Capítulo 4

-Resumen: El capítulo 4 tiene que ver con los deberes de los miembros del cuerpo de Cristo. En primer lugar, como vemos en los vers. 1-6, debemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. El cris­tiano debe andar como es digno de la vo­cación, vers. 1-3. La unidad del Espíritu consiste en siete unidades, vers. 4-6. Esta unidad ayudada por Dios: da al cuerpo una diversidad de dones y ayudas, vers. 7-16. La segunda sección de este capítulo es una amplificación del v. 1: su tema es el andar dignamente de la vocación, como conviene a los santos, vers. 17-32. No an­dar como los otros gentiles (los inconversos), vers. 17-19. El andar de los cristianos, vers. 20-32. Todas la instrucciones de este capitulo son muy necesarias para el desarrollo del cuerpo de Cristo. El v. 16 es un versículo clave de esta sección.

          4:1 -- "andéis como es digno de la vo­cación". Dios nos llama por medio del evangelio (2 Tes. 2:14). Hemos respon­dido al llamado. Somos los "llamados" (así es la idea de la palabra "iglesia"). Antes, "anduvisteis .. siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el Espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia" (2:2). Ahora, debemos andar en las buenas obras "las cuales Dios preparó de ante­mano para que anduviésemos en ellas" (2:10). La palabra "digno" sugiere algo del mismo peso (valor). Debe haber conse­cuencia entre nuestra vida y nuestra profesión.

          4:2 -- "con toda humildad y manse­dumbre". La palabra "humilde" significa (según Larousse) "que se rebaja volun­tariamente". Si esto describe nuestro carácter, ya hemos dado el primer paso importante para efectuar buenas relaciones con los hermanos. "No tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura ... No seáis sabios en vuestra propia opinión" (Rom. 12:3,16). "Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se en­gaña" (Gál. 6:3). También, y muy rela­cionado a esto, cada miembro del cuerpo de Cristo debe ser manso ("suave, apaci­ble", Larousse). "Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hom­bres que había sobre la tierra" (Núm. 12:3). "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11:29).

          Estas palabras no deben confundirse con conceptos de debilidad. Moisés y Cristo demostraron toda clase de fuerza, pero los dos eran mansos. Una persona débil difícilmente sería clasificada como mansa, porque la palabra "mansedumbre" se usa para describir personas fuertes que también pueden ser tiernas con la gente. Pablo demostró su mansedumbre cuando dijo, "fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos ... como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros" (1 Tes. 2:7,11). ¿Quién acusaría a Pablo de ser hombre débil y tímido?

          -- "soportándoos con paciencia". Nunca faltarán entre hermanos diferen­cias y des­acuerdos de alguna clase. Hay gran diver­sidad de preferencias persona­les y opi­niones entre hermanos que no deben in­terrumpir la comunión. Si hay humildad en lugar de orgullo, y si hay mansedumbre en lugar de despotismo, tales diferencias no serán la causa de ningún problema. Nos soportaremos con paciencia si hay amor bíblico.

          El amor bíblico se describe en 1 Cor. 13:4-7: es sufrido, es benigno, no tiene en­vidia, no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor "no se irrita", sino soporta con paciencia. Efes. 4:31-5:2 describe el amor bíblico.

          No hay ningún conflicto entre las pala­bras "humildad" y "mansedumbre" y los mandamientos que requieren el "reprender" y "redargüir", etc. Porque es­tos son actos de amor. Recuérdese siem­pre que Cristo y Moisés eran muy mansos, aunque condenaron fuertemente toda re­belión contra Dios.

          4:3 -- "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz". Es necesario ser "solícitos", palabra que in­cluye la idea de tener cuidado, porque no es siempre fácil serlo. Este mandamiento se ha descuidado mucho en la iglesia. Se requiere mucha atención, mucha diligen­cia. Para alcanzar esta meta, los miembros del cuerpo de Cristo tienen que esforzarse mucho, predicando, enseñando, defen­diendo la verdad, condenando el error, y practicando lo que predican. Es necesario pelear para tener paz. Tanta gente cree que con nada mas pronunciar la palabra "paz" todo será paz. Son como los israeli­tas que "curaron la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz" (Jer. 8:11).

          Los israelitas creían que habría paz con tal que no resistieran a sus enemigos. Mu­chos religiosos creen lo mismo ahora. Aun en la iglesia del Señor existe a veces, lamentablemente, esta actitud. Hay her­manos que no quieren condenar el error, no quieren hablar fuertemente para de­fender la verdad, y no quieren practicar la disciplina. Su "paz" se convierte en mu­chos problemas y en la apostasía. La pa­labra "solícitos" significa lo que Judas dice (v. 3), "exhortándoos que contendáis ar­dientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos". La "fe" de Judas 3 es la misma "fe" de Efes. 4:5, y abarca todas las siete unidades de Efes. 4:4-6.

          La expresión "unidad del Espíritu" coin­cide con "reunir todas las cosas en Cristo" (1:10) y con la reconciliación de judíos y gentiles en un cuerpo (2:15-17). Es un tema central de la carta. Si quere­mos ser verdaderos miembros del cuerpo de Cristo, no podemos descuidar esta ex­hortación.

          "Y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5:19). La obra de evangelizar es la obra también de re­conciliarnos con Dios en un cuerpo. Esto quiere decir que el evangelio no sola­mente nos reconcilia con Dios, sino tam­bién nos reconcilia el uno al otro. No es posible amar a Dios sin amar a los her­manos (1 Jn. 2:11; 3:14; 4:7,12,20). Si no hacemos todo lo posible por estar recon­ciliados con los hermanos, no estaremos reconciliados tampoco con Dios. Los que promueven divisiones entre hermanos deben ser disciplinados (Rom. 16:17).

          -- "guardar". El Señor no nos encargó la creación de la plataforma de la unidad, sino el "guardar" la unidad del Espíritu, la unidad enseñada por Dios. Cristo es la cabeza del cuerpo. El nos ha dicho cuál es el fundamento de la unidad. Todos los profesados cristianos dicen que quieren la unidad, pero cada grupo religioso quiere establecer su propia plataforma o base para tenerla. Quieren poner sus propios requisitos o condiciones, pasando por alto lo que el Espíritu Santo dice en este texto.

          Es imperativo que la iglesia reconozca que el Espíritu Santo, y no la iglesia, se encarga de establecer los requisitos o condiciones de la unidad. La unidad es cosa preciosa (Sal. 133:1), pero nada vale una llamada unidad que es una mera "unión" o amalgamación de credos con­tradictorios.

          El ecumenismo no es unidad bíblica en ningún sentido, sino es una unión de va­rios grupos religiosos que se unen para su conveniencia y no dan ninguna impor­tancia a las enseñanzas de Cristo. Estos grupos quieren lograr ciertos fines según sus propósitos humanos, y la supuesta "unidad" les conviene. Se "unen" para tener mas número y así tener mas influen­cia delante del gobierno, o delante del mundo catolicoromano. Se "unen" para tener campañas como las de Billy Graham. Pueden hacerlo porque no predican el evangelio puro de Cristo. Las enseñanzas del Nuevo Testamento no les interesan porque estas estorban su es­pecie de "unidad".

          Pero Pablo habla, desde luego, de la iglesia verdadera. Ni ella tiene la prerro­gativa de nombrar las condiciones de la unidad. Debe "guardar" lo que el Espíritu especifica. No debe ni añadir ni quitar de estos requisitos inspirados. Los sectarios se condenan porque quitan como requi­sito de la salvación el bautismo, y cambian muchas otras de las doctrinas y prácticas de la iglesia del Nuevo Testamento. Al­gunos de ellos aun quitan la esperanza de un hogar celestial y eterno.

          Pero también siempre existe el peli­gro de que algunos hermanos en Cristo im­pongan sus opiniones como si fueran leyes (leyes humanas, Mat. 15:9) y en­tonces in­corporarlas como parte integral de la una "fe". Hay gran diferencia entre la ley de Cristo y muchas aplicaciones de ella hechas por algunos hermanos en Cristo.

          La unidad enseñada por Pablo no es una unidad "mística". Se puede entender y se puede identificar. El texto es explícito y no oscuro. Si esta unidad requerida por el Espíritu Santo no existe en lo externo, ciertamente no existe en lo interno.

          -- "la paz" es la cadena de oro que junta estas siete unidades en una. Si no hay paz, no hay unidad. En otras palabras, pode­mos creer en un Dios, en un Señor, en un Espíritu Santo, en una misma fe, en un mismo bautismo, en una misma espe­ranza, y ser miembros de un mismo cuerpo, pero esta unidad debe ser guardada en el vínculo de la paz o no vale nada.

          Se puede afirmar con toda confianza que la mayoría de los hermanos creen que todo está bien con tal que prediquemos es­tas siete unidades. Creen que con esto somos la única verdadera iglesia de Cristo, y que esto es la garantía de la salvación. Al parecer se supone que con predicar la paz estamos bien. Pero si no guardamos estas siete unidades en el vinculo de la paz, no estamos bien con Dios. Este asunto debe causar grandes preocupaciones en los corazones de todos los miembros de la iglesia, y mayormente en los de los evan­gelistas. Pero desgraciadamente existe la idea que la "paz" es secundaria, que no se puede comparar con predicar las siete unidades.

