Mateo 8

(Mar. 1:40-45; Luc. 5:12-16)

 

          8:1  Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.—Véase 4:23-25; ahora, después de relatar el sermón del monte, Mateo continúa su relato del ministerio de Jesús.

          8:2  Y he aquí vino un leproso (Luc: lleno de lepra) y se postró (PROSKUNEO) ante él, -- Algunos dicen que este acto podía ser o un acto de adoración o un acto de homenaje, pero Pedro no permitió que Cornelio se postrara a sus pies (Hech. 10:25, 26) no obstante el propósito de Cornelio. El verbo traducido “se postró” en este texto (8:2) es el mismo que se traduce “adorar” en 4:10; 28:9, 17; Jn 4:20-24; Heb. 1:6 y muchos otros textos.

          -- diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.—Dios limpió la lepra de Moisés (Ex. 4:6, 7) y la de María (Núm. 12:14), pero el único hombre que había sanado la lepra era Elías (2 Rey. 5:1-19). Sin embargo, el leproso de este texto tenía plena confianza en el poder de Jesús. Para él la única cuestión era si El estaba dispuesto a limpiarlo. En todos los textos del Nuevo Testamento que se refieren a la lepra sólo uno usa la palabra sanar  (Luc. 17:15). Los demás dicen limpiar. La inmundicia de la lepra causaba mucho sufrimiento porque los leprosos estaban aislados de toda actividad social y religiosa; por eso, la limpieza era una bendición tremenda.

          8:3  Jesús extendió la mano y le tocó, -- La gente no tocaba a los leprosos para no quedar inmundos hasta la tarde (Lev. 13:46), pero la gente no podía ayudarles. Cristo no quedó inmundo porque en lugar de ser afectado por la lepra El la limpió.

          -- diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.—La palabra quiero no sólo indica que Jesús estaba dispuesto a hacerlo, sino también que era su voluntad hacerlo.

          8:4  Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; -- Ya le sobró fama (4:23-25) y no quería más. Mar. 1:45 explica el por qué: “Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes”.  El exceso de entusiasmo entre la gente provocaría la malicia y envidia de los gobernantes antes del tiempo. Jesús vino al mundo para morir, y sabía que los judíos llevarían a cabo este plan, pero primero le era necesario cumplir su ministerio de enseñanza. Jesús no quería que la gente pensara sólo en los milagros, sino que por este medio se convenciera de que El era el Hijo de Dios (Dios el Hijo) (Jn. 20:31).

          -- sino vé, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, {Lev. 14. 1-32.} para testimonio a ellos.—Era muy importante que el hombre cumpliera con la ley respecto a la limpieza de la lepra. Jesús insistió en que sus discípulos guardaran la ley (Mat. 5:17-20). También era importante que el hombre tuviera el certificado de limpieza que sólo el sacerdote podía darle. Además, tal certificado confirmaría el milagro hecho por Jesús.

 

Mat. 8:1-4 JESÚS SANA A UN LEPROSO

Introducción:

            A. Mat. 8:1, "Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente". Recuérdese que Mat. 7:28,29 dice que "la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas". Llevando en mente esta impresión de Jesús seguían con El. También esto indica que había gran número de testigos de los milagros que Jesús hizo.

            B. Los capítulos 5-7 registran el maravilloso Sermón del Monte, y ahora comenzando en el capítulo 8, Mateo registra varios milagros; es decir, nos habla de las grandes enseñanzas de Jesús y también nos habla de sus grandes hechos. Dice Lucas (Hech. 1:1), "En el primer tratado (el evangelio según Lucas), oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar". En realidad Mateo ya había comenzado a relatar los milagros de Jesús antes del Sermón del Monte (4:23,24).

          I. Mateo 8:2 "He aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme".

            A. Según el comentario de William Barclay, "En la antigüedad la lepra era la más terrible de todas las enfermedades. E. W. G. Masterman escribe: 'Ninguna otra enfermedad convierte el ser humano en una ruina tan total y horrible a la vista, y durante tanto tiempo'. Puede comenzar por pequeños nódulos que terminan ulcerándose. Estas úlceras producen un líquido de aspecto desagradable y se van agrandando. Se caen las cejas. Los ojos asumen un aspecto fantasmal, como se nunca dejaran de mirar fijamente a los demás. Se ulceran las cuerdas vocales y la voz se vuelve afónica y la respiración sibilante. Poco a poco el enfermo se convierte en una sola masa de excrecencias ulcerosas. Este tipo de lepra, termina con el enfermo en unos nueve años, al final de los cuales se pierde la razón, el paciente entra en coma y finalmente muere. La lepra puede comenzar con la pérdida de la sensibilidad en cualquier parte del cuerpo. En este caso la afección ha atacado los nervios. Poco a poco los músculos del cuerpo se desintegran, los tendones se contraen hasta que las manos adquieren el aspecto de garras o pezuñas. Siguen las ulceraciones en las manos y en los pies y la pérdida progresiva de los dedos de ambos. Por último van perdiéndose las manos y los pies enteros, hasta que sobreviene la muerte. La duración de esta clase de lepra, es entre veinte y treinta años. Es una especie de muerte horrenda, en la cual el hombre muere pulgada a pulgada”.

            B. Ejemplos de la lepra. (1). Núm. 12:1,2,9-13, "María y Aarón hablaron contra Moisés ... y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová". Dios le castigó con la lepra por siete días. En los v. 13-15, Moisés ruega por María, diciendo, "No quede ella ahora como el que nace muerto, que al salir del vientre de su madre, tiene ya medio

consumida su carne". (2). 2 Sam. 3:29, la maldición pronunciada por David sobre la casa de Joab por haber muerto a Abner. (3). 2 Reyes 5, Naamán el leproso. (4). 2 Reyes 7, los leprosos desesperados que van al campamento de los sirios y descubren que ya había huido. (5). 2 Crón. 26:16-21, el rey Uzías había sido buen rey, "Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar de incienso" (v. 16). "Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová". (6). Luc. 17:11-19 Jesús limpió a diez leprosos y sólo uno de ellos volvió para expresar gratitud.

