Por Tim Haile
Hay una creciente aceptación de la homosexualidad y el matrimonio gay en nuestro
país y en todo el mundo. Junto con este incremento también ha habido un aumento
en el esfuerzo de avergonzar, marginar e incluso castigar a los cristianos y
otros que hablen en oposición a la homosexualidad. Algunos se enfrentan a multas
y encarcelamiento por su llamada “postura discriminatoria” contra la
homosexualidad. Es obvio que muchos en la comunidad gay y lesbiana no están
realmente interesados en la justicia y la libertad (en particular, la libertad
de expresión),
sino más bien en silenciar la oposición. Ellos quieren la libertad para avanzar
su agenda pro-gay, pero se niegan a permitir que otros tengan la libertad de
oponerse a esa agenda.
Lamentablemente, nuestro gobierno está empeorando el problema. La comunidad gay,
obviamente, se ha envalentonado por recientes fallos judiciales a favor de los
homosexuales y por la aprobación de una legislación fácil de manipular contra la
discriminación. Nadie favorece la discriminación, pero esta legislación es tan
ambigua que puede ser fácilmente utilizada para etiquetar la mayoría de las
críticas de la homosexualidad como “crímenes de odio”.
Los cristianos están acostumbrados a ser
llamados “fanáticos” y “homófobos”, pero ahora pueden ser
procesados penalmente por su oposición a un comportamiento pecaminoso. La
Corte Suprema de Nuevo México confirmó recientemente una demanda por
discriminación contra un negocio de fotografía (Fotografía Elane) por negarse a
fotografiar la ceremonia de compromiso matrimonial de una pareja de lesbianas.
El dueño del negocio de fotografía no aprueba el matrimonio gay, y cree
que fotografiar el evento constituye la aprobación tácita del matrimonio gay.
(Nota: Aunque creo que el razonamiento
del dueño era defectuoso en este asunto, defiendo su derecho constitucional
a expresar sus opiniones y de actuar de acuerdo con su conciencia). Sin
duda vamos a ver más de este tipo de asalto a la libertad religiosa y a
la libre expresión.
El cambio hacia el apoyo público de la homosexualidad y el matrimonio gay ha
creado un nuevo paradigma en nuestro país, que es potencialmente peligroso para
los cristianos. Recuerdo una vez en los EE.UU., cuando la gran mayoría de la
gente rechazaba la homosexualidad. Se podría denunciar a la homosexualidad (y
otros pecados sexuales) y contar con el apoyo general de los demás. Esta
situación ha cambiado ahora. Los cristianos ya no tenemos un público universal
“amigable” en el tema de la homosexualidad. La alianza de los ateos, seculares y
religiosos conciliadores ha inclinado la balanza en contra de los creyentes en
la Biblia, y a favor del movimiento homosexual.
DIOS CONTRA LA CULTURA
La aceptación cultural de una cosa no significa que sea correcta. En el año
1973, la Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó que el aborto era “legal”,
pero su decisión no hizo correcto el aborto. Tampoco se hace correcto
simplemente por el mero hecho de que un 51% o más de una población dada lo
soporta. La norma divina de la moral no cambia sólo porque es rechazada por la
gente de un lugar o momento determinado. Como el caso del aborto, igualmente es
el caso de la homosexualidad -- Dios no ha cambiado de opinión acerca de la
homosexualidad. Era pecado bajo la ley patriarcal y mosaica (Gen. 19:5, Lev.
18:22, 20:13), y sigue siendo pecado hoy en día bajo la ley de Cristo (Rom.
1:26-27, 1 Cor. 6:9; 1 Tim. 1:10). [Para un examen más detallado de varios
pasajes de la Biblia relacionados con la homosexualidad, vea mi artículo “Matrimonio
Gay y Homosexualidad”].
El bien y el mal no son determinados por la cultura y la opinión de la mayoría.
Moisés advirtió “No
seguirás a los muchos para hacer mal”
(Ex. 23:2). Obviamente, la “los muchos”
pueden estar equivocados, por éste motivo Moisés dijo que podían
“hacer el mal”. Jesús enseñó que
“muchos” pasarán a través de la
puerta ancha y por el
“espacioso camino” que lleva a la
perdición, y que “pocos” encuentran
el camino estrecho y angosto que lleva a la vida (Mat. 7:13-14).
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA PERSECUCIÓN
Los cristianos no deben comprometer la ley de Dios con el fin de evitar la
persecución (o por cualquier otro motivo). Sin embargo, algunas personas hacen
el compromiso, lo cual varía de una persona a otra. Los hombres de poca fe se
comprometen con el error porque sus opiniones no son populares. Ellos no se
sienten cómodos sabiendo que el sentimiento público está en contra de ellos.
Otros soportarán ostracismo social (Luc. 6:22), pero no tienen la fe para
soportar la tortura física. Otros podrían sufrir tortura, pero renuncian a su fe
antes de morir. Otros seguirán siendo fieles a través de la tortura e incluso la
muerte (Jn. 16:2, Heb. 11:35-37, Apoc. 2:10).
