Capítulo 2

2:1 -- Después, pasados catorce años, -- Catorce años después de su primera visita a Jerusalén (Hech. 9:26-29). El no se refiere al viaje de Hech. 11:27-30, porque, aunque "volvieron de Jerusalén" (12:25) estuvieron entre "los hermanos que habitaban en Judea". Este viaje no tuvo importancia en cuanto a su relación con los apóstoles y, por eso, con respecto a su apostolado; se omite pues en este relato a los gálatas. El propósito de este párrafo es demostrar que aunque él no recibió el evangelio de los otros apóstoles, ellos sí lo aceptaron y aprobaron.

          -- subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, -- Hech. 15. ¿Por qué fueron a Jerusalén y no a otro lugar? Para juntarse con los otros após­toles. "Y al pasar por las ciudades, les entre­gaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen" (Hech. 16:4). Estas ordenanzas llevaron mucho peso por haber salido de los apóstoles en Jerusalén.

          -- llevando también conmigo a Tito. -- (véase el ver. 3).

2:2 -- Pero subí según una revelación, -- Lu­cas dice, "se dispuso (se determinó, LBLA margen) que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén" (Hech. 15:2) y Pablo explica que esa determinación fue del Espíritu Santo (compárese Hech. 13:1, 2). Esto indica lo se­rio de la cuestión.

          -- y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico en­tre los gentiles. -- Era muy necesaria la unidad entre todos los apóstoles. Pablo re­conocía lo explosivo del asunto, porque bien sabía que los judíos no estaban dispuestos a aceptar a los hermanos gentiles como iguales a ellos; y a causa de esto conversó en privado con los hermanos de cierta reputación.

2:3 -- Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circun­cidarse; -- Esta es la primera vez que se men­ciona la circuncisión, pero es obvio que esta práctica es el punto principal de la carta, siendo el acto sobresaliente que ocupaba la atención de los judaizantes. Aunque Tito no está mencionado en Hechos, él era un caso que sería ejemplo a seguir, porque si los hermanos aceptaran a un solo gentil sin cir­cuncidarle, tendrían que aceptar a todos sin circuncidarles. Pablo circuncidó a Timoteo cuya madre era judía (Hech. 16:3) para no poner tropiezo al evangelio (1 Cor. 9:20), pero no permitió que Tito, "con todo y ser griego" fuera circuncidado. Entonces, si no se requería que Tito fuera circuncidado, en­tonces no se podía exigir que ningún gentil se circuncidara.

2:4 -- y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, -- Eran falsos hermanos, hermanos no convertidos a "la verdad del evangelio" (ver. 5), "de la secta de los fariseos que habían creído" (Hech. 15:5) que decían a los hermanos gentiles, "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (Hech. 15:1). Enseñaban que "Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés" (Hech. 15:5). Hablando de tales hermanos Pablo dijo, "Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como após­toles de Cristo" (2 Cor. 11:13).

          -- que entraban para espiar nuestra liber­tad (5:1, 13; 2 Ped. 2:1) que tenemos en Cristo Jesús, -- Estos falsos hermanos no eran verdaderos miembros del cuerpo de Cristo, sino que obraban como espías para destruir la obra de Pablo. Estos no querían la libertad que Cristo ofrece. No querían ser libres de la ley de Moisés. Más bien, querían permanecer esclavizados a ella, pero Pablo y todos los hermanos fieles quedan li­bres de la ley de Moisés y, por eso, de la cir­cuncisión (para la justificación, Hech. 15:1).

          -- para reducirnos a esclavitud, -- 5:1-3, 13; Hech. 15:10. Los judaizantes quedaron reducidos a esclavitud.

2:5 -- a los cuales ni por un momento ac­cedimos a someternos (cedimos, para no someternos LBLA), -- Si hubieran permitido que Tito fuese circuncidado, habrían acce­dido a someterse a los judaizantes. Pablo en­fáticamente rehusó contemporizar con los judaizantes. No hay ningún acuerdo entre "la verdad del evangelio" y el "circuncidarse y guardar la ley".

          -- para que la verdad del evangelio -- Que los gentiles son justificados por el evangelio solamente (no por la circuncisión y el guardar la ley de Moisés) y, por lo tanto, que por medio del evangelio de Cristo pueden disfru­tar de todos los derechos, honores y privile­gios que Dios ofrece a sus hijos.

          -- permaneciese con vosotros. -- Los her­manos gálatas fueron convertidos por la ver­dad del evangelio, es decir, solamente por el evangelio, pero los judaizantes no querían que la verdad del evangelio permaneciese con ellos; más bien, querían someterles a la ley de Moisés.  Si Pablo se hubiera sometido a los judaizantes, entonces "la verdad del evangelio" se habría invalidado y la iglesia del Señor no habría sido el reino universal del Mesías sino simplemente otra secta más de los judíos.

          Lamentablemente muchos movimientos religiosos han imitado a los judaizantes, mezclando la ley de Moisés con la ley de Cristo; por ejemplo, la guarda del sábado, el diezmo, los instrumentos de música en el culto, el sa­cerdocio especial, el quemar incienso, la membresía infantil, el reino terrenal, etcétera. Nadie guarda la ley de Moisés (6:13), sino que hacen lo mismo que los que comen en restaurantes de autoservicio, esco­gen lo que les conviene y dejan lo demás. ¿Cuántas de estas religiones obedecen los mandamientos de la ley de Moisés de sacrificar animales y aves? Algunos hacen distinción arbitraria entre lo que llaman la ley moral y la ley ceremonial (cuando no hay tal distinción) para enseñar que no se debe ofrecer sacrificios de animales (ley ceremonial), pero que la ley moral incluye todos los diez mandamientos y, por eso, es necesario guardar el sábado. Sin embargo, si la Biblia hiciera tal distinción, entonces la guarda del sábado no sería clasificada como ley moral sino ceremonial, porque precisamente en ese día se ofrecían muchos sacrificios y ofrendas. Por eso, Col. 2:16 dice, "Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo".

2:6 -- Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de per­sonas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron. -- Habiendo expli­cado el conflicto con los judaizantes, ahora vuelve al tema de la independencia de su apostolado, afirmando que en cuanto al evangelio que predicaba no recibió nada de los otros apóstoles. No hemos de suponer que Pablo habla con desprecio ni mucho menos con ironía, sino que sin duda utiliza el lenguaje de los judaizantes con respecto a los otros apóstoles para hacer hincapié en su propio apostolado (tan despreciado por los judaizantes). Pablo respetaba a los otros apóstoles y tenía plena comu­nión con ellos, pero tuvo que aclarar que ellos -- por grandes e importantes que fuesen -- no le suplieron ninguna parte del evangelio que él predicaba ni tampoco recibió alguna autoridad de ellos.