          II. Los leprosos tenían que guardar su distancia de otros.

            A. Luc. 17:12, "Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos".

            B. Dice Barclay: "La condición física del leproso era terrible. Pero había algo que la hacía peor aun. Josefo dice que los leprosos eran tratados 'como si fueran muertos'. Cuando se diagnosticaba lepra, el enfermo era instantánea y automáticamente excluido de toda sociedad humana. 'Todo el tiempo que la llaga estuviere en él será inmundo; estará impuro y habitará solo; fuera del campamento será su morada' (Lev. 13:46). El leproso debía vestirse con harapos, usar el cabello despeinado, con el labio superior cubierto por una banda, y mientras caminaba debía gritar todo el tiempo 'Impuro, impuro' (Lev. 13:45) ... En Palestina en los tiempos de Jesús, el leproso tenía prohibida la entrada a Jerusalén y todas las ciudades amuralladas. En las sinagogas había una pequeña habitación aislada de tres metros de alto y dos de lado, llamada mechitsah, en la cual podía escuchar el servicio. La ley enumeraba sesenta y un contactos que podían convertir al judío en impuro, y el segundo en importancia era el contacto con leprosos. Con que solamente un leproso introdujera la cabeza en una casa, ésta quedaba contaminada desde los cimientos hasta las vigas del techo. Aun en un lugar abierto era ilegal saludar a un leproso, y nadie podía acercarse a más de cuatro codos (unos dos metros) del leproso; pero si el viento soplaba del lado donde estaba el

leproso, éste debía mantenerse a no menos de cien codos de distancia. Un rabí ni siquiera hubiera comido un huevo comprado en una calle por la que había pasado un leproso. Otro rabí se jactaba de que arrojaba piedras a los leprosos para que no se le acercaran. Otros se escondían o salían corriendo cada vez que veían un leproso aun a la distancia. Nunca ha habido una enfermedad que separara a un hombre de sus semejantes como la lepra. Y este hombre fue el que Jesús tocó. Para un judío la frase más extraordinaria de todo el Nuevo Testamento probablemente sea: 'Jesús extendió su mano y tocó' al leproso".

            B. Dice Josefo que los leprosos eran tratados "como si fueran muertos". Sin embargo, este leproso, que nunca se hubiera acercado a ninguno de los rabinos ordinarios, se acercó a Jesús pidiendo limpieza. Se acercó con plena confianza. Para él no había duda en cuanto al poder de Jesús. Todo dependía de la voluntad de Jesús: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Es posible y aun probable de que este leproso hubiera oído de los milagros de sanidad hechos por Jesús (Mat. 4:23,24; Mar. 1:21-32,39; Luc. 4:31-41; Jn. 2:1-11), pero el Nuevo Testamento no registra otro leproso que Jesús hubiera limpiado antes que éste; es decir, la confianza de él no se basaba en que Jesús ya hubiera limpiado a varios leprosos. Se acercó con reverencia: "Se postró ante él". Luc. 5:12, "se postró con el rostro en tierra".

          III. Mateo 8:3, Jesús extendió la mano y le toco, diciendo: quiero; sé limpio. y al instante su lepra desapareció.

            A. Dice Marcos 1:41, "Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó". La misericordia no es simplemente un "sentimiento"; la misericordia actúa, obra, ayuda. Como dice Barclay, "Para un judío la frase más extraordinaria de todo el Nuevo Testamento probablemente sea: 'Jesús extendió su mano y tocó' al leproso". Recuérdese que Lucas 5:12 dice que este hombre estaba "lleno de lepra". Era bien obvio a todos que este hombre sí era leproso.

           B. ¿Por qué no respetó Jesús la prohibición de la ley de Moisés en cuanto al contacto con leprosos? (Véase Lev. 5:3; 13:45,46). Porque en lugar de ser contaminado Jesús por la inmundicia del leproso, el leproso quedó limpiado por el poder de Jesús. Nadie fue contaminado por el acercamiento del leproso a Jesús.

            C. Incurable. En aquel entonces no había remedios para sanar la lepra. Cuando el rey de Siria envió a Naamán al rey de Israel para que lo sanara, pero el rey de Israel se enojó y dijo, "¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que este envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?" (2 Reyes 5:7). Esto indica que era enfermedad que los hombres no podían curar. Desde luego, esta verdad era obvia también por la mera existencia de tantos leprosos aun en el tiempo de Jesús.

            D. Le tocó. Véanse Mat. 8:15; 9:18,25,29; 17:7; 20:34; Luc. 7:14; 22:51. Algunos tocaron a Jesús (Mat. 9:20-22; 14:36), pero el poder no tenía su origen en los dedos de Jesús, ni mucho menos en su ropa, sino en el poder de El Mismo como el Hijo de Dios (Dios el Hijo). Sin la voluntad de El ningún toque habría sanado.

            E. Al instante su lepra desapareció. ¿Qué señal más maravillosa! Sería imposible para nosotros imaginar la transformación física en ese pobre (y luego muy bendecido) hombre. Todo el daño hecho por la lepra fue corregido instantáneamente. Léase otra vez la descripción de Barclay del daño hecho por la lepra. Pero otro daño horrible se corrigió. Ahora podía restablecerse con su familia, con sus semejantes y sobre todo como participante en el culto a Dios.¿Qué contraste tan grande entre los milagros verdaderos de Jesús y los supuestos "milagros" hechos por los hombres! No podía haber ninguna duda en cuanto a su limpieza porque estaba "lleno de lepra". No dice Mateo que la lepra estaba mejorada, sino que "su lepra desapareció”.

          IV. Mateo 8:4 Entonces Jesús le dijo: mira, no lo digas a nadie.

            A. La misma prohibición se halla en Mat. 9:30; 12:16; 16:20; 17:9, etc.

            B. ¡Qué mandamiento más difícil! ¿Cómo podía este hombre, sacado de las garras de una muerte viva, contener su gozo y no contar este milagro a nadie? "Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma" (Salmo 66:16). ¡Grandes cosas Cristo ha hecho para mí!

            C. Marcos 1:45 explica el por qué: “Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes”. Mat. 4:24, "Y se difundió su fama por toda Siria". No le faltó fama, sino que le sobró fama. No la buscó; más bien, la quería suprimir.

            D. Jesús no hacía milagros simplemente para sanar y ayudar a la gente, sino para producir fe en El como el Hijo de Dios (Jn. 20:30,31).