          4:4 -- "un cuerpo". 1:22,23; 5:23. El un cuerpo es la iglesia. "Pero ahora son mu­chos los miembros, pero el cuerpo es uno solo" (1 Cor. 12:20). Pablo no dice "un cuerpo" solamente para evitar el es­tablecimiento de otras iglesias. Este texto sí se puede usar para condenar el sec­tarismo o el denominacionalismo, pero el pensamiento del Espíritu Santo es que hay solamente una iglesia para judíos y gen­tiles y que, por lo tanto, éstos deben vivir en paz y armonía. Deben olvidarse de sus enemistades, odios y prejuicios para for­mar una sola iglesia para cooperar, cola­borar y convivir con amor como hermanos en Cristo.

          En el primer siglo había mucho con­flicto entre judíos y samaritanos (Jn. 4:9); entre judíos y gentiles; entre griegos y no griegos; entre sabios y no sabios; entre ri­cos y pobres (Sant. 2:1-13); etc. Actual­mente hay conflictos de toda clase en el mundo: entre distintas razas, entre los de distinto color, entre los de distinta ideo­logía política, entre hombres y mujeres (que sepamos no había feministas en el primer siglo como las hay ahora), entre los de distinta cultura, entre jóvenes y adultos, etc. Pero hay solamente un cuerpo: es de­cir, todos los que obedecen al evangelio de Cristo forman parte de una sola iglesia, y deben llevarse bien, congeniar y vivir en paz unos con otros.

          Los que causan división en la iglesia (Rom. 16:17) darán cuenta a Dios.

          Los hermanos que no se esfuerzan dili­gentemente por promover la unidad en la iglesia no deben predicar el "un cuerpo". Es absurdo proclamar "desde las azoteas" que hay un solo cuerpo (para condenar las denominaciones) y luego persistir en sem­brar discordia entre las iglesias de Cristo.

          Siempre ha habido dos enemigos de la unidad de la iglesia: el liberalismo y el ex­tremismo. Los dos tienen algo en común, pues por medio de ellos los hom­bres van mas allá de lo que está escrito, im­poniendo sobre la iglesia sus doctrinas y opiniones humanas.

          -- "un Espíritu". La fuente de vida. La fuente de la revelación. Cristo prometió a los apóstoles que el Espíritu Santo vendría para recordarles lo que El (Cristo) les había enseñado, y para guiarles a toda la verdad (Jn. 14:26;   16:13). Los apóstoles revelaron la mente de Dios, siendo inspi­rados por el Espíritu Santo (1 Cor. 2:9-13). Esta revelación es la única regla de fe y práctica para la iglesia. Es suficiente para llevar a cabo todo propósito divino (2 Tim. 3:16,17).

          "El os guiará a toda la verdad" (Jn. 16:13). Reveló toda "la fe", "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3). Dice La Biblia de las Américas, "la fe que fue una vez para siempre entregada a los santos". Así dice el griego. Con este texto se puede refutar rotundamente a los mormones y a todos los demás que profe­san tener revelaciones modernas. Cristo cumplió su promesa. Toda la verdad fue revelada a los apóstoles, por "un Espíritu".

          -- "una misma esperanza". Hay sola­mente una esperanza, y esa esperanza es la vida eterna. "Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna" (1 Jn. 2:25). ¿Cómo podría ser mas clara y explícita la palabra de Dios? Pero andan predicando de casa en casa los falsos "Testigos" (del Atalaya) que la esperanza de la gran ma­yoría de sus feligreses es una tierra reno­vada. ¡Qué engaño!

          Dice Pedro que Dios "nos hizo re­nacer para una esperanza viva ... para una herencia incorruptible ... reservada en los cielos para vosotros" (1 Ped. 1:3,4). La una esperanza es el hogar celestial. En esta esperanza fuimos salvos (Rom. 8:24). Esta "una esperanza" es el ancla del alma (Heb. 6:18,19). Es el "yelmo" del soldado cris­tiano (1 Tes. 5:8). No esperamos recom­pensas terrenales y temporales. Esta tierra nunca será un paraíso, y cuando Cristo venga sera quemada (2 Ped. 3:10). El in­tento del cristiano no es reformar social y políticamente el país en que viva (luchando por la equidad, combatiendo el desempleo, etc.), para lograr una utopía. "Nuestra ciudadanía está en los cielos" (Fil. 3:20). Aquí somos peregrinos (1 Ped. 2:11).

          4:5 -- "un Señor". Pedro predicó a Cristo como "Señor y Cristo" a los judíos (Hech. 2:36), y a los gentiles (Hech. 10:36, "éste es Señor de todos"). Esta declaración excluye a toda autoridad humana en cues­tiones de fe y práctica. Es escandalosa la actitud de tantos religiosos que presumen de hacer leyes eclesiásticas para la iglesia. La Iglesia Católica Romana admite abiertamente que hace leyes, y afirma que su "papa" es cabeza de la iglesia en la tierra. Pero la voz principal de esta iglesia apóstata es el concilio, lo mismo que en las demás iglesias. Toda religión humana tiene su gobierno humano, su cuerpo le­gislativo, que usurpa a Cristo como el único Señor.

          -- "una fe", el evangelio, la ley de Cristo, el nuevo pacto (testamento). "Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo" (Gál. 3:25). La ley de Moisés fue el "ayo" (tutor, guardián) de los judíos para llevarlos a Cristo. "La fe" se refiere al nuevo pacto. Dice Judas 3, "contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos". La palabra "fe" en este texto, pues, se usa en sentido objetivo, algo aparte del hombre. No se refiere a la fe subjetiva, la fe del hombre.

          -- "un bautismo", la inmersión o sepul­tura y resurrección (Rom. 6:4; Col. 2:12) del creyente (Mar. 16:16) penitente (Hech. 2:38), en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mat. 28:19), para perdón de los pecados (Hech. 2:38) en un cuerpo (1 Cor. 12:13). No hay tres bautismos como muchos dicen porque no hay "modos" de bautizar. No es para niños porque el bautismo es para perdón de pecados y los niños no han pecado (1 Jn. 3:4, el pecado es infracción de la ley). Es para perdón de pecados, y no una ordenanza de la iglesia (es mandamiento de Cristo, y no "ordenanza" de la iglesia).

          Ademas, es importante observar la en­señanza bíblica (no se trata de "enseñanza de la iglesia de Cristo") que los obedientes son "bautizados en un cuerpo". Algunos suponen que si alguno es sumergido en agua para perdón de pecados, no importa que haya sido bauti­zado en una iglesia sectaria. Es verdad que algunos grupos religiosos practican la inmersión para el perdón de pecados. Pero es importante que se pregunte, "¿es el cuerpo de Cristo esta iglesia en la cual la persona fue bauti­zada? No se trata del edificio en que se bautice alguno, sino de la iglesia, la orga­nización religiosa. Lo que se dice comun­mente es el caso: "yo fui bau­tizada en la iglesia X". La persona es bautizada en esa religión. Es el acto inicial para ingresar en ella.    

          Por ejemplo, los mormones practican la inmersión para el perdón de los pecados. Pero ¿es el cuerpo de Cristo la iglesia mormona? Claro que no, porque tiene muchas doctrinas falsas (dicen que Dios tiene carne y hueso; el gobierno de esta iglesia es semejante al sistema católico romano; dicen que el Libro de Mormón es inspirado; etc.) También hay grupos pen­tecostales que practican la inmersión para perdón de pecados, pero no son el cuerpo de Cristo, sino iglesias es­tablecidas por los hombres, con doctrinas bien erradas (la mujer predica; exigen el diezmo; usan ins­trumentos de música en el culto; dicen que tienen dones del Es­píritu y pueden hablar en lenguas, etc.).

          La Iglesia Cristiana (Los Discípulos de Cristo) también practica la inmersión para perdón de pecados, pero este grupo anda lejos de la sana doctrina en muchos pun­tos, y admite libremente que es nada más otra denominación. El cuerpo de Cristo no es ninguna denominación ni el con­junto de varias denominaciones.

          Cuando alguna persona obedece correc­tamente al evangelio de Cristo, es añadida a la iglesia del Señor (Hech. 2:47), es bautizada en el un cuerpo (1 Cor. 12:13) y nace otra vez para entrar en el reino de Dios. Las sectas protestantes o evangélicas no son ni el cuerpo de Cristo ni el reino de Dios.

          Por lo tanto, las personas sinceras que quieren obedecer al Señor deben ser instruidas a bautizarse correctamente, con el pleno entendimiento de que serán bautizadas en el un cuerpo, añadidas a la iglesia verdadera, trasladadas al reino de Cristo, y que ya no tendrán comunión con el sectarismo, sino que ahora vivirán "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".

          4:6 -- "un Dios y Padre de todos". El un Objeto de nuestra adoración (Mat. 4:10; Jn. 4:23,24). María y los llamados "santos" no deben ser adorados ni "venerados" (palabra empleada por los católicos para no admitir la verdad de que sí adoran a Maria y los "santos"). La invo­cación a Maria y los "santos" es el rechazo del Un Dios y Padre de todos.

          -- "sobre todos, y por todos, y en to­dos". Dios es el Padre de todos los que forman el cuerpo de Cristo. Obra e influye fuertemente en el cuerpo que recibe vida de El. Da vitalidad y energía a todos los miembros del cuerpo, por pobres y hu­mildes que sean.

