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Los maestros no pueden hacerlo solos

 

La responsabilidad del hogar

 

El maestro no puede hacerlo solo

 

La enseñanza efectiva

 

¿Cuál es la respuesta?


          Las clases de entrenamiento para maes­tros urgentemente se necesitan, para corregir algunas malas tendencias en la iglesia, pero también se debe enfatizar que la mayoría de los fracasos en la enseñanza de los niños ocurren en el hogar.

          La Biblia da a los padres la mayor responsabilidad para el entrenamiento de la juventud. Moisés mandó que los levitas reu­nieran al pueblo una vez cada siete años para leer toda la ley a oídos de ellos (Deut. 31:9‑13). Si esto hubiera sido la única ense­ñanza que se recibiera, entonces un niño ha­bría escuchado la ley solamente tres veces para cuando cumpliera los veintiún años. La tarea de hablar de la ley cada día "estando en tu casa y andando por el camino, y al acos­tarte, y cuando te levantes ..." fue dada a las familias (Deut. 6:4‑9).

          La gran comisión dice, "predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Esto ciertamente incluye a nuestros jóvenes, pero a los padres se les ha dado la mayor responsabilidad para criarlos "en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Aun si el padre de familia fracasa en cumplir su responsabilidad, tenemos el ejemplo de Ti­moteo, quien, a pesar del hecho de ser su padre griego, fue enseñado desde la niñez por una fiel madre y una fiel abuela (Hechos 14:1; 2 Tim. 1:5; 3:15).

          Ningún pasaje del Nuevo Testa­mento da la obligación específica a la iglesia de enseñar a nuestros niños. Las clases bíbli­cas son "el merengue del pastel" para el niño bien enseñado. Si usted está contando con los maestros que enseñan en el edificio de la iglesia para que enseñen a su hijo todo lo que é1 necesita saber, entonces usted ya per­dió la batalla. Es posible que de alguna ma­nera él se salve. Si esto sucede, regocíjese, pero si no se salva, no pregunte por qué, pues usted ya sabe la respuesta.

          "Las cosas secretas pertenecen a Je­hová nuestro Dios; más las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las pa­labras de esta ley" (Deut. 29:29 ). Estamos privando a nuestros hijos de la más preciosa herencia que Dios les ha dado si no estamos enseñándoles diligentemente las cosas de Dios. Espiritualmente estamos matándoles de hambre.

          Aun los preescolares pueden aprender la mayoría de las historias de la Biblia. Los niños de las clases primarias superiores pueden y deben aprender todas las partes históricas de la Biblia. Si los adolescentes de la congregación donde usted asiste no pueden contestar preguntas directas sobre los hechos específicos de cualquier historia de la Biblia, entonces ¡hemos fallado de alguna manera como padres y maestros! Esta conclusión es ineludible.

          La vida de un niño está en una balanza con muchas, pero muchas influencias que se ponen sobre el platillo de la balanza. Algunas son buenas, pero muchas son malas. ¿A qué lado se inclinará el platillo de la balanza?

          Los padres son la mayor influencia en la vida de un niño. ¿Son ellos una buena influencia? ¿están enseñando en casa?

          La escuela es la siguiente influencia más grande. Desafortunadamente, las escuelas públicas de nuestros días son casi por completo malas en lo que a valores espirituales se refiere. Muy a menudo los padres y los maestros de la Biblia reconocen que tienen que combatir falsos conceptos enseñados en la escuela. Sin embargo, aquí en América, nosotros estamos enviando a nuestros hijos a la escuela a edades cada vez más tempranas.

          La presión de ser iguales a los demás es un factor enorme en nuestra vida. ¿Qué clase de compañeros tiene su hijo? ¿Están tratando de derribar todo lo que usted está tratando de construir? ¿Conoce usted a los amigos de su hijo? ¿Sabe usted qué tipo de lenguaje usan? ¿Sabe usted lo que ellos están tratando de inducir a su hijo a que haga en este momento?