            E. La situación en Palestina entre los judíos y los romanos era muy inflamable. El pueblo judío, al ver los milagros de Jesús, se entusiasmaba mucho creyendo que El podría ser el Mesías que quitaría el yugo de Roma (Juan 6:15). El entusiasmo del pueblo causado por sus milagros tenía que ser frenado en lugar de estimulado, porque impedía su obra. Se requería mucho trabajo (enseñanza, tiempo, paciencia) para convencer por lo menos a sus discípulos que su propósito al venir a este mundo no era lo que la gente esperaba (Jn. 18:36).

            F. Jesús sabía cuando "su hora" tenía que llegar. Por eso tenía que frenar el entusiasmo del pueblo de acuerdo al plan. No podía llegar "la crisis" ("su hora") antes del tiempo.

          V. Mateo 8:4, Sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.

            A. Lo más urgente para este ex-leproso era su certificado del sacerdote que confirmaría que él ya estaba limpio y podía tomar su lugar normal en su hogar, entre sus vecinos y sobre todo como adorador de Dios. Para hacer esto tuvo que cumplir con los requisitos de Lev. 14.

            B. Aquí hay otra prueba de que Jesús no vino para abrogar la ley, sino a cumplirla (Mat. 5:17). Durante su vida terrenal, desde su niñez hasta su muerte en la cruz, Jesús guardó y enseñó a sus discípulos a guardar la ley de Moisés (véase Mat. 5:18-20).

            C. Se ha sugerido que había urgencia en este mandamiento de Jesús por el temor de que si el sacerdote (o algún otro de la jerarquía) supiera que Jesús lo había sanado, podía haber rehusado pronunciar totalmente limpio al hombre. Por el otro lado, si todo se llevó a cabo sin demora, entonces después cuando se descubrió que Jesús le había sanado, el certificado daría evidencia de dos cosas:

(1) de que el hombre en verdad se había limpiado de su lepra, así confirmando el milagro, y (2) de que Jesús mostró respeto por la ley de Moisés. Sin embargo la explicación dada en Mar. 1:45 es, sin duda, la principal. Su desobediencia causó una interrupción seria de la obra del Señor.

            D. En Mar. 5:19; Luc. 8:39 Jesús manda que se publique el milagro, pero en esa región no había el mismo problema.

            E. Por último debe notarse que en Mat. 12:16-21 esto coincide con la profecía acerca de la obra de Jesús, de que no buscaría gran publicidad.

          8:5, 6  Entrando Jesús en Capernaúm, vino a él un centurión, -- Véase también Luc. 7:1-10. “le envió unos ancianos de los judíos” (Luc. 7:3); “Lo que uno hace por medio de otros lo hace por sí mismo, como Pilato ‘azotó a Jesús’ (esto es, hizo que lo azotaran” (ATR). El centurión romano era “Oficial del ejército romano (Hch. 21:32; 22:26), comandante de 100 soldados, más tarde, de una cantidad algo mayor (cp. 23:23)” (V-E). Eran la “espina dorsal” del ejército romano.  El Nuevo Testamento habla de algunos centuriones excepcionales: aparte del centurión mencionado en este texto (y en Luc. 7:1-7), leemos de Cornelio (Hech. 10, 11) y de Julio, el centurión encargado de Pablo en su viaje a Roma. También digno de mencionarse fue aquel centurión encargado de la crucifixión de Jesús quien exclamó, “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mat. 27:54).

          El centurión vino a El. ¡Cuán accesible era Jesús a todos, tanto a los gentiles como a los judíos! Compárese el caso de la mujer cananea (Mat. 15:21-28).

          -- rogándole,  y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.— Los judíos estaban bajo el yugo de Roma, pero aquí está un romano de mucha autoridad rogando a un judío. Aunque muchos romanos despreciaban a los judíos este centurión era diferente. Los judíos “le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga” (Luc. 7:4, 5), probablemente porque creía en Dios, pues nos recuerda de Cornelio quien adoraba a Dios (Hech. 10:1, 2). Este centurión, al igual que el centurión Cornelio (Hech. 10:2,22), tenía buenas cualidades: amaba a los judíos, amaba a su siervo y estaba muy preocupado por él, era hombre generoso y tenía mucha fe en Cristo.

          8:7, 8  Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.— No dijo, “Yo iré y trataré de sanarle”. La venida de Jesús al mundo no era ninguna clase de “experimento”. No vino para ver si podía vivir sin pecar, y no vino para ver si podía sanar enfermos, etc.

          -- Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; -- Aunque él había edificado una sinagoga para los judíos, el no tuvo “más alto concepto de sí que el que debe tener” (Rom. 12:3). Si hubiera edificado 100 sinagogas, podría haber dicho la misma cosa, “no soy digno”. Aquí está un personaje muy excepcional, pues a pesar de su posición exaltada en el servicio militar, no se sentía digno de que un judío, un carpintero llamado Jesús de Nazaret, entrara bajo su techo. Reconocía que Jesús era muy superior a él. Lamentablemente la mayoría de los hombres (mayormente los elevados de este mundo, los ricos, los que ocupan puestos elevados en el gobierno, etc.) no comparten la humildad del centurión. El reconocía lo que todos deben reconocer: que nadie es digno de recibir las bendiciones que trajo Jesús. Todos deben imitar al publicano de Luc. 18:13 (“Dios, sé propicio a mí, pecador”). Debemos recordar esto siempre que nos acerquemos a Dios.

          -- solamente di la palabra, y mi criado sanará.—El no sólo creía en la autoridad de Jesús, sino también que Jesús podía sanar aun de lejos. El oficial del rey que quería que Jesús sanara a su hijo, “vino a él y le rogó que descendiese” para sanar a su hijo (Jn. 4: 46, 47), pero este centurión dijo que no era necesario que Jesús fuera a su casa. “Señor, no te molestes” (Luc. 7:6).

          8:9  Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.— El entendía que sus superiores tenían el derecho de darle órdenes, esperando la obediencia, y que de la misma manera él tenía la autoridad para dar órdenes a sus inferiores y le deberían obedecer. El conocía la autoridad, y la reconocía en Cristo. Estaba seguro que Jesús podía mandar aun a la enfermedad de su siervo y que su orden sería obedecida; es decir, si Jesús dice a una enfermedad “vé”, la enfermedad “va”. Tenía mucha razón, pues Jesús podía mandar enfermedades, demonios, vientos y olas, y aun a los muertos.