          4:7-16 -- Estos versículos demuestran que Dios nos ayuda a guardar la unidad del Espíritu, dándonos muchas ayudas, conforme a la necesidad de la iglesia. En el primer siglo les dio dones espirituales (1 Cor. 12:8-10), pero en toda época Dios nos ayuda, como veremos en estos ver­sículos. Hay muchos dones y ayudas aparte de los dones milagrosos.

            4:7 -- "Pero a cada uno ... fue dada la gracia". La diversidad de oficios y ayudas promueve la unidad porque todos estos oficios, poderes, dones, talentos, y bendi­ciones se usan en un mismo cuerpo. La di­versidad de dones produce unidad si los recipientes los reconocen como bendición de Dios que debe ser utilizada en su obra, y no como el producto de su propio inge­nio, y recordando que su don es solamente uno entre muchos. Hay perfecta armonía en el cuerpo humano porque todo miem­bro es dirigido por la cabeza. La misma armonía existirá en el cuerpo espiritual de Cristo si todos los miembros se sujetan a la misma Cabeza (Cristo), y si tienen cuidado el uno por el otro. Pablo presenta una explicación amplia de este mismo tema en 1 Cor. 12:4-6.

          -- "gracia", dones, ayudas, oficios ("Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,  profetas; a otros  evangelistas; a otros pastores y maestros", v. 11). Véanse 3:2, 7; Gál. 2:9. Pablo no habla aquí de la gracia que trae salvación a todos (Tito 2:11), sino de la gracia que otorga oficios, dones, ayudas y talentos a los miembros del cuerpo.

          -- "conforme a la medida del don de Cristo". En 1 Cor. 12:11, Pablo dice (después de alistar los dones del Espíritu), "Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como el quiere". Comparese Mat. 25:14-30; dice el v. 15, "A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad". Los talentos en esta parábola representan las oportunidades que Dios nos da, conforme a nuestra capacidad.

          4:8 -- "llevó cautiva la cautividad". Véase Sal. 68:18. Llevó cautivas las cosas que tenían al hombre en cautividad. Jesús dice (Jn. 8:34), "todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado". Por lo tanto, dice, "conoceréis la verdad, y la ver­dad os hará libres" (Jn. 8:32). Rom. 6:13-16 explica que somos siervos (esclavos) de aquel a quien presentamos nuestros cuer­pos para su uso. "Erais esclavos del pecado" (v. 17); después de obedecer al evangelio, "vinisteis a ser siervos de la jus­ticia" (v. 18), porque ahora sois "libertados del pecado" (v. 18). Heb. 2:14,15 dice que los hombres "estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre". Rom. 8:2 afirma que los judíos fueron librados "de la ley del pecado y de la muerte".

          El pensamiento es que Cristo con­quistó todo aquello que había conquistado a los hombres. Cristo conquistó al con­quistador, y llegó a ser el único conquista­dor. Véanse otros textos que hablan del glorioso triunfo de Cristo sobre Satanás: Luc. 10:18; 11:21,22; Jn. 14:30; 2 Cor. 2:14; Apoc. 17:14.

          -- "y dio dones a los hombres". Se basa en el concepto de repartir el conquistador los despojos entre la gente. Véase Isa. 53:12. Cristo triunfó sobre sus enemigos, y al dar órdenes a sus apóstoles y a través de ellos a su iglesia, también les reparte las ayudas necesarias para llevar a cabo la obra designada.

          4:9,10 -- "descendió ... subió". El ver. 10 dice simplemente "descendió ... subió", in­dicando una referencia sencilla a su des­censión y ascensión. Algunos creen que las palabras "a las partes mas bajas de la tierra" se refieren a su descensión a la sepultura y al "hades", pero esta inferencia no es necesaria. Lo que es cierto y sin duda es que Cristo descendió con gran humillación a la tierra para llevar a cabo su misión, y luego ascendió con gran exal­tación. Este pensamiento es presen­tado con mucha fuerza en Fil. 2:5-11.

          -- "es el mismo". Este Cristo que vino al mundo y venció al diablo es el mismo que ascendió "por encima de todos los cielos" (1:20,21; 1 Ped. 3:22), y dio dones a sus seguidores.

          4:11 -- "Y él mismo constituyó a unos apóstoles..." "Y El dio a algunos como apóstoles..." (BAS); "Y él mismo dio a unos, como apóstoles.." (H-A). Hay dos grupos de oficios en el v. 11:

          A. Apóstoles y profetas, hombres inspi­rados encargados de revelar la voluntad de Cristo, y de predicar y edificar a la igle­sia; siguen en su oficio hasta el día de hoy a través de sus escritos inspirados (el Nuevo Testamento).

          B. El otro grupo, evangelistas y pas­tores que también son maestros, hom­bres que también recibieron dones espiri­tuales en el primer siglo, pero cuyo oficio continúa hasta el día de hoy en hombres vivos en la tierra, pero no inspirados.                  Cristo dio dones, y uno de los primeros y principales es que constituyó a unos após­toles para ser sus testigos (Hech. 1:8), embajadores (2 Cor. 5:20), y mensajeros (Mat. 28:19). Hechos de Apóstoles y 1 Juan deben estudiarse con cuidado para apreciar este oficio tan importante. Desde Pentecostés ocupan doce tronos para juz­gar la iglesia universal a través de su pa­labra inspirada (Mat. 19:28). Cristo les dio autoridad para atar (prohibir) y ligar (permitir) (Mat. 16:19; 18:18), y de per­donar pecados (Juan. 20:22,23), en el sen­tido de revelar la ley de Cristo. Guiados por el Espíritu Santo predicaron el plan de salvación, y fueron guiados a toda la verdad (Jn. 14:26; 16:13).

          -- "profetas". Véanse Hech. 2:17,18; 11:27; 13:1; 15:32; 21:9. 1 Cor. 14 explica la gran importancia del don de profecía para edificar a la iglesia (v. 4). El profeta (y las profetisas) hablaron bajo inspiración para revelar la voluntad de Dios, y para enseñar, exhortar, y amonestar para la edificación de los miembros del cuerpo. Podían predecir el futuro (Hech. 11:27,28; 21:10,11), pero su trabajo no fue limitado a esta función. Los profetas del Antiguo Testamento eran predicadores, y su men­saje principal era el arrepentimiento.

          No hay profetas vivos sobre la tierra ahora, porque estos dones cesaron cuando se completó la revelación del Nuevo Tes­tamento. Véase el v. 13 (notas) y 1 Cor. 13:8-10. Sin embargo, estos mismos profe­tas del primer siglo viven ahora, y siguen revelando la voluntad de Dios a través de sus escritos (el Nuevo Testamento).

          -- "evangelistas", los que evangelizan (predican el evangelio), como Felipe (Hech. 21:8) cuya actividad se describe en Hech. 8. Las cartas de Pablo a Timoteo y Tito son instrucciones amplias para los evangelistas. Todo evangelista debe leer estas cartas frecuentemente para grabar­las en su corazón. A cada momento y en toda ocasión el evangelista debe estar listo para predicar, enseñar, exhortar, repren­der y redargüir (2 Tim. 4:1-5). La obra del evangelista es don de Dios, igual que la obra del apóstol y la del profeta, pero los evangelistas del tiempo presente no son inspirados.

          La Biblia no hace distinción entre evangelistas y ministros del evangelio. El concepto de que el evangelista viaja y el ministro obra con una iglesia local es idea que nació en el sectarismo. El ministro o predicador que no evangeliza lo más que pueda y hasta donde pueda no es fiel. El evangelista enseña y exhorta a toda con­gregación que pueda. No hay ninguna diferencia bíblica entre la obra del evan­gelista y la obra del ministro del evangelio; son la misma cosa. Y no debe haber dis­tinción entre las dos cosas en la practica ahora.

          -- "pastores y maestros". Pablo no dice, "a otros pastores; y a otros, maestros". Se refiere al oficio de los pas­tores quienes apacientan al rebaño (instruyen a los miembros de la iglesia). Estos son los an­cianos u obispos que, según Pablo, de­berían ser nombrados en cada congre­gación (Hech. 14:23). En Hech. 20:17 Pablo "hizo llamar a los an­cianos de la iglesia" de Efeso. Hablando con ellos, les llama "obispos", y agrega el concepto de pastores al decir, "apacentar la iglesia". La palabra "apacentar" aparece en la ex­hortación de Pedro a los ancianos (1 Ped. 5:1,2).

          Según Hech. 14:23, "constituyeron an­cianos en cada iglesia". En Heb. 13:17 vemos que los pastores velan por las al­mas de los hermanos.

          Es importante observar que consti­tuyeron una pluralidad de ancianos en cada congregación. Véanse Hech. 11:30; 14:23; 15:2; Fil. 1:1. Nunca se lee en el Nuevo Testamento de un solo anciano ni de un solo pastor u obispo en alguna con­gregación.

          También es importante recordar que la jurisdicción de los obispos se limita a una sola congregación. Constituyeron an­cianos en cada iglesia. No hubo "ancianos de dis­trito", ni "ancianos diocesanos", ni "ancianos patrocinadores". Cada congre­gación es independiente y debe tener sus propios ancianos.

          4:12 -- "a fin de perfeccionar a los san­tos". "Para la capacitación de los santos" (La Biblia de las Américas). La palabra empleada aquí (katartizo) significa equipar, poner en orden, arreglar, ajustar; en fin, preparar y capacitar, para algún servicio; luego, fortalecer, perfeccionar, y hacer de uno lo que debe ser.