2:7 -- Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la cir­cuncisión -- Los otros apóstoles, siendo hom­bres sinceros, podían ver que la obra de Pablo era bendecida por Dios. Esto fue un golpe para los judaizantes.

2:8 -- (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), -- Ambos hicieron las señales de apóstol (2 Cor. 12:12; Mar. 16:20; Hech. 14:3; Heb. 2:3, 4).

2:9 -- y reconociendo la gracia (de ser nom­brado apóstol; compárese 1 Cor. 7:25, la pa­labra misericordia se usa de la misma manera, para hablar de su apostolado) que me había sido dada, Jacobo (mencionado antes que Cefas o Pedro), Cefas y Juan, que eran con­siderados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra (plena comunión, con­fianza) en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. -- Reconocieron que el Señor le constituyó apóstol para predicar con la misma autoridad el mismo evangelio que ellos predicaron. La única diferencia era que él había sido enviado a los gentiles. Este lenguaje no indica una división estricta de la obra, porque Pablo predicó también a los judíos (en cada ciudad fue primero a la sina­goga), y Pedro fue el primero que predicó a los gentiles, pero todos entendieron que es­taban trabajando en dos campos diferentes y que los otros apóstoles habían de predicar principalmente a los judíos y que Pablo había de predicar principalmente a los gentiles.

          Esta es la única referencia en todas las cartas de Pablo al apóstol Juan.

          -- nos dieron ... la diestra en señal de com­pañerismo (koinonias) -- Esto fue un mo­mento muy importante. Con este acto dieron evidencia del acuerdo de ser verdaderos hermanos y colaboradores en la predicación del evangelio, que no trabajarían en contra los unos de los otros, sino en armonía. En­tonces lo que los judaizantes decían de Pablo con respecto a su relación con los otros após­toles era falso. Pablo era independiente de ellos, pero había perfecta armonía y comu­nión entre ellos.

2:10 -- Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer. -- Pablo admite que los otros apóstoles le hicieron una re­comendación acerca de la obra (acordarse de los pobres), pero ya lo estaba haciendo (Hech. 11:27-30), y en sus cartas habla mucho acerca de la ayuda para los santos pobres de Jerusalén (Rom. 15:25-27; 1 Cor. 16:1-4; 2 Cor. 8 y 9). Esta benevolencia no solamente suplió la necesidad de los santos pobres, sino que también sirvió para estrechar relaciones en­tre los hermanos gentiles y judíos (2 Cor. 9:12-14). Los cristianos de los primeros siglos -- y mayormente los del primer siglo -- sufrieron mucho por  causa del evangelio (Mat. 10:17-28; 34-37; 1 Cor. 7:12-15). Por causa de Cristo muchos perdieron sus hogares, su empleo, su herencia y verdaderamente participaban de los sufrimientos de Cristo (1 Ped. 4:13).

2:11 -- Pero cuando Pedro vino a Antioquía, -- Recuérdese que desde Antioquía salieron Pablo y Bernabé para evangelizar a los gen­tiles (Hech. 13:1-3). Era una ciudad clave. Si se podía ganar la ciudad de Antioquía para el judaísmo, entonces sería más fácil ganar otras ciudades.

          -- le resistí cara a cara, -- Este caso de­mostró claramente que Pablo no era inferior a Pedro como decían los judaizantes. ¿Quién decidió que se debía resistir a Pedro cara a cara? Desde luego, fue decisión de Pablo pero la decisión de Pedro hizo necesaria la decisión de Pablo. ¿Hasta cuándo aprenderá la iglesia que el que anda mal es el que re­quiere -- hace necesaria -- la reprensión?

          -- porque era de condenar. -- No Pablo sino Pedro. Pablo no era de condenar por ex­poner el error de Pedro. Cuando algún her­mano comete pecado o error y otro le llama la atención, es importante tener presente cuál de los dos tiene la culpa. Muchísimos hermanos cometen un agravio serio contra los que exponen el pecado y el error, cul­pando a éstos y hablando del culpable como si fuera víctima de alguna injusticia. Esta es una de las tácticas más potentes de Satanás. Recuérdese que Pedro cometió el error y en realidad se condenó solo (dice el margen de LBLA, "se había condenado a sí mismo"); Pablo solamente le llamó la atención por lo que había pasado. (Recuérdese 1 Reyes 18:17, 18).

          Otra cosa importante es que Pablo no re­sistió a Pedro a espaldas (como los ju­daizantes de Galacia y Corinto hacían con Pablo) sino cara a cara. No estaba enojado con él, no quería tomar venganza, no le re­presentó mal, sino que con todo amor le exhortó porque cometió un error.

          ¿Por qué era de condenar Pedro? ¿Por la ignorancia? No, él fue el primero que aprendió que ahora los judíos podían y de­bían comer con los gentiles y fue el primero que lo practicó. Era de condenar porque la presión de los hermanos judíos era más fuerte que la convicción de Pedro. Muchísimos hermanos saben la verdad en cuanto a la na­turaleza y obra de la iglesia y saben lo que significa la autonomía de la iglesia local pero los hermanos liberales aplican una presión tremenda sobre ellos y no les quieren resistir. Lo mismo en cuanto al problema del divorcio y segun­das nupcias. ¿Quién no puede entender Mat. 5:32; 19:9? El problema no es la ignorancia sino que hermanos carnales presionan a otros hermanos y éstos actúan como si no temieran a Dios sino a los hombres, porque la presión es más fuerte que la convicción.

          Los evangelistas que se someten a la pre­sión de hermanos infieles y dejan de predicar la verdad y condenar el error darán cuenta a Dios.

2:12 -- Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; -- Hech. 11:3. Lo había hecho, lo defendió y convenció a los hermanos judíos (Hech. 11:4-18). ¿En qué sentido vinieron algunos "de parte de Jacob"? Los envió Jacobo? Com­párese Hech. 15:23, 24, Jacobo y los otros hermanos acordaron escribir lo siguiente "a los hermanos de entre los gentiles": "Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley". Parece ser que los que vinieron "de parte de Jacobo" no fueron en­viados por Jacobo.

