Y DECÍS ¿EN QUE HEMOS MENOSPRECIADO TU NOMBRE?

Malaquías 1:6-14

Por Israel Zavala

"El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?"  (Malaquías 1:6)

Todo el mundo y mayormente los Israelitas reconocían la importancia de que los hijos honraran a los padres y los siervos a sus señores o amos. Desafortunadamente, aunque la gran mayoría en pueblo de Israel honraba a sus padres y honraba a sus amos, no hacían esto con el principal Padre y Señor que tenían, es decir con nuestro Dios. La Escritura así lo confirma:

"¿Así pagáis a Jehová, Pueblo loco e ignorante? ¿No es él tu padre que te creó? Él te hizo y te estableció." (Deuteronomio 32:6)

"Él cuenta el número de las estrellas; A todas ellas llama por sus nombres. Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; Y su entendimiento es infinito." (Salmos 147:4-5)

Ahora bien, por medio de Malaquías, Dios en esta ocasión confronta particularmente a los sacerdotes del pueblo de Israel. Ellos deberían estar dando un ejemplo de integridad y devoción y ser los guías espirituales del pueblo, sin embargo, con sus actitudes y sus acciones estaban menospreciando el nombre de Jehová. Sin embargo, cuando el Señor les reprocha su falta de respeto y temor y el menosprecio a su nombre, ellos le cuestionan diciendo: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? Es decir que ellos no aceptan que le están deshonrando. A sus propios ojos no estaban haciendo nada malo. De alguna manera están diciendo: "Pruébanos lo que dices"

¿Cuál era el problema?

"En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos."  (Malaquías 1:7-8)

Los sacrificios que ellos estaban ofreciendo, en realidad era un gran insulto para Dios. En su mente, la mesa del Señor era despreciable y ofrecían sobre su altar "pan inmundo", es decir, ofrecían como sacrificio animales defectuosos, ciegos, cojos, enfermos, etc. animales que jamás ofrecerían como presente su príncipe, pero que a Jehová de los Ejércitos si se los ofrecían.

¿Cómo debían ser estos sacrificios?

"para que sea aceptado, ofreceréis macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras. 20 Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. 21 Asimismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz a Jehová para cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea aceptado será sin defecto. 22 Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso, no ofreceréis éstos a Jehová, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre el altar de Jehová." (Levíticos 22:19-22); "Y si hubiere en él defecto, si fuere ciego, o cojo, o hubiere en él cualquier falta, no lo sacrificarás a Jehová tu Dios."  (Deuteronomio 15:21)

La ley de Dios era muy clara y requería que los sacrificios fueran sin defecto alguno, que fuera lo mejor que ellos tuvieran. Y es que dar algo de poco o ningún valor a alguien que merece honor, es un acto de desprecio y deshonra. Y si esta es una forma inaceptable de honrar a un príncipe, es decir, a un ser humano ¿Por qué pensar que Dios si lo debería de aceptar?

Eso es exactamente lo que hacía el pueblo de Israel. Las personas venían a los sacerdotes con lo peor que tenían. Escogían los animales más defectuosos y de menos valor entre sus rebaños, y dejaban lo mejor en sus casas. Los sacerdotes los recibían, los aceptaban y los ofrecían en el altar como sacrificio a Dios. La mentalidad tanto de la gente como de los sacerdotes era una en la cual el altar de Dios no tenía valor. Despreciaban a Dios y despreciaban su nombre porque no valoraban la adoración.

"Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice Jehová de los ejércitos. 10  ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda."  (Malaquías 1:9-10)

¿Cómo podían esperar el favor de Dios o esperar que él tuviera piedad actuando ellos de esta manera? ¿Cómo esperar bendición cuando Dios no les importaba? ¿Cuándo la adoración era despreciable? Dios preferiría que se cerraran las puertas que conducen al altar y que no se ofreciera sacrificio en absoluto, que tener un lugar donde se ofrece lo peor y donde se tiene mala actitud. Dios no quiere ni merece recibir la basura de nadie. ¿Por qué?

"Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos. Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová. Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones."  (Malaquías 1:11-14)

Algo que nunca debemos olvidar es lo Grande, Glorioso, Supremo y Poderoso que es nuestro Dios. Y como dijo el Salmista, "es digno de suprema alabanza y su grandeza es inescrutable". Lamentablemente esa grandeza de Dios es deshonrada cuando no le valoramos y no le damos la adoración que se merece, cuando le damos las sobras, cuando se nos hace gravoso y fastidioso ofrecer lo mejor al Señor. Los israelitas no venían la adoración como una bendición, para ellos honrar a Dios no era ningún privilegio, era solo una actividad fastidiosa y despreciable. Lo hacían pero de mala gana, solo por obligación. Sin duda, esta historia nos enseña varias cosas.

Dios conoce nuestro corazón cuando le adoramos.

Él sabe con qué actitud nos presentamos a adorarle. Él sabe si hay fastidio o desgana. A veces consciente o inconscientemente puede ser que actuemos como si no quisiéramos estar adorando al Señor.

¿Nos quejamos de que es día del Señor? ¿Tratamos de llegar lo más tarde posible a la reunión de la iglesia? ¿Nos queremos ir lo antes posible? ¿Nos quejamos si se extiende unos minutos el servicio?

A veces también ocupamos nuestro lugar en el edificio y permitimos que nuestra mente divague por otros lados mientras es tiempo de estar adorando ¿Y por qué será esto? Porque esforzar la mente para que esté atenta, para algunos, es demasiado pesado y fastidioso. Para los tales es mejor relajarse y llevar los pensamientos a cosas mas "agradables" y permitir que la hora de culto se pase más rápido.

Cuando sentimos alivio o placer porque llueve o hace frio, porque eso nos va a dar una buena excusa para no asistir. O cuando asistimos, pero de mala gana, porque hubiéramos preferido quedarnos en casa bien calientitos.

Debemos entender que al igual que en el pueblo judío, hoy en día el Señor NO recibe nuestra adoración si no queremos honrarlo. Mostramos desprecio por el Señor cuando le damos lo que no queremos. O cuando le demos de manera forzada u obligada. Nuestra actitud DEBER SER como la del Salmista que dijo: "Yo me alegre con los que me decían, a la casa de Jehová iremos" Nuestro corazón debe siempre estar rebozando de alegría y de fervor por servir al Señor. Solo así Dios aceptará nuestra adoración.

Dios espera que ofrezcamos lo mejor de nosotros.

Algunos pueden pensar que no importa como adoremos, pero a Dios si le importa. Él quiere sinceridad en la adoración, que adoremos de acuerdo con lo que él nos ha pedido y también quiere que le demos lo mejor que tengamos para ofrecer. Y esto aplica tanto de manera individual como de manera colectiva. Dios no quiere nuestras sobras, ni quiere que le demos lo defectuoso cuando tenemos para darle algo mejor. Para que sea sacrificio debe haber sacrificio:

"Y Arauna dijo a David: Tome y ofrezca mi señor el rey lo que bien le pareciere; he aquí bueyes para el holocausto, y los trillos y los yugos de los bueyes para leña. 23 Todo esto, oh rey, Arauna lo da al rey. Luego dijo Arauna al rey: Jehová tu Dios te sea propicio. 24 Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata."  (2 Samuel 24:22-24)

Todo lo que hagamos para la obra de Dios, debe llevar de por medio nuestro sacrificio, esfuerzo, empeño, etc. David no quería ofrecer a Dios algo que no le costara. Y es que lo bueno cuesta. Si queremos ofrecer a Dios lo mejor eso nos va a costar. A veces tiempo, preparación, capacitación, dinero, privación de algunas cosas, etc. Dios sabe si queremos ofrecer lo que no nos cuesta o si en verdad nos sacrificamos para darle lo mejor a él.

Debemos ver a Dios como lo que es.

Él es el Soberano y nosotros sus súbditos. Él es el Amo y nosotros sus siervos. Él es el Padre y nosotros sus hijos. Todo lo que hagamos debe ser hecho de manera tal que manifieste lo grande que es Dios para nosotros. El merece todo nuestro respeto, nuestro honor y nuestra obediencia, y nosotros debemos exaltarlo siempre. No solamente con nuestra presencia cuando la iglesia se reúne, sino cada día de nuestra vida, y cualquier parte donde nos encontremos.

"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional."  (Romanos 12:1)

El Señor dio por nosotros a su Hijo Jesucristo para salvarnos de nuestros pecados y de la condenación eterna. Nosotros igualmente necesitamos reconocer al Señor como nuestro gran Rey, y ofrecerle siempre nuestro corazón, nuestro cuerpo y todo nuestro ser en sacrificio vivo.