          La personalidad de un niño afecta las decisiones que toma en la vida. Algunos niños se conforman fácilmente a las reglas y normas -- incluyendo las normas de Dios -- mientras que otros son más rebeldes por naturaleza y necesitan más dirección.

          La comunidad, la televisión y las expectativas de la sociedad, todo esto juega una parte en la formación de nuestros hijos. ¿Ha visto usted un programa de televisión con sus hijos últimamente? ¿Qué grosería escuchó? ¿Qué falso estilo de vida se presentó ante é1 como si fuera uno que debiera ser deseado? Es raro que cualquiera de estas influencias produzca la fibra moral en su hijo.

          Esperamos que todas las actividades que su hijo observa en los servicios de adoración sean edificantes. Sin embargo, somos realistas y sabemos que la iglesia está compuesta por seres humanos. Algunas veces una congregación está muy lejos de alcanzar la norma perfecta establecida por Dios. Aun si todos estuvieran sirviendo tan fielmente como les fuera posible, el tiempo dedicado al estudio en el local de la iglesia sería muy limitado. La congregación típica dedica aproximadamente cuatro horas de estudio por semana en los servicios de adoración pública. ¿Está su hijo siempre presente en cada servicio? Si no es así, está perdiendo una de las buenas influencias que pudiera recibir.

          Se necesitan urgentemente buenos maestros en las clases. Es por esta razón que hemos escrito este libro. Pero el maestro dispone de muy poco tiempo con un niño. Pensemos un poco: Hay siete días en cada semana y cada día tiene 24 horas. Siete días por 24 horas dan un total de 168 horas a la semana. 168 horas por dos dan 336 horas. La clase usual en el edificio de la iglesia dura unos 30 minutos. Eso significa que el maestro tiene al niño 1/336 de ese tiempo cada semana. ¿Qué sucede si su hijo no está presente ni para esa clase cada semana? El maestro no sería más que una pluma en la balanza de la vida del niño. E1 mejor maestro del mundo no puede hacerlo todo solo. Simplemente no hay tiempo para enseñar todo lo que es necesario.

          Como maestro yo debo trabajar como si yo fuera la única oportunidad para el niño de ir al cielo. Es posible que yo diga algo que incline la balanza, y cause que su alma se salve. ¡Que solemne responsabilidad! Pero, como padre, si mi hijo se pierde, yo no puedo culpar a algún maestro de algún lugar que haya tenido a mi hijo por treinta minutos a la semana en uno de sus primeros veintiún años de edad. Mi hijo es mi responsabilidad. Yo le pedí que viniera a existir. Ahora el existirá para siempre, pero ¿dónde? Hubiera sido para é1 mucho mejor no haber existido que pasar la eternidad en el infierno. Si yo fallé en enseñarle cómo ir al cielo, tendré la culpa si é1 se pierde. ¡Qué pensamiento tan triste y terrible!

          Hemos dicho que hay muchísimas otras influencias en la vida de un niño, pero, como padre, tengo una responsabilidad de distinguir entre aquellas influencias y ayudar a mi hijo a evitar todas las malas influencias que pueda, y luego ayudarle a aprender a superar aquellas que no puede evitar. ¿Qué está haciendo usted ahora, o que ha hecho para ayudar a combatir la maldad que rodea a su hijo?

          Si mi hijo vive y llega a la edad de estar espiritualmente bajo su propia responsabilidad, entonces é1 dará cuenta a Dios por sus propias acciones, pero ¿qué si yo no le enseñé a tomar decisiones apropiadas, o las acciones que serían agradables a Dios? Entonces, yo tendré que dar cuenta ante Dios por mi fracaso, cuando sea mi turno de ser juzgado.

          Usted sería culpable de un descuido grave si sus hijos son adultos, o casi adultos, y usted todavía no ha podido contarles una historia bíblica. Obviamente usted no lo practicó durante aquellos preciosos años cuando sus niños estaban a los pies de usted.