          -- pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. -- Los apóstoles fueron bautiza­dos con el Espíritu Santo para que la en­señanza de ellos fuera infalible (por eso, la iglesia perseveraba "en la doctrina de los apóstoles", Hech. 2:42), pero no eran infali­bles en su conducta. La conducta de Pedro en esta ocasión no armoniza con lo que él hizo en la casa de Cornelio (Hech. 10:25) ni con lo que dijo en Hech. 11:4-17. Aun el gran após­tol Pedro fue movido por la presión carnal. Por temor de los de su raza él, Bernabé y otros hermanos judíos despreciaban a los hermanos gentiles tratándolos como inmun­dos y perros (la palabra común usada por judíos para hablar de los gentiles).

          Una de las pruebas más severas de los evangelistas es la presión causada por her­manos con actitudes sectarias y carnales y antes de criticar a Pedro conviene examinar con cuidado nuestro propio ministerio.

          Si algún hermano no tiene mucho interés en el problema relatado en este texto, debe preguntarse ¿somos judíos o somos gentiles? Los que son gentiles deben meditar por un momento sobre lo que estaba pasando: Pe­dro y los otros no querían comer con gentiles ¡y nosotros somos gentiles! Si no querían comer con hermanos gentiles fue porque los consideraban inmundos (perros), y usted y yo somos gentiles. Nosotros fuimos representa­dos por aquellos hermanos gentiles. Her­mano, ¿entiende usted que el apóstol Pedro no quería comer con usted? ¿No se siente ofendido? Considérelo para apreciar lo serio del caso y para apreciar lo que Pablo hizo por nosotros los gentiles. ¡Verdaderamente él peleó esa batalla por nosotros y la ganó!

2:13 -- Y en su simulación (hipocresía, LBLA, creían una cosa, practicaban otra) participa­ban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. -- El ejemplo de Pedro era poderoso y peligroso. Cuando él cayó, otros cayeron con él. Aun Bernabé (Hech. 4:36; 11:24). ¡Qué importante es el ejemplo!

          Esto fue un momento muy crítico para la iglesia. La conducta de Pedro, Bernabé y otros hermanos estaba cancelando la doctrina acerca de los gentiles que todos aceptaron en Jerusalén. La victoria registrada en Hechos 15 se estaba perdiendo, no por cambiar la doctrina, sino por pisotearla en la práctica. Si los hermanos judíos no podían comer con los hermanos gentiles tuvo que ser porque éstos estaban in­circuncisos. ¿Cuál sería la solución pues? Desde luego, que deberían circuncidarse para que los judíos pudieran comer con ellos y esto estaba totalmente en contra de la doctrina que habían aprendido y aceptado.

          La conducta anterior de Bernabé había sido loable (Hech. 4:36, 37; 9:27; 11:24), pero los hermanos más fuertes pueden cometer errores (1 Cor. 10:12). Los más sinceros pueden caer en hipocresía cuando se les aplica mucha pre­sión.

2:14 -- Pero cuando vi que no andaban rec­tamente conforme a la verdad del evangelio, -- Predicaban la verdad pero no andaban en conformidad con su predicación.

          -- dije a Pedro delante de todos: -- ¡Pablo contra todos! El no fue movido por sus sen­timientos. No fue un conflicto personal entre dos predicadores. No había rivalidad entre ellos (Fil. 1:16, 17). Pablo le hizo a Pedro un gran favor. Esa exhortación fue una ver­dadera bendición para Pedro y él la aceptó. El y Pablo no se hicieron enemigos. Al hablar de Pablo, Pedro dijo, "nuestro amado her­mano Pablo" (2 Ped. 3:15). En esta ocasión Pablo habló con denuedo como había hecho en Jerusalén (2:5). El practicó lo que enseñó a Timoteo: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogi­dos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad" (1 Tim. 5:21). Como él ya dijo, "lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa" (5:6).

          ¿Por qué Pablo no le habló en privado a Pedro? ¿No les convenía apoyarse el uno al otro? Si en algún asunto personal Pedro hu­biera ofendido a Pablo, sin duda lo hubiera exhortado en privado (Mat. 18:15), pero este asunto no fue un problema personal entre Pablo y Pedro, y el mal no fue cometido so­lamente por Pedro. Por el contrario, Pedro y Bernabé eran líderes y otros hermanos si­guieron su mal ejemplo. Fue un pecado público y se requería una exhortación pública.

          (Desde luego, lo que pasó en esos momen­tos demostró claramente que Pedro no era el "Papa" de la iglesia).

          -- Si tú, siendo judío, vives como los gen­tiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar (circuncidarse)? -- ¡No la enseñanza sino la conducta de Pedro obli­gaba a los gentiles a judaizar (circuncidarse)! ¿Cómo? Porque al separarse de ellos, su conducta decía, "Yo ya no puedo comer con ustedes hasta que se circunciden". Que se­pamos Pedro nunca predicó tal cosa y Pablo no le acusa de predicarlo, pero lo decía por medio de sus acciones. Si yo enseño que no se debe tocar instrumentos en el culto, pero yo mismo toco instrumento durante el culto, obligo a mis hermanos a adorar a Dios con música instrumental. Si yo enseño que no se debe establecer instituciones con el dinero de la iglesia, pero yo envío dinero de la iglesia a alguna institución, obligo a los miembros a participar porque ellos dan la ofrenda.

2:15 -- Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, -- Desde luego, Pablo sabía que los judíos también eran pecadores (Rom. 3), pero usa el lenguaje común de los judíos, empleando el término pecadores como los judíos (y los ju­daizantes) lo empleaban. Los judíos tenían la ley y hacían obras de la ley para justificarse, mientras que los gentiles estaban sin ley (1 Cor. 9:21) y, por eso, eran "pecadores".

2:16 -- sabiendo que el hombre no es justifi­cado (declarado inocente, no culpable) por las obras de la ley, sino por la fe de Jesu­cristo, -- "los de la fe", 3:9; "la fe", 3:25; tales expresiones se refieren al evangelio, la sal­vación hecha posible por la muerte de Cristo. Otras versiones dicen "por la fe en Jesu­cristo", es decir, por la fe obediente, la fe en Cristo que obedece al evangelio (Rom. 1:5, "para la obediencia a la fe"; 16:26, "para que obedezcan a la fe"). No somos justificados por "las obras de la ley", sino por "la obedien­cia a la fe" (por obedecer al evangelio, 2 Tes. 1:7, 8; 1 Ped. 4:17).

