Predicadores deben crecer

Introducción:

      A. 1 Tim. 4:13-15, "ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti ... Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos".

      B. Todo predicador del evangelio debe aplicarse a la obra con diligencia para desa­rrollar los talentos que Dios le ha dado. Predicamos que los hermanos deben crecer. "Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?" (Rom. 2:21). Los predicadores deben crecer durante toda la vida.

      C. No caben en el ministerio del evangelio el descuido, la indiferencia y la desidia. "Hermanos míos, no os hagáis maestros mu­chos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación" (Sant. 3:1). El evangelista no debe estar satisfecho con el conocimiento y la habilidad que tiene, sino debe tener un de­seo fuerte de aprender mucho más y de desa­rrollar más sus talentos para la gloria de Dios y para la salvación de muchas almas. "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren" (1 Tim. 4:16). De esta manera su aprovechamiento o progreso será manifiesto a todos, y su obra será cada vez más efectiva.

      Santiago (3:1) advierte acerca del peligro de la insinceridad. Posiblemente tenía en mente lo que Jesús dijo acerca de los maestros de aquel tiempo (Mateo 23:1-12). Si algún evangelista no está completamente dedicado al estudio de la palabra de Dios y resuelto a predicarla con toda fidelidad, cae bajo conde­nación.

I. El crecimiento en el conocimiento bíblico.

      A. 2 Ped. 3:18, "creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor". Todo cris­tiano debe hacer aplicación de esta ex­hortación, pero el que predica debe aplicarlo con fuerza doble.

      B. ¿Estamos avanzando continuamente en comprender mejor el contenido y la enseñanza de cada libro en la Biblia? Pablo quiere que seamos "plenamente capaces de comprender ... cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Efes. 3:18,19). ¿Evitamos los libros bíblicos más difíciles? ¿Estudiamos y enseñamos los Profetas, Ro­manos, Hebreos y Apocalipsis? ¿Evitamos los textos difíciles, las "aparentes" contradicciones en la Biblia, y los temas controversiales? "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de ver­dad" (2 Tim. 2:15). ¿Usamos bien la palabra de Dios? Algunos textos son torcidos aun por los hermanos más sinceros por falta de estudio adecuado. ¿Explicamos correctamente los tex­tos que enseñamos? Si no usamos bien la pa­labra, daremos cuenta a Dios en Aquel Día. Aplicamos esta exhortación a Timoteo (2 Tim. 2:15) a los sectarios, pero Pablo se dirigió a un fiel evangelista.

      C. ¿Podemos refutar argumentos secta­rios? ¿Estamos listos para defender la verdad contra las mentiras de los católicos, los mor­mones, los testigos, los adventistas, los caris­máticos, etc. El hermano Bill Reeves ha preparado buenas notas sobre los argumentos de varias sectas. Hermano, ¿ha estudiado usted estas u otras notas semejantes para prepararse para defender la verdad? Todos estos grupos son muy celosos, valientes y astutos para de­fender su doctrina falsa. Han dejado a muchos oponentes avergonzados. Nos conviene estar bien preparados para discutir con ellos. Hay muchos miembros de la iglesia que no deben entrar en discusión con los sectarios. Sola­mente los hermanos que toman la molestia de prepararse bien deben participar en tal polémica. Pero sería absurdo que algún evan­gelista se abstuviera de tales discusiones por no estar preparado.

      D. Sobre todo los predicadores y maestros deben alimentar bien a los miembros de la igle­sia. Todos los hermanos necesitan de una dieta adecuada. La leche sola no basta. Estúdiese Heb. 5:12-14 para ver el contraste entre la leche y el alimento sólido. Los predicadores que solamente alimentan con leche no cumplen su ministerio. La Biblia es libro ex­tenso. Está compuesta de 66 libros, pero es un solo Libro. Hay libros de ley, de historia, de salmos, de literatura, de profecía, de biografía, y de mucha instrucción y exhortación. Contiene una gran variedad de temas e ilustraciones. Por lo tanto, todos los sermones y todas las clases deben ser sumamente interesantes. La Biblia no es un libro aburrido y los sermones no deben ser aburridos, sino instructivos, alenta­dores y edificantes.

