El pueblo de Dios

I. El plan eterno de Dios, Efes. 3:11.

          A. "Nos escogió en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él", Efes. 1:4. Dios escogió una clase de gente.

          B. Dios quiere un pueblo que sea del mismo carácter de El, para que este pueblo viva con El eternamente en el cielo.

          C. "Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo", 1 Ped. 1:16.

II. Los hijos de Dios son los imitadores de Dios, los que son semejantes a El.

          A. "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto", Mat. 5:45; es decir, imitar al Padre. Como El bendice a los injustos y a los malos, también nosotros debemos bendecir a los tales.

          B. De esa manera somos hijos (imitadores) de Dios. "Amad a vuestros enemigos ... para que seáis hijos de vuestro Padre", v. 44, 45. Los que no aman a sus enemigos no son hijos (imitadores) de Dios.

          C. "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados", Efes. 5:1. ¿Cómo? En este contexto se refiere a la práctica de la enseñanza de Efes. 4:22 - 5:4.

          D. Véase también 2 Cor. 6:14 - 7:1. Este texto también habla de lo que Dios requiere y espera de sus hijos e hijas.

III. El consejo o propósito de Dios culminará cuando su pueblo esté con El en el cielo.

          A. "Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo", Rom. 8:29. Antes de la fundación del mundo, Dios conoció (aprobó, escogió, predestinó) una clase de gente, gente de cierto carácter (semejante al carácter de Dios). No se trata de la selección arbitraria de ciertos individuos (como dice le calvinismo), sino de la selección de una clase de gente.

          B. "Y a los que predestinó, a éstos también llamó" (Rom. 8:30). Los llamó por medio del evangelio (2 Tes. 2:14).

          C. Los llamados (la iglesia) son el pueblo de Dios. Ya son comprados y son posesión de Dios. Sin embargo, durante el resto de su vida en la tierra deben transformarse en la semejanza de Cristo (Rom. 8:29; 12:1, 2; 2 Cor. 3:18).

          D. Los que no crecen, que no llegan a ser maduros y espirituales, que no tienen el carácter de Cristo no pueden ir al cielo para estar con Dios. (Por eso, Pablo enfatiza mucho el cambio de carácter en Gál. 5; Efes. 4; Col. 3; etc.

IV. La necesidad de la conversión verdadera.

          A. "Y creó Dios al hombre a su imagen", Gén. 1:27, pero el hombre pecó, Gén. 3:6; 6:5; 8:21, y el pecado borra la semejanza que tenemos con Dios.

          B. Los pecados nos separan de Dios, Isa. 59:1, 2; Efes. 2:1-3, 12, alejados de Cristo y de Dios. El pecado destruye la comunión con Dios, 1 Jn. 1:5, 6. El hombre no nace pecador (corrupto), pero "el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud", Gén. 8:21; "Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones", Ecles. 7:29.

          C. Por eso, Cristo vino al mundo para salvarnos y para restaurarnos a la imagen (semejanza) de Dios, Luc. 19:10; Jn. 3:16; Mat. 20:28; 1 Tim. 3:15. Este es el corazón del evangelio. Por eso se llama "buenas nuevas".

          D. El hombre urgentemente necesita del perdón que Cristo ofrece por medio del evangelio, pero para obtener el perdón tiene que convertirse.

                   1. Mat. 18:3, 4, "si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos".

                   2. Jn. 3:3, 5, "el que no naciere de nuevo ... el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios". El pueblo de Dios son los nacidos de Dios, 1 Jn. 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18. El nuevo nacimiento es efectuado por la palabra de Dios (el evangelio), 1 Cor. 4:15; 12:13; Efes. 5:26; Apoc. 7:14; 1 Ped. 1:22-25.

                   3. Rom. 6:3-7 describe la conversión como una crucifixión (la vida pasada tiene que morir), una sepultura (el bautismo) y una resurrección para llevar una vida nueva.

                   4. El hombre tiene que reconocer sus pecados, arrepentirse de ellos y ser bautizado para perdón de pecados (Hech. 2:38).

                   5. Entonces tiene que dedicar su vida al proceso de llegar a ser como Dios, tener el carácter de Dios (ser santo como Dios es Santo), para ser otra vez como Dios.

Conclusión. Recuérdese, pues, que los bautizados que no crecen, que no llegan a ser maduros y espirituales, y no tienen el carácter de Cristo no pueden ir al cielo para estar con Dios. Es por eso que Pablo enfatiza tanto la necesidad del cambio de carácter en Gál. 5; Efes. 4; Col. 3; etc. Como él dice después de mencionar las obras de la carne, "acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gál. 5:21).

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