          Oramos por vuestra perfección ... per­feccionaos" (2 Cor. 13:9,11). "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos" (1 Jn. 1:8); la palabra "perfeccionar" no significa "sin pecado", sino que seamos maduros. "Vamos ade­lante a la perfección (madurez)" en el conocimiento (Heb. 5:14-6:1); "sed perfec­tos" en amor, amando tanto a los enemi­gos como a los amigos (Mat. 5:48); "perfeccionando la santidad" (2 Cor. 7:1); "seáis perfectos" soportando pruebas (Sant. 1:2-4); y perfeccionar la fe por las obras (Sant. 2:22).

          -- "para la obra del ministerio". Se re­fiere al servicio en general, tanto el servi­cio de ministrar a las necesidades físicas de los miembros, como también al minis­terio de la palabra.

          -- "para la edificación del cuerpo de Cristo", el gran propósito de estos oficios, dones, ayudas, facultades y poderes espiri­tuales, tanto los milagrosos como los no milagrosos. Recuérdese que todavía la iglesia tiene a los apóstoles y profetas en sus escritos, y éstos siguen enseñando, ex­hortando, reprendiendo y confirmando.

          Igualmente los oficios de evangelistas y pastores (y maestros) son para la edifi­cación del cuerpo. Lo que edificaba a la iglesia en el primer siglo fue la palabra, no los milagros. Hech. 20:32, Pablo no dice "os encomiendo a Dios y a los milagros que tienen poder para sobreedificaros", sino "os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para so­breedificaros". En la actualidad nosotros tenemos esa misma palabra, inspirada por Dios, que la iglesia primitiva recibió, y esa palabra tiene el mismo poder ahora que el que tenía en aquel entonces "para la edifi­cación del cuerpo de Cristo".

          En el primer siglo había hombres in­spirados para escribir un libro inspirado (el Nuevo Testamento). Nosotros te­nemos en la actualidad ese mismo libro inspirado.

          En cuanto al uso correcto de los dones milagrosos (los nueve dones del Espíritu) véase 1 Cor. 14, capítulo largo que analiza el uso correcto de los dones para este fin, y corrige los abusos de hablar en lenguas cuando no había interpretación, cosa que no edificaba.

          4:13 -- "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios".

          Cuando estas notas se prepararon originalmente yo creía que esta frase se refería a la cesación de los dones del Es­píritu. La palabra "hasta" y el pensamiento de revelar toda la "fe" (el evangelio) me llevó a esa conclusión. Así concluyen va­rios comentaristas respetables.

          Sin embargo, después de más estudio he concluido que más bien esta expresión "la unidad de (genitivo posesivo) la fe" se refiere a la unidad que pertenece a la fe; es decir, la madurez espiritual en la iglesia, necesaria para "guardar la unidad del Es­píritu en el vínculo de la paz", y que tiene aplicación en todo siglo.

          Esta conclusión concuerda perfecta­mente con el tema general de la carta que es la unidad de los judíos y gentiles en un cuerpo, y con 4:1-3 que introduce el tema principal de este mismo texto ("os ruego ... soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz").

          En los vers. 4-6 Pablo define la "unidad del Espíritu": un cuerpo, un es­píritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Padre; es decir, la unidad en­señada por el Espíritu. Así también "la unidad de la fe" del ver. 13 puede referirse a la unidad en­señada y requerida por la fe (objetiva) que es el evangelio revelado por el Espíritu.

          Ahora dudo que el ver. 13 equivalga a 1 Cor. 13:10, porque tal pensamiento sería una desviación del tema de la carta y en especial del contexto inmediato; he con­cluido que no lo es. Estoy convencido que este texto -- como extensión del ver. 3 -- tiene aplicación ahora y en toda época. Es muy aplicable a nosotros.

          (En seguida se repite el comentario original. Lo que se afirma acerca de la ce­sación de los dones del Espíritu Santo es correcto y, sin duda, los apóstoles y profe­tas seguirían en su obra hasta lograr ese propósito. Pero el v. 11 también habla de evangelistas y pastores (y maestros) que aun en el primer siglo no eran necesaria­mente inspirados y, por lo tanto, no tenían parte en completar la revelación de Dios, pero tenían -- y tienen -- mucho que ver con llevar a "todos" a la unidad requerida por el evangelio (la fe). Dios dio estos ofi­cios también para perfeccionar a los san­tos para la obra del ministerio, para la edi­ficación del cuerpo de Cristo, y deben seguir funcionando en todo lugar y en toda época "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, etc.

          Este trabajo no termina hasta que llegue el fin del mundo. Tenemos que tra­bajar los ancianos, los diáconos, los evan­gelistas y maestros, y todos los miembros para llevar a cada miembro de la iglesia a la madurez indicada en este texto. Aun siendo "varón perfecto" debemos tener la actitud de Pablo (Fil. 3:12-14).

          El comentario original sigue:

          "Los varios dones, oficios y ayudas que Cristo dio para la edificación y la unifi­cación del cuerpo se mencionan en 1 Cor. 12:8-10; 12:28; y aquí en Efes. 4:11 (este último texto habla de los dones que Cristo dio, y da una lista parcial de ellos). La ex­presión "hasta que" establece un límite. En 1 Cor. 13:8-12 Pablo explica clara­mente que los dones del Espíritu se acabarían cuando "lo perfecto" viniera. Dice que "las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo per­fecto, entonces lo que es en parte se acabará". Dice la Biblia de las Américas: "Porque nuestro conocimiento es incompleto, e incompleta nuestra pro­fecía; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará".

          "Es muy obvio que hay contraste aquí entre lo incompleto y lo completo (perfecto) de la revelación. La palabra "perfecto" puede ser traducida "completo". Pablo, Pedro, Juan y los otros autores inspirados escribían en esos días el Nuevo Testamento. Se terminó la obra cuando Juan escribió el libro de Apocalip­sis.

          "La fe de 4:13 es la "una fe" de 4:5. Pablo no está diciendo que Cristo daría dones hasta que todos los creyentes tu­viésemos la misma fe subjetiva. Habla de 'la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios'. El pleno conocimiento de­pendería de una revelación completa. La unidad requerida por Pablo en este texto (4:3) requiere una revelación completa.

          -- "a un varón perfecto". "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, deje lo que era de niño" (1 Cor. 13:11). Los dones milagrosos y los oficios de apóstoles y profetas pertenecieron a la edad infantil de la iglesia. Eran "ayudas" para sus años prin­cipiantes. Fueron dados para el crecimiento y la perfección de los santos. El Señor dio dones para que su iglesia lle­gara al estado de un varón perfecto, fuerte, maduro y capacitado para llevar a cabo su misión divina. A los corintios que aparentemente usaban mal el don de lenguas Pablo dice (en medio de su ex­hortación acerca del uso de este don), 'Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar'(1 Cor. 14:20). Luego concluye la carta diciendo, 'portaos varonilmente' (1 Cor. 16:13)."

          (Fin de la cita del comentario origi­nal).

          Los que concluyan que el ver. 13 se re­fiere a la perfección de la revelación deben, por lo menos, dar la interpretación que ahora se presenta en esta obra re­visada como una posible alternativa.

          Es muy cierto que la revelación com­pleta tenía mucho que ver con el pleno desarrollo de la iglesia, pero es igualmente cierto que aun con la revelación completa muchísimas iglesias se encuentran dividi­das o con problemas serios.

          Por lo tanto, aunque se afirme que el ver. 13 se refiere a completar la re­velación, es imperativo que se siga con la exhortación central de la carta -- y en par­ticular, el tema de este texto desde el v. 1 y hasta el fin de la carta, de que todos los miembros (ver. 16) son obligados a pro­mover la santidad y guardar la unidad en­señada por el Espíritu.

          Obsérvese la palabra "pues" en el ver. 17. Habiendo escrito la sección anterior (vers. 1-16) Pablo hace aplicación más di­recta y específica, diciendo cómo obede­cer su exhortación. No hay cambio de tema. Al describir la nueva vida en Cristo él explica qué tenemos que hacer para guardar la unidad del Espíritu en el vín­culo de la paz, y para llegar a la unidad de la fe a un varón perfecto. Tenemos que crucificar la carne (Gál. 5:19-21), y llevar el fruto del Espíritu (Gál. 5:22,23).

                    -- "a un varón perfecto, a la me­dida de la estatura de la plenitud de Cristo". Es probable, pues, que este varón perfecto o maduro sea el mismo de Heb. 5:14; 1 Cor. 16:13; Fil. 3:15, etc. Llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo es lle­gar a la plenitud de madurez, "perfeccionado" (ver. 12) para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo; es decir, llegamos a esa plenitud cuando llegamos a ser "varón perfecto" y llevamos a cabo la obra designida por el Señor.

          Este "varón perfecto" es aquel varón de 2:15, "para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz".

          La iglesia es el cuerpo de Cristo, "la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (1:23). "Y vosotros estáis completos en el" (Col. 2:10). Dios llena la iglesia con todo lo necesario para que funcione de acuerdo a su voluntad, para su gloria. No le falta nada; por lo tanto, puede obede­cer las exhortaciones de esta carta y las demás entregadas por el Espíritu Santo en los otros libros del Nuevo Testamento.

           Los vers. 4-6 hablan de las siete unidades, la unidad perfecta y completa. Debemos y podemos guardar esta unidad en el vínculo de la paz.

