La piedra angular del
calvinismo
Si observamos al calvinismo como
una imponente edificación bien cimentada, observamos que el fundamento es una
distorsión de la soberanía divina, y la piedra angular es la “depravación total
hereditaria”. R. C. Sproul, un calvinista, declaró lo siguiente, “hay un sentido
en el que, si una persona realmente abraza lo que se llama la doctrina de la
depravación total, los otros cuatro puntos, en este sistema de cinco puntos, se
alinean más o menos, vienen a ser como una cadena de consecuencias y resultados
del primer punto” (“Depravación total: El pecado
original”).
Debido a su naturaleza
fundamental, todo el sistema del calvinismo se desploma si la depravación total
hereditaria es falsa. El calvinismo no puede sostenerse en pie sin este
fundamento.
El magnetismo de la depravación
total hereditaria
El calvinismo es una herejía que
confiere una suerte de “licencia para pecar” mediante una racionalización
sofisticada. Por ejemplo, R. C. Sproul dijo, “La idea es que no somos pecadores
porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores”
(“El «TULIP» y la teología reformada: depravación total”).
Detengámonos a pensar en esto. Si
“pecamos porque somos pecadores”, ¿por qué “somos pecadores”? El calvinismo
ofrece la siguiente explicación, “Es decir, como resultado del pecado de Adán y
Eva toda la raza humana cayó, y por eso nuestra naturaleza como seres humanos
desde la caída es una naturaleza que ha sido influenciada por el poder del mal”
(R. C. Sproul, “Depravación total: El pecado original”).
Refiriéndose a Adán y Eva, la
Confesión de Westminster declara: “Ellos siendo la raíz de toda la humanidad, la
culpa de este pecado fue imputada, y la muerte misma en pecado y la naturaleza
corrupta fue trasmitida a toda su posteridad, descendiendo de ellos por la
procreación ordinaria. De esta corrupción original proceden todas las
transgresiones reales, porque ella nos hace
completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo bueno, e
inclinados enteramente a todo mal”.
La Confesión de Fe de Filadelfia,
el primer credo adoptado por las iglesias bautistas en los Estados Unidos,
afirma lo siguiente: “Nuestros primeros padres por el pecado, cayeron de su
rectitud y comunión con Dios originales, y nosotros en ellos, por lo que la
muerte vino sobre todos; todos llegando a estar muertos en pecado, y enteramente
profanados en todas las facultades, y partes del alma, y
del cuerpo… Ellos siendo la raíz, y por nombramiento de Dios, colocados en
el sitio, y en lugar de toda la humanidad, la culpa de su pecado fue imputada, y
su naturaleza corrompida transferida, a toda su posteridad, descendiendo de
ellos por la procreación ordinaria, ahora siendo concebidos en pecado, y por
naturaleza hijos de ira, los siervos del pecado, los sujetos de muerte y todas
las otras miserias, espirituales, temporales, y eternas, a menos que el Señor
Jesús los liberte”.
Como podemos observar, el
calvinismo afirma que todos los seres humanos nacen
“profanados en todas las facultades, y partes del alma, y del cuerpo”,
“completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo bueno, e
inclinados enteramente a todo mal”.
Conforme a lo anterior, podemos
afirmar con justicia que, según el calvinismo, cada persona comienza su vida
totalmente depravada, pensando, deseando y haciendo, solo lo que es egoísta y
malvado. Con un complejo razonamiento impregnado de tecnicismos, el calvinismo
argumenta para convencernos de que somos depravados por naturaleza. En palabras
de R. C. Sproul, “pecamos porque somos pecadores”.
Aunque no sea la intención de
muchos calvinistas sinceros, la llamada depravación total hereditaria elimina la
culpa del pecador, quien no podría evitar hacer lo malo, ni lograr hacer lo
bueno libremente. A consecuencia de lo anterior, el pecador queda aliviado de la
culpa, y relajado en cuanto a su diligencia para hacer lo bueno.
La depravación moral
Aunque la
Biblia no enseña alguna depravación total hereditaria, la Biblia si advierte
contra la depravación moral personal. La depravación moral no es por nacimiento,
sino por elección. Todo pecador del mundo ha llegado a ser depravado en algún
grado o sentido, unos han pecado más (cf. Rom. 1:28-32) y otros han pecado menos
(cf. Rom. 2:1), pero todos han pecado (Rom. 3:23) y son esclavos del pecado (cf.
Jn. 8:34,36). Dicho de otra manera, la depravación moral es una elección,
“Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no
hay ni siquiera uno” (Rom. 3:12). La muerte no pasó a todos los hombres por
alguna depravación hereditaria, sino que “la muerte pasó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12).
Pablo recordó a los efesios sobre
el pasado depravado de ellos, “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que
ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su
mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la
ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después
que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con
avidez toda clase de impureza” (Ef. 4:17-19).
Así, también, leemos del pasado
depravado de los corintios, “¿No sabéis que los injustos no heredarán el
reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones,
ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores,
heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya
habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en
el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor.
6:9-11).
Según la evidencia bíblica, nadie
nace depravado ni contaminado con algún “pecado original”, sino que ha elegido
volverse depravado, es decir, corrupto, sin embargo, puede dejar de serlo. El
pecador depravado puede ser lavado, santificado y justificado “en el nombre
del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.
