos que hoy siguen las
pisadas de la falta de fe de éste hombre alejado de Dios.
Ejemplo de Noé
Noé, al construir el arca, lo hizo “por la fe” (Heb. 11:7). Él
fue reverente ante la palabra de Dios porque “hizo
conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gen.
6:22). Noé entendió que el silencio de la palabra de Dios era prohibitivo y
no permisivo. Así pues Noé, observando todos los detalles que Dios había
mandado, “con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe
condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Heb.
11:7).
Nadab y Abiú
Nadab y Abiú eran los hijos de Aarón, el primer sumo sacerdote de
Israel. Cuando ellos emplearon “fuego extraño” (es decir, fuego no
tomado del altar del sacrificio, Lev. 16:12) “salió fuego de delante de
Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lev. 10:2). ¿Cuál fue su
crimen para merecer morir así? El texto inspirado dice “tomaron cada uno su
incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y
ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó” (Lev.
10:1).
Dios había especificado una clase particular de fuego sobre el cual poner el
incienso. Hacer lo que Él no había
especificado sería una desobediencia. El silencio de la palabra de Dios debía
ser respetado.
El Arca de la Alianza
Uno de los objetos sagrados del tabernáculo de reunión era el arca del
pacto (Heb. 9:1-10). La ley revelada al pueblo de Israel especificaba
claramente “apartó
Jehová la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que
estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre, hasta
hoy” (Deut.
10:8).
Sólo los levitas eran autorizados para transportar el arca.
No hubo prohibición específica de que otras tribus pudiesen hacerlo, lo
cual significaba que sólo los levitas la podían transportar.
Luego David dijo “El arca de Dios no debe ser llevada sino por los
levitas; porque a ellos ha elegido Jehová para que lleven el arca de Jehová, y
le sirvan perpetuamente” (1 Cron. 15:2).
La conclusión de David era legítima, el silencio de las Escrituras
siempre es prohibitivo, pero David había aprendido la lección dolorosamente (1
Cron. 13:9-11).
Para que los levitas transportaran el arca, había detalles específicos que
observar (Ex. 25:12-14). David, sin embargo, había llevado el arca en un
“carro nuevo” (1 Cron. 13:7). Esto fue pecado delante de Dios porque la ley
guardó silencio sobre transportar el arca de manera semejante. El gran rey de
Israel, aclaró este asunto cuando confesó “Jehová nuestro Dios nos quebrantó,
por cuanto no le buscamos según su ordenanza” (1 Cron. 15:13).
Prohibición de la idolatría
Así
como el farmacéutico no puede añadir más medicamento que el prescrito
por el médico. Nosotros no tenemos la autoridad de añadir o quitar a lo
revelado por Dios en su palabra.
El primer mandamiento del decálogo, para el Israel del Antiguo Pacto,
era: “Yo
soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de
servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex.
20:2-3). Lamentablemente, la nación de Israel una y otra vez violó esta
prohibición a través de los siglos.
Llama nuestra atención, las palabras del profeta Jeremías cuando
denunció el pecado del pueblo diciendo “Así ha dicho Jehová de los ejércitos,
Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en
este lugar” (Jer. 7:3), pero ¿cuál había sido la transgresión para que Dios
les hablara así? La respuesta la encontramos en el mismo capítulo: “Y han
edificado los lugares altos de Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom,
para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no les mandé, ni
subió en mi corazón” (Jer. 7:31).
El Israel del tiempo de Jeremías hacía lo que Dios no les había mandado,
cosas que ni siquiera habían pasado por la mente de Dios (LBLA). Una
comparación de Jeremías 7:31 con la ley original que prohibía la idolatría nos
muestra claramente que una práctica que el Señor no nos ha mandado es
equivalente a una prohibición explícita. Como decimos los que
respetamos las Escrituras: “La Biblia es su propio intérprete”.
La Evidencia Del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento es igualmente lúcido con respecto a nuestra obligación de
reconocer el principio del silencio bíblico y quedarnos dentro de lo que Dios ha
autorizado específicamente. Algunos ejemplos a considerar son los siguientes:
No pensar más de lo que está escrito
En 1 de Corintios, el apóstol Pablo condenó la actitud de los corintios al
polarizarse en torno a un predicador del evangelio y formar una secta en torno a
éste individuo. Pablo dijo “¿Está
dividido Cristo?” (1
Cor. 1:13).
