El hombre de pecado

Por Josué I. Hernández

 

En su primera carta a los cristianos en Tesalónica, el apóstol Pablo señaló varias veces la segunda venida de Cristo (1 Tes. 1:10; 2:19; 3:13; 4:13-18; 5:1-11; 5:23). Sin embargo, debido a que algunos malinterpretaron el propósito de tal expectativa, o fueron influenciados por falsas enseñanzas, el apóstol escribió una segunda epístola corrigiendo las ideas que leudaban el entendimiento de estos cristianos amados.

 

Luego de presentar la segunda venida de Cristo como un estímulo para soportar el sufrimiento, y como un estímulo para realizar el propósito de Dios en sus vidas (2 Tes. 1:5-12), el apóstol afirmó que el regreso del Señor Jesucristo no sucedería sin que primero viniese la apostasía (2 Tes. 2:3). La idea errónea de que “el día del Señor” había llegado debía ser corregida:

 

“Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos,

que no seáis sacudidos fácilmente en vuestro modo de pensar, ni os alarméis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día del Señor ha llegado.

Que nadie os engañe en ninguna manera, porque no vendrá sin que primero venga la apostasía y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición”

(2 Tes. 2:1-3, LBLA).

 

La “venida de nuestro Señor Jesucristo” indicada por Pablo en el versículo 1, no es una indicación a la destrucción de Jerusalén en el año 70 D.C. Pablo hablaba de la segunda venida de Cristo en el día final, aquel día de triunfo en que nos reuniremos con el Señor (2 Tes. 2:1) recibiendo al Señor en el aire (1 Tes. 4:17).

 

La apostasía, como descrita por Pablo, no estaba ocurriendo de tal forma, ni desarrollándose aún. Esta apostasía estaba en el futuro de los tesalonicenses, y “la venida de nuestro Señor Jesucristo” ocurriría luego de que tal apostasía viniese para revelar al hombre de pecado, el hijo de perdición (2 Tes. 2:3).

 

Lo que no menciona Pablo a los tesalonicenses

 

Al estudiar el texto sagrado, sin introducir en él alguna idea ajena, fácilmente nos damos cuenta de las cosas que Pablo no dijo, pero que hoy se mencionan como si formaran parte de la sagrada Escritura. Pablo no menciona:

 

o   El líder político llamado “El Anticristo”.

o   El líder religioso llamado “El Falso Profeta”.

o   El “Rapto” o “Levantamiento secreto de la iglesia”.

o   La “Gran Tribulación” de 7 años.

o   El “666” la “marca de la bestia”.

o   El conflicto armado llamado “El Armagedón”.

o   Un “reino de 1.000 años” de Cristo en Jerusalén.

o   La pandemia por el Covid-19

 

La apostasía y el hombre de pecado

 

Según aprendemos, el “hombre de pecado” sería el resultado de la apostasía (2 Tes. 2:3). El sustantivo griego transliterado “apostasía” señala una deserción de la verdad de Cristo, literalmente un “apartarse” o “recaer” (cf. 1 Tim. 4:1; Heb. 3:12). Debido a que el apóstol antepuso el artículo definido, o determinante, al sustantivo “apostasía” (diciendo: “la apostasía”) Pablo indicó un movimiento específico y no simplemente un principio desarticulado general.

 

El hombre de pecado aún no se había revelado (2 Tes. 2:3), y era imposible que fuese distinguido en aquellos años cuando la apostasía predicha no se desarrollaba, aunque ya estaba en acción (v.7).

 

Este “hombre de pecado” es una persona (gr. “anthropos”) señalada como tal debido a que el pecado (gr. “jamartia”) sería su cualidad predominante, siendo esta persona distinguida con el género neutro, y también el masculino (v.3,6,7), y distinguido como el “hijo de perdición” o “ruina” (gr. “apoleia”) por la ruina eterna a que será entregado por el Señor “en su venida” (v. 8; cf. 2 Tes. 1:9).