      E. Los sermones deben ser apropiados para los que estén presentes. Por ejemplo, si no hay visitantes y si los miembros ya son doctri­nados, ¿por qué seguir predicando los primeros rudimentos? Si los sermones siempre son para los de afuera pero éstos no están presentes, ¿qué alimentación reciben los miembros? Hermanos predicadores, preparemos buenos sermones, apropiados para los asistentes. Los sermones deben ser ricos, eficaces, instructivos, edificativos y alentadores. El púlpito tiene mucha fuerza si se utiliza efectivamente. Es un pecado contra la iglesia volver al púlpito domingo tras domingo con las mismas lec­ciones que la gente ha escuchado muchísimas veces, o con sermones mal preparados, o de poco ánimo. El hermano que no quiere dedicar largas horas al estudio serio de la palabra de Dios no debe predicar. El predicador debe uti­lizar una concordancia, diccionarios, mapas, comentarios y otras ayudas para preparar ser­mones buenos y completos.

      F. Lugar especial para estudiar. El predi­cador debe hacer todo lo posible por procurar un lugar privado para estudiar. Si la iglesia tiene edificio para las reuniones, posiblemente un cuarto pudiera arreglarse para el estudio del predicador. El hermano que tiene que estudiar en su propia casa tiene muchos problemas: los niños estorban, la esposa necesita su ayuda, siempre la casa necesita atención, hay visitas, etc. Si el predicador tiene que estudiar en su casa, debe enseñar a su familia a cooperar con él, y a no molestarle a menos que sea un asunto urgente. El problema de no tener lugar apro­piado para estudiar es serio. Merece atención. La iglesia debe estar consciente de esta necesi­dad y debe cooperar con el hermano para re­solver este problema. El predicador que no toma en serio el problema no enseñará a su familia ni a la iglesia a cooperar para re­solverlo. En este caso hay otro problema más serio; el predicador indica con esta actitud que no da importancia al estudio serio de la palabra de Dios, y seguirá predicando domingo tras domingo cualquier tema que no requiera mucha preparación.

      G. ¿Cuánto tiempo? Nadie puede hacer leyes sobre el asunto, pero una sugerencia sana y lógica es que se dedique al estudio por las mañanas. Algunos hermanos predican varias veces cada semana, pero casi todos predican, por lo menos, dos sermones, aparte de enseñar clases bíblicas arregladas por la iglesia y estu­dios privados en los hogares. Da consejos a los hermanos y a otros que tienen problemas de toda clase, mayormente problemas del hogar (problemas entre esposos o entre padres e hi­jos). En fin, vive desempeñando una respon­sabilidad muy grande, enseñando la palabra de Dios. Pero solamente enseña lo que sabe. Si no hace un estudio serio y detenido de las cosas que está enseñando, puede guiar mal a los que buscan su ayuda. No es posible enseñar todo el consejo de Dios (Hech. 20:20,27) si no se ha aprendido. Los hermanos que no tienen ganas de estudiar deben buscar otro empleo.

II. El crecimiento en el talento de predicar.

      A. Debe haber mucha fuerza en el púlpito. Debe haber verdadero poder en el púlpito si esperamos salvar almas y edificar la iglesia. Si hubiera más poder en el púlpito, habría menos sueño en las bancas. El predicar no es mera­mente cuestión de pasar media hora hablando públicamente. Los sectarios hacen esto. El requisito número uno para que haya fuerza en el púlpito es que el predicador estudie diligen­temente para preparar buenos sermones. Habrá mucho más ánimo, tanto en la gente como en el predicador, si éste tiene algo que decir, en lugar de tener que decir algo. Es necesario que el predicador reconozca el im­pacto de un sermón bien preparado. Si está consciente de esto, preparará buenos sermones y los presentará con entusiasmo, sabiendo que "como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envíe" (Isa. 55:10,11). Con esta actitud el predicador esperará con mucho ánimo el momento en que podrá presentar su tema.

      B. Mejorar la presentación del sermón. También es necesario considerar la necesidad de desarrollar el talento de hablar en público. Hay varias cosas que aprender al respecto. Hay cosas que evitar. Todo predicador puede cre­cer en esto, puede mejorar su presentación. Nadie debe estar satisfecho con el crecimiento pasado, sino debe seguir creciendo.