Los cristianos deben prepararse para la persecución, pues la Biblia enseña que
es inevitable – “Y
también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución”
(2 Tim. 3:12, cf. Fil. 1:28, Mat. 5:10-12 y 1 Ped. 4:12-16). Hay circunstancias
de las que no hay escape, y en tales circunstancias, los fieles no pueden evitar
el sufrimiento a manos de los malvados (1 Tes. 2:14).
Sin embargo, no hay honor inherente ni valor en ser torturados, y a veces la
persecución es evitable. Por ejemplo, con la ayuda de sus hermanos, Pablo escapó
de la captura en Damasco al ser bajado en un cesto por una ventana de la muralla
de la ciudad (Hech. 9:25, 2 Cor. 11:33). Si el encarcelamiento y la muerte son
inherentemente buenos y honorables, entonces ¿por qué Pablo no permitió que le
capturaran? ¿Por qué apelar a César,
en lugar de sufrir a manos de los judíos? (Hech. 25:11). Jesús dijo a los
discípulos judíos “entonces
los que estén en Judea, huyan a los montes”
(Mat. 24:16). En la comisión limitada, Jesús dijo a sus discípulos,
“Cuando
os persigan en esta ciudad, huid a la otra”
(Mat. 10:23). De nuevo, si la persecución es noble y buena, ¿por qué Jesús da
instrucciones para evitarla? La lección es clara: Si la persecución es evitable,
los cristianos deben usar cualquier medio que sea sabio y legítimo, y que tengan
a su alcance, para evitar la persecución innecesaria.
¿QUÉ PUEDEN HACER LOS CRISTIANOS?
Los cristianos no deben comprometer la verdad divina con el fin de evitar la
persecución. Sin embargo, pueden hablar y actuar de una manera que les ayude a
evitar la persecución innecesaria. Pueden ser reflexivos y discretos en sus
métodos de enseñanza y la terminología.
“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”
(Prov. 25:11). Nuestra predicación debe ser
“con
gracia, sazonada con sal”
(Col. 4:6). Jesús dijo a los apóstoles que no premeditaran lo que iban a decir
en nombre de Dios, porque ellos eran guiados directamente por el Espíritu Santo
(Mar. 13:11; Mat. 10:19,20). No existen apóstoles hoy, y ahora nadie es guiado
milagrosamente para decir la verdad. Y aunque los apóstoles no necesitaban
pensar “cómo” y “qué” hablarían, ¡ahora es absolutamente necesaria tal
reflexión! Hay que leer y meditar (1 Tim. 4:13, 15).
“Procura
con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”
para hablar “conforme
a las palabras de Dios”
(2 Tim. 2:15, 1 Ped. 4:11). Debemos presentar explicaciones de la palabra de
Dios que son consecuentes con la sana doctrina (Tito 2:1).
SERPIENTES Y PALOMAS
Al instruir a los discípulos en la comisión limitada, Jesús dijo:
“He
aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como
serpientes, y sencillos como palomas”
(Mat. 10:16).
Esta advertencia fue dada a los apóstoles, pero es igualmente aplicable en la
actualidad. En la enseñanza de otros, debemos ser a la vez sabios y sencillos.
No debemos ser intencionadamente desagradables o innecesariamente ofensivos en
nuestro trato con los demás. Nuestro objetivo es comunicar eficazmente el
evangelio. Esto implica, como ya he dicho antes, la premeditación. Como lo hizo
Salomón de antaño, debemos efectivamente arreglar las palabras y argumentos.
Requiere que busquemos “palabras
agradables”
- palabras que son como “clavos
hincados”
que tienen la intención de afectar positivamente el pensamiento y el
comportamiento (Ecles. 12:10-14).
Por supuesto, tenemos que construir y hacer argumentos eficaces sin ser
contenciosos (“el siervo del Señor no
debe ser contencioso” -2 Tim. 2:24). Las personas pueden ser convencidas por
un argumento efectivo, pero no van a ser llevadas a un estado de convicción y
conversión mediante la discusión airada. Jesús advirtió en contra de discutir el
evangelio de esa manera cuando amonestó a los apóstoles a apartarse de cualquier
casa (de la gente) que rechazara sus enseñanzas (Mat. 10:14). Algunas personas
no tienen ningún interés en las cosas espirituales. Jesús dijo: “No
deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no
sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”
(Mat. 7:6). El maestro de la Biblia “no
debe ser contencioso”
(2 Tim. 2:24). Las conversaciones bíblicas no tienen sentido cuando degeneran en
discusiones airadas.