En los primeros cuatro capítulos de 1 de Corintios podemos ver ocho puntos que
condenan la división y el partidismo en el cuerpo de Cristo: 1) La condenación
del problema de la división (1:10-12). 2) La conducta de Pablo (1:13-17). 3) La
comparación entre la sabiduría de Dios y la sabiduría del hombre (1:18-31). 4)
El método de predicación de Pablo (2:1-5). 5) La necesidad de la revelación
(2:6-12). 6) La inspiración verbal de las Escrituras (2:13). 7) La naturaleza
del evangelio dirigido al espíritu del hombre (2:14-16). Los conceptos vanos
respecto al predicador son una fuente de división y sectarismo (3:1-4:21).
Al observar los anteriores ocho puntos, todos basados en las Escrituras (1:19,
31; 3:19, 20), los corintios podrían captar su pecado al
sobrepasarlas Sagradas Escrituras con su conducta divisiva. Por esto, Pablo les
dijo: “Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos
por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que
está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros” (1
Cor. 4:6). Ellos habían “sobrepasado las Escrituras” con su conducta
carnal (LBLA).
La referencia a “mí” y a “Apolos”, es una sutil alusión a los que habían sido
tomados como bandera de lucha para sustentar una facción en la iglesia de
Corinto. Los corintios infatuados con sabiduría humana habían entrado
en el reino del silencio bíblico, el apóstol les enseñó a no hacer
esto. Progresar más allá de lo que Dios ha especificado siempre es pecaminoso
y las consecuencias son fatales.
Culto voluntario
Cuando Pablo escribió a los colosenses, él condenó la práctica del “culto
voluntario” ya que ésta es una expresión religiosa “en conformidad
a mandamientos y doctrinas de hombres” (Col.
2:22-23).
El culto voluntario es la vana adoración voluntariamente adoptada por el hombre
y que no está conforme a la palabra de Dios. Según Thayer, el culto voluntario
es “la adoración que uno crea y establece por sí mismo”. Esta clase de
culto tiene apariencia de piedad y reputación de sabiduría pero está
virtualmente opuesto al nombre de Cristo.
Tan celoso es Dios que su ira es dirigida contra el culto voluntario, como vemos
en la condenación del proceder de Nadab y Abiú (Lev. 10:1-3), Saúl (1 Sam.
13:8-14) y Uzías (2 Cron. 26:16-21), entre otros.
Comúnmente no tenemos mucho problema para reconocer lo que está claramente
permitido, pero la dificultad para muchos consiste en no respetar
el silencio de las Escrituras como prohibitivo.
Entonces, si el “culto voluntario” es claramente desaprobado y pecaminoso a la
luz de las Escrituras ¿Por qué el silencio de las Escrituras sería permisivo?
La importancia del silencio bíblico en Hebreos:
En Hebreos capítulo 1, el autor inspirado defendió la superioridad de Cristo
sobre los ángeles. Uno de sus puntos es el siguiente “Porque
¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado
hoy” (Heb.
1:5). No podemos ubicar a Cristo en la misma categoría de los ángeles, el
silencio de las Escrituras impide tal proceder, ¿por qué? Porque cuando Dios
guarda silencio sobre un asunto, no tenemos derecho a establecer probabilidades
para pensar o actuar fuera de su revelada voluntad. Por supuesto, en Hebreos 1
no sólo se implica la Deidad de Cristo, también esta se expresa claramente (Heb.
1:3).
Uno de los argumentos más poderosos que establece el principio
del silencio bíblico se encuentra en Hebreos capítulos 7 y 8. Hebreos 8:4
afirma que Jesucristo “si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería
sacerdote” pero ¿por qué sería esto así? La razón la encontramos en Hebreos
7:14: “Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la
cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio”.
El silencio de las Escrituras equivale a prohibición. El sacerdocio no podía
ser transferido de una tribu a otra, y nadie de la tribu de Judá lo podría
ejercer, entonces “cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también
cambio de ley” (Heb. 7:12).
Progresar más allá de lo que está escrito:
El apóstol Juan escribió: “Cualquiera que se extravía, y no persevera
en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de
Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Jn. 9).