 

Este oponente de Dios es llamado “inicuo” (gr. “anomos”), por su abierta rebeldía al ignorar a propósito la ley de Dios (v.8), exaltándose a sí mismo contra todo lo que es genuinamente sagrado y fingiendo religiosidad al sentarse en el templo de Dios como Dios (v.4), enmascarando su carácter diabólico (v.9).

 

Templo de Dios

 

Pablo escribió: “el cual se opone y se exalta sobre todo lo que se llama dios o es objeto de culto, de manera que se sienta en el templo de Dios, presentándose como si fuera Dios” (v.4, LBLA).

 

Algunos han supuesto, usando de mucha imaginación, que este “templo” sería el “templo judío en Jerusalén”, opinión insostenible, como veremos.

 

El sustantivo “templo” (gr. “naos”) es usado por Pablo ocho veces, y nunca emplea este término para referirse al templo judío. Lo cual no nos sorprende porque después de la muerte de Cristo, el templo en Jerusalén nunca más fue llamado por los autores inspirados “el templo de Dios”. Más bien, “templo de Dios” será el cuerpo del cristiano (1 Cor. 6:19) o la iglesia del Señor (1 Cor. 3:16; Ef. 2:21).

 

Entendemos, en esta lectura cuidadosa, que la apostasía revelaría al hombre de pecado, y esta persona sería reconocida como un hombre de la iglesia, digamos, un personaje “eclesiástico”.

 

Pablo escribió, “se sienta en el templo de Dios”, lo cual insinúa su arrogancia al pretender el homenaje divino “presentándose como si fuera Dios”. Esta frase final es en el griego un participio, que indica una acción continua, una característica del “hombre de pecado”, ya sea por estar haciendo reclamos que pertenecen sólo a la deidad, recibiendo homenaje religioso reservado exclusivamente para Dios, o usurpando prerrogativas que sólo Dios puede lograr.

 

El hombre de pecado engañaría con “gran poder y señales y prodigios mentirosos”, cautivando tras de sí a quienes no aman la verdad (2 Tes. 2:9,10).

Considerando lo anterior, para identificar al “hombre de pecado” debemos indagar por un movimiento definido, post apostólico, enraizado en la apostasía, y que afirme su autenticidad mediante milagros.

 

El misterio de la iniquidad

 

Pablo indicó que el misterio de la “iniquidad”, es decir, “anarquía”, ya estaba obrando (2 Tes. 2:7), es decir, “en acción” (gr. “energeitaiun”) lo cual sólo se entiende como trabajando para alcanzar un plan definido, un propósito particular (v.6).

Pablo, por el Espíritu, desenmascaró un plan diabólico, llamado “misterio” (gr. “musterion”), pues sólo lo hemos llegado a saber por revelación de Dios.

 

Este misterio de anarquía estaba restringido por cierta influencia o poder, lo cual ha de entenderse como una fuerza abstracta, mencionada en sentido neutro, “Y ahora sabéis qué es lo que le contiene” (v.6, NC). Sin embargo, esta influencia poderosa estaba asociada con una persona, o personas, que ejercían dicho poder restrictivo, lo cual es sugerido elocuentemente, “sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio” (v.7).

 

Como aprendemos, los primeros cristianos reconocían por observación la fuerza que restringía la apostasía y la revelación subsecuente del hombre de pecado. Pablo les dijo, “sabéis” (v.6), es decir, entendían cognitivamente (gr. “oidate”). Obviamente, el poder restrictivo de la revelación del hombre de pecado era una entidad contemporánea a Pablo, no una influencia moderna.

 

La influencia restrictiva sería eliminada

 

Llegaría el momento en que la fuerza de contención sería eliminada, “Porque el misterio de iniquidad está ya obrando; sólo que hay quien ahora detenga, y detendrá hasta tanto que sea quitado de en medio” (2 Tes. 2:7, VM). Entonces, el hombre de pecado sería manifestado abiertamente (v.6,8).