          Este centurión excepcional no sólo tenía un concepto correcto de sí mismo, sino también tenía un concepto muy correcto de Jesús. En El veía autoridad, poder y majestad. Al mismo tiempo veía a un Señor poderoso que era accesible al pueblo; es decir, cualquier podía acercarse a El con sus peticiones, dudas e inquietudes. Jesús demostraba esto repetidas veces durante su vida aquí en la tierra.

          “Haz esto”. La gente que no obedece a Cristo (no obedece al evangelio) no tiene fe en Cristo. El centurión muestra claramente la relación entre la fe verdadera, la autoridad de Cristo y la sumisión a El. Bien sabía que Jesucristo tenía autoridad para mandar y que cuando El dice “haz esto”, es necesario obedecerle. Heb. 5:8, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;  9  y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.

          8:10 Al oírlo Jesús, se maravilló (también se maravilló por causa de la incredulidad de la gente, Mar. 6:6), y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.—Compárese 15:28 (“Mujer, grande es tu fe”). Esto indica que Cristo buscaba fe; también cuando venga la segunda vez, la buscará (Luc. 18:8). Algunos citan Efes. 2:8 para probar que Dios da fe a la gente. ¿Por qué, pues, dio tanta fe a este centurión romano y no dio nada de fe a los judíos de Nazaret? (JWM). Algunos tenían (y tienen) “poca fe” (Mat. 6:30; 8:26; 14:31). Por eso, debemos decir, “Auméntanos la fe” (Luc. 17:5).

          “Ni aun en Israel he hallado tanta fe”. A los judíos les convenía tener mucha fe en Cristo, porque El era su Mesías, pero la fe del centurión hubiera sido maravillosa aun en los judíos. Lamentablemente, sin embargo, Jesús no encontraba tal fe entre ellos.

          8:11  Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán (se reclinarán a la mesa) con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; -- Luc. 13:29. Se refiere a la conversión de los gentiles. El primer converso entre los gentiles fue otro centurión (Cornelio, Hech. 10). Pablo fue escogido para ser apóstol de los gentiles (embajador de Cristo entre ellos).

          8:12  mas los hijos del reino (los judíos, por ser descendientes de Abraham) serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.— Mat. 22:13; 23:13; 25:30; Luc. 13:28. Porque no poseían las cualidades de este centurión y otros gentiles. Confiaban en su linaje (Mat. 3:9, “A Abraham tenemos por Padre”).

          “Día triste viene” para los hijos o herederos del reino (los que deberían haber pertenecido al reino de Cristo pero no lo hicieron). Cristo vino al mundo para buscar a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mat. 15:24). Su ministerio se dedicaba a ellos. El evangelio fue predicado primeramente a ellos (Hech. 1:8; Rom. 1:16), pero Jesús dice (Mat. 21:31), “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”.

          Mat. 7:21, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.  22  Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  23  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Luc. 13:26, “Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste.  27  Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. 28  Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.  29  Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 30  Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros”.

          Pero los judíos no son los únicos que deberían pertenecer al reino. Los que han oído al evangelio y han asistido a los servicios deberían pertenecer al reino, pero si siguen posponiendo y descuidando su obediencia, serán echados a las tinieblas de afuera junto con los judíos desobedientes.

          También los que han sido criados en hogares de cristianos y saben perfectamente lo que deben hacer pero no obedecen si no obedecen serán echados a las tinieblas de afuera. Dios no tiene nietos; los hijos de los miembros no “heredan” la religión.

          ¡Y cuántos millares de gentes que tienen Biblias serán echados en aquel día! El simple hecho de tener una Biblia no les da el derecho de sentarse con Abraham, Isaac y Jaco en el reino de Dios.

          Muchos de los que están “cerca del reino” nunca entran en el reino.

          8:13  Entonces Jesús dijo al centurión: Vé, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.— Este hombre fue bendecido por causa de su fe y humildad (compárense Mat. 5:3, 5; Luc. 18:14). Solamente los humildes estiman a Jesús. Los orgullosos no lo toman en cuenta.

          8:14  Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre.—“una gran fiebre” (Luc. 4:38). “Y en seguida le hablaron de ella” (Mar. 1:30). “Le rogaron por ella” (Luc. 4:38); seguramente era una persona muy amada.

          El clero romano requiere que el Papa sea soltero, pero el apóstol Pedro quien para ellos era el primer Papa tenía una suegra. Pablo dice (1 Cor. 9:5) que Pedro tenía una esposa. También dice que el prohibir el matrimonio es una marca de la apostasía (1 Tim. 4:1- 3).

          8:15  Y tocó su mano, (la tomó de la mano y la levantó, Mar. 1:31). “Reprendió a la fiebre”, Luc. 4:39, como reprendió a los vientos y al mar, Mat. 8:26.

          --  y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.— Esto indica que gozaba de sanidad completa. Normalmente la fiebre deja a la persona muy débil, pero “levantándose ella al instante, les servía” (Luc. 4:39). ¡Qué privilegio tan hermoso es tener la fuerza física para servir al Señor!

          ¿Cómo mostramos nuestra gratitud hacia Cristo por “sanarnos” del pecado? ¿Cómo usamos los grandes beneficios que recibimos a diario de Dios?

          8:16  Y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados; -- Mar. 1:21 dice que Jesús enseñaba en Capernaúm en la sinagoga “los días de reposo” y el v. 29 dice que llegaron a la casa de Pedro y Andrés “al salir de la sinagoga”. Le trajeron muchos endemoniados y enfermos al llegar la noche, porque durante el día (sábado) no podían traerlos (compárese Jn. 5:10).

          -- y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; ¡Maravilla de maravillas! Con sólo hablar mostró su autoridad sobre los demonios y enfermedades. Al echar fuera a los demonios demostraba su poder sobre Satanás (Luc. 10:18; Jn. 12:31; 16:33; 2 Cor. 2:14; Efes. 4:8; 1 Jn. 3:8).

          Mateo dice que Jesús sanó a todos los enfermos. No hay y nunca ha habido entre los que profesan sanar milagrosamente tal poder. Los tales “sanan” a un grupo muy selecto (y también enfermedades muy selectas).