SABIDURÍA AL TRATAR EL PECADO DE LA HOMOSEXUALIDAD
Los gais, lesbianas y transexuales tienen ahora un estatus especial en nuestro
país como una minoría protegida legalmente. "GLAD", como se les conoce, tienen
una poderosa influencia en Washington, y han sido muy eficaces para impulsar su
agenda pro-gay. El currículo escolar del gobierno ahora incorpora mensajes
positivos acerca de las relaciones homosexuales, incluso el plan de estudios
utilizado por niños muy pequeños. Dado el ambiente hostil político, jurídico y
cultural en el que maestros de la Biblia nos encontramos ahora, debemos tener
cuidado con la forma en que tratamos estos pecados. Con el fin de evitar
acusaciones de “discriminación”, hay que ser prudentes como serpientes y
sencillos como palomas.
La homosexualidad es un pecado y debe ser impugnada, pero hay que oponerse a
este pecado junto con todos los demás pecados sexuales y no sexuales de la misma
manera, y no condenar la homosexualidad más que otros pecados. Algunas personas
se apresuran a condenar la homosexualidad, pero no condenan otros tipos de
fornicación, como el adulterio o las relaciones sexuales prematrimoniales. Al
condenar un tipo de fornicación (como la homosexualidad), haciendo caso omiso de
los demás pecados, el maestro de la Biblia se muestra parcial en su opinión y
tratamiento de una determinada clase de pecadores. Tal inconsecuencia
desacredita al maestro e incluso puede provocar a ciertos oyentes. Esto lleva a
problemas innecesarios y dificultades que podrían evitarse.
La Palabra de Dios define la justicia (Rom. 1:16,17), y
“Toda
injusticia es pecado”
(1 Jn. 5:17). Cualquier pecado no perdonado condena al pecador (Rom. 6:23), ya
se trate de la homosexualidad, el adulterio, el robo, la codicia, la embriaguez
o la mentira (1 Cor. 6:9, 10; Apoc. 21:8). La homosexualidad es sólo uno de
varios tipos diferentes de pecado, y más particularmente, es sólo una de varias
clases de pecado sexual. Esto es evidente en el texto de 1 Corintios 6:9, donde
Pablo menciona el adulterio, la fornicación y la homosexualidad.
El “adulterio” se utiliza en los casos en que al menos una de las parejas
sexuales está casada con otra persona. La palabra sugiere una violación del
pacto - una mezcla de cosas que no van de la mano. Al participar en relaciones
sexuales con alguien que no sea su cónyuge, el adúltero viola su contrato de
matrimonio.
La “fornicación” es un término general que incluye todas las formas de
inmoralidad sexual, pero como indicado en los textos anteriores, a veces se
menciona en relación con otros pecados sexuales. Incluye todo acto sexual
ilícito, incluyendo el sexo antes del matrimonio (de los solteros) (1 Cor. 7:2),
el adulterio (Heb. 13:4), la bestialidad y homosexualidad.
La “homosexualidad” es la relación sexual entre personas del mismo sexo, ya sea
varón-con-varón o hembra-con-hembra, como se ha explicado por Pablo en Romanos
1:26,27.
El maestro de la Biblia será sabio si reconoce el hecho de que la homosexualidad
se clasifica con otros pecados sexuales que se condenan por igual. No debemos
mostrar parcialidad en nuestra denuncia del pecado.
CONCLUSIÓN
Se podría argumentar que la homosexualidad es peor que otros pecados, porque
también es “contra naturaleza” (Rom.
1:26). Es cierto que la homosexualidad es contra la naturaleza, pero no es el
único pecado que está en contra de la naturaleza. A pocos versículos después,
Pablo habló de aquellos que vivían “sin
afecto natural” (Rom. 1:31). Una madre que accede al aborto carece de afecto
natural. Los padres que maltratan a sus hijos carecen de afecto natural. La
misma palabra griega se usa en 1 Corintios 11:14, donde Pablo enseñó que estaba
en contra de la naturaleza que un hombre tenga el pelo largo. [Nota: Debemos
recordar el contexto del “velo” es este pasaje, pero aun así el punto sigue en
pie].
La homosexualidad es contra la naturaleza, porque los participantes “dejan el
uso natural” del sexo opuesto y llevan a cabo las relaciones entre personas del
mismo sexo (véase el uso anterior de esta frase en el mismo versículo, Rom.
1:26).
La homosexualidad es de hecho pecaminosa y destructiva para la sociedad, pero
también lo es el adulterio, que ha destruido millones de matrimonios y hogares
de este país y en todo el mundo. Lamentablemente, el adulterio y los divorcios
resultantes en realidad han impulsado a muchos jóvenes desilusionados hacia la
práctica de la homosexualidad. Entonces ¿cuál es “peor” -- el adulterio o la
homosexualidad? El hecho es que los cristianos deben aborrecer y condenar todo
pecado (Rom. 12:9), y no enseñar o implicar que cierto pecado es mejor o peor
que otro. Cuando somos consecuentes en este asunto, estaremos hablando conforme
a las palabras de Dios, y también podremos salvarnos de dificultades
innecesarias.