EL HERMANO DEL HIJO PRÓDIGO
Lucas 15:25-32
INTRODUCCIÓN
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“Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando
vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de
los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu
padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que
entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no
habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme
con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con
rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú
siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer
fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se
había perdido, y es hallado.”
Lucas 15:25-32
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En la parábola
del hijo pródigo podemos ver representados en ese muchacho rebelde a los
gentiles volviendo arrepentidos a Dios por medio de la predicación de nuestro
Señor Jesucristo y de sus discípulos, de tal manera que el hijo menor es la
imagen exacta de los publicanos y pecadores que se convirtieron a Dios por medio
de Cristo. El hijo mayor representa a los escribas y fariseos los cuales no
soportaban la idea de que los gentiles fueran participes de los privilegios
divinos, para ellos era inconcebible que pudieran estar juntos en el reino de
Dios. Simplemente no lo aceptaban, ellos se creían superiores y justos y miraban
con menosprecio a los demás.
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La escena
previa a la enseñanza de Cristo mediante las parábolas de la oveja perdida, la
moneda perdida y el hijo pródigo la encontramos en
Lucas 15:1-3
“Se acercaban a Jesús todos los
publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió
esta parábola, diciendo:” Es claro el propósito de Cristo al hablarles por
medio de estas parábolas a estos hombres religiosos, Dios también ama a los
pecadores y quiere salvarles.
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Sin embargo, esta
parábola bien puede tener aplicación en nuestros días. Es posible que aun
estando en la casa del padre estemos muy lejos de Él, puede ser que aunque
tengamos toda la vida sirviéndole estemos también perdidos, puede ser que a
pesar de asistir fielmente a la iglesia aun no hayamos experimentado una
verdadera conversión.
I.- TENÍA BUENAS
CUALIDADES
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El hijo mayor no
era un hijo rebelde, no se había ido de la casa como su hermano menor, no tenía
a su padre preocupado sin saber dónde se encontraba,
no era un hijo que no llegaba a casa a dormir, todo lo contrario era
sumiso y obediente. No era un hijo perezoso, holgazán, o vago, que se la pasara
dormido o desperdiciando el tiempo, que no ayudara en las labores de su padre,
por el contrario, había trabajado y servido fielmente a su padre por muchos
años. Cuando su hermano pródigo vuelve a casa, él se encontraba en el campo
trabajando. No llevaba una vida perdida como lo llegó a hacer su hermano,
aparentemente estaba en contra del pecado carnal, de la inmoralidad, así que
podemos deducir llevaba una vida regida por estrictos principios morales.
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Pareciera que
este hijo mayor todo lo hacía bien, era obediente, servicial, trabajador,
cumplidor con la ley, honesto, virtuoso, la gente lo respetaba, lo admiraba, lo
alababa y lo consideraban un hijo modelo. Aparentemente el hijo mayor no tenía
fallos, aparentemente todo era perfección en él, sin embargo, la realidad era
otra muy diferente. “El fariseo, puesto
en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy
como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.”
Lucas 18:11-12
II.- TAMBIÉN ESTABA
EXTRAVIADO
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Este hijo mayor es
claro ejemplo de que es posible estar muy lejos sin moverse del lugar donde uno
está, que es posible marcharse a su propia provincia de pecado sin haber salido
jamás de su casa, que es posible tener un corazón extraviado aunque
exteriormente sea bueno y virtuoso. El hijo mayor tenía la clase de extravío que
se caracteriza por el juicio, la condena, el enojo, el resentimiento, la
amargura y los celos, etc., etc. El hijo
menor pecó de forma visible y hasta escandalosa, pero él pecaba en su corazón,
hasta que un día se pudo ver su triste realidad…
a)
No estaba dispuesto
a perdonar.
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El padre estuvo
dispuesto a perdonar los agravios, la rebeldía y el despilfarro del hijo menor.
El padre se gozó e hizo fiesta, los siervos se gozaban también, pero el hijo
mayor NO. El hijo mayor no era como su padre, no pensaba como su padre, no tenía
un corazón como su padre. El hijo mayor no actuaba como un verdadero hermano. Su
corazón era duro, no estaba dispuesto a perdonar a su hermano, deseaba que
hubiese un castigo severo para él por lo que había hecho, no le importaba el
arrepentimiento de su hermano, no le importaba que hubiese regresado a casa, él
no tenía misericordia para con él ni tenía interés alguno en reconciliarse.
Perdió la oportunidad de ser partícipe del gozo de su padre, de relacionarse con
su hermano, y se quedó fuera enojado, indignado sin darse cuenta que su actitud,
su dureza, su distanciamiento, su falta de amor y misericordia le dolían tanto a
su padre como le dolió el abandono del hijo menor.
·
Ojalá y nunca
ninguno de nosotros tenga semejante actitud, ojalá y no seamos como el hermano
mayor quien no estuvo dispuesto a perdonar y reconciliarse con su hermano, quien
así haga se está excluyendo a sí mismo del gozo en el cielo.
Una mala relación con nuestros hermanos
en Cristo afecta directamente la relación con nuestro Padre celestial.
“Porque si vosotros no perdonáis, tampoco
vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.”
Marcos 11:26.
b)
No era feliz.
·
Cuando escuchamos
las palabras de este hijo hacia su padre podemos darnos cuenta que aunque le
había servido mucho tiempo, no era feliz. Su vida no era desdichada, su servicio
era frío, sin satisfacción, como el trabajo de un esclavo. Podemos notar en este
hijo mayor una queja profunda. Su corazón piensa que nunca ha recibido lo que le
corresponde. Tiene resentimiento y amargura. Este hijo pensaba que había
trabajado tan duro, que había hecho tanto en sus años de servicio, pero que no
había conseguido lo que ahora había recibido su hermano.