      C. La lectura de la palabra. La lectura del castellano no requiere una educación avan­zada, porque se lee como se escribe. Cualquier persona puede aprender fácilmente las reglas de acentuación. Si algún hermano no lee co­rrectamente la palabra, ¿cómo espera que la gente lo respete? Los oyentes educados des­preciarán la predicación, pensando en la igno­rancia del predicador. Si algún hermano quiere ser predicador, es indispensable que se enseñe a leer correctamente la palabra de Dios. El que acepta la gran responsabilidad de enseñar y predicar la palabra debe aplicarse diligente­mente para aprender a pronunciar correcta­mente lo que piensa leer en público. Antes de subir al púlpito debe aprender el significado de toda palabra que piensa leer, y debe aprender a leer correctamente todo texto que piensa presentar. Desde luego, esto es elemental, pero todos saben la importancia de esta exhortación. Si algún texto no se lee correctamente, no se entiende, o se entiende mal. El leer es interpre­tar. El primer requisito para interpretar correc­tamente algún texto es que se lea correcta­mente. Una pregunta debe leerse como pre­gunta, y no como declaración. El sentido del texto se pierde o se entiende mal si se lee mal. La acentuación de cada palabra es importante; con el cambio del acento, se cambia el sentido de la palabra. Por lo tanto, nos conviene dedicar mucho tiempo a la lectura cuidadosa de la Biblia, y mayormente de los textos que pensamos citar en los sermones y clases.

      D. La gramática. Algunos hermanos han expresado muy poco interés en la gramática. A veces se hace burla de "verbos", "adjetivos", etc. Se dice "No conocería el verbo si lo encontrara en el camino". Así es la actitud de algunos hermanos sin escuela. Es su forma de defen­derse en la presencia de los que se educan. Si algún hermano quiere jugar de esta manera, es cosa de él, pero los que sinceramente quieren enseñar y predicar la palabra, no pueden menospreciar la gramática. Es una herramienta indispensable para el uso correcto de la pa­labra. El evangelista debe usar correctamente el idioma, tanto en los escritos como en la en­señanza oral. La gramática de la Biblia es co­rrecta. Los traductores de la palabra usan co­rrectamente el idioma. Pedro y Juan no estu­diaban en las escuelas de los rabinos (Hech. 4:13), pero los escritos de ellos no solamente son inspirados, sino también se han traducido correctamente al castellano. Este punto es muy importante: los escritos de los apóstoles no tienen error, ni en doctrina ni en gramática.

      ¿Debemos hablar como la gente sin edu­cación? ¿Hay ventaja en hacerlo? No, porque aun la gente analfabeta entiende el español correcto. El hablar y escribir correctamente no pone ningún obstáculo delante de ellos. Pero, por el otro lado, si usamos mal el idioma, esto sí causa tropiezo para los educados, porque menospreciarán el mensaje.

      El hermano que tiene la inteligencia nece­saria para predicar, también tiene la inteligen­cia necesaria para aprender la gramática y la ortografía.

      No conviene usar palabras incorrectas (tales como "asina", "nadien", "bendizca", "pidemos", "sastifecho", "diferiencia", etc.). Cada país tendrá su lista de tales palabras que no deben estar en el vocabulario del predi­cador y maestro de la palabra. Los discursos bíblicos son modelos de excelencia en toda forma, y deben ser imitados. No se puede de­fender la negligencia en preparar y predicar sermones. La indiferencia hacia el estudio de la Biblia como también hacia el uso del idioma indica una falla de carácter.

      El hermano que dice "HAgamos lo que PUEdamos" debe corregirse, porque no se puede justificar tal uso descuidado del idioma. Todos cometemos faltas en el uso del español -- este servidor más que nadie -- pero tenemos que estudiar diligentemente para corregirnos. Leí una anécdota acerca de un señor del estado de Arkansas que dijo a la visita, "Disculpe mi falta de buenos modales", pero respondió la visita, "Amigo, si usted sabe que le faltan buenos modales, ¿por qué no se corrige?" Así también nosotros, si sabemos que debemos corregirnos, ¿por qué no lo hacemos? Sant. 4:17, "al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado". No se afirma aquí que es pecado emplear mal la gramática, pero la desidia sí es pecado. Estamos mal si no queremos corre­girnos, crecer y desarrollarnos en la obra de enseñar y predicar la palabra. Dice el himno, "Da lo mejor al Maestro". Es buen consejo para el predicador.