          Los vers. 7-16 nos hablan de los dones que Cristo nos dio cuando ascendió al cielo, dones para el desarrollo y la edifi­cación de la iglesia, tanto los dones de evangelistas, pastores y maestros como también los dones de apóstoles y profetas.

          Ahora en la actualidad tenemos el pro­ducto de los dones especiales (de in­spiración). Tenemos el perfecto Nuevo Testamento, la completa y perfecta re­velación de "la fe" que fue dada una vez para siempre a los santos. La inspiración no mora en los hombres (no hay ningún hombre inspirado en el mundo ahora), sino que mora en el libro inspirado, las Sagradas Escrituras. No nos falta nada en ese respecto; lo que nos hace falta es la aplicación de estas enseñanzas para estar verdaderamente unidos, practicando la enseñanza de los vers. 2, 3, 17-31, etc.

          La iglesia no necesita de los dones mi­lagrosos ahora, ni tampoco de otros após­toles y profetas aparte de los del primer siglo escogidos por el Señor. La iglesia puede ser lo que Dios quiere que sea, y puede hacer lo que Dios quiere que haga, sin los dones del Espíritu. Desde luego, "tenemos" a los apóstoles y a los profetas ahora, como los judíos "tenían" a Moisés y a los profetas en el primer siglo (Luc. 16:29), en sus escritos inspirados. Los judíos rebeldes no hubieran creído si al­guno hubiera resucitado de los muertos en aquellos tiempos (Luc. 16:31), y tam­poco se persuadiría la gente rebelde ahora aunque la iglesia tuviera los dones milagrosos. Los dones milagrosos tuvieron el propósito de revelar y de confirmar la palabra, y ésta no necesita mas confirma­ción. Si hubiera la necesidad de tales poderes en la iglesia ahora, Dios los daría.

          El no está privando en ningún sentido a su pueblo en este siglo. Todavía llena la iglesia con toda cosa necesaria. Tenemos el Nuevo Testamento -- el producto final y perfecto de la obra de los apóstoles y pro­fetas -- y todavía tenemos evangelistas, pastores y maestros para enseñar, edificar y perfeccionar a los santos.

          (También es importante agregar que la iglesia es adecuada para hacer la obra que Dios le ha asignado, sin la invención de sociedades, instituciones humanas, iglesias patrocinadoras, etc. Tales organi­zaciones humanas, aunque creadas por las iglesias de Cristo, substituyen a la iglesia, y re­chazan la sabiduría de Dios. El caso de tales innovaciones humanas es simple­mente esto: si hubiera alguna necesidad de tales arreglos, Dios los hubiera establecido. La iglesia de hoy no está pri­vada de ninguna cosa que sea necesaria para cumplir su misión y propósito en el mundo. Dios dejo un dechado perfecto para su iglesia, y este dechado o patrón se revela claramente en el Nuevo Testa­mento).

          4:14 -- "para que ya no seamos niños fluctuantes". Recuérdese que el tema de esta sección es la edificación del cuerpo. Cristo dio dones "a fin de perfeccionar a los santos". El plan de Dios no se realiza si los santos no crecen, y si siguen como "niños". Todo santo debe tener fuertes convicciones. Debe estar arraigado y so­breedificado en Cristo (Col. 2:7). Recuér­dense los textos que hablan de perfec­cionarse en amor (Mat. 5:48), en conocimiento (Heb. 5:12-14), en fe (Sant. 2:22), en santidad (2 Cor. 7:1), y sobre todo, en este contexto, Juan 17:23 y 1 Cor. 1:10, la perfección en la unidad.

          Debemos ser hombres maduros y es­tables.

          -- "llevados por doquiera de todo viento de doctrina", (dice La Biblia de las Améri­cas, "sacudidos de aquí para allá por las olas"); llevados por la tormenta de falsas doctrinas. Muchos miembros del cuerpo de Cristo, y mayormente los miembros nuevos, pasan por pruebas se­veras, como marinos sobre alta mar. Los vientos con­trarios causan muchos naufra­gios (1 Tim. 1:19,20). Pero tenemos toda la verdad revelada. Las Escrituras son perfectas y adecuadas para fortalecernos y hacernos hombres maduros en la fe. La posesión del Nuevo Testamento completo nos es­tabiliza. Es nuestra "carta y brújula", y nuestra esperanza en Cristo es nuestra ancla firme (Heb. 6:18,19).

          No seamos, pues, como niños que muchas veces están bajo la influencia de la última persona que escucharan; es decir, son crédulos, creen a todos los que son buenos con ellos. Muchos miembros de la iglesia son como niños en este respecto, porque no tienen convicciones.

          Para ser salvos debemos convertirnos en niños (Mat. 18:2-4); es decir, debemos ser humildes, inocentes, puros, dóciles, etc.       Pero los niños tienen otras caracterís­ticas que nos son buenas; por ejemplo, no debemos ser cambiantes y volubles (Mat. 11:17).

          La fe y la práctica de cada congre­gación no debe cambiar con la llegada de cada predicador. No es cuestión de nunca cambiar de convicción o creencia. Este servidor explica en este mismo capítulo un cambio de entendimiento; pero este cam­bio refleja mucho estudio cuidadoso.

          -- "por estratagema", cubo (kubia), viene de la práctica de jugar con dados cargados. La Versión Moderna dice "tretas".

          -- "para engañar". Todo santo debe aprender que no son sinceros todos los que predican. "No juguéis según las apa­riencias" (Juan 7:24). Léase con cuidado 2 Cor. 11:13-15 (estos profesaron ser miem­bros de la iglesia de Cristo). Hay mucha hipocresía entre los líderes religiosos. Por tanto, "Mirad lo que oís" (Mar. 4:24), y "Mirad, pues, como oís" (Luc. 8:18). Re­cuérdese siempre que hay maestros reli­giosos que enseñan sus doctrinas "para engañar"; lo hacen a propósito.

          -- "emplean con astucia las artimañas del error". Artimañas son trampas, "artes sutiles" (Versión Moderna). El error no es inocente. Los falsos maestros son llama­dos lobos vestidos como ovejas (Mat. 7:15; Hech. 20:29). Los maestros más peligrosos son los individuos amables, serviciales, in­teligentes y que llevan vidas decentes, pero que se han entregado totalmente a un sistema falso de religión. Estos fácil­mente ganan la confianza de los que son "niños fluctuantes". "Con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos" (Rom. 16:18).

          Pero los engañados no tienen excusa, porque tenemos la completa y perfecta revelación de la palabra de Dios, y todo santo debe aprenderla. Aun los que no saben leer pueden escucharla y aprender la verdad. Se quiera o no, toda alma está obligada a pensar por sí misma, y juzgar entre la verdad y el error. La ignorancia no es excusa (Hech. 17:30,31). Nadie po­drá justificarse en el día final con la excusa de que "me enseñaron mal". Dice Cristo "si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mat. 15:14).

          4:15 -- "siguiendo la verdad en amor". Sobre todo, amemos a Dios y su palabra, amemos la verdad. Dice La Biblia de las Américas en las notas marginales, "aferrándonos a" la verdad. Desde luego, debemos amar a los hombres, tanto a los perdidos como a los salvos. Pero el amor bíblico no cubre el error, no lo tolera para no ofender a la gente. El amor no dice que todo está bien para ser amable y placen­tero. El amor predica la verdad, enseña y exhorta, pero también redarguye, reprende y disciplina (2 Tim. 4:2; Apoc. 3:19; Heb. 12:5-11).

          -- "crezcamos en todo", en contraste con ser "niños fluctuantes". Crezcamos no solamente en el conocimiento del plan de salvación, del orden del culto, de la orga­nización de la iglesia y de algunas doctri­nas sectarias, sino en "todo el consejo de Dios" (Hech. 20:20,27), y mayormente en la aceptación de las exhortaciones con re­specto a la madurez y la unidad.

          Conviene que todos los evangelistas, pastores y maestros y todos los miembros estudien y aprendan todos los textos "unos y otros" encontrados en el Nuevo Testa­mento; por ejemplo, en este mismo capí­tulo, 4:2 "soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor" y 4:32 "sed be­nignos unos a otros, misericordiosos, per­donándoos unos a otros, como Dios tam­bién os perdonó a vosotros en Cristo".

          Otros textos de los "unos y otros" son:

          Juan 13:34, "Que os améis unos a otros".

          Rom. 12:5, "somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros".

          Rom. 12:10, "Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra prefiriéndoos los unos a los otros".

          1 Cor. 12:25, "para que no haya des­avenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros".

          Gál. 5:13, "servíos por amor los unos a los otros".

          Gál. 5:15, "Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros".

          Gál. 5:26, "No nos hagamos vanaglo­riosos, irritándonos unos a otros, en­vidiándonos unos a otros".

          Gál. 6:2, "Sobrellevad los unos las car­gas de los otros".

          Col. 3:13, "soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros".

          1 Tes. 4:18, "alentaos los unos a los otros con estas palabras".

          1 Tes. 5:11, "animaos unos a otros, y edificaos unos a otros".

          Heb. 10:24, "considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras".

          Sant. 5:9, "no os quejéis unos contra otros".

          Sant. 5:16, "Confesaos vuestras ofen­sas unos a otros, y orad unos por otros". (Este autor ha preparado un estudio am­plio so­bre estos textos; se envía gratis a los que lo deseen).

