La piedra angular del calvinismo

por Josué I. Hernández

 

Si observamos al calvinismo como una imponente edificación bien cimentada, observamos que el fundamento es una distorsión de la soberanía divina, y la piedra angular es la “depravación total hereditaria”. R. C. Sproul, un calvinista, declaró lo siguiente, “hay un sentido en el que, si una persona realmente abraza lo que se llama la doctrina de la depravación total, los otros cuatro puntos, en este sistema de cinco puntos, se alinean más o menos, vienen a ser como una cadena de consecuencias y resultados del primer punto” (“Depravación total: El pecado original”).

 

Debido a su naturaleza fundamental, todo el sistema del calvinismo se desploma si la depravación total hereditaria es falsa. El calvinismo no puede sostenerse en pie sin este fundamento.

 

El magnetismo de la depravación total hereditaria

 

El calvinismo es una herejía que confiere una suerte de “licencia para pecar” mediante una racionalización sofisticada. Por ejemplo, R. C. Sproul dijo, “La idea es que no somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores” (“El «TULIP» y la teología reformada: depravación total”).

 

Detengámonos a pensar en esto. Si “pecamos porque somos pecadores”, ¿por qué “somos pecadores”? El calvinismo ofrece la siguiente explicación, “Es decir, como resultado del pecado de Adán y Eva toda la raza humana cayó, y por eso nuestra naturaleza como seres humanos desde la caída es una naturaleza que ha sido influenciada por el poder del mal” (R. C. Sproul, “Depravación total: El pecado original”).

 

Refiriéndose a Adán y Eva, la Confesión de Westminster declara: “Ellos siendo la raíz de toda la humanidad, la culpa de este pecado fue imputada, y la muerte misma en pecado y la naturaleza corrupta fue trasmitida a toda su posteridad, descendiendo de ellos por la procreación ordinaria. De esta corrupción original proceden todas las transgresiones reales, porque ella nos hace completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo bueno, e inclinados enteramente a todo mal”.

 

La Confesión de Fe de Filadelfia, el primer credo adoptado por las iglesias bautistas en los Estados Unidos, afirma lo siguiente: “Nuestros primeros padres por el pecado, cayeron de su rectitud y comunión con Dios originales, y nosotros en ellos, por lo que la muerte vino sobre todos; todos llegando a estar muertos en pecado, y enteramente profanados en todas las facultades, y partes del alma, y del cuerpo… Ellos siendo la raíz, y por nombramiento de Dios, colocados en el sitio, y en lugar de toda la humanidad, la culpa de su pecado fue imputada, y su naturaleza corrompida transferida, a toda su posteridad, descendiendo de ellos por la procreación ordinaria, ahora siendo concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, los siervos del pecado, los sujetos de muerte y todas las otras miserias, espirituales, temporales, y eternas, a menos que el Señor Jesús los liberte”.

 

Como podemos observar, el calvinismo afirma que todos los seres humanos nacen “profanados en todas las facultades, y partes del alma, y del cuerpo”, “completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo bueno, e inclinados enteramente a todo mal”.

 

Conforme a lo anterior, podemos afirmar con justicia que, según el calvinismo, cada persona comienza su vida totalmente depravada, pensando, deseando y haciendo, solo lo que es egoísta y malvado. Con un complejo razonamiento impregnado de tecnicismos, el calvinismo argumenta para convencernos de que somos depravados por naturaleza. En palabras de R. C. Sproul, “pecamos porque somos pecadores”.

 

Aunque no sea la intención de muchos calvinistas sinceros, la llamada depravación total hereditaria elimina la culpa del pecador, quien no podría evitar hacer lo malo, ni lograr hacer lo bueno libremente. A consecuencia de lo anterior, el pecador queda aliviado de la culpa, y relajado en cuanto a su diligencia para hacer lo bueno.

 

La depravación moral

 

Aunque la Biblia no enseña alguna depravación total hereditaria, la Biblia si advierte contra la depravación moral personal. La depravación moral no es por nacimiento, sino por elección. Todo pecador del mundo ha llegado a ser depravado en algún grado o sentido, unos han pecado más (cf. Rom. 1:28-32) y otros han pecado menos (cf. Rom. 2:1), pero todos han pecado (Rom. 3:23) y son esclavos del pecado (cf. Jn. 8:34,36). Dicho de otra manera, la depravación moral es una elección, “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Rom. 3:12). La muerte no pasó a todos los hombres por alguna depravación hereditaria, sino que “la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12).

 

Pablo recordó a los efesios sobre el pasado depravado de ellos, “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (Ef. 4:17-19).

 

Así, también, leemos del pasado depravado de los corintios, “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios(1 Cor. 6:9-11).

 

Según la evidencia bíblica, nadie nace depravado ni contaminado con algún “pecado original”, sino que ha elegido volverse depravado, es decir, corrupto, sin embargo, puede dejar de serlo. El pecador depravado puede ser lavado, santificado y justificado “en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.

