Actitud impropia hacia la palabra de Dios

Introducción:

      Nuestra actitud hacia la palabra de Dios determina si la obedecemos o si la desobede­cemos. La obediencia nos trae vida eterna, Heb. 5:9; la desobediencia, el castigo eterno, 2 Tes. 1:7-10. Entonces cada quien debe exami­nar su corazón, para estar seguro que su acti­tud es buena.

I. "No me avergüenzo", Romanos 1:16.

      Jesús dijo: "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles", Mar. 8:39. La enseñanza de Jesús nunca ha estado en armonía con las filosofías de los hombres, ni con las teorías "científicas" (1 Tim. 6:20) de los profesores universitarios. Por esta razón mu­chos estudiantes de las universidades creen que les conviene guardar silencio y no expresar sus convicciones religiosas. Temen ser criticados por los maestros y aislados por los demás alumnos. Tienen vergüenza de confesar a su Señor y declarar su fe en las enseñanzas de El. Hay peligro de perder popularidad si se habla libremente del evangelio y de la iglesia del Señor.

      Casi todos -- y mayormente los jóvenes -- quieren ser aceptados por sus amigos, pero si los amigos son mundanos, estamos en peligro de avergonzarnos de Cristo (de la iglesia, de ser cristianos) para no perder la aceptación de los amigos. También hay cristianos que tienen compromisos comerciales con los del mundo, y se supone a veces que el éxito de tal empresa requiere que sea suprimida toda conversación acerca de Jesús y sus enseñanzas. Estos tienen vergüenza de Cristo y de su palabra en esta generación adultera y pecadora; de éstos Cristo tendrá vergüenza cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

      En este caso la amonestación de Pablo es muy adecuada: "Por tanto no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios" (2 Tim. 1:8).

II. Rechazar la palabra de Dios.

      Es un pecado muy común rechazar la pa­labra de Dios y muy poca gente se da cuenta de la enormidad de este pecado. Jesús dijo: "El que a vosotros oye, a mí oye; y el que a vosotros desecha, a mí desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió" Luc. 10:16. Esto fue dicho en conexión con la comisión dada por Jesús a los discípulos de proclamar que el reino se acercaba. Si la gente oía el mensaje que ellos predicaban, oían a Jesús. La palabra "oír" se usa en este texto en el sentido de atender o aceptar, y la palabra "desechar" sugiere el sentido opuesto, el de re­husar atender o aceptar.

      Por lo tanto, uno no puede rehusar aceptar las enseñanzas de los apóstoles sin rechazar al mismo tiempo a Cristo. Además, cuando uno rechaza a Cristo, también rechaza al Padre. "El que me desecha, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado de mí mismo: mas el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar" Juan 12:48, 49. Y Pablo añade: "Así que, el que menosprecia, no menosprecia a hombre, sino a Dios, el cual también nos dio su Espíritu Santo" 1 Tes. 4:8. En esto vemos la seriedad de rechazar las pa­labras de Cristo como enseñadas por los es­critores inspirados.

      En un sentido la ignorancia de la palabra de Dios es rechazarla. Oseas, hablando por Dios, dijo: "Mi pueblo fue destruido, porque le falto conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio: y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos", Oseas 4:6. Y dijo Pablo que porque a los gentiles no les pareció tener a Dios en su noticia, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer lo que no conviene, Rom. 1:28. No se interesaban en conocer a Dios; no quisieron saber nada acerca de la clase de vida agradable a Dios y, por eso, Dios los entregó o los "soltó" para hacer las cosas en que se deleitaban.

      El peligro de rechazar la palabra de Dios se ve en lo que fue dicho tocante al rechaza­miento de Dios y su palabra de parte de Israel: "Así ha dicho el Señor Jehová; Esta es Jerusalén ... He aquí yo contra ti; sí, yo, y haré juicios en medio de ti a los ojos de las naciones. Y haré en ti lo que nunca hice, ni jamás haré cosa semejante, a causa de todas tus abomina­ciones. Por eso los padres comerán a los hijos en medio de ti, y los hijos comerán a sus padres; y haré en ti juicios, y esparciré a todos vientos todo su residuo", Ezeq. 5:5-10.

      En esta conexión recordemos otro texto: "Por tanto es menester que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa re­tribución, ¿cómo escaparemos nosotros si des­cuidamos una salvación tan grande?" Heb. 2:1-3. "El que viola la ley de Moisés, por el testi­monio de dos o de tres testigos muere irremisi­blemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto, en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Es­píritu de gracia"? Heb. 10:28, 29.

III. Abominar la palabra de Dios.

      "Por tanto, como la lengua del fuego con­sume las aristas, y la llama devora la paja, así será su raíz como pudrimiento, y su flor se desvanecerá como polvo; porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel", Isa. 5:24.

      Cuando la gente prefiere un "evangelio blando" en lugar de lo que es revelado en la Palabra de Dios, se puede decir que ellos abominan la palabra. "Que este pueblo es re­belde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley de Jehová; que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: no nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras; dejad el camino, apartaos de la senda, haced cesar de nuestra presencia al Santo de Israel..." Isa. 30:9-11. La gente de aquel tiempo no quería que los profetas predicaran la palabra de Dios, sino un evange­lio suave. Prefería ser engañada y quedar en paz, aunque el futuro les traería condenación y destrucción.

      Ahora la gente no es muy distinta. Muchos no quieren oír del infierno, que espera a los que no obedecen al evangelio (2 Tes. 1:7-9). Prefieren oír solamente del "amor de Dios", como lo predican los sectarios. Es bueno predicar acerca del amor de Dios (es pecado no hacerlo), pero también es preciso predicar acerca de la perdición de los rebeldes en el lago de fuego (Léase Apoc. 21:8).

      Muchos hermanos quieren oír solamente "sermoncitos" de unos veinte minutos. La gente abomina la palabra de Dios cuando solamente quiere oír discursos florecientes sobre temas que no pertenecen a la sana doctrina, 2 Tim. 4:3.

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