La inocencia inherente del ser
humano
¿Cómo es posible que los nacidos
inocentes se vuelvan depravados? La Biblia explica cómo sucede esto. La
decadencia comienza cuando alguno no toma en cuenta a Dios para darle gloria, y
para darle gracias, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo
entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues
habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,
sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido” (Rom. 1:20,21).
La Biblia no solo enseña que el
ser humano elige depravarse, sino que también enseña que cada persona comienza
su vida totalmente inocente, sin naturaleza corrupta, tal como Adán y Eva
comenzaron su vida antes de elegir pecar, “He aquí, solamente esto he
hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”
(Ecles. 7:29).
Dios es “el Padre de los
espíritus” (Heb. 12:9) “de quien toma nombre toda familia en los cielos y
en la tierra” (Ef. 3:15), por lo tanto, “linaje suyo somos” (Hech.
17:28). Dios no crea a “profanados en todas las facultades, y partes del alma, y
del cuerpo… completamente indispuestos, inhabilitados, y opuestos a todo lo
bueno, e inclinados enteramente a todo mal”.
El calvinismo culpa a Dios por una
supuesta “depravación total hereditaria”, la cual es una invención de
“hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe” (2 Tim.
3:8) quienes no se conformaron “a las sanas palabras de nuestro Señor
Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad” (1 Tim. 6:3).
La Biblia es elocuente al señalar
la inocencia inherente del ser humano. Por ejemplo, Jehová Dios dijo que los
niños son totalmente inocentes, “que no saben hoy lo bueno ni lo malo”
(Deut. 1:39). Es tal la inocencia de los niños, que Cristo nos anima a ser como
ellos (Mat. 18:1-4).
La corrupción moral no se hereda.
Nadie nace culpable del pecado de otros, mucho menos responsable del pecado de
Adán. “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del
padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre
él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:20).
Debido a la inocencia inherente
del ser humano, y la responsabilidad personal, habrá juicio final, “Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno
o sea malo” (2 Cor. 5:10).
La parábola del sembrador
Mientras las confesiones
calvinistas indican que nacemos totalmente corruptos, e inclinados al mal, Jesús
habló de aquel que con un “corazón bueno y recto” recibe la palabra y da
fruto con perseverancia (Luc. 8:15). Este corazón no es diferente a los demás
por alguna operación directa del Espíritu Santo. Es el individuo que decide ser
receptivo a la verdad. La parábola del sembrador (Mat. 13:3-9; Mar. 4:1-9; Luc.
8:4-8) no enseña, ni implica, alguna depravación total hereditaria que impida
escoger a Dios. Es más, la parábola del sembrador contradice al calvinismo.
Según el calvinismo, Dios decretó
todo lo que ha de suceder, eligiendo a los individuos que serán salvos y
desechando a los que no lo serán, sin importar lo que alguno haga o deje de
hacer. Si tal cosa es así, ¿por qué Jesucristo llamaba a la multitud a oír con
atención? ¿Por qué cada uno fue responsabilizado cuando el Señor les dijo,
“El que tiene oídos, que oiga” (Mat. 13:9, LBLA)? Seguramente, el calvinismo
no es de Jesucristo.
El calvinismo afirma que, si
alguno está entre los elegidos Dios le atraerá a la salvación de manera
irresistible con la fuerza de su gracia poniendo fe en su corazón y haciéndole
creyente. Sin embargo, Jesús dijo que la semilla, la palabra de Dios, es el
instrumento por el cual viene la fe (cf. Hech. 15:7; Rom. 10:17). Si la fe es
implantada directamente, ¿para qué esforzarnos por sembrar la palabra de Dios?
Piénselo detenidamente, si la fe no viene por la palabra de Dios, ¿por qué
“viene el diablo y arrebata la palabra de sus corazones, para que no crean y se
salven” (Luc. 8:12, LBLA)?
La “perseverancia de los santos”
afirmada por el calvinismo indica que el creyente no puede caer de la gracia,
que “una vez salvo, siempre salvo”. Sin embargo, la parábola del sembrador no
apoya esa doctrina. Los de corazón pedregoso son aquellos que “reciben la
palabra con gozo; pero éstos no tienen raíz profunda; creen por algún tiempo, y
en el momento de la tentación sucumben” (Luc. 8:13, LBLA). El texto griego
dice “desertan”, es decir, se apartan. El calvinista suele afirmar que éstos
nunca creyeron realmente, que el verbo “creer” usado aquí no indica la fe
salvadora... Por un momento, el argumento calvinista suena bien, pero es una
mala interpretación. El verbo creer en el contexto siempre indica la fe
salvadora (Luc. 8:12,13,15). Sencillamente, los que se apartan son contrastados
con los que retienen la palabra y dan fruto con perseverancia. Cada cual elige,
ninguno está impedido de escoger a Dios.
Cada uno de nosotros puede elegir
ser de corazón bueno y recto. Todos podemos esforzarnos por oír y entender la
palabra de Dios y dar fruto con perseverancia. La pregunta es, ¿qué clase de
persona estamos eligiendo ser?
Conclusión
La depravación total hereditaria
justifica al pecador, excusándolo por su pecado, y permitiéndole continuar en
él. La Biblia, por el contrario, condena al pecador, a la vez que le da la
motivación y la esperanza para que obedezca al evangelio.
Nadie nace depravado, sin embargo,
todo pecador se ha depravado en alguna manera por elección personal. Pero Dios
ha dispuesto el medio de la liberación y el perdón. Todos pueden ser lavados,
santificados y justificados “en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios”.