 

La inocencia inherente del ser humano

 

¿Cómo es posible que los nacidos inocentes se vuelvan depravados? La Biblia explica cómo sucede esto. La decadencia comienza cuando alguno no toma en cuenta a Dios para darle gloria, y para darle gracias, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Rom. 1:20,21).

 

La Biblia no solo enseña que el ser humano elige depravarse, sino que también enseña que cada persona comienza su vida totalmente inocente, sin naturaleza corrupta, tal como Adán y Eva comenzaron su vida antes de elegir pecar, “He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ecles. 7:29).

 

Dios es “el Padre de los espíritus” (Heb. 12:9) “de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Ef. 3:15), por lo tanto, “linaje suyo somos” (Hech. 17:28). Dios no crea a “profanados en todas las facultades, y partes del alma, y del cuerpo… completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo bueno, e inclinados enteramente a todo mal”.

 

El calvinismo culpa a Dios por una supuesta “depravación total hereditaria”, la cual es una invención de “hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe” (2 Tim. 3:8) quienes no se conformaron “a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad” (1 Tim. 6:3).  

 

La Biblia es elocuente al señalar la inocencia inherente del ser humano. Por ejemplo, Jehová Dios dijo que los niños son totalmente inocentes, “que no saben hoy lo bueno ni lo malo” (Deut. 1:39). Es tal la inocencia de los niños, que Cristo nos anima a ser como ellos (Mat. 18:1-4).

 

La corrupción moral no se hereda. Nadie nace culpable del pecado de otros, mucho menos responsable del pecado de Adán. “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:20). 

 

Debido a la inocencia inherente del ser humano, y la responsabilidad personal, habrá juicio final, “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).

 

La parábola del sembrador

 

Mientras las confesiones calvinistas indican que nacemos totalmente corruptos, e inclinados al mal, Jesús habló de aquel que con un “corazón bueno y recto” recibe la palabra y da fruto con perseverancia (Luc. 8:15). Este corazón no es diferente a los demás por alguna operación directa del Espíritu Santo. Es el individuo que decide ser receptivo a la verdad. La parábola del sembrador (Mat. 13:3-9; Mar. 4:1-9; Luc. 8:4-8) no enseña, ni implica, alguna depravación total hereditaria que impida escoger a Dios. Es más, la parábola del sembrador contradice al calvinismo.

 

Según el calvinismo, Dios decretó todo lo que ha de suceder, eligiendo a los individuos que serán salvos y desechando a los que no lo serán, sin importar lo que alguno haga o deje de hacer. Si tal cosa es así, ¿por qué Jesucristo llamaba a la multitud a oír con atención? ¿Por qué cada uno fue responsabilizado cuando el Señor les dijo, “El que tiene oídos, que oiga” (Mat. 13:9, LBLA)? Seguramente, el calvinismo no es de Jesucristo.

 

El calvinismo afirma que, si alguno está entre los elegidos Dios le atraerá a la salvación de manera irresistible con la fuerza de su gracia poniendo fe en su corazón y haciéndole creyente. Sin embargo, Jesús dijo que la semilla, la palabra de Dios, es el instrumento por el cual viene la fe (cf. Hech. 15:7; Rom. 10:17). Si la fe es implantada directamente, ¿para qué esforzarnos por sembrar la palabra de Dios? Piénselo detenidamente, si la fe no viene por la palabra de Dios, ¿por qué “viene el diablo y arrebata la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven” (Luc. 8:12, LBLA)?

 

La “perseverancia de los santos” afirmada por el calvinismo indica que el creyente no puede caer de la gracia, que “una vez salvo, siempre salvo”. Sin embargo, la parábola del sembrador no apoya esa doctrina. Los de corazón pedregoso son aquellos que “reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíz profunda; creen por algún tiempo, y en el momento de la tentación sucumben” (Luc. 8:13, LBLA). El texto griego dice “desertan”, es decir, se apartan. El calvinista suele afirmar que éstos nunca creyeron realmente, que el verbo “creer” usado aquí no indica la fe salvadora... Por un momento, el argumento calvinista suena bien, pero es una mala interpretación. El verbo creer en el contexto siempre indica la fe salvadora (Luc. 8:12,13,15). Sencillamente, los que se apartan son contrastados con los que retienen la palabra y dan fruto con perseverancia. Cada cual elige, ninguno está impedido de escoger a Dios.

 

Cada uno de nosotros puede elegir ser de corazón bueno y recto. Todos podemos esforzarnos por oír y entender la palabra de Dios y dar fruto con perseverancia. La pregunta es, ¿qué clase de persona estamos eligiendo ser?

 

Conclusión

 

La depravación total hereditaria justifica al pecador, excusándolo por su pecado, y permitiéndole continuar en él. La Biblia, por el contrario, condena al pecador, a la vez que le da la motivación y la esperanza para que obedezca al evangelio.

 

Nadie nace depravado, sin embargo, todo pecador se ha depravado en alguna manera por elección personal. Pero Dios ha dispuesto el medio de la liberación y el perdón. Todos pueden ser lavados, santificados y justificados “en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.