          Debemos crecer en todo sentido. Debemos crecer en las virtudes enseñadas y ejemplificadas por Cristo. Es necesario crecer como obreros, ya que Cristo nos ha capacitado para toda buena obra. "Crezcamos en todo en ... Cristo".

          4:16 -- "de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miem­bro, recibe su crecimiento para ir edi­ficándose en amor". Este versículo dice que el cuerpo entero produce el cre­cimiento del cuerpo. Dice que la actividad de cada miembro produce el crecimiento del cuerpo.

          La Biblia de las Américas dice, "de quien todo el cuerpo (estando ajustado y unido por la cohesión que los ligamentos proveen) conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo mismo para su propia edificación en amor".

          -- "bien concertado y unido", todos los miembros (judíos, gentiles, ricos, pobres, educados, no educados, etc.) acomodados y unidos como los miembros de un cuerpo físico, cooperando, colaborando y te­niendo plena comunión unos con otros en la obra del Señor. Los santos no deben es­tar unidos solamente en las reuniones, sino también en la obra, y en todo deben ser "de un corazón y un alma" (Hech. 4:32).

          -- "la actividad propia de cada miem­bro" cuenta mucho. Estúdiese con cuidado lo que Pablo dice en 1 Cor. 12:14-27. Ningún miembro sobra. Todos los miembros -- jóvenes y ancianos, miembros de mucha experiencia y los miembros nuevos, hombres y mujeres -- todos con­tribuyen con su parte al crecimiento de la iglesia. Cada miembro ayuda a los demás. Es una ayuda mutua. La asistencia de cada miembro ayuda, y su ausencia des­alienta, a los demás. El servicio personal (Mat. 25:35,36) de cada miembro for­talece al cuerpo.

          La Biblia da mucho énfasis a la obra de evangelistas y pastores. Pero también da mucho énfasis a la obra de cada per­sona en la iglesia.

          La obra de los evangelistas y los pas­tores es muy importante, pero se requiere "el funcionamiento adecuado de cada miembro". Esto produce el crecimiento del cuerpo.

          La mujer no puede servir como evan­gelista, ni en el obispado, pero muchos textos explican su papel, y la importancia de su servicio; por ejemplo, 1 Tim. 2:15; 5:14; Tito 2:2-5. El Nuevo Testamento habla de mujeres como Dorcas (Hech. 9:36, 39) Febe (Rom. 16:1, 2) y otras como personas de mucho mérito.

          Cristo proporciona el alimento para el crecimiento. El da vida y fuerza a su cuerpo. Cada miembro es como un canal de gracia para alimentar a los demás. El alimento recibido de Cristo pasa de un miembro a otro si el cuerpo está "bien concertado y unido en amor".

          4:17 -- "Esto, pues, digo". Véase la conexión entre la exhortación que comienza con este versículo con lo que acaba de decir. Las palabras conectivas son importantes.

          -- "y requiero en el Señor" ("afirmo jun­tamente con el Señor", La Biblia de las Américas). La exhortación de Pablo, aunque él era inspirado, es reforzada por el nombre del Señor. Lo que exhorta es la exhortación del Señor; exhorta en el nom­bre o por la autoridad del Señor.

          -- "que ya no andéis como los otros gen­tiles". Omítase la palabra "otros". Algunos agregan la palabra "otros" porque Pablo se dirige a los cristianos gentiles. Pero los cristianos no somos ni judíos ni gentiles, sino hemos formado una tercera raza muy especial (1 Ped. 2:9). Los cris­tianos deben abandonar la clase de vida llevada por los gentiles, como los israelitas tuvieron que abandonar las costumbres de Egipto y de Canaán. Véase 2:1-3,11,12; 1 Ped. 4:2-4. Ya dejaron el culto a Diana de los efesios, y quemaron los libros de artes mágicas (Hech. 19:19). Quemaron los puentes tras ellos, para no volver.

          Muchos conversos han seguido el ejemplo de los efesios: han dejado varias formas de idolatría (religiosa y mundana); han dejado los vicios (de tomar, de fumar, de bailar, de jugar, etc.); y han dejado re­ligiones falsas.

          Ahora debemos "andar" de otra ma­nera: debemos andar en amor (5:1,2); "andad como hijos de luz" (5:8); "andéis, no como necios sino como sabios" (5:15; Col. 4:5); "Andad en el Espíritu, y no sa­tisfagáis los deseos de la carne" (Gál. 5:16,25); en fin, debemos "andar" en el camino de salvación.

          -- "que andan en la vanidad de su mente". La palabra "vanidad" se refiere a cosas inútiles, huecas, vacías y superfi­ciales. El pensamiento dominante aquí es la futilidad de sus vidas. No se refiere tanto al orgullo aunque sin duda su orgullo contribuye a su problema. Pero se trata de tener en la mente una meta y esa meta es la futilidad. Razonan y trabajan y luchan para alcanzar su meta la cual es pura derrota.

          Debemos trabajar diligentemente para rescatar a la gente de esta miseria. Es muy triste pensar en el caso de tales personas. De verdad da lástima. Su vida es una serie de esperanzas fallidas. Procuran pero no logran. Ecles. 1:7,8; 3:9 bien ex­plica este dilema. La vida sin Dios es una vida de vanidad. La única conclusión ló­gica y ra­zonable es la conclusión citada en Ecles. 12:13,14, "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encu­bierta, sea buena o sea mala".

          4:18 -- "entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios", como Rom. 1:21-23 bien lo describe. Esto explica la causa de la futilidad de tales vidas. Por educados que sean, su entendimiento está oscurecido. "En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incré­dulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo" (2 Cor. 4:4).

          Esta condición es producida volun­tariamente; no hay nadie ni nada que nos pueda oscurecer el entendimiento. Esta condición es el resultado de una actitud rebelde del que no quiere estar cerca de Dios, y se aleja de El.

          -- "por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón". El evangelio puede entenderse (3:3,4; 5:17). Pablo habla de personas que ignoran la voluntad de Dios, que tienen su entendimiento os­curecido, y están lejos de Dios por causa de la dureza de su corazón. No saben porque no quieren saber. No les conviene saber. Otra vez, un comentario apropiado es Rom. 1:20-23. También Jn. 9:40,41. Los fariseos se jactaban de su conocimiento, pero eran los ciegos que guiaban a los cie­gos al hoyo de Mat. 15:14. Los que no ven y quieren ver podrán ver. Pero hay poca esperanza para los ciegos que dicen que pueden ver. Las personas descritas por Pablo aquí y los fariseos ciegos con quienes Jesús discutía viven en las tinieblas y las tinieblas moran en ellos.

          4:19 -- "los cuales, después que perdieron toda sensibilidad..." "teniendo cauterizada la conciencia" (1 Tim. 4:2). "¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan ... dice Jehová" (Jer. 6:15). Véase también Fil. 3:18,19. No es que éstos no puedan sentir nada; el problema es que endurecen sus corazones contra Dios. Han callado la voz de su conciencia hasta que ésta sea cauterizada. Su corazón es como mármol con respecto a lo que Dios dice; ya no recibe las impresiones que debe recibir cuando Dios le habla. Tienen mucha sensibilidad para cosas viciosas, pero suprimen todos los sentimientos fa­vorables a Dios.

          -- "se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza". La palabra "lascivia" denota exceso, licencia (libertinaje), ausencia de control (dominio propio), y toda forma de indecencia. Es el abandono, (el desen­freno) completo. Se rechaza toda restric­ción, para vivir desenfrenadamente. Esta clase de vida se describe en Rom. 13:13, 2 Cor. 12:21, y en todos los catálogos de vi­cios (Gál. 5:19-21; Col. 3:5-8; etc.). Rom. 1:24 dice que "Dios los entregó a la in­mundicia" (otra vez en los vers.. 26,28).

          Cuando los hombres rechazan la pa­labra de Dios, y no quieren "tener en cuenta a Dios", Dios los entrega a "una mente reprobada" (Rom. 1:28). Esto no significa permiso, y no significa que Dios causa su caída, sino que El da su juicio: serán entregados a sus pecados, para sufrir las consecuencias de ellos, aun en esta vida, y mucho más en el juicio. Dios emplea el pecado para castigar al pecador. A los que están resueltos a des­truirse solos Dios les dice, "Así sea, des­trúyanse".

          El léxico griego de Henry Thayer de­fine la palabra "lascivia" (aselgia) como "actos licenciosos, tales como palabras su­cias, movimientos corporales indecentes, el manejo incasto de hombres y mujeres". Esta palabra prohibe terminantemente los bailes modernos, y la mayoría de las can­ciones modernas. La lascivia se observa en el habla, en la ropa (como en la falta de ella), en los negocios, y en todo aspecto de la vida moderna. El cine y la televisión están promoviéndola abierta e intensa­mente. Las películas más populares son las que exhiben toda clase de violencia, sensualidad, y las cualidades más perversas del carácter humano.

          -- "para cometer con avidez toda clase de impureza". No hay otra palabra que describa mejor el desenfreno y la desvergüenza de mucha gente moderna que la palabra "avidez". Codiciosa y an­siosamente practican el mal. Su hambre es insaciable; son glotones cuyos apetitos no tienen límite. Liberan desenfrenadamente las emociones. Sus canciones son gritos de disolución, de rebeldía, y a la vez una pro­funda expresión de su miseria. De hecho, su gozo principal es su miseria. Rápida­mente va degenerando su moralidad: los homosexuales ya salieron del escondrijo y abiertamente exigen sus derechos; más de un millón y medio de abortos (homicidios) se practican cada año en Estados Unidos cuya moneda dice "En Dios Confiamos"; se da el divorcio a la mitad de las parejas que se casan (algunos "se casan" para poder cruzar fronteras legalmente sin ningún pensamiento de ser esposos); los criminales se prenden para soltarse o in­mediatamente o en muy poco tiempo; el comercio en drogas y todos los problemas causados por su uso han llegado a niveles catastróficos; y todas estas cosas se come­ten "con avidez", con ansia.