 

Aunque con raíces en el antiguo cristianismo (v.3,6), el hombre de pecado continuaría en ejercicio hasta el final de los tiempos, es decir, hasta la segunda venida del Señor (2 Tes. 1:7; 2:1,8). En vista de todo esto, el hombre de pecado no puede ser un enemigo perseguidor que se desvaneció en el olvido hace siglos.

 

Lo que Pablo afirma sobre “el hombre de pecado”

 

o   Su carácter perverso (v.3b, 8a,9a)

o   Su actividad desafiante (v.4)

o   Su encubrimiento y revelación (v.6-8a)

o   Su derrota decisiva (v.8b).

o   Su relación a Satanás y su poder (v.9,10a)

o   Sus seguidores endurecidos por el pecado y destinados al infierno (v.10b-12)

o   Y, el gran contraste entre: (1) el destino del hombre de pecado y sus seguidores, y (2) el de Pablo y sus lectores (v.13-17).

 

Suposiciones acerca del hombre de pecado

 

Habiendo examinado los elementos principales establecidos en el texto sobre el hombre de pecado, podríamos descartar las muchas suposiciones que se han realizado para identificarlo. Por ejemplo, los teólogos liberales afirman que Pablo escribió sobre el hombre de pecado sujeto a la influencia de la mitología pagana. Otros han argumentado que Pablo no se refiere sino a un principio de anarquía general. Pero, tales argumentos no se ajustan, al carácter de Pablo (2 Tim. 3:15-17) ni a “la apostasía” que se indica en el pasaje (2 Tes. 2:3,7).

 

Luego, tenemos la opinión de los preteristas más radicales, que sostienen que todas las profecías bíblicas, incluida la segunda venida de Cristo, se cumplieron en la destrucción de Jerusalén. Los tales argumentan que el hombre de pecado es la personificación de judíos militantes y endurecidos, los zelotes en general, o alguno entre ellos en particular. Según esta teoría, el hombre de pecado fue destruido por el Señor en la destrucción de Jerusalén mediante el ejército romano en el año 70 D.C.  El gran problema de esta teoría es que no se ajusta al contexto de 2 Tesalonicenses, en el cual la venida de Cristo se menciona (2 Tes. 2:7-12; 2:1-3). Debemos recordar, además, que el judaísmo no fue parte de la “apostasía” predicha por Pablo, y por la cual sería revelado el hombre de pecado (v.3).

 

Otros han argumentado que el hombre de pecado es, tal vez, Nerón. Y, desde ahí, las teorías se han acumulado para indicar a otros similares. Una vez más, sin embargo, estos conceptos no se ajustan a los hechos. Ningún César apostató de la fe (2 Tes. 2:3).

 

Es popular la afirmación milenarista de que el hombre de pecado es “El futuro anticristo” que encarnará el poder anti-Dios que ha de surgir antes del día del Señor. Sin embargo, Pablo declaró por el Espíritu Santo, que el misterio de la iniquidad ya estaba obrando en aquellos días (2 Tes. 2:7), lo cual elimina a toda persona de la era moderna, a la vez que señala un mal que comenzó en la época apostólica, desarrollándose desde ahí (v.5,6,7) y que continuará en existencia hasta la segunda venida de Cristo (v.8). Un mal encarnado, no en un hombre, sino en una sucesión de hombres a través de las épocas.

 

Identificando al hombre de pecado

 

Creemos que la evidencia indica que “el hombre de pecado” representa la dinastía del papado como producto de la iglesia apóstata. Con esto seguimos una antigua tradición interpretativa, aunque siempre nos estamos apoyando en las aseveraciones de Pablo en el texto sagrado.