          -- nosotros también hemos creído en Jesu­cristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado. -- 3:2, 5, 10. Muchos entienden mal la ley de Moisés y tienen conceptos negativos de ella. Al citar este texto y otros que dicen que las obras de la ley no salvan, no nos olvidemos de los profetas y muchísimos fieles que vivieron y murieron bajo la ley de Moisés y que segu­ramente fueron salvos. Parece que algunos consideran la ley simplemente como un sis­tema legal, desprovisto de gracia, misericordia y perdón, pero leamos Ex. 20:6, "y hago mise­ricordia a millares; a los que me aman y guardan mis mandamientos"; 34:6, 7, "¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en miseri­cordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebe­lión y el pecado, y que de ningún modo ten­drá por inocente al malvado"; véanse también Deut. 10:12-13; 30:6-10; Miqueas 6:8, etc. El salmo más largo -- el capítulo más largo -- de la Biblia es el Salmo 119 y todo el capítulo se dedica a alabar y elogiar la ley de Dios.

          Estos textos demuestran que para los fieles (los que creyeron a Dios como su padre Abraham creyó a Dios) la ley era un sistema de fe y gracia; es decir, los fieles obedecieron y practicaron la ley de Moisés como demostración de su fe en Dios y su deseo de obtener su perdón y ben­diciones. Básicamente los judíos fieles fueron salvos de la misma manera que nosotros: por creer a Dios, por amarle y obedecerle de corazón. Cristo es el Salvador de los fieles que vivieron bajo el Antiguo Testamento (Heb. 9:15, 16). Al ofrecer sacri­ficios de animales los fieles miraban hacia Cristo y Dios les per­donó. El Cordero "fue inmolado desde el principio del mundo" (Apoc. 13:8); es decir, ante los ojos de Dios la muerte de Cristo siempre ha sido una realidad y, por eso, cuando Isaías habló de Cristo dijo, "herido fue por nuestras rebeliones" (53:5) como si ya hubiera acontecido. Así, pues, cuando los fieles que vivieron bajo el Antiguo Testamento ofrecieron sacrificios por sus pecados, fueron perdonados por la sangre de Cristo. Por lo tanto, si la ley se usaba correcta­mente, era santa y el mandamiento santo, justo y bueno (Rom. 7:12).

          Pero muchos judíos del tiempo de Jesús y Pablo abusaban de la ley de Moisés, convir­tiéndola en un sistema legal desprovisto de misericordia y perdón. La "justicia" de los tales era una justicia humana (Fil. 3:9; Gál. 6:13). Por ejemplo, el fariseo del cual Jesús habla en Luc. 18:9-14: ¿confesó pecados? ¿Pidió perdón? ¿Buscó misericordia? Nada de eso. El publicano sí pero el fariseo no. El fariseo de este texto es un ejemplo claro de la actitud de los judíos que confiaban en "las obras de la ley" y, por eso, "confiaban en sí mismos como justos".

          Es indispensable que se entienda, pues, que el apóstol Pablo usó los términos ley y obras de la ley en el sentido en que los usaban los judíos (y también los judaizantes de la iglesia), como un sistema legal desprovisto de gracia (misericordia, perdón). Para estos judíos el fin de la ley no era Cristo (Rom. 10:4), sino la ley misma. A los tales Pablo dijo que la ley bendice solamente a los que la guardaban perfectamente (3:10; 5:3). En este sentido "la ley no es de fe". A estos Pablo dijo que si confiaran en tal sistema para la sal­vación, entonces deberían vivir sin pecar ni una sola vez, porque si no guardaban todas las cosas escritas en la ley estarían bajo maldición (3:10).

          Los fieles (por ejemplo, los de Heb. 11) que vivieron bajo la ley de Moisés re­conocieron que ellos no guardaron perfecta­mente la ley y, por eso, siempre buscaron la misericordia y perdón de Dios. Estos no abusaron de la ley.

          La gracia (1:6; 2:21; 5:14) ha traído la sal­vación por medio del evangelio de Cristo (Tito 2:11); es el favor de Dios no merecido, pero condicional. Desde luego, si la sal­vación es por gracia (favor no merecido), sería imposible merecerla. Por eso, al decir que la obediencia del hombre es esencial, no menospreciamos la gracia.

          (Véase el versículo 21, un estudio sobre la gracia).

2:17 -- Y si buscando ser justificados en Cristo, -- Nosotros (Pablo, Pedro, Bernabé) dejamos nuestra confianza en las obras de la ley de Moisés para obtener justifi­cación y aceptamos el evangelio para ser jus­tificados.

          -- también nosotros somos hallados pecadores, -- "Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles" (ver. 15), hemos dejado nuestra confianza en las obras de la ley (mayormente en la circuncisión) para justificación y, al hacerlo, "también nosotros" hemos llegado a ser -- según el con­cepto de los judaizantes -- pecadores como los gentiles que no tienen nada que ver con la ley (están "sin ley", 1 Cor. 9:21).

          (Algunos dicen que la expresión "somos hallados pecadores" significa que el evangelio expone a todos como pecadores, pero aunque esto es cierto, no cabe en este con­texto porque no hace que Cristo sea "ministro de pecado").

          -- ¿es por eso Cristo ministro de pecado? -- Cuando entendimos que "el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también (al igual que los gentiles) hemos creído en Jesucristo", porque habiendo dejado la ley somos como "los pecadores de entre los gentiles", necesi­tados de la justificación. Pero ahora la con­ducta de ustedes (Pedro, Bernabé, y otros) indica que el evangelio no sirve para justificar. ¿Dónde quedamos pues? ¡Somos pecadores como los gentiles! ¿Qué causó esta triste condición? Obviamente Cristo tiene la culpa, porque por el conocimiento del evangelio dejamos el judaísmo y "nosotros también" llegamos a ser pecadores. ¿Es esto lo que ustedes piensan de Cristo y el evangelio? ¿Que El es ministro de pecado, que sola­mente nos saca del judaísmo sin tener el poder para justificarnos del pecado y nos deja como "pecadores de entre los gentiles"?

          Es importante tener presente que Pablo no condena la doctrina de estos hermanos judíos, sino su conducta. En realidad su con­ducta contradecía lo que habían enseñado sobre este tema, porque según su conducta las obras de la ley sí eran esenciales. Pablo no les acusa de abandonar la verdad del evange­lio; más bien, les acusa de ser hipócritas.

          -- En ninguna manera. -- Desde luego que no, pero así es la conclusión ineludible de la conducta de Pedro, Bernabé y los otros her­manos que dejaron de comer con los her­manos gentiles.