La enseñanza en casa debe ser efectiva


          El enseñar meros dichos triviales no basta, ya sea en la iglesia o en la casa. Cuando enseñamos a nuestros niños a compartir, a trabajar duro y a tratar a los demás como a ellos mismos les gustaría ser tratados, les habremos enseñado cómo vivir en esta tierra, pero aún necesitaríamos enseñarles más acerca de cómo ir al cielo, y no hay substituto para el verdadero conocimiento de la Biblia.

          Tampoco será suficiente la mera habilidad de repetir un juego prescrito de palabras. Posiblemente estemos recibiendo solamente la respuesta catequística.

          Moisés dijo a los israelitas que enseñaran a sus hijos: "Por tanto, guárdate y guarda tu alma con diligencia para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Deut. 4:9). Moisés seña1ó que estos padres habían visto cosas que el Señor había hecho, pero que sus hijos no las habían visto y necesitaban que les contaran acerca de ellas.

          La importancia de esta instrucción paterna se enfatiza en términos que nosotros necesitamos conocer: "Mañana cuando te preguntare tu hijo diciendo: ¿qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó? entonces dirás a tu hijo: nosotros éramos siervos de Faraón en Egipto, y Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa y ..." (permítame parafrasear el resto) "E1 nos trajo a esta buena tierra. E1 nos dio estas leyes y mandamientos para que los obedeciéramos para poder continuar habitando esta tierra y disfrutar de las bendiciones del Señor" (Deut. 6:20‑24).

          La generación a la cual Moisés estaba hablando en el libro de Deuteronomio fue tal vez la mejor generación de israelitas que haya vivido. Ellos invadieron Canaán bajo el liderazgo de Josué y conquistaron la tierra. Israel fue fiel todos los días de Josué y todo el tiempo de los ancianos que le sobrevivieron (Jueces 2:7). E1 énfasis aquí se da a los ancianos quienes habían visto todas las grandes obras que Dios había hecho.

          Siguiendo a esa generación, sin embargo, fue una que no conoció a Dios ni las grandes obras que é1 había hecho (Jueces 2:10). Preguntamos ¿por qué? ¿por qué no conoció a Dios esa generación siguiente? Probablemente todos estamos de acuerdo que fue porque los padres no enseñaron a sus hijos acerca de las grandes obras de Dios, pero ¡probablemente nadie estaría más sorprendido al escuchar esta acusación que esa generación fiel contra quien la hacemos! Como pueden ver, nosotros nos estamos engañando solos, es lo que se llama desprendernos del anzuelo. ¡Pensamos que hubiésemos hecho mucho mejor!

          Tomemos por ejemplo a un padre de aquella generación fiel que invadió Canaán. Supongamos que é1 era un hombre joven y fuerte cuando Israel cruzó el Jordán por tierra seca. Traigamos a este hombre ante una corte formada por sus compañeros y preguntémosle, "Señor, ¿por qué usted no enseñó a sus hijos?" Estaríamos sorprendidos de escucharle responder en tonos angustiosos, "Pero yo les enseñé a ellos. Yo no sé por qué ellos erraron". E1 dice que é1 sí les enseño. Entonces, ¿cómo explicamos la infidelidad de la siguiente generación?

          La verdadera explicación no es que los israelitas no enseñaban. Probablemente la verdad es que ellos no enseñaban efectivamente. Continuemos nuestra ilustración.

          Nacido durante la peregrinación en el desierto, durante todos sus años nuestro hombre joven ha conocido a Moisés como el gran líder de Israel. E1 ha visto muchos de los milagros en el desierto. Finalmente é1 está en la audiencia y escucha al anciano Moisés predicar. Luego Moisés deja el grupo, subiendo rumbo al Monte Nebo, para morir allí y ser sepultado por la mano de Dios. Josué llega a ser el nuevo líder; é1 hará un buen trabajo. E1 mandamiento pasa a través del campamento: "Preparen los alimentos, porque al tercer día partiremos para cruzar el Jordán".