          8:17  para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias. -- 8:17; Isa. 53:4. Primero, durante su ministerio el “varón de dolores” se preocupaba por los dolores físicos del pueblo, pero su más grande preocupación tuvo que ver con los dolores espirituales; por eso murió en la cruz para sanarlos.

          Al tomar sus enfermedades Jesús no enfermó; las enfermedades no fueron transferidas a El. De la misma manera al llevar nuestros pecados, no llegó a ser pecador. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21), pero ¿en qué sentido “lo hizo pecado”? Isa. 53:10 lo explica: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. Cristo no llegó a ser pecador. No llegó a ser culpable de los pecados del mundo, sino que fue el sacrificio o la expiación por los pecados del mundo. El no llevó la culpa, sino el castigo, por nuestros pecados.

          Otra falsa doctrina basada en este texto es la de los carismáticos que enseñan que Cristo sufrió en la cruz para aliviar las enfermedades de los creyentes. Citan 1 Ped. 2:24, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” y enseñan que la palabra sanados se refiere a la sanidad del cuerpo, pero esta cita viene de Isa. 53 que ampliamente describe la muerte de Cristo por nuestros pecados (Jn. 1:29). El v. 5 habla de la sanidad de nuestras rebeliones y nuestros pecados. Además de eso, recuérdese que varios textos del Nuevo Testamento hablan de las enfermedades de los santos (p. ej., Timoteo y Trófimo).

          8:18, 19  Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.— Esta es una profesión muy bonita. Compárese Rut 1:16, 17, “Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.  17  Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos”. Rut cumplió lo que prometió. Es posible seguir a Cristo “por dondequiera que va”, porque algunos lo hacen: Apoc. 14:4, “Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va”.

          Sin embargo, nos preguntamos, ¿entendió el escriba lo que decía? Le convenía preguntar, “Señor ¿a dónde vas?” porque repetidas Jesús fue rechazado por los hombres (8:28-34, por los gadarenos; Luc. 9:53, por los samaritanos; Jn. 5:18, por los de Judea; Jn. 6.66, por los de Galilea; Mat. 27:23, “gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!”). ¿El escriba de veras quería seguir a Jesús “adondequiera que” fuera? ¿Era un hombre realista o simplemente un hombre idealista?

          Este texto bien ilustra la actitud de muchos que profesan ser seguidores de Jesús. El primer problema es la falta de comprensión de lo que está involucrado en esta profesión. ¿De veras creía Nicodemo que Jesús era un maestro venido de Dios? (Jn. 3:1, 2). ¿De veras los apóstoles podían beber el vaso que Jesús iba a beber? (Mat. 20:20-22). ¿Entendía Pedro lo que decía cuando prometió, “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte”?  (Luc. 22:33). Así también hoy en día hay mucha ignorancia entre los que prometen seguir a Jesús. Hay mucha profesión que viene sólo de los labios.

          8:20  Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.— Esta es la primera de las treinta y tres veces que Mateo registra este título mesiánico, Dan. 7:10-13.

          ¿Quería Jesús desanimarlo? ¿quería apagar su celo? No, pero es necesario calcular gastos. ¿Qué me va a costar ser discípulo de Cristo?  Mucha gente estaba encantada de los milagros de Jesús y recuérdese que por mucho tiempo durante su ministerio Jesús gozaba de mucha fama. Era un personaje muy popular. Muchos creían que la cosa más popular y aceptable sería seguir a Jesús de Nazaret, pero El siempre les decía con toda claridad lo que significaba el discipulado (Mat. 10:34-37; 16:24; Luc. 14:33, etc.). Como alguien ha dicho, El no “forró” la cruz. El dijo claramente que sería rechazado por los judíos. Mat. 16:21, “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”. Iba a cumplir lo que Isa. 53 decía de el, que sería “despreciado y desechado entre los hombres”.

          La actitud de este escriba se puede comparar con los jóvenes que se encantan del servicio militar y se animan a ser soldados al ver los uniformes, las medallas, los desfiles, etc. sin tomar en cuenta que el trabajo especial del soldado es pelear en la guerra, lo cual no es un “día de campo”.

          De la misma manera algunos se emocionan al oír los bonitos himnos y un sermón o dos muy elocuentes y disfrutar la asociación con buena gente y toman la decisión de ser bautizados sin tomar en cuenta lo que en realidad lo que el Señor requiere de ellos.

          Cuando Jesús nació, los pastores lo encontraron “acostado en un pesebre” (Luc. 2:12). Vivía de la ayuda y hospitalidad de otros (Luc. 8:3; 10:6, 7). Era extranjero en su propio mundo, el mundo que El había creado. Cuando murió, fue sepultado en un sepulcro ajeno. 2 Cor. 8:9, “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.

          El escriba que prometió seguir a Jesús “adondequiera que vayas” era un idealista y soñador. Jesús, sin embargo, no quiere seguidores “idealistas”, sino seguidores “realistas”. Hay mucho peligro en el entusiasmo momentáneo. Dice Mat. 13:20, “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;  21  pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”. Los que son movidos sólo por los sentimientos y emociones son como niños fluctuantes (Efes. 4:14).

          Muchos fueron afectados emocionalmente por los milagros de Jesús, como también por su popularidad y aun por su enseñanza diferente (Mat. 7:29; Jn. 7:46), pero todo esto no significa necesariamente que tuvieran convicción.

          En una ocasión la madre ambiciosa de Jacobo y Juan hizo una petición muy especial. Mat. 20:21, “El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.  22  Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” ¡Cuántos discípulos quieren llevar la corona sin haber llevado la cruz!

          8:21  Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.—Jesús no criticó a los que sepultaron a Juan (14:12), y los apóstoles no criticaron a los que sepultaron a Esteban (Hech. 8:2), pero en el texto paralelo (Luc. 9:59) aprendemos que a éste Jesús le había dicho, “Sígueme” (como había dicho a los pescadores, 4:18-22). Era necesario dar prioridad a ese mandamiento, no dejando que nada impidiera. 