2:18 -- Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. -- Pablo no hizo tal cosa y él no usa el "yo" enfático; más bien quiere decir, "si al­guno". Los culpables eran Pedro, Bernabé y los otros hermanos judíos que ya no comían con los hermanos gentiles. Es necesario en­tender la palabra transgresor en el contexto: no transgresor de la ley de Cristo sino de la ley de Moisés, transgresor con respecto a "las cosas que destruí", es decir, los requisitos de la ley de Moisés. Las destruyeron cuando no les hicieron caso y comían con los gentiles. Pero su conducta (al hacer caso a estos requi­sitos dejando de comer con los gentiles) indi­caba que edificaban otra vez lo que des­truyeron. Según esto, pues, eran transgresores de la ley cuando comían con los gentiles. De esta manera se excluyeron de la justicia según la ley, y también se estaban excluyendo de la justicia por la fe de Jesucristo. Esto fue la consecuencia de sus acciones.

2:19 -- Porque yo (ahora usa el "yo" enfático) por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. -- Ahora se refiere específi­camente a la relación de él -- Pablo -- con la ley de Moisés. El no compartía la actitud de Pedro con respecto a la ley. Aparentemente Pedro no era muerto para la ley pero, en cuanto a Pablo, la ley misma -- como ayo fiel, 3:24 -- le llevó a Cristo y conforme al diseño de la ley, habiendo cumplido su propósito (Jn. 5:39, 46) dejó de funcionar como ley. La ley murió y "soy muerto para la ley". Pero la conducta de Pedro y los otros indicaba que querían resucitarla.

2:20 -- Con Cristo estoy juntamente crucifi­cado -- Con respecto a la ley estoy muerto. "Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo" (Rom. 7:4). Véase también Fil. 3:10. Obviamente Pedro, Bernabé y los hermanos judíos que se apartaron de los hermanos gen­tiles, no podían decir con Pablo, "Porque yo por la ley soy muerto para la ley" porque para ellos ésta todavía funcionaba, todavía estaba en vigencia, y volvían a ella como ex-transgre­sores de ella.

          -- y ya no vivo yo -- no vive el "viejo hom­bre", Rom. 6:6; 7:14. Saulo el judaizante ya no vive.

          -- mas vive Cristo en mí (3:27); y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. -- Por eso, ya no practicaba la ley de Moisés. Lo triste del caso es que en ese momento Pedro y Bernabé no podían decir lo que Pablo dice en este versículo. Cuando él les hablaba de esta manera ¿qué les habrá di­cho su conciencia?

2:21 No desecho la gracia de Dios; -- Desechar la gracia de Dios es desechar el evangelio puro, el evangelio que Pablo predi­caba. Los que judaizaban desechaban la gra­cia de Dios, pero Pablo seguía deciendo que el evangelio original, el evangelio que él había predicado a los gálatas, es perfecto. Lo que los judaizantes agregaron al evangelio (la circuncisión y el guardar la ley de Moisés) pervirtió al evangelio y, por eso, desechó la gracia de Dios.

          -- pues si por la ley fuese la justicia, en­tonces por demás murió Cristo. -- La con­ducta de Pedro, Bernabé y los otros her­manos implicaba que la muerte de Cristo no era necesaria. El hecho de que Cristo murió demuestra la ineficacia de la ley.

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La gracia de Dios

Introducción.       La gracia de Dios es su buena disposición o voluntad hacia nosotros o, como decimos frecuentemente, su favor no merecido, para efectuar nuestra salvación (perdonarnos). Dios desea salvarnos, 1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9, y dio su Hijo Unigénito para demostrar su amor hacia nosotros, Jn. 3:16.

I. El hombre fue creado a la imagen de Dios.

          A. El hombre fue creado a la imagen de Dios, Gén. 1:26. Por eso, no es como una criatura de instinto, sino que tiene inteligen­cia y voluntad. El hombre puede entender y apreciar la moralidad. Puede distinguir entre el bien y el mal y puede escoger el bien. Tiene libre albedrío.

          B. La Biblia enseña que el hombre es res­ponsable. Todo mandamiento de Dios im­plica que el hombre puede obedecer. Toda condición implica que el hombre puede cumplir con esa condición. Toda la Biblia trata al hombre como moralmente respon­sable. 2 Ped. 1:4 enseña que Dios espera que seamos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. ¡Debemos ser como Dios!

II.      Pero todos hemos pecado. ¿Cómo pode­mos ser como Dios?

          A. Ahora estamos llegando al tema de la gracia, Juan 3:16. Cristo murió para expiar nuestros pecados. Cuando obedecemos al evangelio, Dios nos perdona, Hech. 2:38. ¿Por qué nos perdona? Porque nos ama, nos quiere. Nadie merece este amor porque to­dos hemos pecado, pero a pesar de eso, Dios nos quiere. Es el Creador, nos hizo a su ima­gen y quiere que tengamos comunión con El. Quiere nuestro amor y servicio. No quiere que seamos obligados o forzados a obede­cerle, sino que lo hagamos voluntariamente, con fe, amor y gratitud. El quiere que ha­gamos lo que Jesús dice en Mat. 16:24. Cuando Dios nos perdona, los pecados quedan borrados, olvidados, como si nunca existieran. Sal. 103:12; Miqueas 7:19; Heb. 8:12.

          B. Entonces, habiendo sido perdonados, debemos imitar a Dios, Ef. 5:1; 1 Ped 1:16; 1 Jn. 3:1; Deut. 10:12; Mat. 22:37-39. Imitamos a Cristo quien vino al mundo para revelar al Padre, Juan 14:9; 1 Ped. 2:21 ("que sigáis sus pisadas"). Andamos en la luz, como El está en luz, 1 Jn. 1:7.

          C. Pero ¿qué pasa cuando pecamos otra vez? En primer lugar, al bautizarnos dejamos la práctica del pecado, 1 Jn. 3:8. Y cuando tropezamos, nos arrepentimos, confesamos los pecados (Sant. 5:16; 1 Jn. 1:9 - 2:2) y El nos perdona.

III. "San" Agustín era el principal oponente del libre albedrío.

          A. La teología de la mayoría de las de­nominaciones ha sido afectada fuertemente por el concepto de que el hombre no tiene li­bre albedrío. La mayoría de los miembros de iglesias evangélicas dirán que el hombre sí tiene libre albedrío. Aun la mayoría de los pastores. Los miembros y pastores que dicen que el hombre sí tiene libre albedrío no siguen los credos oficiales de sus iglesias ni toman en cuenta el origen de varias doctrinas que creen (por ejemplo, la salvación por la fe sola, la perseverancia de los santos, etcétera).

          B. Durante los primeros tres siglos los es­critores eclesiásticos insistían en que el hom­bre tiene libre albedrío, pero un hombre famoso llamado Manes o Maniqueo, nacido en Persia en el siglo tercero, enseñó que la materia es mala y que, por eso, el cuerpo es pecaminoso. Tales ideas existían en el tiempo del apóstol Juan y, por esa razón, se en­señaba la herejía de que Cristo no vino en carne (1 Jn. 4:2, 3).