          Mirando a través de la planicie del Valle del Jordán, nuestro amigo pudo ver al crecido río precipitándose hasta entrar al Mar Muerto justo al sur. Los espías, recién llegados de Jericó, reportan que sólo con gran dificultad podían cruzar la rápida corriente del río porque era la estación de diluvio. Los reportes se oyen a través del campamento que Jehová estaba a punto de hacer una gran obra. Todo el campamento de Israel se moviliza, siguiendo a los sacerdotes quienes llevan el arca santa sobre sus hombros.

          Los ruidos de esta gran compañía se escuchan por doquier mientras ellos siguen su camino bajándose por el largo valle desde Abel‑Sitim hacia la ribera del río. La emoción llena el aire. De veras, al llegar los sacerdotes a la orilla del correntoso Jordán, Dios detiene la corriente del río. Las aguas se detienen río arriba y pronto el lecho del río seco aparece a la vista. La multitud comienza a cruzar. Toda la muchedumbre de hombres, mujeres, niños, carros y sus manadas y hatos cruzan. Entonces Josué manda que un hombre de cada tribu tome una piedra y la traiga al sitio de su campamento al cual ellos llaman Gilgal. Allí una columna es levantada por amontonar las rocas. Josué les dice a ellos: "en los años que vienen, sus hijos verán estas rocas y preguntarán, ‘Padre ¿qué significan estas piedras?’ Y ustedes les dirán, ‘Hijo mío, estas piedras son una señal para hacernos recordar la poderosa proeza de Dios la cual é1 hizo por nosotros al detener el Río Jordán y traernos hasta esta tierra a través de su lecho seco’”. Los acontecimientos de ese día dejaron una profunda y perpetua impresión en el hombre joven de nuestra historia, trayendo fortaleza a su ya firme determinación de servir al Señor.

          Quince años pasan, nuestro hombre joven está ahora en la edad viril. Supongamos que para ahora é1 tiene un hijo de diez años. Supongamos que estas personas son de la tribu de Efraín. En cierto día, padre e hijo han bajado desde la región montañosa hacia el Jordán, pensando cruzar para visitar amigos del lado oriental del río. Es el medio día del segundo día de su viaje cuando escuchamos su conversación. Están saliendo de la ciudad de las palmeras, donde Jericó estuvo no hacía muchos años, y están yendo hacia los vados del Jordán.

          La tarde va cayendo rápidamente cuando ellos llegan a la columna de piedras en Gilgal. Cuando el padre ve las piedras, ¡un torrente de memorias pasa por encima de su corazón! Toda sensación que é1 sintió ese día, quince años atrás, inunda su mente. En turno aquellos recuerdos despiertan otros recuerdos de aquellos largos años en el desierto, de los milagros que Dios hizo ante Israel. ¡Oh, la gloria de aquellas memorias!

          E1 hijo no ha estado por aquí antes. E1 tiene curiosidad y pregunta a su padre, ¿por qué están estas piedras aquí?

          La pregunta despierta a su padre de sus recuerdos. E1 mira alrededor y se da cuenta que la tarde se va rápido. E1 sol se pone temprano aquí en la profunda hendidura del Valle Jordán, y é1 quiere estar ascendiendo las laderas orientales antes que el sol se ponga. Así que el padre responde al hijo: "Estas piedras están allí para recordarnos del tiempo en que Dios causó que el Jordán dejara de fluir y que todos nosotros cruzáramos al otro lado sobre tierra seca. Ahora apresurémonos porque no queremos que las tinieblas nos sorprendan aquí ".

          Allí está. E1 padre contó a su hijo lo que las piedras significaban, ¿no es cierto? ¡E1 obedeció el mandamiento de Josué de contar a sus hijos acerca de las piedras! Sí, técnicamente, el padre enseñó a su hijo. Pero él no le enseñó lo suficientemente vívido como para dejar una profunda impresión en el muchacho. E1 no logró que el muchacho viera los hechos que é1 había visto. E1 no compartió la rica experiencia que tanto había afectado su propio corazón. Por lo tanto, el muchacho creció "conociendo" estas cosas pero nunca quedaron impresas en su mente.


