La soberanía de Dios
Todos los estudiantes de la Biblia
reconocemos que Dios es soberano, el Altísimo (cf. Gen. 14:19), la voluntad
suprema en todo y, sobre todo (cf. Rom. 11:33-36). Sin embargo, el concepto de
“soberanía divina” del calvinismo no es un concepto bíblico. La soberanía
divina calvinista deja al hombre sin soberanía personal, o libre albedrío
pleno, para elegir lo bueno y agradar así a Dios. En la cosmovisión calvinista
el “libre albedrío humano”, tal como es enseñado en las sagradas Escrituras, es
inexistente debido a “la depravación total hereditaria”. Según el calvinista no
podemos escoger a Dios, “somos criaturas caídas, que todavía escogen y toman
decisiones, pero las hacemos en el contexto de nuestra prisión de pecado” (R. C.
Sproul, “Por qué no podemos escoger a Dios”).
Los calvinistas ven a Dios con
soberanía absoluta para predestinar el destino de elegidos a los cuales atraerá
irresistiblemente por una operación directa y misteriosa del Espíritu Santo.
Según esta cosmovisión, tenemos libre albedrío para hacer lo malo, pero no
tenemos plena libertad, porque no podríamos escoger a Dios.
Soberanía de Dios y libre
albedrío
La soberanía
es la capacidad y el derecho de gobernar del que posee autoridad. Usualmente
usamos el término para referirnos a la autoridad y capacidad de gobernar de un
rey, un soberano. La Biblia atestigua sobre la soberanía de Dios, por ejemplo:
“la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de
reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz
inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea
la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Tim. 6:15,16).
Creemos que Dios es soberano. La
evidencia bíblica es contundente. Sin embargo, la Biblia también nos enseña que
Dios ha delegado soberanía al ser humano. En otras palabras, el hombre ha
recibido de Dios soberanía para tomar sus propias decisiones, ha recibido lo que
solemos llamar “libre albedrío”. Este libre albedrío es capacidad de juicio,
opinión y acción, es libertad plena para actuar en base al juicio propio. No hay
alguna depravación total hereditaria que haya suprimido la libertad de elegir a
Dios. En fin, cada cual elige su destino (cf. Rom. 2:6-11; 2 Cor. 5:10; Apoc.
20:11-15).
Debido a que Dios ha permitido al
hombre tomar sus propias decisiones en base a la soberanía que le ha delegado,
el hombre es responsable por las decisiones que ha tomado. Dicho de otra forma,
las acciones de la soberanía humana serán juzgadas conforme a la autoridad
absoluta de la soberanía divina. Por lo tanto, las acciones del ser humano
tienen consecuencias (cf. Gal. 6:7; Ez. 18:14,20) y el arrepentimiento es
posible (cf. Hech. 17:30).
La Biblia nos enseña que el futuro
personal no está fijado sin opciones o alternativas. Los resultados en la vida
de uno pueden ser múltiples, según las opciones tomadas (ej. 1 Sam. 23:10-13).
Para crearnos realmente libres,
Dios ha puesto en nosotros la capacidad de discernir entre el bien y el mal,
elegir entre los dos, y proceder conforme a nuestra elección (cf. Gen. 2:16,17;
Jos. 24:15; Is. 1:19,20). Podemos determinar nuestro destino (cf. Ez. 33:11;
Mat. 7:13,14; 11:28-30).
El libre albedrío es, por lo
tanto, la capacidad de hacer lo malo, si queremos, y de hacer lo bueno si
rehusamos hacer lo malo. A su vez, el libre albedrío da valor a las cosas buenas
en contraste con las malas, y hace de la persona que elige perseverar en lo
correcto una buena persona para con Dios (Rom. 2:7,10), y de la persona
que rehúsa obedecer el evangelio una persona mala que será condenada por
su propia elección (Rom. 2:8,9; 2 Tes. 1:8,9).
El poder de elección
La Biblia está repleta de ejemplos
de elecciones y consecuencias. Bernabé eligió donar su propiedad (Hech. 4:36,37)
y Ananías eligió mentir (Hech. 5:3). Ambos podrían haber hecho lo contrario.
Tenían opciones.
Ezequías, el rey de Judá, recibió
de parte de Dios, por medio de Isaías, la noticia de que moriría (2 Rey. 20:1).
Sin embargo, Ezequías clamó por misericordia (v.2,3), y Dios le concedió 15 años
adicionales (v.4-6). Dios no había mentido cuando reveló la muerte próxima del
rey. No obstante, el Señor oyó la oración de Ezequías (v.5).
Jonás predicó “De aquí a
cuarenta días Nínive será destruida” (Jon. 3:4). Dios había decretado la
destrucción, derramaría su ira y los ninivitas serían raídos de la faz de la
tierra. Para nuestra sorpresa, el pueblo creyó a Dios, se arrepintió, y en ayuno
clamó por misericordia (v.5-8) para apartar la ira de Dios de sobre ellos (v.9).
La Biblia dice, “Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal
camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo”
(Jon. 3:10).
Jehová Dios es el soberano
alfarero (Jer. 18:1-6), y su lenguaje de juicio y condenación (“arrancar, y
derribar, y destruir”, v.7) puede ser mudado en uno de bendición (“para
edificar y para plantar”, v.9). ¿Cómo podría Dios cambiar de opinión? Dios
mismo lo dice: “pero si la nación de la cual hablé se arrepiente de su
maldad, también yo me arrepentiré del castigo que había pensado infligirles”
(v.8, NVI).
Dios nos da la oportunidad de
comenzar de nuevo si nos disponemos en sus manos (Jer. 18:4,6). Hallándose
perdidos, creyentes preguntaron, “¿qué haremos?” (Hech. 2:37), la
respuesta que recibieron fue la siguiente, “Arrepentíos, y bautícese cada uno
de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis
el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Lucas nos informa que, “los que
recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil
personas” (Hech. 2:41).
Conclusión
Dios es el absoluto soberano, pero
nos ha delegado capacidad para elegir y actuar. Dicho de otra manera, podemos
obedecer o desobedecer al evangelio (cf. Rom. 10:16; 1 Ped. 4:17).
Dios ha establecido un día en el
cual derramará su ira (cf. Hech. 17:30,31; Rom. 2:5) y la única escapatoria es
Cristo (cf. Rom. 5:9; 1 Tes. 1:10).