El ministerio aprobado

2 Corintios 3:1-3

I. Los corintios eran la obra de Pablo en el Señor.

            A. La segunda carta a los corintios tiene mucho que ver con el ministerio de Pablo. Sus detractores decían que su ministerio no era aprobado por Dios. P. ej., 10:10, “Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable”.

            B. Pero como Pablo dice en la primera carta, 9:1, “¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?  2  Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor”. ¿Cómo podían los corintios dudar, pues, de su ministerio? Si la obra de Pablo no estaba bien, ¿qué de la salvación de ellos? Ellos eran su obra en el Señor.

II. ¿Pablo necesitaba una carta de recomendación para los corintios?

            A. 3:1-3, “¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros?  2  Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres;  3  siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”.

            B. Pero los enemigos de Pablo querían volver a escribir esa carta expedida por Pablo; querían cambiarla. La carta que ellos querían escribir hubiera sido una carta muy confusa y llena de error y mentiras, no una carta de salvación sino de perdición.

            C. ¿Cómo podían los hermanos corintios dudar de la autenticidad del ministerio de Pablo puesto que ellos eran su obra? Al dudar de él y su ministerio tenían que dudar de su propia salvación.

            D. ¿Acaso Pablo necesitaba alguna carta de recomendación para que ellos confiaran en él? A veces es apropiada tal carta (p. ej., Hech. 18:27, 28). Tal carta en sí misma no es mala, pero hubiera sido absurdo que Pablo presentara tal carta de recomendación a los corintios, pues ellos mismos eran su carta de recomendación.

            E. Uno de los mejores sermones que el evangelista puede predicar es el sermón de una iglesia fiel que ha sido establecida, confirmada y edificada por él. Tal sermón es una carta muy pública (como un documento en la pared de la oficina de correo), conocida y leída por todos.

III. ¿Qué clase de carta pública es la iglesia de la cual somos miembros?

            A. Hay distintas clases de “cartas” leídas por el público. Por ejemplo:

                        1. La iglesia de Jerusalén, una carta de unidad, Hech. 2:42, 46.

                        2. La iglesia de Antioquía, una iglesia evangelística, Hech. 13:1-3.

                        3. La iglesia de Filipos, una iglesia que tenía comunión económica con Pablo, Fil. 4:14-18.

                        4. La iglesia de Laodicea, una iglesia tibia (indiferente), Apoc. 3:16, 17.

                        5. Las iglesias de Galacia, iglesias fascinadas por los judaizantes, Gál. 3:1 (1:6-9).

            B. Desde luego, la “carta” (la iglesia de Corinto) a la cual Pablo se refiere aquí tuvo sus problemas, pero como dice en 2 Cor. 2:6, 7; 7:8-11, esa iglesia practicaba la disciplina.

Conclusión.

            A. Para concluir, debemos preguntarnos, ¿qué clase de “carta” estamos escribiendo nosotros? Algunos predicadores escriben cartas muy hermosas y otros escriben cartas muy pobres. Algunos escriben cartas de disensión, desavenencia y división. Otros escriben cartas mundanas o del sectarismo.

            B. ¿Estamos escribiendo una carta buena, clara, bien leíble, inteligente y efectiva?

            C. Que el Señor nos conceda corazones suaves (“tablas de carne del corazón”) que reciban la impresión de su palabra. Luc. 8:15, “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”;  Hech. 10:33, “Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oir todo lo que Dios te ha mandado”. En cada ciudad o pueblo debe haber unos cuantos como el eunuco, Cornelio, Lidia y el carcelero. Hay que buscarlos con diligencia.

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