          8:22  Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.— Esta es otra de las palabras duras de Jesús (“Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? Jn. 6:60). Se puede comparar con Mat. 5:29,30 (cortar la mano, sacar el ojo); 19:21 (vender lo que tienes); Luc. 14:26 (aborrecer a la familia), etc. Estos textos enfatizan la necesidad de poner a Cristo y su obra primero. Son buenos comentarios sobre Mat. 6:33, "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia", con énfasis en la palabra primeramente. Los que no pueden aprender esta sencilla lección no pueden ser cristianos. Nuestro Señor Jesucristo siempre mostró misericordia y compasión, pero al mismo tiempo siempre exigió lo primero de los que querían seguirle.

          Este texto habla de un discípulo ("otro de sus discípulos"). Esta enseñanza es, pues, para sus discípulos. Luc. 9:59,60 es un texto paralelo que lo explica más. Jesús le había dicho, "Sígueme", y entonces él había contestado, “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". Este mandamiento ("Sígueme") es el mismo que habían oído Pedro y Andrés (Mat. 4:18,19), y "Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron" (v. 20). Esta es la obediencia que Cristo requiere. Ellos también pudieran haber dicho, "Tenemos que hacer otras cosas primero", pero no lo hicieron. Ellos simplemente dejaron las redes y le siguieron, y lo hicieron al instante.

          Este mandamiento es el mismo que oyeron Jacobo y Juan (Mat. 4:21) y ellos también "dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron". Es otro ejemplo de la obediencia que Cristo requiere. Este mandamiento es el mismo que oyó Mateo (Mat. 9:9). Jesús le dijo: "Sígueme". E1 no hizo excusas, sino que "Se levantó y le siguió". Este mandamiento es el mismo que oyó Felipe {Jn. 1:43): "Sígueme". El “otro discípulo” mencionado en Mat. 8:21,22 y Luc. 9:59,60 no puso al Señor primero. No buscó primeramente el reino de Dios y su justicia, sino que puso otra cosa primero. No obedeció a Cristo, como lo hicieron Pedro, Andrés, Jacobo, Juan y Mateo. Dios siempre ha requerido lo primero. Ex. 13:2, “Conságrame todo primogénito”; Ex. 22:29, “No demorarás la primicia de tu cosecha”; 2 Cor. 8:5, “a sí mismos se dieron primeramente al Señor”.

          Cabe mencionar también que si este discípulo hubiera sepultado a su padre, se habría quedado inmundo por una semana (Núm. 19:11-22). El punto es que cuando Cristo nos da un mandamiento no debemos dejar que nada interrumpa o estorbe nuestra obediencia.

          ¿Nos parece muy dura esta palabra de Jesús? El v. 22 dice que "Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos"; es decir, dejar que los que están muertos espiritualmente entierren a los que están muertos físicamente. 1 Tim. 5:6 dice, "Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerto". Efes. 2:1 dice, "Y é1 os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados". Las obligaciones mundanas pueden ser atendidas por los que están muertos espiritualmente, pero Jesús le había dado a este discípulo otro deber más importante: el de anunciar el reino.

          Algunos creen que la expresión "permíteme que vaya primero y entierre a mi padre" significa "permíteme cuidar de mi padre anciano hasta que muera", tal vez durante un lapso de años. No es posible probar que esto haya sido el pensamiento de Jesús.

          Jesús conoció a este discípulo, y sabía lo que tenía que decirle. Compárese el case del joven rico. Lo que Jesús dijo a este joven también nos puede parecer algo severo, pero el Buen Médico sabe cuándo es necesario amputar una mano derecha y sacar un ojo derecho {Mat. 5:29,30;  18:8, 9).

          A veces la gente creía que la enseñanza de Jesús era dura. Juan 6:60,66, "A1 oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? ... Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, Y ya no andaban con él”. ¿Por qué dijeron esto? ¿por qué volvieron atrás? Porque Jesús daba énfasis a lo espiritual y minimizaba lo material (“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”, Jn. 6:63). Por esta causa la gente se escandalizaba.

          Mat. 15:12, " Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?” ¿Por qué? Porque Jesús condenaba las tradiciones humanas enseñadas por los fariseos.

          Mat. 19:10, "Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse". ¿Por qué dijeron esto? Porque Jesús había dicho (v. 9) que " Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”. La mayoría de los judíos creían que podían divorciarse por cualquier causa, y no les gustó lo estricto de la ley de Cristo. Por esta causa aun los discípulos se escandalizaban. Lamentablemente, hasta la fecha se escandalizan por lo mismo.

          Mat. 19:21,22, Jesús dijo al joven rico, "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y delo a los pobres, Y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones". Se escandaliz6. La enseñanza le parecía muy dura. Mat. 5:29,30; 18:8,9 ¿No es dura la enseñanza de que sería mejor cortar la mano derecha y sacar el ojo derecho en lugar de tropezar y ser perdido?

          ¿Por qué requiere Jesús tantas cosas difíciles? Para evitar tropiezos; es decir, para quitar de nuestras vidas las cosas que nos estorban espiritualmente. Si no buscamos primeramente las cosas de  Dios no podemos ir al cielo. Por lo tanto, le dijo al discípulo, "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos" ... "y tú vé, y anuncia el reino de Dios". Es mandamiento "duro" pero también es dura la enseñanza de estos otros textos (Mat. 5:29, 30; 15:1‑12; Mat. 5:32: 19:9: Mat. 19:21: Juan 6, etc.), pero era y es enseñanza necesaria para la salvación. La amputación de la mano derecha sería muy severa y dolorosa, pero valdría la pena para salvar al alma (Mat. 5:29,30; 18:8,9).

          Al leer tales relatos recordemos que Jesús quiere que todos se salven. El sabía que este “otro discípulo” estaba en peligro de sepultar a sí mismo cuando sepultaba a su padre. Lo que Jesús dijo, pues, fue para salvar su alma.

          8:23  Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron.—“le tomaron como estaba” (Mar. 4:36), tal vez sin haber comprado provisiones. “Y había con él otras barcas” (Mar. 4:36); por eso, había otros testigos del milagro que iba a hacer. “Sus discípulos le siguieron” ¿a dónde?  No sabían en ese momento que en muy poco tiempo estarían en peligro mortal, pero al estar con Jesús y seguirle, tendremos que enfrentar problemas (Hech. 14:22; 2 Tim. 3:12).  La expresión breve, “le siguieron” parece ser ilustración de lo que Jesús decía en los vers. 19-22.