 

“El hombre de pecado se manifestó hace muchos siglos, desde el año 606 D.C., cuando Bonifacio III fue nombrado el obispo universal de la iglesia. El inicuo no es un solo individuo, sino el papado de Roma” (Notas sobre 2 Tesalonicenses, W. Partain)

 

“J. W. McGarvey hizo una lista que muestra al papado cumpliendo esta profecía:

o   Tiene un solo hombre oficial como su cabeza, y la arrogancia de sus pretensiones están concentradas en él.

o   Aquel hombre vino con, y salió de, una apostasía, la misma clase de apostasía que Pablo describe en otros textos (cf. 2 Tim. 3:1-9; 1 Tim. 4:1-3).

o   Lo que estaba “en acción” cuando Pablo escribió esta carta -- el orgullo espiritual, el no sujetarse a la ley de Dios, y el deseo de tener poder - fue detenido por el gobierno civil de Roma que en aquel tiempo dominaba y perseguía a la iglesia.

o   Cuando el obispo de Roma comenzó a afirmar y sostener su poder, estaba en conflicto con el gobierno romano.

o   Cuando el imperio romano se derrumbó, la iglesia romana llegó a ser todopoderosa.

o   La misma apostasía ha sido preservada cuidadosamente. La línea de papas ha sido preservada, y aparentemente continuará hasta que Cristo vuelva.

o   El papado se exalta a sí mismo contra Dios y Cristo, reclamando para sí títulos que sólo Dios tiene el derecho de llevar.

o   Los papas se sientan en el templo de Dios.

o   El papado comprueba sus pretensiones por medio de milagros fraudulentos, señales y prodigios, sanidades efectuadas por reliquias, altares y santuarios” (Ibíd.).

 

El sistema católico romano, con su dinastía papal autocrática, no apareció repentinamente en un momento definido de la historia. Más bien, es el resultado de una apostasía progresiva de la fe de Jesús. Todo lo cual no sorprende a Dios, porque escrito está, “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1).

 

El cambio en la organización de la iglesia local, en el plan de redención, la alteración del culto, y las varias otras prácticas tradicionales del catolicismo, se implementaron progresivamente por la deserción de la fe original.

 

El sistema romanista ha demostrado en sus escritos, y prácticas tradicionales, ser aquel sistema anárquico profetizado por Pablo a los tesalonicenses, una sucesión poderosa de “vicarios” de Dios, inicialmente restringida por la roma imperial pagana.

La restricción por la roma imperial fue la opinión que manifestaron en su tiempo, escritores tales como Tertuliano, Crisóstomo, Hipólito, y Jerónimo. Bien sabemos que una vez que la roma imperial cayó (476 D.C.) su gran poder pasó a manos de los clérigos, momento en el cual la iglesia consiguió tremendo poder político.

 

Por ejemplo, en el siglo XI de la era cristiana, el emperador Enrique IV trató de deponer al papa Gregorio VII. En represalia, Gregorio excomulgó al emperador y absolvió a todos los súbditos de su lealtad. Enrique quedó impotente bajo la prohibición papal. En enero de 1077, el emperador fue a Canossa, en el norte de Italia, para pedirle perdón al Papa. Se vio obligado a permanecer descalzo en la nieve durante tres días, esperando una audiencia con el pontífice.

 

En Alemania, el emperador Federico se tumbó en el suelo y permitió que el papa Alejandro se parara sobre su cuello. En otra ocasión, el papa Celestino III coronó a Enrique VI de Inglaterra con las ceremonias coloridas habituales. Cuando el rey inglés se arrodilló frente a él, después de haber colocado la corona del Imperio Británico sobre su cabeza, el Papa pateó la corona de la frente del monarca. En otro momento, el papa Alejandro cabalgó por las calles de Roma. Caminando a cada lado de su caballo y guiando al animal iban Louis, rey de Francia, y Henry, rey de Inglaterra.

 

Conclusión

 

Pablo indicó que el regreso del Señor Jesucristo no sucedería sin que primero viniese la apostasía y se manifestase el hombre de pecado (2 Tes. 2:3,8), y la profecía se cumplió.

 

A pesar de la confusión religiosa general, consecuencia de la apostasía, en la cual tantos permanecen engañados (2 Tes. 2:11,12), podemos recibir el amor de la verdad para ser salvos (2 Tes. 2:10).

 

La segunda venida de Cristo es un estímulo poderoso para que el fiel cristiano soporte el sufrimiento con esperanza, y persevere con paciencia para que el propósito de Dios se realice en su vida (2 Tes. 1:5-12; 2:13-17).