      1 Cor. 9:20-22, "a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a al­gunos". Este texto no debe ser usado para em­plear palabras y gramática incorrectas en la predicación, usando la excusa, "quiero hablar como la gente habla". Al contrario, el predi­cador debe poner buen ejemplo para la gente, y esto incluye el uso correcto del idioma. 1 Ped. 4:11 dice, "Si alguno, hable conforme a las pa­labras de Dios"; el apóstol dice esto con respecto a la enseñanza, pero es buen consejo también con respecto al uso correcto del lenguaje bíblico. ¿Dónde habrá en la Biblia al­guna palabra deletreada incorrectamente, o al­guna frase mal construida? ¿Quién acusará a Pablo o a Pedro de usar palabras o frases in­correctas? Al leer la Biblia es necesario leer "lo que está escrito", sin añadirle ni quitarle.

      Los hermanos que reciben salario para poder dedicar todo el tiempo a la predicación (1 Cor. 9:14 "viven del evangelio") no tienen excusa si no se esfuerzan por corregir sus defi­ciencias en este respecto. Deben reconocer que es un privilegio exaltado predicar la palabra, un privilegio que merece toda diligencia.

      Varios textos del Nuevo Testamento se re­fieren a la perfección. La perfección debe ser la meta de todo cristiano y especialmente de los que predican. Todos cometen faltas -- y sin duda seguiremos cometiendo faltas -- pero debemos seguir creciendo hacia la perfección. Es necesario tener el deseo fuerte de hacerlo. El apóstol Pedro era pescador sin letras cuando Jesús le llamó, pero sus escritos indican la medida de su crecimiento. El mismo termina su segunda carta diciendo, "Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor" (2 Ped. 3:18).

      La Biblia no defiende la ignorancia. No la exalta, y no pronuncia bendiciones sobre ella. Al contrario atribuye muchos males a la igno­rancia. Por lo tanto, nadie debe jactarse de su ignorancia, mucho menos los predicadores. El predicador que defiende la ignorancia, se gloría en ella y persiste en el error, sea en cuestión de doctrina o de gramática, está equivocado y no es digno de confianza. El que rehúsa mejorar su conocimiento de la Biblia o su capacidad para predicarla puede menospreciar el pre­cioso mensaje celestial. Hermanos, tengamos mucho cuidado de no tener actitud indiferente hacia estas cosas.

III. El crecimiento en el talento para escribir.

      A. El mensaje de Dios fue escrito. Las cartas de Pablo, Pedro, Juan y otros indican la impor­tancia de escribir. En esta forma predicaban el evangelio con gran eficacia. Los escritos de es­tos hombres han llevado y siguen llevando fruto para Dios a través de los siglos. Es medio po­tente y debe utilizarse.

      B. Pero muchos predicadores descuidan este medio. No se esfuerzan por predicar a través de la hoja impresa. Descuidan este método de evangelizar, de instruir, de edificar, de entrenar obreros, etc. ¿Por qué no utilizamos todo medio disponible, toda herramienta que esté a nuestro alcance? El escribir es algo que todo predicador puede hacer. Si puede hablar, si tiene la habilidad de enseñar con la boca, puede escribir el mismo mensaje y repartirlo en forma permanente para que sea leído y estu­diado por un gran número de personas. La hoja impresa tiene muchas ventajas. Muchas personas que nunca asistieron a las reuniones de alguna iglesia, han llegado al conocimiento de la verdad por haber leído algún folleto. Un tratado puede ser leído por muchas personas cuándo y dónde les sea conveniente.

      C. Dicen algunos hermanos, "Otros pueden hacer esta obra". Es cierto, y también se puede decir que otros pueden predicar y enseñar clases y hacer obra personal, etc., pero no lo hacen por otros predicadores; es decir, cada obrero debe aprovechar este método para en­señar. Ningún predicador dice, "Otros pueden predicar y, por lo tanto, yo no predico". Tam­poco debe decir, "Otros escriben y, por lo tanto, yo no escribo". Otros no pueden hacer la obra que uno debe hacer. La voz de cada predicador debe oirse en el púlpito, en la clase, y también en la hoja impresa. Cada predicador debe tener escritos sus propios estudios para poder repartirlos. Es más efectivo en la obra local el escrito personal que el escrito ajeno. Al dar estudio en alguna casa es muy bueno dejar con la gente una copia de ese mismo estudio.