¿Será que alguno de nosotros pudiera tener dentro de sí el espíritu del
hermano mayor? Definitivamente es posible, muchas veces tal vez de manera
inconsciente somos dados a tener esta actitud, no somos felices aunque por años
hemos vivido en la casa del Padre, tenemos resentimientos hacia nuestros
hermanos, nos quejamos por todo, sentimos que nadie nos quiere, que nadie nos
valora, que nadie nos considera, sentimos que somos la persona más rechazada del
mundo.
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Desafortunadamente es posible ser heredero de todo lo que el Padre posee, y
tener menos alegría que alguien que no tiene nada, es posible ser herederos de
las promesas divinas y aun así no estar satisfechos y gozosos con ello.
Los sirvientes de esta parábola eran más
felices que el hermano mayor, comían, se gozaban, disfrutaban mientras que él
estaba fuera de la casa enojado exigiendo sus derechos.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez
digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor
está cerca.” (Filipenses 4:5).
c)
No le interesaban
los perdidos.
·
Si algo nos queda
claro en esta parábola es el profundo amor del Padre por los perdidos. Dios
tiene un gran interés de que vengan a Él, Dios les quiere salvar, Dios les
quiere perdonar. Desafortunadamente puede existir en nosotros el mismo espíritu
del hermano mayor cuando no tenemos el mismo interés de Dios por los que están
perdidos en pecados.
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El hijo mayor sólo
pensaba en él, sólo buscaba su beneficio. Queridos hermanos, si nosotros
mostramos gran interés por nuestro propio beneficio nada más y ningún interés
por la conversión de las almas que están en pecado, definitivamente no tenemos
el mismo sentir de Dios. A veces estamos fuera de sintonía con la obra de Dios
por rescatar almas, tal pareciera que no es de nuestras prioridades, que no es
algo que nos guste tanto, que no es algo que nos satisfaga. Si en verdad amamos
a Dios debemos amar también a las almas y cumplir con el mandamiento del Señor
de rescatarlas.
·
El Señor Jesús
dejó su gloria celestial por venir a este mundo ¿a qué? “Palabra
fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.”
1ª Timoteo 1:15.
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Recordemos
siempre el encargo de nuestro Señor Jesucristo antes de ascender a los cielos:
“Y
Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Mateo
28:18-20. No debe haber mayor
interés para nosotros que ganar almas para Cristo.
III.- TAMBIÉN
NECESITABA VOLVER.
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El hijo mayor
aunque físicamente nunca había salido de su casa también él necesitaba volver
como su hermano. El padre había sido misericordioso con el pródigo y ahora era
misericordioso con su hijo mayor, el padre le habla con paciencia y amor, y
aunque sus palabras son breves, ellas expresan lo que debemos hacer para
deshacernos del síndrome del hermano mayor.
a)
Valorando las
bendiciones que tenemos.
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El padre le
dijo “tú siempre estás conmigo” y “todas mis cosas son tuyas” Tenemos motivos de
sobra para estar felices, para no tener resentimientos, para no sentir celos,
para no quejarnos de nada. En nuestra mente debe siempre estar el pensamiento de
que tenemos un lugar en el corazón de Dios, tenemos un sinfín de bendiciones no
solo materiales sino también espirituales las
cuales nadie nos las puede quitar, disfrutemos el privilegio de ser hijos de
Dios. “El Espíritu mismo da testimonio a
nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con
él, para que juntamente con él seamos glorificados.”
Romanos 8:16-17.
b)
Vernos como
hermanos que somos
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El hijo mayor
había dicho de manera despectiva “este tu hijo” pero ahora el padre le dice
“este tu hermano”. El deseo del padre era que amara a su hermano, que lo
valorara, que lo ayudara. Quien no ame a su hermano, su corazón está muy lejos
de Dios. Puede estar presente su cuerpo, pero su corazón se ha ido a una
provincia apartada. “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis
unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos con los otros.” Juan
13:34-35 “Si alguno dice: Yo amo a
Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a
quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos
este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”
1ª Juan 4:20-21.
c)
Cultivando la
compasión.
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“Se
acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y
los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos
come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:”
Lucas 15:1-3 Nótese
en sus palabras su falta de
misericordia y de amor por los pecadores, por el contrario su actitud era de
desprecio. Y precisamente esa falta de compasión lo había hecho vivir lejos de
su padre.
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Pero era NECESARIO
hacer fiesta y regocijarnos. No era cuestión de opinión, era necesario que el
estuviera dentro de la casa con su hermano regocijándose, disfrutando del
banquete y de la fiesta, porque ¡había vuelto su hermano extraviado! Pero por el
contrario estaba fuera de mal humor. Mientras este hijo no cambiara su actitud y
fuere misericordioso, compasivo, y sensible seguiría siendo un hijo extraviado.
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Debemos
cultivar los frutos del Espíritu para poder ver a nuestros hermanos y a los
perdidos con compasión y misericordia, deseando y esforzándonos por rescatarlos
de la potestad de las tinieblas. “Más el
fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
Gálatas 5:22-23
CONCLUSIÓN
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El síndrome del
hermano mayor desafortunadamente sigue estando presente en muchos cristianos.
Esforcémonos por ser imitadores de Dios y por tener el mismo sentir de Cristo.