          C. El famoso Agustín de Africa (354-430), llamado "San Agustín", obispo de Hippo tuvo mucho que ver con la creencia del mundo re­ligioso de que el hombre no tiene libre albedrío. En primer lugar, cuando era joven, llevó una vida muy pecaminosa y cuando fue convertido, comenzó a estudiar y razonar para entender por qué él había sido un joven tan pecador. Llegó a la conclusión de que desde su niñez había sido moralmente de­pravado. Luego, otra cosa muy significativa fue que por unos cuantos años él cayó bajo la influencia del maniqueísmo (una forma del gnosticismo) y se convenció de que el cuerpo es malo y que, en realidad, el hombre nace depravado de todo bien y que no tiene libre albedrío.

                   1. Agustín enseñó que cuando Adán y Eva estuvieron en el Huerto de Edén, y antes de pecar, sí tenían libre albedrío pero que fueron protegidos por lo que él llamó la "gracia" de Dios. El explicó la "gracia" como una "fuerza capacitadora". Al tener esta fuerza también tenían libre albedrío y podían escoger el camino correcto, pero escogieron el mal, perdieron su libre albedrío, y fueron expulsados del huerto, concluyendo que cuando Adán perdió su libre albedrío, toda la humanidad lo perdió.

                   2. Creyó, pues, que la gracia puede ser restaurada solamente por medio de un acto es­pecial (milagroso) de Dios; es decir, que la gracia significa que el hombre puede ser salvo solamente por tener una "experiencia de gracia", un acto milagroso de Dios. Propagó la enseñanza de que el hombre nace depravado de todo bien y que, por esta causa, no tiene participación alguna en su salvación, que ni siquiera puede querer creer, hasta que Dios mueva su corazón. La "experiencia de gracia" significa que Dios hace algo al corazón humano. ¡Zas! ¡le toca el corazón! El resultado es el nuevo nacimiento, la rege­neración, etcétera. El concepto que Agustín tenía de la gracia se ve en lo que dijo al Señor: "Da lo que pides y pide lo que quieras".

                   3. Agustín creyó también que los in­fantes deben ser "bautizados" porque si nacen pecadores y si el bautismo es para remisión de pecados, es necesario bautizarlos para quitar el pecado original.

                   4. Los evangélicos citan Efes. 2:8 ("Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios") para enseñar que aun la fe es una dá­diva de Dios. (Desde luego, Pablo no quiere decir que la fe es don de Dios, sino que la sal­vación es don de Dios). Pero este error se basa en la idea de Agustín de la necesidad de la "experiencia de gracia" o de "la fuerza ca­pacitadora".

                   5. El oponente principal de Agustín era Pelagio, un monje de Bretaña. El creía fuertemente en el libre albedrío. Hizo un peregrinaje a Roma y se dio cuenta de que algunos sacerdotes tenían concubinas. Pela­gio les exhortó pero ellos, bajo la influencia de la doctrina de Agustín, dijeron que peca­ban por causa de su carne, su naturaleza co­rrupta, y que no podían evitarlo. Pelagio les dijo que sí podían evitarlo. Dijo, "Si el hom­bre debe hacer algo, lo puede hacer" (es decir, si Dios manda que el hombre haga cierta cosa, entonces el hombre tiene la capacidad para hacerlo). Pero en los debates entre Agustín y Pelagio, Agustín ganó -- en parte, debido al extremismo de Pelagio quien en­señó que el hombre puede salvarse solo -- pues el partido de Agustín era el partido dominante en la iglesia y prácticamente se destruyó la influencia de Pelagio.

IV.     La gracia y los sacerdotes y sacramen­tos.

          A. Para el siglo ocho, la doctrina de Agustín se estaba olvidando y se daba más énfasis a los sacerdotes y sacramentos. Bajo este sistema se enseñaba que la gracia de Dios estaba en los sacramentos que eran admi­nistrados por los sacerdotes.

          B. Según este falso sistema la gracia de Dios es como si la sangre de Cristo estuviera en una vasija. La Iglesia Católica se considera a sí misma como el depósito por medio del cual la gracia de Dios es repartida. Hay siete agu­jeros en la vasija (los siete sacramentos). Es­tos son los medios de gracia según el catoli­cismo. Por ejemplo, los que quieran gracia para su matrimonio tienen que estar casados por la iglesia. La gracia está amarrada al sa­cerdocio. Entonces la iglesia enfatizaba obras y más obras, mayormente en los muchos re­quisitos para la penitencia (yendo arrodillado hacia algún santuario), etcétera.

V.      La gracia y los reformadores protestantes.

          A. Martín Lutero, alemán reformador protestante, resucitó las enseñanzas de Agustín. Su oponente principal era un holandés llamado Erasmo, pero Lutero de­rrotó a Erasmo como Agustín derrotó a Pela­gio.

          B. Juan Calvino desarrolló y sistematizó la doctrina que se llama "el calvinismo". Se aprende fácilmente en inglés en forma acrós­tica: TULIP (tulipán).

                   1. T-otal depravity (depravación total). No hay texto que enseñe esta doctrina. El hombre no nace con pecado, sino que comete pecado (1 Jn. 3:4).

                   2. U-nconditional election (elección in­condicional, que antes de fundar el mundo Dios escogió a los que serán salvos), pero Dios no hace acepción de personas (Hech. 10:34, 35; Rom. 2:11).

                   3. L-imited atonement (expiación limi­tada, que Cristo murió solamente por los es­cogidos), Heb. 2:9; Tito 2:11; Rom. 5:6. Mu­chos textos dicen que Cristo murió por todos.

                   4. I-rresistible grace (gracia irresistible, que Dios hace algo -- ¡Zas!  -- para salvar a los escogidos). Este punto es la base del pen­tecostalismo y la llamada "experiencia de gra­cia" enseñada por los evangélicos en general. Véase 2 Cor. 6:1.

                   5. P-erseverance of the saints (perseverancia de los santos, que no pueden caer de la gracia). Gál. 5:4; 2 Ped. 2:20-22. ¿Cómo pueden creer que el hombre perse­vera aunque siga pecando? Inventaron otra doctrina: la supuesta imputación de la justicia personal de Jesús al creyente. Según esta doc­trina Dios no ve los pecados del creyente sino solamente la justicia personal de Jesús  que le fue contada; se dice que esta justicia es como una túnica que cubre al creyente. Tuercen Rom. 4:2-4; 5:18, 19 y otros textos para apo­yar esta falsa doctrina. Lamentablemente varios hermanos han caído en este error. También la idea que algunos hermanos tienen de que el Espíritu Santo mora per­sonalmente en los cristianos para ayudarles a perseverar, demuestra la influencia del calvinismo aun en la iglesia. La palabra "morar" simplemente indica que el Espíritu Santo nos guía a través de su palabra y que tenemos comunión con El (Rom. 8:14; 2 Cor 13:14), es decir, que participamos en las cosas de Dios.