      D. ¿Por qué no lo hacen? Hay hermanos en algunos países que batallan mucho para con­seguir máquina de escribir y mimeógrafo, pero hay otros muchos hermanos que sí pueden con­seguir lo necesario, pero pocos lo hacen. Estoy convencido que la razón principal por la que no se hace esta obra es la desidia y la indiferen­cia hacia este medio potente de enseñar. Al­gunos dicen que no tienen tiempo, que están muy ocupados. La triste verdad es que con la misma excusa se descuidan la preparación ade­cuada de los sermones y clases. Con la misma excusa no tocan puertas, ni visitan a los enfer­mos, etc. Hay tiempo para escribir y publicar escritos. Hay tiempo para todo. ¿Quién no malgasta tiempo? ¿Quién no dedica demasiado tiempo en asuntos de familia? Quiero sugerir que dediquemos algo de tiempo, aunque sea solamente el tiempo que normalmente malgas­tamos, a escribir y a sacar copias del estudio según la posibilidad financiera.

      El predicador, siendo hombre libre de las obligaciones del trabajo secular, y sin patrón humano que exija que cumpla con sus deberes, bien puede pecar en no ser fiel mayordomo de su tiempo y recursos. El predicador está de­lante de Dios y su propia conciencia.

      E. "Pero no hay dinero". En algunos casos es cierto. Pero en otros muchos casos no es ex­cusa legítima. Depende del empeño del her­mano. El evangelista bien dedicado a la obra se aprovechará de todo medio disponible, y con esfuerzo y con esmero en administrar las finan­zas consigue su equipo. En algunos países son escasos y caros los mimeógrafos, pero vale la pena buscarlos. Un evangelista en Guatemala hizo un mimeógrafo y saca buenos estudios en él. Explíquese constantemente esta necesidad a los hermanos para que varios miembros (y la iglesia misma) cooperen para conseguir estas herramientas necesarias. Muchos hermanos pobres tienen estéreos, televisores, grabadoras y muchas cosas costosas y, por lo tanto, pueden ayudar al evangelista a comprar el equipo que necesite para la obra. Predicadores de los más pobres logran comprar bicicletas, motonetas y aun automóviles. ¿Cómo lo pueden hacer? Ellos sabrán, pero habiendo un intenso deseo mucho se logra. Lo importante es que los li­bros, una máquina de escribir y un mimeógrafo se consideren como herramientas importantes.

      Si algún hermano dice, "Pero no puedo es­cribir en máquina", la respuesta obvia es "Enséñese, pues". ¿Qué hizo cuando no podía escribir con lápiz? Si algún hermano dice, "Pero batallo mucho con la gramática y con la ortografía", la respuesta obvia es la misma cosa: "Enséñese, pues, y cuanto antes". El her­mano que no puede escribir correctamente tampoco puede predicar correctamente.

      F. Hay muy poca literatura. Todos saben que hay muy poca literatura escrita e impresa en español, que con toda confianza se pueda utilizar. Es necesario que cada predicador pre­pare folletos y tratados para el uso de la con­gregación en la obra personal. El material publicado por los hermanos liberales de Puerto Rico (Prensa La Paz), Wichita Falls, Texas (Western Christian Foundation), de Houston, Texas (La Voz Eterna), etc., es el producto de iglesias patrocinadoras. Si alguna iglesia fiel les envía dinero para "comprar" el material, no es compra sino contribución a la iglesia patroci­nadora (le enviarán carta acusando recibo de su "contribución"). Si las iglesias fieles reciben gratis esta literatura, ¿cómo pueden exponer el error de la iglesia patrocinadora?

      Otra cosa importante es que cada predi­cador debe compartir estudios con otros her­manos. Conozco a varios hermanos que han preparado estudios excelentes. Para hacerlo han dedicado mucho tiempo al estudio e in­cluso los han escrito en máquina. Pero hasta allí no más. Allí se quedan los estudios con ellos y tal vez con unos pocos amigos más cer­canos a ellos. Me pregunto, ¿no han recibido estos hermanos mucho beneficio de los estu­dios de otros? ¿Por qué, pues, no quieren com­partir sus estudios con otros?

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