          4:20 -- "Mas vosotros no habéis apren­dido así a Cristo". Aprender a Cristo sig­nifica mucho más que aprender acerca de Cristo. Significa recibirlo, obedecerlo e imitarlo. El es el pan de vida que tiene que ser asimilado (Jn. 6:35). "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn. 6:53). Esto no se refiere a la cena del Señor, sino a recibirlo, creer en El y abrazar sus enseñanzas para ser ver­daderos discípulos de El. Cristo es la vida de los cristianos.   Aprender a Cristo equivale a conocerle y ser conocido por El (Gál. 4:9; 1 Jn. 2:3,4,13). Todos los grupos religiosos aprenden algo acerca de Cristo, y aceptan las cosas que les convienen, pero esto no significa que han aprendido a Cristo en el sentido de este texto.

          4:21 -- "si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados", un mo­dismo, empleado, no para indicar duda, sino para recordarles que ellos segura­mente sí habían oído y aprendido, porque Pablo mismo enseñó a muchos de ellos (Hech. 19; 20:17-36), tanto por medio de su ejemplo, como por su enseñanza.

          4:22 -- "En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre". Varios textos describen la "pasada manera de vivir" de los gentiles: 2:2,3; 4:17-19; 5:8,14; Col. 1:21; 2:13; 3:7, etc. Esta ma­nera de vida debe cesar ter­minantemente. El arrepentimiento sig­nifica un cambio de mente para dar una vuelta de 180 grados.

          Despojarse" y "vestirse" sugiere un cambio de ropa; se debe quitar la ropa su­cia, para vestir la ropa limpia. Es nece­sario despojarnos de toda inmundicia, de toda carnalidad, y el principio de este proceso es el cambio de corazón.

          El ver. 25 dice "desechando"; el ver. 31 dice "quítense de vosotros ..."; Rom. 6:6 dice, "nuestro viejo hombre fue crucificado"; Rom. 13:14 dice "no proveáis para los deseos de la carne"; Gál. 5:16 dice "no satisfagáis los deseos de la carne"; Col. 3:5 dice "Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros"; y Tito 2:12 dice "renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos".

          En varios textos el vestido es símbolo del carácter (o de la conducta): bueno (Job. 29:14; Sal. 132:9; Isa. 11:5; 61:10); o malo (Sal. 73:6; 35:26; 109:29).

          -- "que está viciado conforme a los de­seos engañosos", "se corrompe", se hace corrupto, va para la ruina eterna, porque sigue sus deseos engañosos. Otra vez Pablo se refiere a la futilidad de la meta de la gente perdida en pecados. Los del mundo están trabajando día y noche para la destrucción de sí mismos.

          Son deseos engañosos porque el dia­blo promete mucho placer, pero paga con vergüenza, tristeza y miseria. Jesús habla del "engaño de las riquezas" (Mat. 13:22), un poder engañador que destruye a mi­llones de personas (1 Tim. 6:9,10). Los de­seos engañosos de los carismáticos (pentecostales) de tener los dones del Es­píritu Santo para hablar en lenguas, para sanar, etc. los destruye, porque no les fal­tarán obreros fraudulentos y "señales y prodigios mentirosos" (2 Tes. 2:9,10; Mat. 24:24; Apoc. 16:14).        Los deseos malos nos inducen a toda clase de tentación (Sant. 1:14).

          4:23 -- "y renovaos en el espíritu de vuestra mente". Aquí empieza el proceso de la conversión. Si no hay renovación en el espíritu de la mente, entonces no habrá cambio verdadero de vida. Muchos bauti­zados no perseveran, por falta de esta renovación. Rom. 12:2 dice "transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento".

          Es imposible vivir por Cristo sin la reno­vación de la mente. Es indispensable que haya cambio de corazón, cambio del entendimiento, cambio de voluntad y cambio de las emociones. La conversión es una regeneración, una recreación. El individuo es "rehecho", hecho de nuevo.

          4:24 -- "y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santi­dad de la verdad". Véase el v. 22. El nuevo hombre creado según Dios (2:10) es creado o recreado por el evangelio predi­cado por Pablo. El mismo Pablo es un buen ejemplo de esto. Oyó el evangelio, se arrepintió y se bautizó para lavar sus pecados (el relato de su conversión se halla en Hech. 9,22,26 y Gál. 1). 2 Cor. 5:17 dice "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Gál. 3:27 nos dice cómo estar revestidos: "todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos".

          En las palabras "despojaos" y "vestíos" vemos los lados negativos y positivos del evangelio. Hay predicadores y otras per­sonas que llenan sus enseñanzas con pro­hibiciones, condenando la mundanalidad y el error. Otros dan mucha importancia a la predicación positiva, y aun critican a otros por ser tan negativos. (No recono­cen que ellos mismos son negativos cuando condenan a algunos por ser nega­tivos).

          Pero la verdad es que el evangelio tiene muchos requisitos tanto negativos como positivos. Ni uno ni otro se puede des­cuidar. No es posible sembrar la semilla sin antes preparar (limpiar) el terreno. No es posible construir un edifi­cio sin limpiar el solar, y esto a veces re­quiere trabajo difícil y complicado. Dios dijo a Jeremías (1:10), "Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arran­car y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar". Así es nuestro trabajo en el evangelio. No se puede dar una respuesta afirmativa a Cristo sin dar una respuesta negativa a Satanás.

          4:25 -- "Por lo cual, desechando la men­tira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros". Obsérvense las palabras conectivas, "Por lo cual" (véase 1:15, notas). La primera aplicación práctica hecha por Pablo de su enseñanza acerca de "despojarse" y "vestirse" es desechar la mentira y hablar verdad. ¡Qué difícil es dejar la mentira! ¡cuántos nuevos conversos luchan constantemente con esta tentación! La mentira es un "modo de vivir" de mucha gente inconversa. Se usa en el hogar, en el trabajo, en los negocios, y casi en toda faceta de sus vidas. Las vi­das de los del mundo están llenas de "toda injusticia ... engaños y malignidades" (Rom. 1:29).

          La mentira debe desecharse porque es una causa mayor de la condenación del viejo hombre. "Ya que cambiaron la ver­dad de Dios por la mentira" (Rom. 1:25) cayeron en abominables idolatrías. Con­venciéndose que eran sabios (una mentira), rechazaron la sabiduría de Dios. Las mentiras que los hombres fabrican, creen y enseñan acerca de Dios les con­ducen a aceptar filosofías huecas, tales como la "evolución" y otra "ciencia" falsa­mente así llamada (1 Tim. 6:20). Las men­tiras propagadas por los mormones, los "testigos", los "solo-Jesús", etc. les mueven a resistir y a pelear contra el Dios ver­dadero y la doctrina sana de la Biblia. La mentira arrulla al hombre moral con el re­frán mortal de que "no he hecho nada digno de castigo eterno".

          ¡Cuántos hogares y cuántas congrega­ciones se han destruido por la mentira en forma de chismes y calumnias! "Desechando la mentira, hablad verdad". Y recuérdese que es posible mentir, no solamente con palabras, sino también con los ojos, con los hombros (encogidos para indicar "no sé"), con el silencio, con alguna expresión del rostro, o con algún gesto de las manos, etc. Si el propósito de alguno es engañar o dejar alguna impresión falsa o errónea, es mentira. También, la verdad a medias es una mentira (Gén. 12:13).

          4:26 -- "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo". Dios se enoja (1 Reyes 11:9; 2 Reyes 17:18; Sal. 7:11; 79:5; 80;4,5; Heb. 12:29); Cristo se enoja (Mar. 3:5; Juan 2:15.17). El cris­tiano debe enojarse al observar el pecado y la destrucción de vidas y almas causada por el pecado. Si amamos la verdad, en­tonces aborrecemos el error y el pecado. No seremos indiferentes ni hacia el pecado ni hacia la destrucción que éste causa.

          Sin embargo, el enojo es muy peli­groso y tiene que controlarse, pues fácil­mente se convierte en resentimiento y en deseo de venganza. Por lo tanto, "no se ponga el sol sobre vuestro enojo". Si el enojo per­manece en el corazón, puede producir malicia y amargura. Si el enojo que senti­mos es indignación justa, como la de Jesús, debemos decir lo que se debe decir, o hacer lo que se debe hacer, y luego acabar con el enojo.

          4:27 -- "ni deis lugar al diablo", "no deis oportunidad al diablo (La Biblia de las Américas), cosa que sucede si no quita­mos muy pronto el enojo del corazón. El enojo guardado y nutrido en el corazón da ocasión al diablo a ten­tarnos. Cuando el cristiano se indigna, su reacción, sea en palabra o en hecho, debe ser lo que le agrada a Dios. No es pecado reaccionar con indignación a las injusticias u otras provocaciones de Satanás (Mar. 3:5; Hech. 23:3), pero lo importante es que lo hagamos con dominio propio. "El amor no se irrita, no guarda rencor" (1 Cor. 13:5).