          En esto se puede ver claramente que el calvinismo niega el libre albedrío y, desde luego, niega la gracia de Dios.

          C. Un tema muy destacado por los calvi­nistas es la soberanía de Dios. Los oponentes del libre albedrío dicen que el hombre no puede decir "No" a Dios. Por ejemplo, cuando el niño dice "No" a sus padres, es porque ya perdieron el control sobre él y afirman que Dios nunca pierde el control, que su autoridad es absoluta. Pero ignoran -- o hacen caso omiso de -- que Dios quería que el hombre tuviera libre albedrío. Dios quiere el servicio que requiere el libre albedrío. Toda la creación glorifica a Dios, pero Dios quiere que el hombre escoja servirle, que volunta­riamente le sirva, y esto sería imposible sin libertad de voluntad. Además de eso, el hombre no puede decir "No" a Dios y escapar de la consecuencia, que es el castigo. Dios es Soberano, tiene todo control. El hombre dará cuenta a Dios en el Día Final.

VI.     La gracia y la ley de Moisés (Romanos, Gálatas).

          A. Gál. 2:16, 21; 5:4; Rom. 6:14; 10:3, querer justificarse por la ley equivale a es­tablecer su propia justicia (Fil. 3:9, "mi propia justicia, que es por la ley").

          B. ¿Por qué no podían justificarse los judíos por la ley de Moisés?

                   1. Gál. 3:10, "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas". Aunque obe­decieran casi todos los mandamientos, pre­ceptos, estatutos, etc., por la transgresión de un solo mandamiento (de los más pequeños), eran transgresores y condenados, y bajo la ley de Moisés no había salvador.

                   2. Rom. 4:4, "al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda", es decir, si alguno hubiera obedecido perfectamente toda ley de Dios, entonces sería justificado, simplemente por no haber pecado. Entonces, en tal caso Dios le debería la recompensa. Pero Rom. 3:23 dice que to­dos pecaron; por eso, nadie puede justificarse de esa manera. Al decir (Rom. 4:2, 4, 5) que Abraham no fue justificado por obras quiere decir que él no esperaba ser justificado por la obediencia perfecta, haciendo caso omiso de la misericordia y perdón de Dios. Rom. 4:3 dice que "Creyó Abraham a Dios y le fue con­tado por justicia" y Rom. 4:6 habla de la "justicia sin obras". Estos versículos se expli­can claramente en los vers. 7, 8. Se refieren al perdón de Dios. Esta es la única justicia ver­dadera. Los justificados son los perdonados. El perdón de Dios es la gracia de Dios. Esta es justificación o justicia por fe, Rom. 4:3, 5; 5:1; Efes. 2:8; Fil. 3:9, es decir, por obtener el perdón de Dios por medio del evangelio de Cristo.

          C. El sistema sacrificial bajo la ley no quitaba los pecados, Heb. 10:1-4, sino que cada año se hacía memoria de ellos. Los fieles bajo la ley fueron salvos por Cristo, Heb. 9:15, 16.

VII. Nosotros también estamos bajo ley, Gál. 6:2; Rom. 8:2; 1 Cor. 9:21; Sant. 1:25; 2:12, etcétera.

          A. Es una ley aun más estricta -- más exi­gente -- que la ley de Moisés: Mat. 5:21-24, 28, 32, 33-37, 38-47; 15:18-20; 1 Ped. 1:15, 16; 1 Jn. 3:15; Col. 3:5; etc. Hay aun más culpa bajo la ley de Cristo.

          B. La ley de Cristo no  ofrece justifi­cación por la obediencia perfecta. ¿No somos salvos por obedecer la ley de Cristo? Sí, pero no por obedecerla perfectamente, sin pecar nunca. ¿No debemos obedecer perfecta­mente la ley de Cristo? Sí, pero si queremos obedecerla perfectamente obedecemos el mandamiento de confesar pecados y esto in­dica o implica que hemos pecado (que no hemos obedecido perfectamente) y que bus­camos la gracia de Dios. Desde luego, debe­mos esforzarnos y luchar por ser cumplidos en todo aspecto, pero todos pecamos (1 Jn. 1:8) y si confesamos los pecados Dios nos perdona (1 Jn. 1:9- 2:2). ¡Esta es la gracia de Dios! Repito: el que obedece los man­damientos de la ley de Cristo, se arrepiente de sus pecados y es bautizado para perdón de los pecados, desde luego, reconoce y admite que no se está salvando por obedecer perfec­tamente la ley de Cristo; más bien, reconoce que ha pecado y que quiere el perdón de Dios.

          C. Recuérdese Luc. 17:10, "cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, de­cid: Siervos inútiles somos, pues lo que de­bíamos hacer, hicimos". ¡Nadie merece la sal­vación!        

          D. Recuérdese también que había judíos que querían justificarse a sí mismos y que es­tos fueron representados por el fariseo de Luc. 18:9-12.

VIII.  Entonces, ¿somos o no somos salvos por las obras?  

          A. Los judíos no podían justificarse por las obras de la ley de Moisés, Rom. 3:27, 28. Esto se explica claramente en Gál. 3:10.

          B. Nadie será justificado por las buenas obras que haya hecho aparte de Cristo, Efes. 2:9; 2 Tim. 1:9; Tito 3:5. Es importantísimo que todos entiendan que cuando Pablo dice que no somos salvos por obras, siempre se re­fiere a las obras hechas aparte del evangelio de Cristo y el perdón que El ofrece; es decir, son las obras que se hacen en lugar de obede­cer al evangelio. Recuérdese que cuando Pablo habla de las obras que no salvan, él no habla de la obediencia a la fe (Rom. 1:5; 16:26).

          C. ¿Puede una persona salvarse si considera que la ley de Cristo es solamente un código de leyes desprovisto de gracia, misericordia y perdón? ¿Cómo podría alguno leer el Nuevo Testamento, aprender aun lo más básico acerca del evangelio de Cristo y creer que la ley de Cristo -- la perfecta ley de libertad -- es simplemente un código de leyes que obedecer? "La obediencia a la fe" (Rom. 1:5) no es meramente la obediencia a un código de leyes, sino la aceptación de la gracia de Dios que ofrece perdón de pecados.