Hay un marco de enseñanza denominado “la doctrina de Cristo”. Esta doctrina de
Cristo es el evangelio originado por él. Ir más allá de esta doctrina, ya sea
al realizar lo expresamente prohibido o traspasar el silencio de las Escrituras,
dará como resultado una transgresión de la palabra de Dios.
Ha habido discusión técnica sobre la gramática de este pasaje. Algunos,
dispuestos a considerar la “unidad en la diversidad”, afirman que Juan trata
solamente de “la doctrina acerca de Cristo” (la naturaleza de Jesús), por
supuesto la gramática y el contexto no apoyan dicha conclusión. “La
frase “doctrina de Cristo” no significa meramente la doctrina “acerca de Cristo”
(es decir, acerca de su divinidad o deidad), sino la que tiene a él por autor
(Juan 18:19)… la declaración de este versículo se aplica a cualquiera que va más
allá de lo que Cristo ha enseñado en su palabra” (B. H. Reeves).
Resulta ridículo pensar que alguien pueda animar a otros a aceptar la enseñanza
respecto a la naturaleza de Cristo y a la vez quebrante el silencio
de las Escrituras con total impunidad haciendo caso omiso de los mandamientos
del Señor Jesús.
El silencio de las Escrituras es prohibitivo y quebrantarlo conduce a la
apostasía absoluta.
Consecuencias Lógicas
Debemos estar dispuestos a aceptar las consecuencias lógicas que se adhieren al
proceder rebelde de quien viola el silencio de las Escrituras. Una vez que uno
abandona este principio el “TODO VALE” se convertirá en la regla a seguir.
Si cualquier cosa que no está expresamente prohibida en el Nuevo
Testamento está permitida, entonces no sólo se podría utilizar un piano para
acompañar los salmos, himnos y cánticos espirituales, sino que también podríamos
usar rosarios en nuestras oraciones, crucifijos para enfocar
nuestra devoción, y marihuana para mejorar nuestra sensibilidad. También
se podría activar a la iglesia universal para realizar grandes proyectos
por la hermandad los cuales podrían ser financiados por varias iglesias y
centralizados en una iglesia patrocinadora. Además podríamos hacer un
gran bingo y toda suerte de actividades sociales en el local de la
iglesia...
Es innegable que ninguna de estas cosas está explícitamente
prohibida en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, si negamos lo prohibitivo del
silencio bíblico y apelamos al dicho “el que calla otorga” cualquiera de las cosas
antes descritas las podemos comenzar a realizar y promover desde ya.
Sin el silencio prohibitivo de las Sagradas Escrituras “TODO
VALE” y la sabiduría humana reemplazará a la sabiduría divina llevándonos a
compartir la actitud negativa del denominacionalismo moderno que se opone a la
autoridad de Cristo.
Conclusión
El silencio de las Escrituras es determinante en los asuntos relativos a la vida
y a la piedad (2 Ped. 1:3). Si Dios “no lo dijo” ¿cómo pueden hombres falibles
hablar en nombre de Dios? ¿Cómo podríamos estar seguros de que éstos hombres
han “dado en el blanco” en lo que Dios “quería decir” pero decidió no decirlo? Por
supuesto el silencio bíblico no brinda posibilidad a la especulación, porque el silencio es prohibitivo,
no se requiere que Dios diga “todo lo que no podemos hacer” porque basta con que
haya revelado “lo que tenemos que hacer”.
No es legítimo utilizar el silencio de las Escrituras como palanca contra el
silencio mismo. Es decir, no
podríamos argumentar que si Dios no ha dicho nada sobre el silencio de las
Escrituras entonces el argumento del silencio es ilegítimo…
¿Por qué? En primer lugar,
como hemos demostrado por las mismas Escrituras, Dios no ha guardado silencio
respecto al silencio de las Escrituras.
En segundo lugar, las mismas Escrituras alzan la voz con autoridad para
decir al mundo ¡“Si Dios no lo ha autorizado, entonces está prohibido”!
Bajo la autoridad apostólica (Hech. 2:42; 1 Cor. 4:17) el cristianismo puro dejó
un patrón (2 Tim. 1:13).
No hay esperanza de ser aprobados y alcanzar la vida eterna si salimos de las
directrices de la autoridad del Nuevo Testamento.
Si respetamos el silencio de las Escrituras “la forma de las sanas
palabras” estará siempre nítida delante de nuestros ojos.