¿Cuál es la solución?
¿Cómo enseñar efectivamente?


          Continuaré tratando de responder la pregunta de cómo enseñar efectivamente, conforme avancemos a través del libro, pero ¿no hemos ilustrado un poco cómo debería ser la enseñanza en la historia que acabamos de relatar? Una característica de los buenos maestros es su comprensión práctica de la mente humana. Nosotros no cruzamos el Jordán sobre el lecho seco del río, pero podemos tomar las descripciones sencillas que se nos dan en la Biblia, y podemos visualizar cómo debió haber sido el estar allí. Podemos ayudar a nuestros alumnos a experimentar cada emoción que aquellos personajes de la Biblia sintieron. Podemos hacer que aquellas personas cobren vida al pintar cuadros con palabras vívidas de sus vidas, con sus cualidades buenas y sus cualidades malas. Podemos entristecernos con los que se entristecieron y regocijarnos con los que se regocijaron. Entonces -‑ y sólo entonces -- podremos comenzar a comprender por qué aquella gente sirvió o no sirvió a Dios. Entonces ‑ y sólo entonces -‑ podremos comenzar a aplicar las lecciones que aprendemos de sus vidas a las experiencias que afrontamos cada día, mientras tratamos de servir a Dios. Estos ejemplos de la Biblia entera nos fueron dados para ayudarnos a conocer lo que Dios espera. A nuestros hijos debemos estas historias, pero relatémoslas tan vívidas como nos sea posible. Lea Deuteronomio 29:29. Estas cosas pertenecen a nuestros niños.


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          A estas alturas alguien podría sentirse desanimado. ¿Por qué seguir tratando de enseñar? Ya he fallado de tantas maneras.

          Los equívocos del pasado no pueden ser borrados completamente. Dios nos perdonará cuando oramos a E1, pero la simiente que está sembrada tiene su manera de llevar fruto (Gá1. 6:7). Hay fracasos que yo no puedo cambiar. Eso es triste, pero ¿rendirse es la solución? ¿el sembrar más semilla mala es e1 medio de evitar malos frutos en el futuro? No. Volvamos y maduremos en nuestra determinación y en nuestra habilidad para enseñar.

          Otro puede estar diciendo: "Yo comprendo. Me gustaría enseñar la historia de José, pero no la sé. Y de aquéllos otros grandes personajes, tales como Josué, Elías, Nehemías y Josías, no sé dónde encontrarlos en la Biblia. Mis padres no me enseñaron aquellas cosas".

          Es verdad que la mayor parte de nuestra negligencia como maestros (ya sea en la sala de clases o como padres) no es intencional. Fallamos al enseñar porque nosotros mismos no sabemos las historias. Las generaciones antes de nosotros fallaron. Pero si usted está leyendo este libro, entonces usted es un adulto. Usted es responsable de lo que aprenda o deje de aprender. Es demasiado tarde para culpar a los padres. Es tiempo de quemarse las pestañas y aprender la historia del programa de la redención. El alma de usted y las de aquellos que le rodean dependen de ello. Usted no puede obtener el conocimiento perfecto de toda la historia de la Biblia en una noche, pero ¿no tiene excusa para no saber la lección que ha de presentar ahora!

          Tal vez usted sea la excepción a la regla. Espero que usted ya sea un buen maestro. Tal vez usted ya pueda nombrar a varios que son fieles siervos en la obra del Señor, que en el pasado se sentaron en las clases que usted enseñó. ¡Maravilloso! Continúe creciendo y enseñando a otros. Y con empeño trate de ayudar a que otros se beneficien de su experiencia mientras ellos aprenden a enseñar.

Tarea:

Padres:

¿Qué han hecho, o qué están haciendo, con sus hijos para enseñarles la Biblia? Sean específicos en su respuesta.

 

 


 

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