          4:28 -- "El que hurtaba, no hurte más". Esto se aplica no solamente al ladrón noc­turno, sino también a cualquiera que robe por medio de cualquier fraude u otro método: el repre­sentar mal la mercancía o servicio que se ofrezca; medidas y pesos falsos (Prov. 11:1; 20:23); el no pagar el debido jornal a los obreros (Sant. 5:4); el no trabajar las horas indicadas en el acuerdo o contrato o no trabajar cumpli­damente; "sirviendo al ojo", o sea, trabajar solamente cuando el patrón o mayordomo esté presente (Col. 3:22); y el no pagar las deudas (porque ¿cuál es peor, robar de noche o llevar la mercancía de día y no pagar?)

          Además, recuérdese Mal. 3:8. Dios dice que su pueblo le robó con respecto a diezmos y ofrendas. El Nuevo Testamento no requiere diezmos sino una ofrenda según Dios nos haya prosperado (1 Cor. 16:1,2). Cada quien debe ofrendar según haya propuesto en su corazón (2 Cor. 9:7). ¿Robaremos a Dios, dándole sobrantes? A veces los miembros salen de vacaciones o se mudan de residencia, y se les olvida la ofrenda durante varias semanas o meses. Si hay exigencia o escasez, a veces la ofrenda se reduce o se omite. En tales ca­sos, se roba a Dios, para salir de algún problema económico.

          -- "sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno". Dice la Versión Latinoamericana, "produce con sus manos".

          Un problema grande en la iglesia de Tesalónica fue el que algunos hermanos no realizaban ningún trabajo. No trabaja­ban en nada para ganarse la vida. Pablo les dijo (1 Tes. 2:9) que él mismo les dio buen ejemplo en esto; trabajando con sus manos: "Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios". En 1 Tesalon. 4:11 dice, "que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado".

          En la segunda carta habla en tonos más severos, demandando disciplinar a los hermanos ociosos (desordenados)(2 Tesalon. 3:6-14). Dice en el ver. 10, "Si al­guno no quiere trabajar, tampoco coma".

          Esta enseñanza de trabajar y producir con las manos evita o corrige muchos males. Vence la tentación de hurtar, y acaba con la pereza, que es una cualidad totalmente contraria al evangelio. La la­boriosidad destruye la ociosidad. Es muy importante que los padres enseñen esto a sus hijos. Decían los judíos que el no en­señar al hijo algún oficio era igual a en­señarle a ser ladrón.

          Este mandamiento de Pablo condena la jugada. La Biblia enseña los medios legí­timos por los cuales se adquiere el dinero: (1) la ley del trabajo: el trabajo tanto men­tal como físico, para ganar sueldo, o para sacar ganancia de algún ne­gocio o de al­guna inversión; (2) la ley del cambio: mer­cancía es cambiada por su equivalente de dinero; (3) la ley del amor: una herencia, o dinero regalado o com­partido ("para que tenga qué compartir con el que padece necesidad"). La jugada no cabe en ninguna de estas tres cate­gorías.

          La jugada es del diablo, porque niega la integridad del trabajo. Es una forma de ro­bar. Es robo voluntario, en el mismo sen­tido en que el duelo es homicidio vo­luntario. En el duelo se mata el uno al otro con su consentimiento. En la jugada se roba el uno al otro con su consen­timiento. La jugada no es conforme a la ley del cambio, porque nada se da para remplazar el dinero perdido. En lugar de seguir la ley del amor, se sigue la ley de la avaricia. Se codicia el dinero de otro. La jugada siempre se halla entre las malas compañías, con toda forma de disolución.

          Por último, debe recordarse siempre que la jugada esclaviza. Hay muchos "juegoadictos". Este fenómeno es notorio, tanto como la adicción al alcohol o las otras drogas. Ha causado la ruina de muchas personas; ha destruido familias, negocios y vidas. Es una expresión exage­rada de la avaricia. Es la codicia personifi­cada.

          -- "para que tenga qué compartir con el que padece necesidad". Hay muchos her­manos que no pueden trabajar. Han tra­bajado, y quisieran de todo corazón tra­bajar otra vez, pero han perdido la salud por causa de enfermedad o acci­dente. También hay viudas y huérfanos, anciani­tos y enfermos. Nunca faltarán hermanos necesitados. Es una gran bendi­ción de Dios tener buena salud para poder traba­jar. También el empleo, el ne­gocio o cualquier fuente de ingresos legí­timos es una bendición de Dios. Ver­daderamente es la providencia de Dios (Sant. 1:17). Debemos, pues, compartir con otros para manifestar nuestra gratitud a Dios y no gastar todo en nosotros mis­mos.

          4:29 -- "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca". ¿Cómo se puede corregir este problema? Limpiar el corazón. "Porque de la abundancia del corazón habla la boca" (Mat. 12:34). Las palabras corrompidas que salen de la boca indican que el corazón (el carácter) es corrupto. "El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas" (Mat. 12:35). Véanse también Mat. 15:18,19; Mar. 7:21-23; Prov. 4:23 (del corazón mana la vida").

          -- "sino la que sea buena para la nece­saria edificación ... dar gracia". Véase Col. 4:6. La lengua es una fuerza tremenda para bien o para mal. Se usa la lengua para predicar, para enseñar, para exhor­tar, para amonestar y para alentar, pero también se usa para destruir con mentiras, con chismes y con toda clase de ataque contra la persona de otros (Sant. 3:3-12). Hay muchos textos en Proverbios que nos instruyen sobre el uso correcto de la lengua.

          4:30 -- "Y no contristéis al Espíritu Santo". Aquí vemos claramente que el Espíritu Santo tiene personalidad. Es una persona. Tiene cualidades de una per­sona: piensa, razona, habla, oye, se puede resistir (Hech. 7:51), se le puede apagar (los dones de El)(1 Tesal. 5:19); se le puede enojar (Isa. 63:10); y aquí Dice Pablo que se le puede contristar por la in­fidelidad de los miembros del cuerpo de Cristo.

          -- "con el cual fuisteis sellados". Véase 1:13, notas.

          4:31 -- "Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira", el disgusto, el re­sentimiento, etc.

          -- "gritería y maledicencia", la lengua desenfrenada, debido a soltar las emo­ciones para ventilar el disgusto y el resen­timiento. La persona de mal genio -- "genio fuerte" o "carácter fuerte" -- no ha limpiado su corazón. La gritería y maledi­cencia son el "mal tesoro" de que Jesús habla, sacado de un corazón malo. La lengua es "un fuego, un mundo de mal­dad", (Sant. 3:2-12). La "maledicencia" in­cluye la blasfemia, falsas acusaciones, el chisme y toda clase de palabra injuriosa.

          "toda malicia", la mala voluntad y mala disposición que tiene el deseo de perju­dicar a otros. Recuérdese que la defini­ción básica de la palabra "amor" (agapao) es buena voluntad.

          Estos términos describen la condición de corazón que resulta si no nos despo­jamos del viejo hombre (ver. 22). Los males mencionados en el ver. 31 pertenecen al viejo hombre y no al nuevo hombre; no son cualidades del cristiano.

          En particular estas palabras describen la conducta de la persona que no controla el enojo y que no está dispuesta a per­donar. Cuando hay amor en el corazón, no cabe la amargura, etc.

          La persona de genio amargado sufre muchas consecuencias negativas, y no so­lamente espirituales, sino también men­tales y aun físicas. No conviene dejar que otros nos provoquen tanto. Es necesario practicar el dominio propio y siempre con­trolar las emociones. Nuestra reacción a las provocaciones no debe ser como la reacción de los mundanos.

          No se puede negar que otros nos pueden afligir. Pero la aflicción más grande y dañina es la que nos hacemos a nosotros mismos. Es imperativo que cada cristiano entienda que esta lista de cosas mencionadas por Pablo (amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia, malicia) son la reacción de la persona provocada, y no son en ningún sentido necesarias o ine­ludibles. Estas palabras describen la reac­ción del viejo hombre a las provocaciones de la vida, pero el cristiano se ha renovado en el espíritu de su mente y se ha vestido del nuevo hombre.

          4:32 -- "Antes sed benignos unos con otros". El evangelio quita lo malo, y luego, inmediatamente llena el corazón con cosas buenas. No basta con limpiar el corazón, porque no es posible que quede vacío. Como indica la parábola (Mat. 12:43-45), lo malo que fue quitado regresa y con más fuerza. "Antes sed benignos"; es decir, en lugar de amargarse y soltar toda clase de gritería y maledicencia, exhortar y enseñar con buenas palabras y con actitud benigna. "Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñoree de su espíritu, que el que toma una ciudad" (Prov. 16:32).

          -- "misericordiosos", véanse Mat. 5:7; 18:23-35; Luc. 6:36; 18:13; Sant. 2:13.

          -- "como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo". Dice Cristo que tenemos que perdonar para ser perdona­dos (Mat. 6:14,15). Debemos perdonar como Dios perdona, y debemos perdonar para ser perdonados. ¿Cómo perdona Dios? "Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades" (Heb. 8:12). Dicen algunos, "Yo sí puedo perdonar, pero no puedo olvidar". ¿Perdonan los tales como Dios perdona? Cuando Dios perdona, el mal queda borrado y olvidado, como si nunca lo hubiéramos hecho.

 

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