          8:24  Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; -- Mar. 4:37, “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba.” Luc 8:23 dice, “Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban”. Peligraban porque la barca se llenaba de agua, y el viento la sacudía y azotaba violentamente.

          -- pero él dormía.—Mar. 4:38, “estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal (cojín)”; Luc. 8:23, “pero mientras navegaban, él se durmió”. Aquí se ve la humanidad de Jesús. “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo” (Heb. 2:14).  No dejó de ser Dios, pero llegó a ser verdadero hombre también. Tuvo hambre (Mat. 4:2) y sed (Jn. 19:28), se cansó (Jn. 4:9), lloró (Jn. 11:35), y aquí vemos que El durmió.

          ¿Cómo pudo Jesús dormir durante la tempestad? Hubiera sido muy difícil dormir con tanto ruido (el viento, las olas, los gritos de los discípulos) y por estar mojándose tanto. En primer lugar, estaba cansado. Es muy razonable creer que El durmió profundamente por estar tan cansado, debido a sus intensas actividades. Pero otra explicación: durmió en medio de la tormenta porque tenía perfecta paz en su corazón. ¡Qué cuadro tan sublime! ¡Qué contraste entre  la violencia de la tormenta y  la serenidad del sueño de Jesús! Además, ¡qué buen ejemplo para nosotros! Debemos grabar esta imagen en la mente y nunca borrarla. Esta es la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). Es la paz que Cristo mismo nos ha dejado (Jn. 14:27).  “Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.  Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos” (Isa. 26:3, 4).  Jesús nos dio en esa ocasión un ejemplo perfecto de esa paz.

          Esta experiencia sirvió para fortalecer la fe de ellos. Compárese Jn. 11:4, 14, 15, “me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis”. La muerte de Lázaro fue una prueba severa para María y Marta, pero sirvió para aumentar su fe.

          Entonces, la única esperanza de la salvación de este peligro era Jesús. Y así es siempre. Cuando las tormentas de la vida nos sacuden y azotan, no hay otra ayuda.  Sin Cristo las tempestades de la vida nos dejarían desesperados.

          8:25  Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! -- “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Mar. 4:38). La única esperanza de la salvación de este peligro era Jesús. Y así es siempre. Cuando las tormentas de la vida nos sacuden y azotan, no hay otra ayuda.  Sin Cristo las tempestades de la vida nos dejarían desesperados.

          Al leer este relato recordamos lo muy humano que eran los apóstoles. Aunque todos sabemos que eran simplemente hombres como nosotros (compárese Sant. 5:17), hay peligro de olvidar esto y hacer de ellos una especie de “semi-dios”.  No eran ángeles, sino hombres y tenían mucho que aprender.  Eran hombres muy buenos y fieles que habían dejado todo por seguir a Jesús, pero tuvieron que crecer.  Estaban en el proceso de entrenamiento.  Por este motivo Jesús quería que estuvieran con El (Mar. 3:17). Recuérdese también que este evento sucedió en el principio de su ministerio (Mar. 3:13-19, la elección de los doce; Mar. 4:35-41, Jesús calma la tempestad).

          Algunos de los apóstoles eran pescadores con mucha experiencia, y estaban acostumbrados a las tormentas, pero parece que esta tempestad era excepcional en su violencia.  De todas maneras, estaban atemorizados y desesperados.

          Ellos tenían fe en Jesús. ¿No indica su lenguaje que ellos creían que El podía hacer algo?  Si para ellos El era simplemente un carpintero, ¿Para qué despertar a un carpintero? ¿Qué puede hacer un carpintero para salvar una barca durante una tormenta?  Los pescadores sabían mucho más del mar que los carpinteros. Preguntan ¿No tienes cuidado que perecemos?” Si El sí tenía cuidado, ¿qué podía hacer? ¿No indica esta pregunta que tenía confianza de que El pudiera hacer algo? ¿Por qué dijeron “sálvanos’ si no tenían fe en  El?

          8:26  El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.—“¿Por qué estáis amedrentados?’ Tenían fe, pero era “poca” fe (6:30; 14:31; 16:8). Eso fue el problema que Jesús quería solucionar. Es el mismo problema que tenemos nosotros. Muchos tienen fe pero es “poca fe” y es “débil fe”.  Por eso cuando se desencadenan las tormentas de la vida, nos dejan desesperados.

          El temor es necesario. Es un instinto que Dios nos da para nuestra propia protección, pero el temor excesivo indica poca fe en Dios, y aun la cobardía. Mar. 4:40, “¿Por qué estáis así amedrentados?’ Esta es una palabra fuerte: deilos, cobarde, amedrentado. La Versión Moderna traduce Mat. 8:26, ‘¿Por qué sois cobardes?” La cobardía es causada por la falta de fe. ¿No valía la presencia de Jesús?  El estuvo con ellos en la barca. ¿Creían que Jesús también iba a desaparecer en la tormenta? La duda no razona. Ya sabían que Jesús tenía grandes poderes: sobre la lepra y sobre toda clase de enfermedad, que aun podía sanar de lejos, y que tenía poder sobre los demonios. ¿No eran suficientes estas señales para convencerles? Sí, pero este caso es diferente.  Ahora ellos mismos estaban en peligro. Habían visto los milagros que ayudaban a otros, pero los apóstoles no eran leprosos, ni endemoniados, ni aun enfermos, sino que estaban en gran peligro de perder su vida en una tempestad.  Creían que Jesús tenia poder sobre la lepra y los vientos y el mar.

          Jesús habló al mar como si fuera algún monstruo violento. “Enmudece”, literalmente, cerrar la boca con bozal, callarse, enmudecer.  Luc. 8:24, “reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza”. Habla el Creador.  No era nada difícil que Jesús calmara esta fuerza hostil, porque El es el Creador del mundo (Jn. 1:1-3; Col. 1:16). No era difícil controlar lo que había creado. Con su palabra El creó los elementos naturales, y con su palabra los controló.

          Inmediatamente otra vez, como ya hemos visto varias veces, los milagros de Jesús se hicieron instantáneamente. Hasta las olas se calmaron inmediatamente. Normalmente cuando los vientos cesan, las olas del mar siguen turbulentos por un tiempo, pero en este caso sobrevino una gran calma.