          Si alguno no obedece los mandamientos del Nuevo Testamento de corazón (Rom. 6:17, 18), es decir, con entendimiento del evangelio, con voluntad buena y con amor, deseando obtener una conciencia limpia, éste no obedece al evangelio (no obedece la ley de Cristo). Si obedece de corazón, no busca justificarse por medio de una obediencia perfecta, porque en ese mismo acto de obediencia reconoce que ha pecado y busca perdón.

          Los sec­tarios -- y algunos hermanos -- nos acusan de ser legalistas, perfeccionistas, de que quere­mos salvarnos solos, que queremos merecer la salvación, etcétera, cuando enseñamos la necesidad de obedecer al evangelio, que se respete la au­toridad de Cristo y que se siga el patrón bíblico, que no se tolere el divorcio excepto por causa de la fornicación ni las segundas nupcias no legíti­mas, etcétera, pero el enseñar de esta manera no significa que queremos salvarnos solos. No significa que no confiamos en la gracia de Dios. No significa que no buscamos el perdón de Dios a través de la sangre de Cristo. Creemos de todo corazón en la gracia de Dios que trae perdón, pero al mismo tiempo sabemos que esta misma gracia enseña todo el consejo de Dios (Tito 2:12; Hech. 20:20, 27), enfatiza la necesidad de obedecer al evangelio, y requiere que sigamos el patrón bíblico ("Retén la forma de las sanas palabras", 2 Tim. 1:13).

          D. Sin embargo, aunque reconocemos que pecamos y que necesitamos del perdón de Dios, recordemos Sant. 2:24, "el hombre es justificado por las obras", es decir, las obras enseñadas por el evangelio (Efes. 2:10). Esto simplemente significa que el hombre tiene que aceptar la salvación por medio de la obediencia al evangelio y la práctica de bue­nas obras.

IX.     La obediencia y el hacer buenas obras equivalen a aceptar la salvación gratuita.

          A. La teología calvinista enseña que todo depende de Dios, pero según la Biblia el hombre es muy responsable, y tiene mucho que ver con su salvación. La Biblia enseña que el hombre puede descuidar o aun abusar de la gracia de Dios: Hech. 13:43, " ... a que perseverasen en la gracia de Dios"; 2 Cor. 6:1, "... a que no recibáis en vano la gracia de Dios"; Gál. 2:21, "no desecho la gracia de Dios"; Gál. 5:4, "de la gracia habéis caído"; 2 Tim. 2:1, "esfuérzate en la gracia"; Heb. 12:15, "alguno deje de alcanzar la gracia de Dios"; Judas 4, "convierten en libertinaje la gracia". ¿Quién puede leer estos textos y seguir creyendo que el hombre no tiene ninguna res­ponsabilidad ante la gracia de Dios o que la gracia de Dios es incondicional?

          B. A través de la Biblia se puede ver que Dios hace su parte y que el hombre tiene que hacer su parte. Cuando esta verdad se pre­senta, no falta quien haga burla diciendo que para nuestra salvación "Dios hace la mitad y el hombre hace la mitad". No, nada de eso. Desde luego, el hombre no puede hacer la parte de Dios (el hombre no puede proveer un Salvador), pero al mismo tiempo es cierto que Dios no hará la parte que corresponde al hombre. Dios provee el pan, pero el hombre tiene que trabajar para poner el pan sobre la mesa. Recordemos y prediquemos los casos muy conocidos: los muros de Jericó (Dios los hizo caer, pero el pueblo tuvo que obedecer); la lepra de Naamán (Dios la sanó pero ¿si no se hubiera zambullido siete veces en el río Jordán?); Jesús sanó al ciego (Juan 9), pero éste tuvo que ir al estanque de Siloé para lavarse; Dios nos perdona pero tenemos que ser bautizados. En fin, toda la obediencia y todas las buenas obras son actos necesarios para aceptar la gracia de Dios.

          C. Por eso, muchos textos dicen "hacer", "obedecer", "obrar". Mat. 7:21; 12:50; Hech. 2:40; Gál. 5:6; Fil. 2:12, y Sant. 2:24.

X. ¿Qué enseña la Biblia, pues sobre los temas de recompensa, salario, paga, galardón, etcétera?

          A. No merecemos la salvación. Bien enten­demos esto, pero Jesús dice de algunos, "andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas", Apoc. 3:4; también Apoc. 19:8, "el lino fino es las acciones justas de los santos". Reconocemos que en un sen­tido somos "siervos inútiles", pero al mismo tiempo nos gozamos al leer Apoc. 3:4; 19:8, etc.

          B. La salvación es la "dádiva de Dios", pero el Nuevo Testamento habla mucho de "recompensa", Mat. 6:1, 4; Mar. 9:41; y "galardón", Mat. 5:12; Luc. 6:35; Rom. 4:4 (paga, salario); Col. 2:18; 3:24; Heb. 10:35; 11:6; 2 Jn. Sin embargo, si tenemos los ojos solamente en la recompensa en lugar de tener los ojos puestos en Jesús, no habrá re­compensa.

Conclusión: ¡Sublime gracia! ¡Qué tema más hermoso! Hermanos, prediquemos mucho sobre la gracia de Dios. Los sectarios y al­gunos de nuestros hermanos dicen que no creemos en la gracia. Son acusaciones com­pletamente falsas. El problema es que mu­chos aceptan definiciones católicas o evangélicas de la gracia y, puesto que no predicamos la teología de estas religiones fal­sas, se nos acusa de no predicar sobre la gra­cia. Dios nos creó a su imagen -- con in­teligencia y voluntad -- y podemos entender y apreciar la voluntad de Dios. El hombre tiene libre albedrío y es responsable ante Dios. Nadie puede justificarse por obras aparte de Cristo -- aparte del evangelio -- pero estamos bajo la perfecta ley de libertad y nos conviene ser cumplidos y hacer buenas obras para glo­rificar a Dios. Aunque entendemos que en un sentido aun después de hacer todo lo que el Señor requiere somos "siervos inútiles", en otro sentido somos justificados por obras (Sant. 2:24) y el Señor nos considera "dignos" de llevar "vestiduras blancas" en su presencia. No desechemos la gracia; no recibamos en vano la gracia; no convirtamos la gracia en libertinaje; no dejemos de alcanzar la gracia, sino más bien, nos esforcemos en la gracia, y ¡Dios nos recompensará!

          (Algunos de los datos históricos y otros pensamientos presentados en este estudio se encuentran en el libro sobre la gracia por nuestro amado hermano Robert Turner de Burnet, Texas).

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