          8:27  Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen? -- No sólo los apóstoles, sino también los de las otras barcas.

          Mar. 4:41, “Entonces  temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” ‘Temieron’, pero aquí se usa otra palabra.  Ya no es el temor de cobardía, sino temor reverencial.  Ya se calmó la tempestad y se acabó el peligro.  El temor que ahora sienten es aquel temor de reconocer el gran poder de Dios.  Reconocían que estaban en ese momento en la presencia de Dios. (Compárese Luc. 5:8, ‘Apártate de mi, Señor, porque soy hombre pecador”; as¡ dice Pedro cuando encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía”).

          Los hombres hacen grandes cosas, efectúan grandes cambios, pero ¿quién ha controlado algún huracán o tornado? ¿qué hombre famoso ha podido controlar’ los elementos?  Jesús calmó la tempestad, caminó sobre el agua, multiplicó panes y peces, y convirtió el agua en vino. ¿Hasta cuándo harán tales cosas los hombres grandes de la tierra?

          Luc.  8:25, “Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros:  quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” Nunca habían visto esta clase de milagro y quedaron maravillados. Estaban atemorizados también porque peligraban sus propias vidas. Siempre es más impresionante lo que nos afecta a nosotros personalmente.

          Según Mat. 14:33, cuando Jesús anduvo sobre el agua, ‘Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: En verdad eres Hijo de Dios”. Estas experiencias lograron el propósito importante de fortalecer la fe de los discípulos.

          Jesús está con nosotros. Mat.. 28:20,  prometió estar siempre con los apóstoles. Compárese Mar.

16:20.  Siempre estaba con ellos durante su ministerio, y aun ahora está con ellos en la palabra escrita por ellos. Pero también está con nosotros durante todas las tormentas de la vida (enfermedades y otras aflicciones, persecución y tribulación, problemas, dificultades, en fin, siempre que seamos sacudidos y azotados por las fuerzas enemigas del alma).

          ¿No tienes cuidado que perecemos?  Que nunca hagamos esta pregunta, porque Jesús demostró su cuidado por nosotros cuando fue al Calvario.  Heb. 2:18; 4:15,16 nos asegura que El tiene cuidado de nosotros.

          8:28  Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados (tenían espíritus inmundos) que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.—“nadie podía atarle, ni aun con cadenas” (Mar. 5:2). Los endemoniados eran personas muy dignas de conmiseración y compasión. No estaban simplemente enfermos, sino que demonios o espíritus inmundos tomaban posesión y control de sus cuerpos para atormentarlos. A veces había varios demonios en una sola persona. Mar. 16:9; Mat. 12:43. Así fue en este caso como vemos en un texto paralelo (Mar. 5:9, “Legión me llamo; porque somos muchos”).

          Marcos (5:3, 4) describe la ferocidad de uno de estos endemoniados: “tenía su morada en los sepulcros, y nadie podía atarle, ni aun con cadenas.  4  Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar”. Este endemoniado tenía fuerza sobrenatural. Nadie podía controlarlo.

          8:29  Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? – Los endemoniados tenían conocimiento sobrenatural. Conocían a Jesús; sabían que El era el Hijo de Dios, y así lo confesaban. Como dice Santiago 2:19, “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Mar. 5:6, “Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló ante él”. La Biblia habla de los demonios o espíritus inmundos como personas. Hablaban a Jesús y El les hablaba.

          No leemos de demonios que huyeran de Jesús, pues lo conocían y bien entendían que eso no sería posible; más bien, se acercaban a El para arrodillarse delante de El.

          Sin embargo, había tendencias de locura en su comportamiento, pues “de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras” (Mar. 5:5); “no vestía ropa” (Luc. 8:27). (¿Están fuera de sí los que no visten ropa? Marcos 5:15 dice que cuando Jesús echó fuera los demonios el hombre estaba “sentado, vestido, y en su juicio cabal”.

          No existe en la actualidad este fenómeno, pues los demonios entraban en la gente sin su permiso, pero Satanás sí entra en la gente con su permiso. Cuando entró en Judas o en Ananías y Safira, lo hizo con su permiso, y sigue haciendo lo mismo ahora. Las personas que permiten que Satanás viva en ellos hacen locuras igual que los endemoniados del primer siglo; p. ej., ¿cómo hablan los que usan alcohol y otras drogas y los que se entregan a las otras obras de la carne (Gál. 5:19-21).

          -- ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? – Los demonios, enviados por Satanás, saben lo que les espera, pues Satanás y los suyos serán echados al fuego eterno, Mat. 25:41; 2 Ped. 2:4; Judas 6.

          8:30  Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. 31  Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. – Los demonios querían tomar posesión de cuerpos, aunque fueran de animales. Luc. 8:31, “Y le rogaban que no los mandase ir al abismo”. Compárense Apoc. 9:1, 2,11; 211:7; 178:8; 20:1,3.

          8:32  El les dijo: Id. – De esta manera Jesús mostró su poder sobre Satanás, 1 Jn. 3:8.  Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas. – Algunos han criticado a Jesús por esta pérdida de propiedad, pero en la esfera de la naturaleza no se respetan los derechos de propiedad. Lo que los demonios hicieron está en la misma categoría con el daño causado por diluvios, incendios, tormentas, etc. Los demonios no querían acabar con los animales; sólo querían ocupar cuerpos. Sin embargo, la presencia de los demonios en los cerdos les volvió locos. La presencia de Satanás en el hombre hace lo mismo ahora. Muchos cometen toda clase de escándalo y aun se matan los unos a los otros. Otros cometen suicidio.

          8:33  Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. 8:34  Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos. – Luc. 8:37, “tenían gran temor”.  Tenían miedo de lo que no entendían. No querían perder más propiedad. Para ellos la pérdida de los cerdos era más importante que la sanidad de los endemoniados. No se regocijaban por los dos hombres rescatados de una existencia horrible y miserable, sino que sólo pensaban en su propiedad. No alabaron a Jesús, no le dieron gracias. Más bien, le rogaron que se fuera de sus contornos. Los gadarenos no solamente no recibieron a Jesús; más bien, ¡lo despidieron!

          Mar. 5:18, “Al entrar él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejase estar con él.  19  Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.  20  Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban”.

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